Carta para Carmen Del Valle.
Dagoberto Gutiérrez
Hola Carmen, Tu libro “Hechizos y Limpias en Tierra de Brujos” ha sido para mí una lectura refrescante, aleccionadora, provocante, y una mezcla comprometida de historia, sociología y antropología. El pueblo de Izalco aparece presentado desde la humanidad y a través del tejido más humano de todos, desde los más pobres y vulnerables.
En tu libro hay una mirada, una sola mirada, desde los ojos de una niña, que teniendo todo lo necesario para vivir con comodidades, siempre supo captar en su pupila el temblor y el pálpito de la vida de los más débiles.
En cierto modo, tu libro trata de eso, de mirar al mundo desde abajo y desde adentro, es decir, desde el dolor y el llanto que corre tumultuoso y se filtra por todos los poros de nuestra historia. Porque, como muy bien lo sabes, la historia de Izalco es la historia de todos, de todos los hombres y mujeres que hemos nacido, luchamos y morimos por este pueblo y en este pueblo, y todos y todas somos Izalco.
Sabes muy bien que eso de “los indios” fue un invento de la colonia española, que al darse cuenta que no habían llegado efectivamente a la India, decidieron nominar a estas tierras invadidas con el nombre de “Indias Occidentales”, de tal manera que todos los habitantes nos convertimos, de un plumazo, en indios. Aún no se imaginaban, estos saqueadores e invasores sangrientos, cuanta riqueza material ni cuanta cultura e historia tenían que destruir, ni cuantos genocidios iban a aplicar para construir el capitalismo, que luego se levantaría, chorreando sangre y fango, en todo el planeta.
Por supuesto que en cada lugar, los indios fueron los de más abajo, para empezar, los que estaban más abajo de los mestizos, que siendo también indios, por nacer en las Indias Occidentales, nunca se consideraban como tales. Los pueblos originales fueron así, “los inditos”, dentro de la terminología clasista que impusieron los invasores europeos. En realidad, Carmen, se trata de pueblos que aunque fueron ahogados en sangre, viven y perviven en nosotros y con nosotros, porque todos somos chortis, pipiles, nonualcos, izalcos, mam, pocomam, lencas, ulúas, chorotegas, y otras cosas más.
En la tierra de brujos de tu libro, haces bien en empezar describiendo la tierra, precisando que Izalco quiere decir: lugar de los que saben y conocen los misterios de los ríos, de la lluvia, de la tierra y de los astros, de las plantas medicinales, y que utilizan ese conocimiento para curar a los enfermos del alma y del cuerpo. Esto resulta clave en todos los riachuelos de tu libro, porque la brujería, la llamada brujería, resulta ser la actividad que emana del conocimiento de la naturaleza, y es una especie de ciencia, la ciencia de los pueblos, que al no ser conocida por el Occidente agresor, es entendida y clasificada con el término brujería.
Como vos muy bien los sabes, estos invasores llamaban brujas a las mujeres que en Europa eran las más inteligentes, las que sabían de química, ciencias y matemáticas, y eran, por eso mismo, las más peligrosas, y siempre son representadas manejando polvos mágicos que producen fuego, o moviendo agua hirviendo en ollas gigantescas, y todas son representadas como feas, malas y amenazantes.
La brujería es el conocimiento que no depende de la ciencia occidental, el que da fuerza, independencia, talento y rebeldía. Esa brujería es lo que determinó que las primeras rebeldías estallaran en los levantamientos de los Nonualcos, con Anastasio Aquino, en 1832, y que cien años después, precisamente en Izalco y pueblos de la zona occidental, se produjera la segunda gran rebelión contra el poder establecido.
Tu libro trata sobre los hechizos y las limpias, pero trata, sobre todo, de una tierra de brujos, y todo aparece mirado con los ojos límpidos de una mujer honesta y suficientemente valiente para decir las cosas tal como las miró y entendió una niña, porque tu libro es la historia de una niña, la niña Marina Dolores del Carmen del Valle, pero tu vida es también la vida de tu pueblo y de tu comunidad, y siempre, y esta es la magia y la brujería de tu libro, vos apareces adentro de esa comunidad, y toda ella aparece siempre adentro de vos.
