La actividad diplomática de los Estados Unidos contra la Anfictionía
Uno de los sueños más hermosos y visionarios de Bolívar fue la unión de los países hispanoamericanos independizados en una gran confederación de estados. Para él, esa era la única vía que podía mantener la invulnerabilidad de la independencia alcanzada frente a los apetitos imperiales de la época, sobre todo frente a los que ya se veían venir desde el Norte.
Desde su célebre Carta de Jamaica (1915),
Bolívar dio muestras de un profundo conocimiento de la realidad
americana, de sus virtudes y defectos, y de los
elementos que unían y dividían a sus pueblos. En este trascendental
documento El Libertador adelantó su idea de una América unida en gran
confederación de naciones libres, guiadas por aspiraciones
internacionales comunes, pero sin menoscabo de las individualidades:
“Yo deseo más que otro alguno ver formar
en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y
riquezas que por su libertad y gloria. Es una idea grandiosa pretender
formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que
ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una
lengua, unas costumbres y una religión, debería por consiguiente, tener
un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de
formarse; más no es posible porque climas remotos, situaciones diversas,
intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América ¡Qué
bello sería que el Istmo de Panamá
fuese para nosotros lo que Corinto fue para los griegos! Ojalá que
algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso (…)” .
La tarea de confederar a las repúblicas
hispanoamericanas la inició Bolívar poco después de la creación en 1819
de la Gran Colombia, cuando envió dos emisarios al Perú, Chile, Buenos
Aires y México
con la misión de negociar y suscribir tratados de “unión, liga y
confederación perpetua”. El senador Joaquín Mosquera firma el primero el
6 de junio de 1822 con el encargado de Relaciones Exteriores de Perú,
Bernardo Monteagudo; el segundo el 23 de octubre de 1823 con los
representantes de Chile, Joaquín Echeverría y José Antonio Rodríguez.
Miguel Santamaría suscribe el tercer tratado confederativo el 3 de
diciembre de 1823 con el canciller mexicano Lucas Alamán; luego de la
independencia de Centroamérica, Pedro Molina, enviado de ese país, firma
uno similar el 15 de marzo de 1825 con Pedro Gual, canciller
colombiano.
El 7 de diciembre de 1824, desde Lima,
Bolívar convocó oficialmente al Congreso de Panamá, en circular a los
Gobiernos de la América del Sur:
“Después de quince años de sacrificios
consagrados a la libertad de América por obtener el sistema de garantías
que, en paz y en guerra, sea el escudo nuestro destino, es tiempo ya
que los intereses y relaciones que unen entre sí a las repúblicas
americanas, antes colonias españolas, tengan una base fundamental que
eternice, si es posible, la duración de estos Gobiernos. Entablar aquel
sistema y consolidar el poder de este gran cuerpo político pertenece al
ejercicio de una autoridad sublime, que dirija la política de nuestros
gobiernos, cuyo influjo mantenga la uniformidad de sus principios y cuyo
solo nombre calme nuestras tempestades. Tan respetable autoridad no
puede existir sino en una asamblea de plenipotenciarios nombrados por
cada una de nuestras Repúblicas y reunidos bajo los auspicios de la
victoria obtenida por nuestras armas contra el poder español”.
Por supuesto, este fue unos de los proyectos que recibió el mayor antagonismo de los Estados Unidos.
Washington aplaudía cualquier iniciativa que significara unir la
política del sur con la del norte bajo su liderazgo y sin intervención
europea, más se negaba a aceptar una confederación cuyo protagonismo
correspondiera a la Gran Colombia de Bolívar. Joel Roberts Poinsett,
representante diplomático de Estados Unidos en México, llegaría a
proferir en una ocasión: “…sería absurdo suponer que el presidente de
los Estados Unidos llegara a firmar un tratado por el cual ese país
quedaría excluido de una federación de la cual él debería ser el jefe”.
En el largo pliego de instrucciones –casi
40 páginas- entregado por Clay a sus enviados al Congreso de Panamá se
distingue con facilidad la animadversión de Washington con los
propósitos fundamentales que Bolívar aspiraba se lograsen en la magna
cita: “Se desecha la idea de un consejo anfictiónico, revestido de
poderes para decidir las controversias que suscitaren entre los Estados
americanos, o para arreglar, de cualquiera manera, su conducta”.
El problema de dicha ojeriza residía en
que esos propósitos chocaban con los intereses hegemónicos de los
Estados Unidos. Por ejemplo, la idea de una alianza ofensiva y defensiva
entre los países concurrentes –uno de los mayores objetivos de Bolívar-
evidentemente podía a largo plazo entorpecer las ambiciones
estadounidenses de dominio sobre toda la región de América Latina
y el Caribe. Clay instruyó sus representantes que defendieran en el
cónclave la idea de que no existía la necesidad de una alianza ofensiva
y defensiva entre las naciones americanas, pues ya se había despejado
el peligro de un ataque de la Santa Alianza contra las Repúblicas
americanas. “Sea cual fuere la conducta de España, la acogida favorable
que ha dado el Emperador de Rusia a las propuestas de Estados Unidos,
con la conocida inclinación que tienen Francia y demás potencias
europeas a seguir nuestro ejemplo, nos hace creer que la Santa Alianza
no tomará parte en la guerra, sino que conservará su actual neutralidad.
