Elier Ramírez Cañedo
“¿…, y los Estados Unidos que parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad? (Carta de Simón Bolívar al coronel Patricio Campbell, Guayaquil, 5 de agosto de 1829)
La historia suele ser caprichosa y subversiva para las clases dominantes del sistema capitalista. Por supuesto,
me refiero a la historia escrita por los historiadores que se esfuerzan
en lograr mayores aproximaciones a la verdad –la verdad es siempre
revolucionaria, decía Lenin-,
no a la salida de plumas pagadas y traidoras dedicadas a las
entelequias y tergiversaciones con el único fin de confundir a los
pueblos y mantenerlos sujetos a la dominación. La desmemoria o la falsa
memoria han sido históricamente resortes muy eficaces de los poderosos
para garantizar la permanencia de la opresión sobre los individuos.
Quien domina el pasado, domina el presente y el futuro. Por eso es hoy
tan importante librar una cruenta batalla en el terreno de la historia
de América Latina
y el Caribe, pues aún hoy sobreviven muchas falsedades y ocultamientos
de lo que fueron nuestros procesos históricos, debido al dominio
prácticamente absoluto que tuvo durante muchos años la historiografía
burguesa.
En momentos en que los latinoamericanos y
caribeños celebramos el bicentenario de nuestra primera independencia,
se hace imprescindible una mayor investigación y divulgación de los
acontecimientos que tuvieron lugar hace 200 años en la región. Es
necesario que nuestros pueblos se apoderen de todo ese pasado de luchas,
logros y frustraciones. “Los que se niegan a aprender de la historia están condenados a repetirla”,
decía George Santayana. Sería inadmisible, que a la altura del siglo
XXI, con la conciencia que se ha alcanzado, los latinoamericanos y
caribeños cometamos errores como los que condujeron a que, luego de
alcanzada la separación de España,
nuestra independencia sufriera lamentables recortes en función de la
satisfacción de los intereses de una minoría oligárquica supeditada a Washington. Indiscutiblemente fue el Norte el que mayores beneficios obtuvo de este triste epílogo. Bolívar
murió con el alma en vilo al ver como lo que él, Sucre y algunos de sus
más fieles seguidores habían construido con las manos, otros lo habían
destruido con los pies. Finalmente, los lazos neocoloniales que los Estados Unidos
fueron tejiendo “a nombre de la libertad” con los países
latinoamericanos y caribeños durante todo el siglo XIX, y que se
hicieron más firmes en el XX, socavaron la soberanía por la cual tantos
patriotas latinoamericanos y caribeños habían ofrendado sus valiosas
vidas. Doscientos años han pasado y la historia ha demostrado cuanta
claridad tenían Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Francisco Morazán, José Martí
y otros de los próceres de la región, al plantearse el sueño de una
sólida unión de Nuestra América y al descubrir las apetencias imperiales
de Washington sobre nuestros territorios. Sólo castrados mentales o
individuos con intereses espurios no podrían reconocerlo.
De ahí, la necesidad de profundizar en la
historia de Nuestra América, pero no solo en los hechos heroicos y en
las grandes batallas militares y políticas que libraron nuestros
libertadores, sino también en la conducta seguida por las fuerzas
reaccionarias, esas que hicieron todo lo posible por evitar la
independencia y la unidad de nuestros pueblos. Es imprescindible hoy más
que nunca poner al descubierto quiénes fueron los enemigos internos y
externos de ese proceso libertario, pues no es casual que en la
actualidad, cuando nuestros pueblos luchan por su segunda y definitiva
independencia y avanzan hacia una sólida integración, los enemigos de
ayer sean los mismos de hoy, salvando las distancias y particularidades
de cada tiempo histórico. En este caso quiero dedicar estás páginas a
describir y analizar el papel desempeñado por el gobierno de los Estados
Unidos frente a la primera independencia de América Latina y el Caribe,
así como ante los planes unitarios de Simón Bolívar.
¿Neutralidad o parcialidad?