La historia de Izalco, de la ciudad, del pueblo, es presentada en tu libro tal como corren las aguas de los ríos, de manera cristalina, fluida, y con sonoridades, y cuando vos hablas de “mi pueblo”, estás hablando de las personas, de la gente, y no de las cosas, aunque también hablas de ellas, pero siempre las presentas desde las personas, y la misma religión y el mismo Dios son presentados desde el conocimiento de tu pueblo, desde el olor a albahaca, y desde el sabor y el color de la brujería.
Cuando describís a la casa que ocupaba tu familia estas presentando a esa familia como un grupo humano que sentía y pensaba históricamente y que no era parte del poder establecido. La mujer que contribuyó decisivamente en los quehaceres de tu casa, la Nana Cande, expresa la fortaleza e inteligencia de las mujeres, porque una guatemalteca que huía de un supuesto crimen construye su seguridad trabajando con tu familia por largos años, pero un día cualquiera desaparece para siempre y regresa a su país.
Tu infancia presentada en el libro parece ser la normal aceptación del orden religioso, pero no es así, porque el libro palpita cuando vas llegando a la experiencia de la Juana Torres y te acercas con cautela a los acontecimientos de 1932, y aquí estalla la verdad, la otra verdad, la verdad verdadera, contada desde Izalco y mirada desde los ojos de los ahorcados; por eso vos hablás de un volcán en erupción y describís la matanza y el miedo.
La verdad histórica tiene el color de la gente y resulta ser lo cotidiano, por eso tu libro sigue hablando de la vida, la de tu familia y la tuya, y termina con una tarde de nardos.
En realidad, esa tierra de brujos que es Izalco es más bien una tierra de brujas, que entre hechizos y limpias se dedican a limpiar a la historia de todo aquello que la ensucia y la oculta.
Dagoberto Gutiérrez
Hola Carmen, Tu libro “Hechizos y Limpias en Tierra de Brujos” ha sido para mí una lectura refrescante, aleccionadora, provocante, y una mezcla comprometida de historia, sociología y antropología. El pueblo de Izalco aparece presentado desde la humanidad y a través del tejido más humano de todos, desde los más pobres y vulnerables.
En tu libro hay una mirada, una sola mirada, desde los ojos de una niña, que teniendo todo lo necesario para vivir con comodidades, siempre supo captar en su pupila el temblor y el pálpito de la vida de los más débiles.
En cierto modo, tu libro trata de eso, de mirar al mundo desde abajo y desde adentro, es decir, desde el dolor y el llanto que corre tumultuoso y se filtra por todos los poros de nuestra historia. Porque, como muy bien lo sabes, la historia de Izalco es la historia de todos, de todos los hombres y mujeres que hemos nacido, luchamos y morimos por este pueblo y en este pueblo, y todos y todas somos Izalco.
Sabes muy bien que eso de “los indios” fue un invento de la colonia española, que al darse cuenta que no habían llegado efectivamente a la India, decidieron nominar a estas tierras invadidas con el nombre de “Indias Occidentales”, de tal manera que todos los habitantes nos convertimos, de un plumazo, en indios. Aún no se imaginaban, estos saqueadores e invasores sangrientos, cuanta riqueza material ni cuanta cultura e historia tenían que destruir, ni cuantos genocidios iban a aplicar para construir el capitalismo, que luego se levantaría, chorreando sangre y fango, en todo el planeta.
Por supuesto que en cada lugar, los indios fueron los de más abajo, para empezar, los que estaban más abajo de los mestizos, que siendo también indios, por nacer en las Indias Occidentales, nunca se consideraban como tales. Los pueblos originales fueron así, “los inditos”, dentro de la terminología clasista que impusieron los invasores europeos. En realidad, Carmen, se trata de pueblos que aunque fueron ahogados en sangre, viven y perviven en nosotros y con nosotros, porque todos somos chortis, pipiles, nonualcos, izalcos, mam, pocomam, lencas, ulúas, chorotegas, y otras cosas más.