Habiendo, pues, desaparecido el peligro que nos amenazaba desde aquel
punto, no existe la necesidad de una alianza ofensiva y defensiva entre
las potencias americanas, la que sólo podrá justificarse en el caso de
la continuación de semejante peligro. En las actuales circunstancias ese
alianza sería más que inútil, pues sólo tendría el efecto de engendrar
en el Emperador de Rusia y en sus aliados sentimientos que no debían
provocarse inútilmente”.
Otro tema de la agenda del Congreso de
Panamá que seguramente –no aparece aludido en las instrucciones
citadas- disgustaba al gobierno de los Estados Unidos era la propuesta
bolivariana de abolir la esclavitud en el conjunto del territorio
confederado.
Pese a que en cónclave de Panamá hubo
resistencias de algunas delegaciones a aceptar la propuesta de Bolívar
de formar un ejército continental hispanoamericano, respuesta natural a
los proyectos agresivos de la Santa Alianza favorecidos con la
restauración del absolutismo en España, al final se aceptó una tácita
coordinación como parte de los cuatro tratados signados. El más
importante de esos acuerdos fue el de la Unión, Liga y Confederación
Perpetua -abierto a la firma de los restantes países de Hispanoamérica-,
“cual conviene a naciones de un origen común, que han combatido
simultáneamente por asegurarse los bienes de libertad e independencia”,
pero que más tarde no fue ratificado por los gobiernos representados en
Panamá, con excepción de Colombia. Este tratado tenía 32 artículos y uno
de ellos especificaba: “El objeto de este pacto perpetuo será sostener
en común, defensiva y ofensivamente si fuese necesario, la soberanía e
independencia de todas y cada una de las potencias confederadas de
América contra toda dominación extranjera (…)”.
Desde la contemporaneidad es fácil
advertir el error cometido por las naciones de América Latina y el
Caribe al no haber suscrito un tratado de este tipo que las protegiera
de los ataques y la dominación de potencias extra regionales.
Lamentablemente muy pocos de los líderes latinoamericanos tenían la
claridad meridiana de Bolívar respecto a los mayores peligros que
enfrentaban los países hispanoamericanos recién independizados. No
pasaría mucho tiempo en que se hiciera ostensible que el mayor de ellos
venía del Norte. De ese Norte que se presentaba como protector de los
intereses de hemisféricos, pero que lo único estaba salvaguardando eran
sus propios intereses, y estos; nada tenían que ver con los del resto
de los países de la región. Esa era la verdad que se escondía detrás de
algunas de las instrucciones que dio Clay -en nombre del presidente de
los Estados Unidos- a sus enviados al congreso de Panamá: “Deben, pues,
rechazar todas las propuestas que estriben sobre el principio de una
concesión perpetua de privilegios comerciales a una potencia
extranjera”. También cuando orienta a los mismos que se adscribieran a
cualquier declaración “dirigida a prohibir la colonización europea
dentro de los límites territoriales de las naciones americanas”.
Por igual, fueron cínicas y denigrantes
las instrucciones de Clay al plantear el rechazo estadounidense al
reconocimiento de la independencia de Haití:
“Las potencias representadas en Panamá, tal vez propondrán como un
punto de consideración si se debe o no reconocer a Haití como un Estado
independiente. (…) El Presidente es de la opinión, que en la actualidad
Haití no debe ser reconocida como una potencia soberana independiente.”
Clay explica esta posición señalando que
Haití había hecho tales concesiones a su antigua metrópoli que no podía
proclamarse soberana. Lo de las concesiones era cierto, pero la
explicación de fondo de dicha conducta norteamericana era su disgusto
porque esas concesiones eran para Francia y no para los Estados Unidos,
lo cual podía crear un mal precedente en el sentido de que los países
hispanoamericanos recién independizados hicieran lo mismo, pero con
Inglaterra. Eso era simplemente inadmisible para el gobierno de los
Estados Unidos en disputa ya con Albión por el predominio económico del
continente.
Los primeros ministros que destaca
Washington a Hispanoamérica fueron instruidos concretamente sobre el
Congreso Anfictiónico. John Quincy Adams, en ese momento secretario de
Estado de Monroe, dice el 17 de mayo de 1823 en documento enviado a
César Rodney, quien había sido nombrado ministro en Buenos Aires: “Bajo
los auspicios del nuevo gobierno de la República de Colombia se ha
proyectado una Confederación más extensa…comprende tanto al Norte como
el Sur de América para lo que se le traza al Gobierno de los Estados
Unidos una proposición formal a fin de que se una y tome su
dirección…Este Gobierno tendrá tiempo de deliberar respecto a lo que le
concierne cuando se le presente en forma más precisa y específica. Por
ahora indica más claramente el propósito de la República de Colombia de
asumir un carácter director en este Hemisferio que cualquier objeto
factible de utilidad que pueda se discernido por nosotros. Con relación a
Europa se advierte sólo un objeto en el cual los intereses y deseos de
los Estados Unidos pueden ser los mismos de las naciones suramericanas,
cual es el de que todas sean gobernadas por instituciones republicanas,
política y comercialmente independientes de Europa. Para una
Confederación de las provincias hispanoamericanas con ese fin, los
Estados Unidos prestarán su aprobación…”.