Prácticamente desde su surgimiento como
nación, los Estados Unidos fueron contrarios a la independencia de los
territorios que hoy comprenden la región de América Latina y el Caribe,
pues consideraban que aún no estaban en condiciones de cumplir con su Destino Manifiesto
de dominar toda la América. Apenas llegaron a los Estados Unidos los
ecos de la insurrección de Túpac Amaru, 1780-1781, los padres fundadores
de la nación habían comenzado a formular las primeras ideas de la
política a seguir ante cualquier intento independentista en el sur. John
Adams –sería presidente de los Estados Unidos en el período 1797-1801-
planteaba por esos días: “Nosotros debemos ser muy prudentes en lo
que hagamos. La mayor ventaja en este negocio será para Inglaterra, pues
ella proveerá a toda Sudamérica con sus manufacturas, cosa que le dará
rápidamente riqueza y poder, cuestión muy peligrosa para nosotros”.[1]
Asimismo, Thomas Jefferson, otro de los padres fundadores que llegaría a presidente, señalaba en 1786: “Nuestra
Confederación debe ser considerada como el nido desde el cual toda
América, así como la del Norte como la del Sur, habrá de ser poblada.
Más cuidémonos (…) de creer que interesa a este gran Continente expulsar
a los españoles. Por el momento aquellos países se encuentran en las
mejores manos, y sólo temo que éstas resulten demasiado débiles para
mantenerlos sujetos hasta que nuestra población haya crecido lo
suficiente para írselos arrebatando pedazo a pedazo”. [2]
En 1791 –destaca el investigador cubano
Luis Suárez Salazar- en lo que puede considerarse la primera agresión
“directa” contra la región latinoamericana y caribeña, el entonces
presidente, George Washington (1789-1797), apoyó financieramente a la
administración colonial francesa que dominaba Haití,
sin lo cual le hubiera sido imposible a dicha metrópoli sostenerse
durante los primeros meses frente a la revolución antiesclavista e
independentista haitiana. Posteriormente, el gobierno estadounidense se
negaría rotundamente y durante muchos años a reconocer la independencia
de Haití.[3]
A inicios del siglo XIX se hacía evidente
para los líderes de la nación norteña que la revolución
hispanoamericana era en buena medida un resultado de los ecos de su
propia revolución y que ésta sería inevitable. Aunque públicamente los
líderes estadounidenses manifestaron su interés en los resultados del
proceso emancipador y el Congreso tomó un acuerdo que aplaudía la
rebeldía de las posesiones españolas, en el fondo la independencia de
Hispanoamérica no era bien vista en Washington al considerar que su
consumación beneficiaría en esos momentos a Inglaterra y no a los
Estados Unidos. Era preferible entonces que la débil España permaneciera
dueña de sus colonias en América y que se aplazara la independencia de
estos territorios hasta que los Estados Unidos estuvieran en condiciones
de enfrentar a Inglaterra por el dominio del continente.
A los motivos de la hostilidad de
Washington frente a la independencia de Hispanoamérica se le unió
después la amenaza que representó para su sistema esclavista que las
revoluciones al sur del continente comenzaran a incorporar a los
programas de lucha la abolición de la esclavitud.
También el hecho de que, el 22 de febrero
de 1819, John Quincy Adams, presidente de los Estados Unidos, y Luis
de Onís, ministro español en Washington, suscribieran un tratado que
legalizaba la posesión de las Floridas por los Estados Unidos. A partir
de esa fecha, los Estados Unidos supeditaron toda su política
hispanoamericana a la ratificación del tratado Adams-Onís. España lo
ratificó el 24 de octubre de 1820. Estados Unidos, el 19 de febrero de
1821. Asegurada la Florida Oriental, los Estados Unidos no se sentirían
ya contenidos por motivo alguno para agredir a España materialmente o
diplomáticamente. Lo que se traducía en la búsqueda de sus próximas
ambiciones territoriales: Texas y Cuba, y en el reconocimiento de la independencia de las colonias españolas.
El destacado investigador cubano Francisco Pividal, en su encomiable obra: Bolívar, pensamiento precursor del antiimperialismo,
cita un trabajo periodístico publicado en 1818, que ofrece otro
elemento a tomar en cuenta a la hora de explicar la reticencia de los
Estados Unidos respecto a dar cualquier paso que significase un apoyo a
la revolución hispanoamericana y al reconocimiento de las repúblicas ya
independientes. El documento explicaba que anualmente se exportaba a
Cuba 80 000 a 100 000 barriles de harina, y se importaban de ella 45 759
bocoyes de miel y 78 000 bocoyes de azúcar. “¿Era sensato –se preguntaba el autor del trabajo-
poner en peligro este intercambio comercial enemistándose con España,
especialmente cuando el comercio con los territorios independientes de
la América Hispana poseía tan escasa importancia, y cuando la depresión
económica, que ya había comenzado en Estados Unidos, hacía tan vital la
continuación del comercio con las Antillas españolas?
