Carlos Martínez - elfaro.net
Las autoridades –llámense diputados, empleados de la Corte de Cuentas, de la CSJ, de la presidencia…- han hecho alarde público de la forma en la que saben beneficiarse de los recursos que tienen a mano; pero esto no es novedad: en El Salvador conviven dos países que no se parecen en nada, opuestos. La práctica tradicional ha sido que aquellos nacidos en el país con suerte se comportan como si el país de los miserables no existiera.
Al Señor Árbol lo conocí mientras reporteaba la excavación de fosas en un cementerio clandestino. Las autoridades tenían información de que en medio de aquel maizal estaba una niña enterrada. Incluso uno de sus asesinos llegó, convertido en testigo protegido, a relatar cómo la estrangularon mientras otro pandillero le golpeaba la panza con los puños, para que fuera menos trabajoso sacarle la vida del cuerpo. Luego la enterraron, quizá muerta. El Señor Árbol había llegado con la esperanza de que aquella niña fuera su hija. Con la esperanza.
No encontramos el cadáver de una niña, sino de varias, y de muchachos también, y luego nos dijeron que había muchos más abonando aquellas parcelas tan fértiles. Cada vez que la tierra vomitaba un cuerpo, en los huesos o convertido en una pasta blanca parecida al jabón, el Señor Árbol le repetía a quien se dejara que su hija era así, que tenía así el pelo y que la ropa que llevaba era así, que tenía una medallita… y luego se volvía a acurrucar en el suelo, como se acurrucan los campesinos, con las plantas de los pies bien plantadas en la tierra y las manos juntas sobre las rodillas, y se callaba con dureza, como si hibernara, como si se fuera, y se mimetizaba con los palos esperando en vano.
Jamás voy a entender la inmensa oscuridad detrás de los ojos de aquel tipo. Pero hay algo que sí conseguí entender: para ese hombre el policía que estaba ahí, cualquiera que fuera, era la representación misma de la autoridad, del Estado –si es que el Señor Árbol alguna vez se tomó el tiempo de pensar en esa palabra–, y por eso en él buscaba la única respuesta de la que quizá se siente acreedor: como para él no vale preguntarle al Estado ¿Verdad que tendré un trabajo digno con el que alimentaré y educaré a mi familia?; como tampoco para él vale ¿verdad que al menos tendré la certeza de un techo o de no morir de hambre?; como para él es inconcebible preguntar ¿verdad que al menos nadie va a matar a los míos?; como para ese hombre es muy alta la pregunta ¿verdad que cuando los maten me dirán al menos quién fue y por qué y pagarán por lo que hicieron?... Entonces pregunta: ¿han visto acaso el cadáver de mi hija desaparecida, convertida ya en huesos o en jabón?
Y la respuesta es no.
Total, este hombre nació en ese mundo. En el de para vos nuay.
* * *
En alguna parte de El Salvador había –me imagino que seguirá habiendo– una delegación de Policía ridícula, donde no había patrullas para patrullar. Hacía rato habían pedido una y firmaron una carta muy circunspecta que al parecer recibió un oficial con un sentido del humor muy afilado y un problema de saturación en la chatarrera, y terminó enviándoles un pick up doble cabina, solo que lo mandó en grúa porque aquella lata venía sin motor. También había dos bicicletas, pero se arruinaron. A una se le habían jodido las llantas, y la otra tenía las barras delanteras tan pandas, tan pandas, que uno podía montar aquella bicicleta, pero en ningún caso decidir su dirección ni su destino final. También había una letrina repugnante y unas paredes descascaradas y problemas con el suministro de agua y unos catres pulgosos… y los uniformes… y las botas… y los radios…. Puta ¡los radios, qué simpáticos! En fin…
Me imagino que habrá sido llover sobre mojado cuando les dijeron que por no haber, no habría bono. Para entendernos, ese bono sirve para que los policías, cuyo trabajo les obliga a vivir fuera de sus casas, no se gasten su salario magro en comer fuera. Para eso sirven esos cien dolarazos… claro, para eso sirve cuando se los dan.
Tal vez sirva de consuelo si sos un policía que se quedó sin bono en una delegación de mierda cuando te explican las cosas. O sea, cuando te manda a decir el jefe que nuay, que es porque ya vieron bien y definitivamente nuay pisto para eso. Que seás hombre y que te dejés de lloronadas, que los llorones son malos policías, que mejor te vayás a descansar en tu catre pulgoso, o a cagar en tu letrina repugnante, o que hablés por ese vergo de alambres amarrados con tirro, conocidos oficialmente como radios, o que vayás a patrullar a pie, que el ejercicio es vida… que ya van a reasignar no sé qué préstamo los señores diputados y que el de Hacienda dice que ya casi, que no sé qué ciclo fiscal, que el país... –esa es buenísima “¡el país!”– hace frente a presiones económicas por aquello de, ya sabés, lo del errorcillo de Lehman Brothers… Es que es bueno que a uno le expliquen bien las cosas.
* * *
En el penal de Mariona hay una mazmorra… A ver, comencemos de nuevo: en el infierno diseñado para 800 en el que perecen más de 5 mil seres humanos apiñados como animales, alimentados como animales y sobreviviendo como animales, hay una mazmorra.
Se trata de la celda en la viven personas con enfermedades terminales o muy graves cuya condición demanda un trato especial. Un ejemplo, uno solo: un hombrecito sin una pierna, de cuyo abdomen asoma una tripa de plástico que hace alguna función vital de su cuerpo, fuera del cuerpo. Bueno, otro: un señor mayor que apenas se sienta, se cansa, y habla con una voz que es un jadeo. El último: había también un esqueleto por cuya piel trepaban un ejército de hongos.
Son muy aseados los infelices que son atormentados en aquella mazmorra. Barren, limpian el baño, sacuden sus camas y cambian el recipiente de la ubre.
El edificio donde les toca pagar su suplicio está que se revienta en cualquier momento: el hedor es una sopa que gravita día y noche (mucho más de noche); las escaleras para subir o bajar son trampas mortales; las terminales eléctricas necesitan una ligera provocación para que hagan saltar una chispa que calcinaría vivos a todos… La cosa es que la mazmorra en cuestión queda justo debajo de uno de los baños del segundo nivel y del techo gotea permanentemente, o sea siempre, un llorido de cosas líquidas o viscosas y, para atraparlas, antes de que les goteen las caras, los presos han colocado plástico en todo el techo, para que la mierda gotee sobre el plástico, y para que no se acumule peso sobre el plástico han hecho que este tenga un desnivel justo en el centro de la celda, como un embudo, o una ubre. Al final de la ubre hay una botella de plástico, con capacidad para dos litros de Coca Cola, o de mierda, en este caso. Cada día se llena y cada día a alguno de esos moribundos le toca cambiarla.
No todos los enfermos graves viven en esa celda. Había uno, que seguramente ha tenido ya la fortuna de morir, que agonizaba en otra celda, sobre una hamaca, con la piel pegada a los huesos y un cáncer de pulmón que le producía dolores que no podía gritar por falta de fuerza. También había uno con una enfermedad en la piel que hacía que se resecara hasta rajarse y este hombre era un callo humano, aterrado por la posibilidad de infectarse todo el cuerpo y morir podrido. A los dos les daban la misma medicina: analgésicos. Porque nuay, ¡carajo!
Para saber que este edificio se iba a llenar de gente solo hacía falta saber sumar; para saber que la gente se enferma, solo hace falta no ser… no ser… no ser malo, tal vez, y ahora que está lleno de gente que se enferma la respuesta es que nuay, que para ellos nuay y seguramente que nuabrá.
Nuavido quién haga proyecciones, o nuavido quién oiga a quien hizo proyecciones; nuavido pisto para hacer más cárceles y nuavido funcionarios que piensen en alternativas diferentes a la de meter presa a la gente –con la excepción de la pensada de matarlos, claro– y nuavido gente con alma que crea que vale la pena quiaya para los presos. Nuay y nuay
* * *
Pero vos te pagaste dos veces tu sueldo, canalla, y tu sueldo es de $5,781.72, y te lo pagaste porque sí, porque era Navidad, época de muchos gastos, y porque para vos sí que hay, y derrochaste $351,732.03 en pagarles otro doble sueldo a tus colegas, porque sí, porque podés; y por las mismas razones los empleados de la Corte de Cuentas, la institución más inútil e insultante y garante del statu quo corrupto, se recetaron otro bono, y los empleados de la Corte Suprema de Justicia, matones a sueldo del partido oficial, igual. Y vos, cruel, les mandaste a hacer a tus 84 colegas, que tanto nos han avergonzado, corbatas con un diseñador mexicano y broches y pulseras y carteras y les compraste vino y güisqui, y compraste piezas de arte porque sí, me imagino que porque alguien te dijo que eso era sofisticado, pero en definitiva porque para vos sí que hay.
Y vos, presidente, para inaugurar la calle que ya nos habían robado sin que nadie esté preso por eso, te paseaste con tú real estampa en un convertible clásico e hiciste pasear a tu escolta en otros carros iguales, porque sí, porque para vos sí que hay amigos con jet privados y con colecciones de armas y con carros de lujo desde los que saludás al país de los miserables para los que nuay, para los que nunca hay, para los que nunca ha habido.
¿Al menos sí entienden por qué nos encabronan esas cositas de ustedes?
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