Diez días después, las instrucciones de
John Quincy Adams a Richard C.Anderson, nombrado ministro de los Estados
Unidos en Bogotá, son más explícitas: “Durante algún tiempo han
fermentado en la imaginación de muchos estadistas teóricos los
propósitos flotantes e indigestos de esa gran Confederación
americana…Mientras la propuesta confederación colombiana tenga por
objeto un régimen combinado de independencia total e ilimitada de Europa…merecerá
la más completa aprobación y los mejores deseos de los Estados Unidos;
pero no requerirá acción especial de ellos para ser llevada a efecto.
Mientras sus propósitos consistan en realizar una reunión que los
Estados Unidos presidan para asimilar la política del sur con la del
norte, se necesitará tener una opinión más precisa y exacta…para
resolver acerca de nuestra asistencia…”.
Lima fue otro foco de intrigas contra los
proyectos integracionistas de Bolívar. Allí actuaba William Tudor como
encargado de negocios de los Estados Unidos. El 15 de junio de 1826 este
le escribe a Clay: “De los resultados de la primera sesión del Congreso
de Panamá necesito decir poco…Algunas de las medidas del Congreso han
producido gran enojo y desilusión aquí, habiendo existido la intención
de trasladar sus sesiones a esta ciudad. La traslación a México
demuestra el celo sentido por esa república y por Guatemala por los
planes de Bolívar: Chile y Buenos Aires enviarán ahora sus delegados al
mismo y todos esos Estados se unirán para oponerse a la influencia del
dictador”.
Finalmente la idea anfictiónica de
Bolívar no concluyó en Panamá, sino en Tacubaya, México. Allí sesionó
hasta el 9 de octubre de 1828, cuando se dio por finalizada al no
aprobar los gobiernos, exceptuando Colombia, las convenciones del
Congreso. Al parecer, Poinsett estuvo detrás del inmovilismo de las
Cámaras legislativas mexicanas en el asunto de la no ratificación de los
acuerdos del Congreso.
Como en juicio docto señaló el destacado
intelectual cubano Francisco Pividal: “Con paciente laboriosidad, los
Estados Unidos demoraron 63 años para desvirtuar el ideal del
Libertador, concretado en el Congreso Hispanoamericano de Panamá.
Durante todo ese tiempo fueron llevando al “rebaño de gobiernos
latinoamericanos” al redil de Washington, hasta que en 1889 pudieron
celebrar la Primera Conferencia Americana, haciendo creer que, entre las
repúblicas hispanoamericanas y los Estados Unidos, podían existir
intereses comunes”.
La conspiración contra Colombia
La Gran Colombia fue en realidad la primera realización práctica de Simón Bolívar en cuanto a sus ideales unitarios. La misma había nacido el 17 de diciembre de 1819 como República de Colombia durante el Congreso de Angostura, con la unión de los territorios de Venezuela y Nueva Granada, quedando designado Bolívar como presidente y como vicepresidentes Francisco de Paula Santander y Juan Germán Roscio para Cundinamarca y Venezuela, respectivamente. Luego del congreso de Cúcuta celebrado en 1821 se le conocería como la Gran República de Colombia, integrada por los territorios de Venezuela, Nueva Granada y Quito. Ese mismo año se le incorporaría el territorio comprendido en el ayuntamiento de Panamá, luego de proclamada su independencia.
Sin embargo, pronto los estrechos y
egoístas intereses de las oligarquías locales, los celos entre
neogranadinos y venezolanos y las ambiciones de poder de José Antonio
Paéz y Francisco de Paula Santander, comienzan a mellar la obra
unificadora de Bolívar. En abril de 1826 Paéz encabeza una sublevación
separatista en Venezuela. En enero de 1827 Bolívar logra aplacar las
intenciones de Paéz, pero al dejarlo sin castigo se gana el rencor de
Santander quien sentía gran aversión hacia Paéz. Apenas resuelta la
crisis provocada a causa de las acciones de Paéz en Venezuela, estalla
el 26 de enero una rebelión de soldados colombianos en la ciudad de Lima
bajo las órdenes del sargento Bustamante. Con fuegos artificiales es
celebrado el hecho en Bogotá por los santanderistas.