“La única esperanza de provecho mercantil –decía el folleto- reside en una política de estricta neutralidad”.[4]
De cualquier manera, la
independencia de Hispanoamérica también amenazaba los fuertes intereses
expansionistas de los Estados Unidos, con miras inmediatas en las
Floridas, México, Cuba y Puerto Rico, aunque ya algunos de sus líderes añoraban ser los dueños del mundo. “La
gente de Kentucky –destacaba el ex presidente John Adams (1797-1801) en
1804- esta llena de ansias de empresa y aunque no es pobre, siente la
misma avidez de saqueo que dominó a los romanos en sus mejores tiempos.
México centellea ante nuestros ojos. Lo único que esperamos es ser
dueños del mundo”. [5]
Los elementos anteriores explican el
porqué los Estados Unidos, bajo la presidencia de Thomas Jefferson
(1801-1809), negaron en 1806 el apoyo al venezolano Francisco de
Miranda, cuando éste preparaba una expedición para iniciar la lucha
independentista en Venezuela. Ello, a pesar de que Miranda había prestado una inestimable ayuda en la independencia de las Trece Colonias.[6]
El 10 de diciembre de 1810 el Congreso de los Estados Unidos aprobó una
Resolución Conjunta. En su parte dispositiva señalaba entre otras cosas
“que, como vecinos y habitantes del mismo hemisferio, los Estados
Unidos sienten profunda solicitud por su bienestar; y que, cuando esas
provincias hayan logrado la condición de naciones, por el justo
ejercicio de sus derechos, el Senado y la Cámara de Representantes se
unirán al Ejecutivo para establecer con ellas, como estados soberanos e
independientes, aquellas relaciones amistosas y comerciales…”.[7]
Se desprende de dicha resolución que los
revolucionarios hispanoamericanos tenían que luchar solos contra España y
vencer totalmente a esta, para entonces ser reconocidos por los Estados
Unidos. Esa fue la “solidaridad” que prestó el gobierno de Washington a
la independencia de Hispanoamérica. Bolívar, en su célebre Carta de
Jamaica de 1815, refiriéndose a la posición del gobierno de los Estados
Unidos señaló: “…hasta nuestros hermanos del norte se han mantenido
inmóviles espectadores de esta contienda, que por su esencia es la más
justa, y por sus resultados la más bella e importante de cuantas se han
suscitado en los siglos antiguos y modernos…”.[8]
El 3 de marzo de 1817, a iniciativa del
presidente norteamericano James Madison (1809-1817), el Congreso de los
Estados Unidos aprobó una nueva ley de neutralidad, dirigida
abiertamente contra la revolución Hispanoamericana. Madison había cedido
ante las presiones del ministro español Luis de Onís. Según esta nueva
ley, cualquier ciudadano que armara un buque privado que pudiese ser
utilizado contra un estado en paz con los Estados Unidos, sería
castigado con 10 años de prisión y 10 mil dólares de multa. William
Cobbett, periodista británico, preguntaba en un folleto publicado en
esos días, si realmente era neutral negar armas a un hombre desarmado
que peleaba contra otro bien armado. [9]
Mas por si fuera poco, el gobierno de los
Estados Unidos no solo se declaró “neutral” ante el conflicto entre
España y la Revolución Hispanoamericana, sino que dejó se le prestara a
España todo el apoyo logístico necesario, negándose a tomar medidas
represivas contra los infractores de la “neutralidad”. Las reprimendas
solo se producían si se trataba de alguna acción que favoreciera a los
patriotas. Cuando el gobierno republicano de Venezuela dispuso por
decreto del 6 de enero de 1817, el bloqueo de Guayana y Angostura,
decreto que fue publicado incluso en los Estados Unidos, los buques
mercantes norteamericanos hicieron caso omiso al mismo y burlaron
sistemáticamente el bloqueo. En ese mismo año fueron capturadas por las
fuerzas marítimas de Venezuela las goletas norteamericanas “Tigre” y
“Libertad”, cuando llevaban recursos bélicos a los realistas. Este hecho
conllevó a un duelo epistolar entre el agente diplomático de los
Estados Unidos en Venezuela, Bautista Irvine, y Bolívar, a lo largo de
1818. El 20 de agosto de 1818 le escribe Bolívar a Irvine:
“Si es libre el comercio de los
neutros para suministrar a ambas partes los medios de hacer la guerra,
¿por qué se prohíbe en el Norte? ¿Por qué a la prohibición se añade la
severidad de la pena, sin ejemplo en los anales de la República del
Norte? ¿No es declararse contra los independientes negarles lo que el
derecho de neutralidad les permite exigir? La prohibición no debe
entenderse sino directamente contra nosotros que éramos los únicos que
necesitábamos protección. Los españoles tenían cuanto necesitaban o
podían proveerse en otras partes. Nosotros solo estábamos obligados a
ocurrir al Norte así por ser nuestros vecinos y hermanos, como porque
nos faltaban los medios y relaciones para dirigirnos a otras potencias.
