XV
EL PRINCIPE
Italia aprovechó mejor que ningún otro pais el esfuerzo del Occidente Europeo en los siglos de las Cruzadas, estableciendo con el Oriente estrechas vinculaciones comerciales.
Nació una nueva nobleza, la del dinero. Los traficantes enriquecidos querian gobernar, y compraban con oro mercenarios capaces de llevarlos al poder.
Toda la vida tenia un sentido económico. Los prisioneros eran devueltos después de despojados, y una derrota era, sobre todo, un mal negocio.
Era necesario asegurarse en el poder todos los dias y continuar siendo el más hábil para poder seguir siendo el amo. Los más ilustres generales,politicos, principes, pasaban rápidamente de la grandeza al infortunio , del poder y la riqueza a la miseria, por la debilidad o la torpeza de un instante aprovechada por el enemigo en acecho.
En esta Italia --en Florencia-- nació el tres de mayo de 1469, un hombre
--Nicolás Maquiavelo-- que se habia de convertir --andando el tiempo-- en el simbolo de la astucia, la doblez y la perfidia para unos y de la más alta sabiduria para otros.
Su figura es de una enorme sugestión y ha sido sometida no a uno sino a mil juicios de revisión por la posteridad.
Desde su tiempo al nuestro, en cada siglo, en cada escuela, politicos, filósofos, jurisconsultos, todos han experimentado la necesidad de decir algo de él : poco o mucho, en pro o en contra. Ha sido observado desde todos los campos del pensamiento humano, implacablemente desmenuzado, analizado, atomizado, en la busca de su verdadero sentido.
Un Cardenal ingles --Reginal Pole, de tiempo de Enrique VIII-- le llamó enemigo de la humanidad, hijo de Satanás y Padre de la Reforma y que su libro “El Principe” estaba escrito con el dedo mismo del Diablo.
Y un protestante, Inocencio Gentillet, publicó en 1576 un “Discurso sobre los medios de mantener en paz un reino” y le puso la coletilla: “Contra Nicolás Maquiavelo Florentino”. En la dedicatoria decia, hablando de nuestro hombre: “Respecto de su vida y su muerte no he querido informarme pues vale más que la memoria de sujeto tan despreciable permanesca en eterno olvido”. !Mala manera de condenar al olvido una obra a la que llamó “El Corán de los Cortesanos:!
Las diatribes siguieron. El jesuita Luchesini publicó un “Ensayo sore las tonterias de Nicolás Maquiavelo”. El español Pedro de Rybadeneira --jesuita también-- llamó a su doctrina “pestilential y perniciosa fruta nacida del mal arbol y de mala raiz y fuente que hace perder el juicio a los que de ella beben”. Y los jesuitas de Baviera quemaron una efigie de Maquiavelo con un letrero que decia: “Es tratado asi porque fué un hombre trapacero y astute, un inventor de diabólicos sistemas y el major auxiliary del peor demonio (la Reforma)”.
Era para reflexionar, esta enemistad tan unánime de la Compañia.
Surgió la tendencia de reivindicarlo. Se dijo de él que fué el hombre más calumniado y menos comprendido de la historia. Un catalán (Pin Soler) lo defendió tan a fondo y lo presentó como tan bueno que lo hizo tonto, concibiéndolo como un pobre espia disgraced más que como embajador fastuoso y dice que se le enviaba con frecuencia a misiones importantes porque gastaba poco, investigaba mucho y volvia pronto. Y llegó a más. Atacando a otros para defender a Maquivelo, estableciendo comparaciones odiosas e necessaries, llegó a decir que “habia más malicia en las ideas disolventes de la Utopia, puestas por Tomás Moro en bocas de labriegos, que en las que Maquiavelo expresa con exeso de sinceridad, pretendiendo elevarlas a dogmas de la politica”.
Una cosa está clara, aunque se pueda discutir hasta el infinito la calidad humana de la figura. Es la enorme influencia que ejerció en la historia y en la acción de un sinnúmero de grandes personajes.
Richelieu encargó al abate Machón una apologia del Principe. Descartes lo estudió a fondo. Federico Segundo, asesorado por Voltaire escribió un Segundo “anti maquiavelo”. Cristina de Suecia y Napoleón dejaron interesantisimas notas marginales, en los ejemplares de “El Principe” que tenian siempre a la cabecera de la cama, y si cuando Mussolini y Hitler murieron no se encontraron los correspondientes volúmenes, llenos de adiciones, perfeccionamientos y enmiendas fué que llevaron su maquiavelismo al extremo de no dejar notas.
En definitiva este hombre, tan traido y llevado, no hizo sino fomular el concepto moderno del Estado Fuerte. Lo formuló él como otro hombre habia inventado la imprenta y otro habia descubierto la pólvora.
Maquiavelo fué hijo de un abogado y una poetisa --(frecuente, pero siempre diabólica combinación_--. El abogado era, además aristócrata (o casi aristócrata, que es mucho peor). Y más aún: era un aristócrata sin dinero. Y --para acabarlo de arreglar-- teniendo tal padre, Maquiavelo se queda Huerfano de él a los 16 años.
Bartolomea de Nelli, su madre, se acogió (viuda) al retiro campesino de la vieja casona solariega: el Más de los Clavos, el Más Chiavelli, de donde venia --quizá-- el nombre de la familia.
El hijo hizo, desde el principio, carrera brillante, porque era ya sagaz, aunque no hubiese llegado a pérfido. No fué un erudito. Tenia cierta facilidad y hablaba con autoridad de todas las cosas del cielo y de la tierra, aunque no sabia griego, lo cual era entonces gravisima falta.
Pronto se encontró converted en un politico y llegó a Segundo Canciller de la República de Florence y de su Consejo de los Diez, al que se encomendaban, bajo la suprema dirección de la Señoria, todos los asuntos de Guerra y del Interior.
Era muy joven (25 años)… Demasiado joven… Pero era Canciller un gran amigo suyo: Marcelo Virgilio Adriano.
Desempeñó durante quince años 23 legaciones en el exterior y muchas misiones interiores extraordinarias pero cayó la República y se convirtió en un exiliado perseguido, después de haber sido reducido a prisión y hasta ligeramente tormented a la vuelta de los Médicis.
Entonces, en la indigence y en el misero retiro, escribió libros evocadores de su pasado glorioso, de cuando se codeaba --tuteándolo-- con César Borgia.
Hasta entonces sólo habia hecho una novela indecent --”La Mandrágora”-- verdadera epopeya del adulterio y algunas de menor cuantia, como “Clisia” y “La comedia sin nombre”.
Entonces --en medio de su miserable vida de desterrado-- escribió a la vez, paralelamente, “El Principe” y los “Discursos sobre Tito Livio”, dos obras inspiradas por un mismo pensamiento: el Estado Fuerte y la necesidad de una enérgica y hábil defensa constante del poder para poder conservable.
En “El Principe” se dice que analizó las tácticas de César Borgia.
En los “Discursos”, los progresos de la República de Roma.
Y en segued las gentes encontraron “El Principe” tan terrible, tan cinico y monstrous, que dedicaron muchos libros más a tratar de explicarlo y ni un solo personaje se creyó excluido de la necesidad de opinar.
El secreto de este éxito y curios dad universales --(y guardemos ese secreto)-- es que “El Principe” es un libro muy corto. Seguramente si en de 114 páginas hubiera tenido 500 muchos que lo leyeron son lo hubieran leido.
Muy corto pero magnifico. Una de las grandes joyas de la prosa italiana, porque no hay que olvidar que muchos dicen que Maquiavelo es el gran maestro de la prosa y que si Dante, Petrarca y Boccacio llenaro el siglo catorce itliano, el gran “secretario florentino” forma con Arioso y Tasso el trinomio de grandes escritoires del dieciseis.