Santader escribió inmediatamente a
Bustamante ofreciéndole garantías y todo su apoyo: “Ustedes uniendo su
suerte, como la han unido, a la nación colombiana y al gobierno nacional
bajo la actual Constitución, correrán la suerte que todos corramos. El
Congreso se va ha reunir dentro de ocho días, a él le informaré del
acaecimiento del 26 de enero; juntos dispondremos lo conveniente sobre
la futura suerte de ese ejército, y juntos dictaremos la garantía
solemne, que a usted y a todos los ponga a cubierto para siempre”. De
manera ruin y con tono vengativo le escribiría también al Libertador:
“En mi concepto el hecho de los oficiales de Lima es una repetición del
suceso de Valencia, en cuanto al modo, aunque diferente en cuanto al fin
y objeto. Aquel y los que se repitieron en Guayaquil, Quito y
Cartagena, ultrajaron mi autoridad y disociaron la República; el de Lima
ha ultrajado la autoridad de usted con la deposición del jefe y
oficiales que usted tenía asignados. Ya verá usted lo que es recibir un
ultraje semejante y considerará cómo se verá un gobierno que se queda
ultrajado y burlado”.
No pasaría mucho tiempo en descubrirse
que la rebelión de este oscuro sargento, lejos de buscar la defensa del
orden constitucional había sido una traición a la patria, bien pagada
por la aristocracia de Lima, que deseaba que las tropas colombianas
defensoras de la Confederación de Colombia y el Perú abandonaran su
territorio, para así apuntalar el “feudalismo peruano”.
Lo interesante de esta rebelión es que la
correspondencia de William Tudor, cónsul estadounidense en Lima, revela
claramente que éste estuvo estrechamente vinculado a los
acontecimientos. Al informar el 3 de febrero de 1827 a su secretario de
estado, Henry Clay, expresó:
“Usted supondrá que ese movimiento se realizó de acuerdo con algunos de los principales patriotas peruanos…
…Realmente, la grandísima
responsabilidad que han asumido, ha sido inducida por los más nobles
principios del patriotismo y de la fidelidad a su país, siendo
admirables la habilidad y vigor con que han procedido.
Entre los papeles de Lara se
encontraron muchas importantísimas cartas de Bolívar, de Sucre y de
otros generales, las cuales arrojan considerable luz sobre los designios
del primero y serán una ayuda poderosa para Santander en sus esfuerzos
para proteger la Constitución de Colombia contra los pérfidos designios
del Usurpador”.
Se desprende del documento citado que el
gobierno de los Estados Unidos había visto en Santander el hombre clave
que podían utilizar para enfrentar los “subversivos” planes de Bolívar.
Mas adelante continúa Tudor revelando su animosidad hacia Bolívar y a
sus ideas más revolucionarias:
“La esperanza de que los proyectos de
Bolívar están ahora efectivamente destruidos, es una de las más
consoladoras. Esto no es solo motivo de felicitación en lo relativo a la
América del Sur, liberada de un despotismo militar y de proyectos de
insaciable ambición que habrían consumido todos sus recursos, sino que
también los Estados Unidos se ven aliviados de un enemigo peligroso en
el futuro…si hubiera triunfado estoy persuadido de que habríamos sufrido
su animosidad.
(…)
…su fe principal (la de Bolívar) para redimirse ante el partido
liberal del mundo la tiene depositada en el odio a la esclavitud y el
deseo de abolirla. Leed su incendiaria diatriba contra ella en la
introducción a su indescriptible Constitución; tómese en consideración
las pérdidas y destrucción consiguientes a la emancipación y que el
régimen no podrá jamás ser restablecido en estos países; téngase
presente que sus soldados y muchos de sus oficiales son de mezcla
africana y que ellos y otros de esa clase tendrán después un natural
resentimiento contra todo el que tome eso de argumento para su
degradación; contémplese el Haití de hoy y a Cuba (inevitablemente) poco
después y al infalible éxito de los abolicionistas ingleses; calcúlese
el censo de nuestros esclavos; obsérvese los límites del negro,
triunfante de libertad y los del negro sumido en sombría esclavitud, y a
cuántos días u horas de viaje se hallan el uno del otro; reflexiónese
que … la gravitación moral de nuestro tiempo…es la afirmación de los
derechos personales y la abolición de la esclavitud; y, además, que, por
diversos motivos, partidos muy opuestos en Europa mirarían con regocijo
que “esta cuestión se pusiera a prueba en nuestro país”; y luego, sin
aducir motivos ulteriores, júzguese y dígase si el “loco” de Colombia
podría habernos molestado. ¡Ah, Señor, este es un asunto cuyos peligros
no se limitan a temerle a él…¡”.
Pero las aspiraciones de la aristocracia
de Lima no estaban centradas solamente en expulsar a las tropas
colombianas de su territorio sino también en lograr sus viejos sueños de
adueñarse de Guayaquil. Por eso, en coordinación con la salida del
ejército colombiano de Lima ordenada por Bustamante se produce en
Guayaquil un movimiento federalista, evidentemente estimulado por los
peruanos, el cual culminó en la proclamación de la independencia de
aquella provincias de la República de Colombia y la elección, por una
junta convocada por el Cabildo, del Gran Mariscal del Perú, don José de
La Mar, como jefe civil y militar de aquella “republiqueta”.