En la tierra de brujos de tu libro, haces bien en empezar describiendo la tierra, precisando que Izalco quiere decir: lugar de los que saben y conocen los misterios de los ríos, de la lluvia, de la tierra y de los astros, de las plantas medicinales, y que utilizan ese conocimiento para curar a los enfermos del alma y del cuerpo. Esto resulta clave en todos los riachuelos de tu libro, porque la brujería, la llamada brujería, resulta ser la actividad que emana del conocimiento de la naturaleza, y es una especie de ciencia, la ciencia de los pueblos, que al no ser conocida por el Occidente agresor, es entendida y clasificada con el término brujería.
Como vos muy bien los sabes, estos invasores llamaban brujas a las mujeres que en Europa eran las más inteligentes, las que sabían de química, ciencias y matemáticas, y eran, por eso mismo, las más peligrosas, y siempre son representadas manejando polvos mágicos que producen fuego, o moviendo agua hirviendo en ollas gigantescas, y todas son representadas como feas, malas y amenazantes.
La brujería es el conocimiento que no depende de la ciencia occidental, el que da fuerza, independencia, talento y rebeldía. Esa brujería es lo que determinó que las primeras rebeldías estallaran en los levantamientos de los Nonualcos, con Anastasio Aquino, en 1832, y que cien años después, precisamente en Izalco y pueblos de la zona occidental, se produjera la segunda gran rebelión contra el poder establecido.
Tu libro trata sobre los hechizos y las limpias, pero trata, sobre todo, de una tierra de brujos, y todo aparece mirado con los ojos límpidos de una mujer honesta y suficientemente valiente para decir las cosas tal como las miró y entendió una niña, porque tu libro es la historia de una niña, la niña Marina Dolores del Carmen del Valle, pero tu vida es también la vida de tu pueblo y de tu comunidad, y siempre, y esta es la magia y la brujería de tu libro, vos apareces adentro de esa comunidad, y toda ella aparece siempre adentro de vos.
La historia de Izalco, de la ciudad, del pueblo, es presentada en tu libro tal como corren las aguas de los ríos, de manera cristalina, fluida, y con sonoridades, y cuando vos hablas de “mi pueblo”, estás hablando de las personas, de la gente, y no de las cosas, aunque también hablas de ellas, pero siempre las presentas desde las personas, y la misma religión y el mismo Dios son presentados desde el conocimiento de tu pueblo, desde el olor a albahaca, y desde el sabor y el color de la brujería.
Cuando describís a la casa que ocupaba tu familia estas presentando a esa familia como un grupo humano que sentía y pensaba históricamente y que no era parte del poder establecido. La mujer que contribuyó decisivamente en los quehaceres de tu casa, la Nana Cande, expresa la fortaleza e inteligencia de las mujeres, porque una guatemalteca que huía de un supuesto crimen construye su seguridad trabajando con tu familia por largos años, pero un día cualquiera desaparece para siempre y regresa a su país.
Tu infancia presentada en el libro parece ser la normal aceptación del orden religioso, pero no es así, porque el libro palpita cuando vas llegando a la experiencia de la Juana Torres y te acercas con cautela a los acontecimientos de 1932, y aquí estalla la verdad, la otra verdad, la verdad verdadera, contada desde Izalco y mirada desde los ojos de los ahorcados; por eso vos hablás de un volcán en erupción y describís la matanza y el miedo.
La verdad histórica tiene el color de la gente y resulta ser lo cotidiano, por eso tu libro sigue hablando de la vida, la de tu familia y la tuya, y termina con una tarde de nardos.
En realidad, esa tierra de brujos que es Izalco es más bien una tierra de brujas, que entre hechizos y limpias se dedican a limpiar a la historia de todo aquello que la ensucia y la oculta.
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