Mr.Cobbett ha declarado plenamente en su semanario la parcialidad de los
Estados Unidos a favor de la España en nuestra contienda. Negar a una
parte los elementos que no tiene y sin los cuales no puede sostener su
pretensión cuando la contraria abunda en ellos es lo mismo que
condenarla a que se someta, y en nuestra guerra con España es
destinarlos al suplicio, mandarnos a exterminar. El resultado de la
prohibición de extraer armas y municiones califica claramente esta
parcialidad. Los españoles que no las necesitaban las han adquirido
fácilmente al paso que las que venían para Venezuela se han detenido”.[10]
Las discusiones acerca de la devolución o
indemnización de los barcos confiscados se dieron por concluidas cuando
Bolívar ofreció someter el caso al arbitraje internacional. Irvine
desatendió el ofrecimiento y pasó a la amenaza, haciendo valer el
poderío de su nación. El 7 de octubre de 1818 le respondió Bolívar de
manera enérgica: “…protesto a usted que no permitiré que se ultraje
ni desprecie el Gobierno y los derechos de Venezuela. Defendiéndolos
contra la España ha desaparecido una gran parte de nuestra población y
el resto que queda ansía por merecer igual suerte. Lo mismo es para
Venezuela combatir contra España que contra el mundo entero, si todo el
mundo la ofende”.[11]
Un hecho relevante ocurrido en 1817 puso
también en evidencia la simulada neutralidad de los Estados Unidos
frente al conflicto entre la metrópoli española y sus colonias
americanas. El 29 de junio, más de un centenar de patriotas
suramericanos dirigidos por MacGregor, ocuparon la Isla Amelia, frente a
la costa norte de la Florida, y proclamaron la República Libre de las
Floridas y establecieron la capital en Fernandina, su punto principal.
Los revolucionario venezolanos izaron la bandera venezolana,
constituyeron el gobierno civil y designaron autoridades militares y
navales. La posesión de este punto en la Florida era de mucha
importancia para los patriotas venezolanos en términos de comunicación
de las fuerzas independentistas con Estados Unidos y con todos los
recursos allí existentes. Al mismo tiempo era casi una posición
imprescindible para garantizar el cumplimiento de las medidas de bloqueo
de Guayana y Angostura dictadas por Bolívar, pues desde allí se podía
detener todo cargamento con destino a los realistas. De hecho, gracias a
esta posesión fue posible capturar las goletas Tigre y Libertad cuando
se disponían a abastecer a los realistas en Venezuela, suceso referido
anteriormente. Además, la pérdida de la Florida por parte de España y la
ocupación subsiguiente de ésta por fuerzas insurgentes, colocaba al
ejército español en una difícil disyuntiva militar: concentraba sus
fuerzas en la protección de México o de Cuba. Obligado MacGregor a
retirarse por con sus hombres por falta de recursos, le sucedió unos
días después la flota de Luis Aury que, el 17 de septiembre de ese mismo
año, ocupó el territorio (Isla Amelia y Fernandina) a nombre de los
insurgentes de México, pues el marino francés acababa de dejar en Nueva
España la expedición de Mina.[12]
La República de la Florida sólo tuvo
sesenta y seis días de existencia. El presidente estadounidense James
Monroe (1817-1825) y su secretario de Estado, John Quincy Adams
ordenaron al ejército norteamericano desembarcar fuerzas navales y
terrestres con las cuales invadieron la isla Amelia y ocuparon la
capital Fernandina. Estados Unidos no podía permitir que los patriotas
del sur frustraran sus planes expansionistas. A partir de este incidente
Washington aceleró las acciones para lograr la anexión definitiva de
las Floridas a su territorio.