Posteriormente, el Congreso de Lima eligió como presidente a La Mar en
sustitución de Bolívar y casi simultáneamente a la toma del mando del
mariscal se enviaron contingentes peruanos a los linderos de Bolivia y a
las fronteras del sur de Colombia, para estimular focos de insurrección
latentes en las provincias del Ecuador y tratar de emplear en las
tropas que, bajo el mando de Sucre aún permanecían acantonadas en
Bolivia, los mismos métodos que habían llevado al levantamiento de
Bustamante. Para esta misión el gobierno peruano designó al antiguo
intendente del Cuzco, general Agustín Gamarra, quien al mismo tiempo
logró reclutar para tan innobles fines al sargento José Guerra. De esta
manera, en la madrugada del 25 de diciembre dicho sargento al frente de
un numeroso contingente de tropas se rebeló contra sus jefes y las
autoridades de la provincia a gritos de ¡Viva el Perú¡ Los sublevados se
apoderaron de los dineros depositados en las arcas públicas y
emprendieron la fuga hacia el Desaguadero, en busca de la protección de
su cómplice: el general Gamarra. En el trayecto fueron alcanzados y
derrotados por las tropas colombianas leales.
Durante todos esos meses, de febrero a
diciembre de 1827, el cónsul de los Estados Unidos en Lima estuvo detrás
de la conspiración contra Bolívar y sus planes unitarios. Al leer la
correspondencia que dirigía al Departamento de Estado, tal parece que
Tudor tenía en sus manos todos los hilos que tejían la conjura. A él
llegaban casi todas las cartas de los distintos frentes y le informan
los jefes militares el cumplimiento del plan de operaciones sobre Bolivia y Ecuador.
El 21 de febrero de 1827 Tudor dice en un
despacho confidencial: “Calcúlese que tendrán que pasar aún tres
semanas antes de que puedan recibirse noticias de Bolivia concernientes a
los pasos que se den allí; pero generalmente se cree que las tropas
colombianas se sentirán ansiosas de seguir los pasos de sus compañeros
de aquí y estarán preparadas, por previo concierto, para adoptar las
mismas medidas”.
El 23 de mayo del propio año señala:
“Ayer recibí una carta del coronel Elizalde, quien manda la División que
entró a Guayaquil…Me informa que todo marcha de la manera más
favorable; que el 27 despachó una columna con dirección a Quito para que
se una a la División mandada por Bustamante, quien entró el 25 del
mismo mes, todos los cuales están ahora indudablemente en Quito. Bravo,
el oficial que fue enviado de aquí con los jefes arrestados y los
documentos para el gobierno, también había llegado a Cuenca a su regreso
a Bogotá. El General Santander habría recibido la noticia del
movimiento de aquí con satisfacción y le habría escrito a Bustamante
aprobando su conducta y que enviaría a Obando a tomar el mando de la
División”.
Pero Tudor, en su maquiavélica intriga,
llega incluso a proponerle a los líderes peruanos enemigos de Bolívar
que soliciten la intervención directa de los gobiernos de Estados Unidos
e Inglaterra para derrotar definitivamente al Libertador. Así queda
demostrado en su despacho del 20 de noviembre de 1827 al secretario de
Estado: “Aquí se ha recibido la información auténtica de las órdenes que
ha dado (Bolívar) para levantar en Guayaquil una fuerza para la
invasión del Perú…Reflexionando sobre estos asuntos y el carácter sin
principios de la guerra con que ahora él amenaza, ocúrreseme que la
mediación de Estados Unidos e Inglaterra, conjunta o separadamente
podría ser obtenida…Cada una de las potencias nombradas posee motivos
peculiares para desear que estos países gocen de paz y prosperidad,
además de las poderosas razones de Estado comunes a ambas contra el
engrandecimiento excesivo y la perniciosa acumulación de poderes en
manos de un individuo arrogante. Bajo todas estas circunstancias y
debido a la gran confianza y franqueza con que me honran el General La
Mar y su consejero más íntimo, el Dr. Luna Pizarro, solicité una
entrevista privada con ambos y en ella les expuse las razones por las
cuales creía que el Perú obraría políticamente si apelara a esas
naciones igualmente amigas, haciéndoles una relación sucinta de la
conducta del General Bolívar en este país y una reseña del estado actual
de cosas y de la guerra con que él lo amenaza…Ambos convinieron en la
corrección de mis insinuaciones, habiéndose convenido en una segunda
entrevista y se prepararon inmediatamente los documentos necesarios…si
la situación de estos países, el carácter y las miras de Bolívar así
como las consecuencias que se sucederían a su triunfo, fueran plenamente
comprendidos, tanto los Estados Unidos como Inglaterra no sólo
ofrecerían su mediación, sino que, siendo necesario, la acompañarían con
una alternativa que forzaría su aceptación”.
Aprovechando que el conflicto interno en
Colombia, absorbía prácticamente todo el tiempo del Libertador, el
gobierno peruano presidido por el mariscal don José de La Mar, creyó
llegado el momento de expulsar a las tropas colombianas de los sectores
centrales del continente e imponer el predominio del Perú en las
provincias de Ecuador y en la República de Bolivia. Finalmente, a fines
de 1828 se produce la invasión de las fuerzas peruanas al territorio
boliviano y posteriormente -enero de 1829- al Distrito sur de la Gran
Colombia por la provincia de Guayaquil. Paralelamente, los coroneles
José María Obando y José Hilario López, por mandato de Santander y en
apoyo a la invasión peruana a Bolivia se habían levantado en armas en
Popayán, dando inicio a un nuevo estado de guerra civil, esta vez en
Nueva Granada.
El 11 de noviembre de 1828 el general
José Maria de Córdova y Bolívar vencieron a las fuerzas antibolivarianas
de Obando y López en los ejidos de Popayán. Posteriormente, Sucre
derrotaría definitivamente a las tropas de La Mar en Portete de Tarqui
(hoy territorio Ecuatoriano) el 27 de febrero de 1829, garantizando
momentáneamente la integridad de la Gran Colombia amenazada por los
apetitos expansionistas del gobierno de Lima.
Sin embargo, los dolores de cabeza no
terminarían para Bolívar, en 1829 se enteraría de un suceso que le llenó
de alarma y sorpresa: la insurrección contra el gobierno, iniciada en
la provincia de Antioquia por uno de los oficiales a quienes más afecto
había profesado y cuya lealtad nunca había sido motivos de dudas para
él: el general José María de Córdova. En Córdova habían influido
maliciosamente para indisponerlo con Bolívar, José Hilario López y
Obando –los mismos hombres que había derrotado militarmente-, Santander y
el cónsul británico en Bogotá, míster Henderson. La hija de este último
había aceptado los galanteos del joven general. No era nada casual que
Herderson tuviera estrechos vínculos con William Henry Harrison,
ministro de Estados Unidos en Bogotá. Al cónsul británico ofreció
Córdova un caudal de información estrictamente confidencial de la Gran
Colombia y de los planes del Libertador.
La documentación confidencial de
Harrison, la cual enviaba a Clay y al presidente Adams, da muestras de
que el espionaje estadounidense estaba en todos los rincones de la Gran
Colombia y que sus redes conspirativas contra Bolívar estaban muy bien
articuladas y que mucho tuvieron que ver con la rebelión de Córdova.
22 de junio de 1829: “Tengo el honor
de adjuntar copia de una carta del General Bolívar para uno de sus
amigos íntimos que demuestra francamente que sus designios con respecto
al Perú no son de ese carácter desinteresado que su última proclama
revela tan explícitamente.
No creo hallarme en libertad para
revelar la manera por la cual llegué a poseer este documento singular;
pero me comprometo a responder por su autenticidad…”.
28 de junio de 1829: “Por el mismo
conducto que me ha proporcionado la carta, copia de la cual tuve el
honor de adjuntar en clave a mi despacho No. 14, he podido leer una
carta de una persona de alto rango quien ha disfrutado de toda confianza
de Bolívar; pero quien ahora le hace oposición a todos sus proyectos…”.
7 de septiembre de 1829: “El drama
político de este país se apresura rápidamente a su desenlace…En carta
recibida la semana pasada y dirigida a un miembro de la Convención,
residente en esta Ciudad, Bolívar propone la presidencia vitalicia…Los
Ministros están muy alegres con sus perspectivas de éxito. Confían en
que no habrá la más ligera conmoción y que este importante cambio se
realizara con la aquiescencia casi completa del pueblo…
Pero su confianza será su ruina. Una mina
ya cargada se halla preparada y estallará sobre ellos dentro de poco.
Obando se encuentra en el campamento de Bolívar seduciendo a sus tropas.
Córdova ha seducido al batallón que está en Popayán y se ha ido al
Cauca y a Antioquia, las cuales están maduras para la revuelta. Una gran
parte de la población de esta ciudad está comprometida en el plan. Se
distribuye dinero entre las tropas, sin que el gobierno tenga todavía
conocimiento de estos movimientos.
Córdova procederá con prudencia. Espérase
que en el curso de octubre o en los primeros días de noviembre
principiará por publicar una proclama dirigida al pueblo”.
Cuando el gobierno de Colombia comenzó a
descubrir a los soterrados autores vinculados a la insubordinación de
Córdova salió a la luz que Torrens, el encargado de negocios de México,
Henderson, Harrison y otras personas particulares, sabían de la rebelión
de Córdova desde antes que estallara; que algunos tenían
correspondencia con él, y concurrían a juntas clandestinas en que se
declamaba fuertemente contra el Libertador y su gobierno.
Las actividades del representante de México en Bogotá eran muy bien acogidas y reproducidas por Poinsett, ministro de Estados Unidos ante el gobierno mexicano. Torrens continuamente enviaba información falsa a su gobierno, señalando entre otras cosas que Bolívar pretendía sojuzgar a México para dominar la América española. A Poinsett esta calumnia le venía como anillo al dedo, pues contribuía con su divulgación a dividir a los pueblos hispanoamericanos.