De todas las obras de Nicolás Maquievelo, “El Principe” es la más orgánica y la más llena de fuerza estética además de politica.
“Como la suerte habia querido --escribia el autor-- que no pudiera razonar ni sobre el arte de la seda, ni sobre el de la lana, y no sabiendo hablar de ganancias y pérdidas, me obligué a ocuparme de asuntos de Estado, y tengo que decider a callar o a hablar de politica.”
Unilateralidad orgullosa que es un portento de especialismo e tempos en que todos querian ser enciclopédicos.
Maquiavelo se sabe tan politico, tan experto en politica, que ni hay en su obra la menor alusión al Renacimiento, ni al descubrimiento de América, ni a Leonardo, Miguel Angel, Rafael, Cellini o Tiziano.
El hizo un tratado perfecto, con mucha meditación. Escribia como maestro de principes. Y como maestro de politica. Y despreció todas las demás aluciones.
Y sin embargo ese orgullo de mentor de grandes lo perdió en la dedicatoria lamentable en que ofreció su obra al Magnifico Lorenzo de Médicis “como testimonio de su sometimiento” en un gesto interesado deseoso de recovered posiciones perdidas, que los republicanos no pardonaron nunca y el Principe tampoco apreció debidamente.
Sus compañeros de exilio le consideraron desde entonces sospechoso cuando no traidor y cuando se volvieron las tornas y volvió la República no volvió, sn embargo, Maquiavelo.
Es éste un libro (dice en la tal dedicatoria, que lo perdió) que pone en condiciones de entender en brevisimo tiempo cuanto su autor aprendió en muchos años, a costa de tantos sins bores y peligros. No es obra adornada ni hinchada con clausulas interminable, ni con palabras ampulosas y magnolias, ni con cualesquiera atractivos o adornos extrinsecos, cual muchos suelen hacer las cosas, porque he querido que sólo la variedad de la materia y la gravedad del tema la hagan grata.”
Tema grave, en efecto, estudiar el poder politico y las fuerzas con que se adquiere o pierde.
”De las distintas clases de principdos y de la forma en que se adquieren” tituló su primer capitulo brevisimo. Un capitulo que tiene exactamente once lineas en las ediciones corrientes. Pero, como bien dijo Mussolini en sus commentaries a Maquiavelo, que pergeñó en 1925 (cuando lo hicieron los catedráticos aduladores doctor “honoris causa” de la Universidad de Bolonia): “La palabra “Principe” debe entenderse en todo el libre como “Estado”.
Oigamos muestras de este estilo realista, perfectamente copiado por tantos en sus acciones.
Es el comienzo del capitulo quinto: “Del modo que hay que gobernar los principados o ciudades ocupadas que antes de serlo se regian por sus propias leyes”.
Y Maquiavelo (que no observa la naturaleza para seguirla como Aristóteles sino para sujetarla) --es una bellisima frase de Sthal--, dice: “Hay tres modos de conservar un Estado que antes de ser acquirido estaba acostumbrado a regirse por sus propias leyes y a vivir en libertad: primero, destruirlo. --(Napoleón comentó, al margen: Esto ya no se puede hacer en el siglo en que estamos)--; Segundo, radicarse en él --(Napoleón apostilló: Mal máxima. Lo que viene detrás es major).-- Y lo que venia detrás es: Tercero: dejarlo regir por sus leyes, obligor a pagar un tributo y establecer un gobierno compuesto por un corto número de personas, para que se encargue de velar por la conquista; que como ese gobierno sabe que nada puede sin la amistad y el poder del Principe, no reparará en medios para conservarle el Estado. Porque nada hay major para conservar --si se la quiere conservar-- una ciudad acostumbrada a vivir libre, que hacerle gobernar por sus mismos ciudadanos.
Hitler decia, poco antes de empezar la Guerra (según el libro de Rauschning): “En algunos minutos Francia quedará privada de sus dirigentes. Reinará una confusión inaudita. Pero estaré, de tiempo atrás, en relación con hombres que formarán un nuevo gobierno, el que me convenga. Serán franceses, Los hallaré en todas partes. Ni siquiera tendré necesidad de comparables. Vendrán por si mismos, impulsados por la ambición, la ceguera, la discordia politica y el orgullo”.
Habia aprendido bien la maquiavélica lección: que no hay nada mejor para conservar una ciudad que hacerla gobernar por sus propios ciudadanos. En lo que no se fijó, al parecer, es en el final del capitulo, cuando Maquiavelo, que era un buen republicano, cantaba a la resistencia invencible de las Repúblicas. “Las repúblicas es mucho más dificil conquistarlas y retenerlas, porque en ellas hay más vida, más odio, más ansias de venganza, y el recuerdo de su antigua libertad no les concede, no puede concederles, un solo momento de reposo. Hay que destruirlas o radicarse en ellas”.
Y Napoleón, comentando, decia en el coeternito que se encontró en su coche después de la batalla de Waterloo: “Basta con revolucionarlas; luego, diciéndoles que son libres, se les tiene firmemente bajo el mando”.
Pero dejemos a Napoleón (cuyos commentaries --por otra parte-- son muy poco agudos e interesantes) y sigamos con Maquiavelo.
Estamos ya en el capitulo ocho. Está studied la acción y la conducta de los que llegaron al poder mediante crimenes y dice;
“Al apoderarse de un Estado, todo usurpador debe reflexionar sobre los crimenes que le es preciso cometer y ejecutarlos todos a la vez, para que no tenga que renovarlos dia a dia y, al no verse en esa necesidad, pueda conquistar a los hombres de fuerza de beneficios. Quien proceda de otra manera, por timidez o por haber sido aconsejado, se ve siempre obligado a estar con el cuchillo en la mano y mal podrá contar nunca con súbditos a quienes sus offenses continuas y todabia recientes llenan de desconfianza.
Norma a a la que faltó Adolfo, y no por timidez, seguramente…
Pero donde la cosa tiene que ver y que oir es cuando aconseja distraer la atención de los pueblos oprimidos con aventuras exteriores. Es en el capitulo 21: “De cómo debe comportarse un principe para ser estimado”.
Y presenta como modelo a Fernando de Aragón, entonces Rey de España. “Más tarde --dice-- para poder iniciar empresas de mayor envergadura, se entregó, sirviendose de la iglesia, a una piadosa persecusión y Despoja y expulsó de sus reinos a los moros y los judios. No puede haber ejemplo más admirable y maravilloso --dice Maquiavelo, lleno de entusiasmo--. Con el mismo pretexto invadió el Africa, llevó a cabo la campaña de Italia, y últimamente atacó a Francia. Porque “siempre meditó y realizó hazañas extraordinarias que provocaron el constante estupor de sus súbditos y mantubieron su pensamiento ocupado por entero en el éxito de sus aventuras. Y estas acciones suyas nacieron de tal modo una tras otra que no dió tiempo a los hombres para poder preparar con tranquil dad nada en su perjuicio”.
No es preciso que nombremos de nuevo a los discipulos aventajados que tan bien aprendieron y practicaron esa lección.
Pero no habrá que señalar tampoco a quién, nos referimos o evocamos al leer el maravilloso capitulo 18: “De qué modo los principes deben cumplir sus promesas”.
Nadie deja de comp render --dice aqui cinicamente nuestro personaje-- cuán digno de alabanza es el principe que cumple la palabra dada, que obra con rectitude y no con doblez.
“Pero la experiencia nos demuestra --añade-- por lo que sucede en nuestro tiempo, que son precisamente los principes que han hecho menos caso a la fe jurada, envuelto a los demás con su astucia, y reido de los que han confiado en su lealtad, los únicos que han realizado grandes empresas.Y precisando mejor su pensamiento, explicability:
Hay dos maneras de combatir: Una con las leyes y otra con la fuerza, y cuando la primera no basta es preciso recurrir a la segunda. Y ya esto lo enseñaron los antiguos cuando dijeron que Aquiles fue confiado al centauro Quirón para que lo criara y educase, dando asi a entender, poniendole un preceptor mitad bestia y mitad hombre, que un principe debe saber emplear las cualidades de ambas naturalizas.”
En realidad, la linea general de la gobernación y sus métodos está ya trazada pero quedaban primores sueltos y Maquiavelo los trató todos:
Un capitulo entero dedicó a la crueldad y la clemencia y asi es mejor ser amado que temido o ser temido que amado.
Naturalmente, de entrada declaró que “todos los principes deben desear ser tenidos por clementes y no por crueles”.
Pero, puesto que amado son cualidades dificiles de reunir, es más seguro ser temido que amado. Porque --(y éste es el párrafo, de todos los del libro, que Mussolini declaró favorito)-- la generalidad de los hombres son ingrates, volubles,simuladores,cobardes ante el peligro y ávidos de lucro. Mientras les haces bien, son completamente tuyos. Te ofrecen su sangre, sus bienes, su vida y sus hijos (pues saben que no los necesitas) pero cuando la necesidad se presenta, te los niegan, y el principe que fió en sus palabras y descansó en ellas, va a la ruina por no haber tomado otras providencias. Y los hombres tienen menos cuidado en ofender a uno que se haga amar que a uno que se haga temer porque el amor es un vinculo de gratitude que los hombres rompen cada vez que pueden beneficiaries, pero el temor al castigo no se pierde nunca.
“El tiempo ha pasado --gritó Benito, en el Paraninfo de la Universidad de Bolonia-- pero no puedo atenuar el juicio de Maquiavelo. Deberia, quizá arrival.” ¿Que es todo esto? ?Una serie de monstrosities o sanos Conejos necessaries a los defensores del poder, bien o mal acquired? Esto es lo que planteó la polémica de maquiavelistas y anti maquiavelistas que aún dura y durará eternamente.
En ella ha habido interpret adores tan maquiavélicos que han llegado a decir que Maquiavelo, quiso dar a Lorenzo de Médicis, los peores Conejos que pudo; lanzarle, statemente por el camino, de la tirania, para que cayera lo antes possible, envuelto en sangre y en lodo. El mismo ardid que empleó Sundetlan con Jacobo segundo de Escocia. ¿Seria todo una broma cinica, una ironia sangrienta, que la posteridad cometió de tomar en serio?
Si se estudia el resto de la obra de Maquiavelo, podria aceptarse, porque fué hombre que llevaba lejos las bromas. En su “Capitoli per una bizarre compañia” aconsejaba, en largos párrafos, el arrepentimiento y la vida monástica, y al final de los largos discursos, en un párrafo corto lanzaba su carcajada de burla. “Procurad que los hombres estén en un convento de monjas y vice versa.”
Pero probablemente “El Principe” no fué una broma. Lo de que el fin justifica los medios, se habia dicho y hecho muy en serio mucho antes. Maquiavelo creia que politica es el arte de enseñar al principe a gobernar --(lo mismo creia, en campo muy distante y muchos años lejos Bossuet)-- y trazó unos modelos de psicologia politica que fueron studiados por los hombres del 16, como los de Rousseau por los del 18.
Pero sobre todo, lo mismo que hizo Dante con la poesia hizo él con la politica: vulgarizarla, ponerla al alcance de todas las inteligencias.
Y aunque sólo sea por ese gran mérito bien merece la loa del epitafio que le pusieron en la tumba: “Tanto nómini, nullum par elogium”, que viene a querer decir: “No Habra elogio mayor que el de su nombre”.
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