Lo sucedido con las goletas Tigre y Libertad
y la expulsión de los patriotas latinoamericanos de la Florida son sólo
dos ejemplos de los tantos acontecimientos que pusieron al desnudo la
falacia de la proclamada neutralidad. Todavía en 1826 –señala Manuel
Medina Castro-, los barcos norteamericanos seguían introduciendo
contrabando de armas para los realistas. Al respecto le escribió Bolívar
a Santander el 13 de junio de 1826: “…yo recomiendo a usted que haga
tener la mayor vigilancia sobre estos (norte) americanos que frecuentan
las costas; son capaces de vender Colombia por un real”.[13]
El no reconocimiento de la independencia.
Por si fuera poco la falsa neutralidad
del gobierno de los Estados Unidos ante los movimientos independentistas
de América del Sur, el gobierno de Washington se negó continuamente a
recibir oficialmente a los enviados diplomáticos de Hispanoamérica.\
La Junta Suprema de Caracas fue la
primera en enviar sus comisiones a Estados Unidos en busca del
reconocimiento y de apoyo a la causa independentista. La misión fracasó,
pues los enviados no pudieron obtener armas porque las fábricas se
habían comprometido con otras naciones y no se logró el reconocimiento.
El presidente norteamericano Madison prometió enviar a Caracas un cónsul
(agente), después que se decretara la libertad de comercio. Es decir,
Estados Unidos no reconocía a la Junta Suprema, pero esta debía
reconocer al gobierno de los Estados Unidos recibiendo a su agente
diplomático y ofreciéndole a su nación la libertad de comercio.
También, para esa época, Manuel Palacio
Fajardo, a título del Gobierno de Cartagena de Indias (Colombia), quiso
establecer relaciones diplomáticas con el gobierno de los Estados
Unidos. A esos efectos, inició las oportunas gestiones, pero la
Cancillería en Washington las rechazó. El mismo rechazo se le dio a las
comisiones de Chile y de Buenos Aires, al tiempo que se le ponía como
precondición a Buenos Aires que para llevar a efecto su reconocimiento
debía otorgarle a los Estados Unidos la cláusula de nación más
favorecida. Paradójicamente Monroe, siendo secretario de Estado de
Madison, al único que recibió cortésmente y de inmediato fue al enviado
de México, Gutiérrez de Lara, pero para proponerle se interesara por la
incorporación de México a los Estados Unidos. [14]
En Sudamérica, a diferencia de los
Estados Unidos se recibía con respeto y buen trato a los agentes
diplomáticos de los Estados Unidos. Entre otros, Buenos Aires recibió a
Joel Roberts Poinsett, como cónsul general, en 1811; Caracas recibió a
Alerxander Scout como agente en 1812; Cartagena recibió a Cristopher
Hughes como agente especial en 1816; y Buenos Aires, Santiago y Lima
recibieron a John B. Prevost como agente especial en 1817.[15]
Sólo después de transcurridos doce años
de que llegaran los primeros agentes hispanoamericanos a su territorio y
siguiendo todo el tiempo una política de frío cálculo, fue que el
gobierno de ese país reconoció la independencia de la Gran Colombia (lo
que hoy comprende los territorios de Venezuela, Ecuador, Panamá, y Colombia), el 8 de marzo de 1822.[16]
Es conocido que, años después, Cuba se desangraría durante 30 años en
su lucha por la independencia y solo sería reconocida por Washington
después de haberle cañoneado la Enmienda Platt. Vergonzoso apéndice a la
constitución cubana que convirtió a la Isla en una neocolonia yanqui.