Al tiempo que sucedía la rebelión de
Córdova, Santander desde el exterior –había sido expulsado de Colombia
a raíz de sus vínculos con el fallido intento de asesinar a Bolívar en
septiembre de 1828- se convertía en el máximo calumniador sobre la
figura de Bolívar. La prensa estadounidense y europea se hacía eco de
dichas difamaciones. Al respecto señaló Bolívar: “crecerán en
superlativo grado las detracciones, las calumnias y todas las furias
contra mí. ¡Que no escribirá ese monstruo y su comparsa en el Norte (de
América), en Europa y en todas partes¡ Me parece que veo ya desatarse
todo el infierno en abominaciones contra mí”.
Culminada la investigación sobre la
conspiración de Córdova el Consejo de Estado de la Gran Colombia ordenó
que los agentes extranjeros que habían tomado parte en ella fueran
expulsados del país. No obstante, Obando atacó a Bolívar por el
asesinato de Córdova y otro tanto hicieron los enemigos del Libertador
en Venezuela y otras partes. El lamentable hecho, amargó a Bolívar,
ordenando que Ruperto Hand, el asesino de Córdova, fuese execrado,
expulsado del ejército y desterrado de Colombia. Al mismo tiempo,
ratificó la amnistía concedida por O Leary a los seguidores del
manipulado general. William Henry Harrison, había llegado a Colombia
como coronel y regresaba a su país como general. Posteriormente sería
presidente de los Estados Unidos.
La documentación de los representantes
del gobierno de Washington revela, salvando pocas excepciones, un odio
visceral hacia Bolívar. “¡La maligna hostilidad de los yanquis hacia el
Libertador es tal –escribió el procónsul inglés en Lima a su secretario
de Estado-, que algunos de ellos llevan animosidad hasta el extremo de
lamentar abiertamente que allí donde ha surgido un segundo César no
hubiera surgido un segundo Bruto¡ Pero, ¿a qué se debía tal
animadversión? El racista ministro de Estados Unidos en España,
Alexander H. Everett, dio en 1827 algunas de las claves: “Difícilmente
podría ser la intención de los Estados Unidos alentar el
establecimiento de un despotismo militar en Colombia y Perú, cuyo primer
movimiento sería establecer un puesto de avanzada en la isla de Cuba.
Si Bolívar realiza su proyecto, será casi completamente con la ayuda de
las clases de color; las que naturalmente, bajo esas circunstancias,
constituirían las dominantes del país. Un déspota militar de talento y
experiencia al frente de un ejército de negros no es ciertamente la
clase de vecinos que naturalmente quisiéramos tener…vacilaría mucho
acerca de si estaría bien insistir por más tiempo sobre el
reconocimiento de la República de Colombia como cosa agradable para los
Estados Unidos”.
Los diplomáticos del gobierno de los
Estados Unidos tildaban a Bolívar de “loco”, “usurpador”, “ambicioso”,
“dictador”, etc, etc. Ironías de la historia, lo mismo han dicho y dicen
en la contemporaneidad de Fidel Castro y Hugo Chávez.
Tildar a Bolívar como un déspota, como un
dictador ambicioso, era una de las bajezas más atroces que podían
llevar a cabo las autoridades norteamericanas contra el hombre que había
declarado su intención de revocar, “desde la esclavitud para abajo,
todos los privilegios”. Ese Bolívar que calificaban de tirano era el
mismo que una y otra vez había rechazado las propuestas que le habían
hecho de coronación. A su amigo Briceño Méndez le había expresado: “Ese
proyecto va a arruinar mi crédito y manchar eternamente mi reputación”.
Asimismo, le había dicho a Santander refiriéndose a las insinuaciones
de Páez dirigidas a que aceptara coronarse: “me ofende más que todas las
injurias de mis enemigos, pues él me supone de una ambición vulgar y de
un alma infame”. Según esos señores –agrega- “nadie puede ser grande
sino a la manera de Alejandro, César y Napoleón. Yo quiero superarlos a
todos en desprendimiento, ya que no puedo igualarlos en hazañas”. Y al
contestarle directamente al general Paéz, rechazando por completo sus
ofrecimientos le expresa que “el título de Libertador es superior a
cuantos ha recibido el orgullo humano y me es imposible degradarlo”. Al
mismo tiempo le envía su proyecto de Constitución, indicándole que sólo
por la soberanía popular y la alternabilidad en el gobierno es como
puede buscarse solución adecuada para los conflictos nacionales
americanos.
A modo de conclusión
Finalmente, contra los propósitos históricos de Bolívar se levantaron las propias clases dirigentes de las distintas comunidades americanas, interesadas en conservar sus privilegios tradicionales. Como consecuencia, se desató un proceso centrípeto que llevó al fracaso de la Gran Colombia, convertida en 1830 en tres estados independientes: Venezuela, Nueva Granada y Ecuador, la división de la Confederación Peruana-Boliviana (1839), y la disolución en cinco repúblicas, -Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica- de las Provincias Unidas del Centro de América (1839-1848). También puede incluirse la desarticulación, entre 1813 y 1828, del antiguo Virreinato del Río de la Plata en otros cuatro países: Argentina, Bolivia, Uruguay y Paraguay, así como la división de la isla de La Española en dos pequeños estados: Haití y República Dominicana, aun cuando en este caso se trataba de dos territorios que habían pertenecido a dos potencias distintas.
El seudonacionalismo que dividió al
continente y aseguró la hegemonía de las minorías criollas que buscaron
la independencia sólo para sustituir a los españoles en sus privilegios,
no ofreció solución valedera a los problemas sociales y políticos que
determinaron el movimiento de emancipación; por el contrario, creó el
clima propicio para que los peores defectos del régimen colonial
pudieran sobrevivir, agravados a partir de ese momento por falsas
esperanzas y engañosos disfraces. Al mismo tiempo, no se pudo despejar
el camino para un desarrollo verdaderamente independiente, en lo que no
sólo influyeron las clases reaccionarias del continente, sino también
las grandes potencias de la época, especialmente la potencia en ascenso
del Norte, interesada en el mayor desmembramiento posible del
hemisferio, para consiguientemente, facilitar su dominación a través de
nuevos mecanismos, tan sofisticados, que no necesitaba clavar
directamente sus banderas en los nuevos estados emanados. Así, ante el
fracaso de los esfuerzos unificadores de Bolívar, el antiguo imperio
español de ultramar se dividió en varias repúblicas, desvinculadas entre
sí, lo que facilitó el proceso recolonizador que no tardó en
convertirlas en simples apéndices de los centros del capitalismo
mundial.
Entre los factores que contribuyeron a
este fatídico proceso, además de las ya analizados, podemos añadirle: la
accidentada geografía de las distintas regiones hispanoamericanas que
hacía incomunicables muchas de sus zonas, las inmensas diferencias
económico-sociales, la falta de voluntades políticas más allá de Bolívar
y de algunos pocos de sus seguidores (entre ellos se destacaron los
generales Andrés de Santa Cruz y Francisco Morazán), la carencia de
complementariedades económicas entre los distintos territorios, y la
ausencia de una burguesía con un proyecto nacional integrador.
La imposibilidad de llevar a vías de
hecho los planes unitarios por los que Bolívar abogaba, y que tenían
como epicentro fundamental la intención de crear una América fuerte y
democrática después de la independencia, capaz de asegurarse una
existencia perdurable en el contexto internacional decimonónico, donde
se movían los insaciables apetitos colonialistas de las potencias de la
época, dejó consecuencias funestas que llegan hasta nuestros días. Pese a
las coincidencias en idioma, orígenes, religión y destinos, los países
hispanoamericanos carecieron durante el todo el siglo XX de un núcleo
común que las ligara y diera fuerza, quedando en cierta manera
escuálidos ante las pretensiones neocolonizadoras del imperialismo
estadounidense.
Estados Unidos logró los objetivos
fundamentales de su política exterior hacia América Latina y el Caribe
en el siglo XIX: su expansión territorial a costa de más del 50% del
territorio mexicano; la posesión de la Florida; hacer permanecer a Cuba y
Puerto Rico en manos de España, en espera de la hora oportuna en que
pudiera adueñarse de ellas; frustrar los propósitos unitarios de Bolívar
y sembrar las discordias y la división entre los países recién
independizados de España para conducirlos a la idea del panamericanismo,
en la cual Estados Unidos tendría absoluto control; y comenzar a
desplazar a Inglaterra del dominio económico de la región. Por supuesto,
todo ello fue posible gracias al apoyo que recibió el gobierno de los
Estados Unidos de los caudillos políticos y militares de la región que
por intereses pigmeos y egoístas se opusieron a los más hermosos anhelos
de independencia, libertad, unidad y progreso de nuestra América.
Los objetivos de dominación política,
económica y cultural de nuestros pueblos por el gobierno de los Estados
Unidos han sobrevivido hasta nuestros días, refinándose los mecanismos
por los cuales estos se ejecutan. Mas si no conocemos cómo
históricamente los Estados Unidos se comportaron ante los procesos
independentistas de nuestros pueblos, así como frente a sus más
elaborados proyectos de unidad, no podemos visualizar en profundidad
cuáles son hoy los objetivos del imperio del Norte y cuán importante
continúan siendo los sueños que defendieron Bolívar, Martí y otros próceres de Nuestra América.
La hora decisiva de la segunda y definitiva independencia ha llegado. O
nos unimos o morimos para siempre. Con los peligros que enfrenta hoy la
humanidad no hay oportunidad para una tercera independencia. Para los
que consideran imposible el triunfo habría que recordarles las palabras
de Bolívar en 1819 cuando señaló: ¡Lo imposible es lo que nosotros
tenemos que hacer, porque de lo posible se encargan los demás todos los
días!
Notas:
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