No debe olvidarse que Haití fue libre desde 1804 y solo fue reconocida
de facto en 1862 por el gobierno de Estados Unidos. Cincuenta y ocho
años después. Sin embargo, como bien señaló en un excelente libro el
ecuatoriano Manuel Medina Castro, la República de Texas se independizó
el 2 de marzo de 1836 y fue reconocida exactamente un año después.
William Walker desembarcó en El Realejo, en Nicaragua,
en julio de 1855, y su gobierno fue reconocido el 10 de noviembre del
mismo año, con intercambio de ministros y todo. Panamá se independizó de
Colombia el 3 de noviembre de 1903 y, debido a los intereses de Estados
Unidos por construir un canal interoceánico por esa zona, fue
reconocida tres días después.[17]
Los ejemplos anteriores son una muestra ostensible de que la política
exterior de Estados Unidos siempre se ha explicado por los intereses del
capital y por la necesidad de expandir su hegemonía. Lo demás es pura
retórica y falsa diplomacia.
En ningún momento median razones de
principio y de verdadera simpatía, en el reconocimiento del año 1822.
Washington solo reconoció la independencia de los países del sur cuando
calculó los beneficios económicos que podía obtener del comercio con los
mismos, sobre todo para los grandes intereses agropecuarios de los
estados del Oeste. También cuando valoró que la victoria de las fuerzas
patriotas era inexorable, así como su capacidad de mantenerse
independientes.
El 25 de mayo de 1829, Bolívar escribió a José Rafael Revenga: “Jamás
conducta ha sido más infame que la de los norteamericanos con nosotros:
ya ven decidida la suerte de las cosas y con protestas y ofertas, quien
sabe si falsas, nos quieren lisonjear para intimar a los españoles y
hacerles entrar en sus intereses. El secreto del Presidente (de los
Estados Unidos) es admirable. Es un chisme contra los ingleses que lo
reviste con los velos del misterio para hacernos valer como servicio, lo
que en efecto fue un buscapié para la España; no ignorando los
norteamericanos que con respecto a ellos los intereses de Inglaterra y
España están ligados. No nos dejemos alucinar con apariencias vanas;
sepamos bien lo que debemos hacer y lo que debemos parecer.
Mas adelante profirió el Libertador: “Yo
no sé lo que deba pensar de esta extraordinaria franqueza con que ahora
se muestran los norteamericanos: por una parte dudo, por otra me afirmo
en la confianza de que habiendo llegado nuestra causa a su máximo, ya
es tiempo de reparar los antiguos agravios. Si el primer caso sucede,
quiero decir, si se nos pretende engañar; descubrámosles sus designios
por medio de exorbitantes demandas; si están de buena fe, nos concederán
una gran parte de ellas, si de mala, no nos concederán nada, y habremos
conseguido la verdad, que en política como en guerra es de un valor
inestimable. Ya que por su anti-neutralidad la América del Norte nos ha
vejado tanto, exijámosle servicios que compensen sus humillaciones y
fratricidios. Pidamos mucho y mostrémonos circunspectos para valer
más…”.[18]
Notas
[1]Manuel Medina Castro, Estados Unidos y América Latina, Siglo XIX, Casa de las Américas, 1968, p.26
[2] Citado por Luis Suárez Salazar, Madre América. Un siglo de violencia y dolor (1898-1998), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006, p. 501.
[3] Ibídem.
[4] Francisco Pividal, Bolívar: Pensamiento precursor del antiimperialismo, Fondo Cultural del ALBA, La Habana, 2006, p.71.
[5] Citado por Luis Suárez Salazar, Ob.Cit, p.502.
[6] Ibídem, p.502.
[7] Francisco Pividal, Ob.Cit, p.60.
[8] Ibídem p.102.
[9] Manuel Medina Castro, Ob.Cit, p.29.
[10]Ibídem, p.33.
[11] Francisco Pividal, Ob.Cit, p. 133.
[12] Sergio Guerra, Jugar con fuego. Guerra social y utopía en la independencia de América Latina, Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2010, p.288.
[13] Manuel Medina Castro, Ob.Cit, p.35.
[14] Ibídem, p.39.
[15] Ibídem.
[16]Francisco Pividal,, Ob.Cit, p.143
[17] Manuel Medina Castro, Ob.Cit, p.46.
[18] Francisco Pividal, Ob.Cit, p.142.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario