¿Podría el lector o lectora coger un bolígrafo y garabatear un pene y unos testículos en algún post-it cercano? Y ahora, ¿podría dibujar una vulva, con sus labios mayores y menores y su capucha clitoral? La escritora Mithu M. Sanyal, autora de Vulva, la revelación del sexo invisible, llevó a cabo un experimento similar con un buen número de mujeres, hallando que muy pocas sabían dibujar una vulva reconocible y anatómicamente correcta. Su conclusión: “con la salvedad de las ilustraciones médicas, solo vemos imágenes de la vulva como productos de las industrias del porno y de la higiene”.
La vulva es representada en el imaginario colectivo occidental como una ausencia, un hueco, un agujero, un espacio en blanco: “para la simbolización del sexo de la mujer, el imaginario solo provee una ausencia allí donde en otros casos hay un símbolo muy destacado”, en palabras de Lacan. El clítoris y los labios se tornan invisibles, solo se tiene en cuenta la apertura vaginal considerada como una ausencia. Cuando sí se admite la existencia de la vulva, es tratada por los imbéciles con asco, prevención o rechazo; es ocultada y sumergida por mitos como su supuesta fealdad o mal olor… Grabad estas palabras en piedra: un coño limpio huele de maravilla. Cuando una compañía alemana sacó al mercado un perfume vaginal llamado Vulva, pudieron leerse en la red miles de comentarios infantiles y llenos de aspavientos ridículos… Y ya solo la sugerencia o metáfora de la vulva causa polémica al aparecer en el espacio público, como en este objetivamente nada obsceno cartel del 12º Festival de Cine Erótico de Barcelona.
El laberinto de referencias artísticas, mitológicas y religiosas al coño resulta apasionante y divertido de desentrañar, así que he convencido (no sé cómo) a los responsables de Jot Down para que acojan un artículo vulvar en su seno. Un viaje que empezará con una pregunta a la que durante siglos los filósofos han estado dando vueltas… ¿Qué es un coño?
1. Un coño no es un pene ausente
“Lo
que yo tenía y era bueno al tacto no tenía nombre. Solo los niños
tenían algo afuera, así que yo no podía tener mi clítoris y al mismo
tiempo ser una niña”. Paciente de la psicoanalista Harriet Lerner.
“Lo que yo tenía y era bueno al tacto no tenía nombre. Solo los niños tenían algo afuera, así que yo no podía tener mi clítoris y al mismo tiempo ser una niña”. Paciente de la psicoanalista Harriet Lerner.
En las sociedades occidentales el varón ha sido tradicionalmente la medida de todas las cosas, y por tanto los genitales femeninos han sido patéticamente descritos como variantes subdesarrolladas de los genitales “completos”, los masculinos. El mismísimo Galeno escribió: “Al estar mutilada, la mujer es menos perfecta y completa que el hombre en relación con las partes que asisten a la reproducción”. Alberto Magno asocia la femineidad a problemas durante el embarazo que impiden el desarrollo del pene, de lo que deduce que “la mujer no es en su naturaleza un ser humano, sino un nacimiento fallido”.
Aparentemente incapaz de imaginar una mujer sin algún tipo de falo, el anatomista del siglo XVI Andreas Vesalius representó en De humani corporis fabrica los genitales femeninos como un enorme pene invertido del que la vulva sería el glande. No tiene desperdicio la explicación de Prospero Bergarucci, discípulo de Vesalius, para esta extraña configuración anatómica: “A sabiendas de la inconstancia y soberbia de la mujer, y para contrarrestar así su permanente anhelo de dominio, la naturaleza le dejó las partes sexuales en su interior para que, cada vez que esta piense en su presunta carencia, deba volverse más pacífica, más obediente y finalmente más pudorosa que cualquier otra criatura en el mundo”. Si Dios hubiera querido enseñar humildad al varón le hubiera invertido el escroto, podría deducirse siguiendo ese tren de pensamiento.
Cuando se admite que las mujeres carecen de falo, surge la idea de que les gustaría tenerlo. Según Sigmund Freud, las niñas entre tres y cinco años descubren que no tienen pene y que han sufrido una castración (de nuevo la vulva permanece aparentemente invisible) y adquieren “envidia del pene”, especialmente el del padre; un ansia inconsciente que solo puede verse satisfecha dando a luz un niño como sustituto del falo.
Si los labios de la vulva han permanecido ausentes del imaginario colectivo occidental durante siglos, el pobre clítoris ha llegado a ser tratado directamente como una deformidad. Barbara Walker cuenta una anécdota tristemente significativa en The Woman’s Encyclopedia of Myths and Secrets: “Durante un proceso por brujería en 1593, el esbirro a cargo del examen (un hombre casado), descubrió por primera vez un clítoris y lo identificó como una marca del diablo. Era ‘un pequeño trozo de carne, sobresaliente como una tetilla, de media pulgada de largo, escondido en un lugar muy secreto que era indecoroso mirar’. (…) Mostró la cosa a varios espectadores, que no habían visto jamás algo así”.
Aunque casi sería mejor esta ignorancia que un reconocimiento que desemboque en prácticas como la ablación del clítoris y/o de parte de los labios de la vulva, animalada que persigue eliminar “las partes masculinas” de los genitales femeninos (es decir, dejar solo el agujero penetrable y eliminar lo que no se comprende) y limitar el acceso de la mujer al placer sexual para aumentar su docilidad. Y a quien le parezca algo exclusivo de culturas exóticas, que se fije en esta frase algo repulsiva de Freud: “cuando una mujer llega a la edad adulta y entra en la femineidad, el clítoris debería ceder su sensibilidad e importancia, parcial o completamente, a la vagina”. Lo que no sea un túnel, una vaina, un receptáculo para el pene del varón, sencillamente no debe existir o debe ser secundario. Muchos ven en este rechazo hacia la vulva el origen de bastantes labiaplastias, intervenciones de cirugía estética en que mujeres avergonzadas de sus labios vaginales los remodelan o mutilan para reducirlos.
Ya paro, que me indigno. En cualquier caso, lo primero que debe hacerse para revertir el proceso de invisibilización de algo es nombrarlo con precisión. Pero, ¿cómo podemos llamar a la rosa?
2. El nombre de la rosa
“Los maridos debieran seguir un curso
por correspondencia
si no se atreven a hacerlo personalmente
sobre los órganos genitales de la mujer
hay una gran ignorancia al respecto
quién podría decirme por ejemplo
qué diferencia hay entre vulva y vagina
sin embargo se consideran con derecho
a casarse
como si fueran expertos en la materia”
Nicanor Parra, Sermones y prédicas del Cristo de Elqui
En textos médicos antiguos se usa la palabra vulva para referirse indistintamente a los labios, la vagina, el útero o todo junto: lo triste es que duren imprecisiones similares siglos más tarde. Resulta sorprendente la extendida confusión entre vagina (el tubo interno de membrana mucosa) y vulva (los genitales externos). En la famosa obra teatral Monólogos de la vagina se usan indistintamente ambos términos, lo que llevó a la psicoanalista Harriet Lerner a lamentarse: “¿Existe una repentina amnesia feminista en relación con la diferencia entre la vulva y la vagina? (…) Dudo que los hombres toleraran una supuesta celebración de su sexualidad en que se confundiesen los testículos con el pene”.
En 1980 Lerner fundó el Club Vulva con el objetivo de prevenir las consecuencias de este tipo de confusiones. Lerner pone el ejemplo de un texto de educación sexual de los setenta en que, si bien los genitales masculinos se describen detalladamente, se omite cualquier referencia a los labios o al clítoris, mencionándose solamente “apertura vaginal, vello púbico, ovarios y útero”. Los genitales quedan reducidos a las partes involucradas en la reproducción y el agujero en que el hombre envaina su espada.
La palabra vulva (“envoltura”), del latín volvere, no está teniendo demasiado éxito a pesar de ser mi favorita particular, junto a la más imprecisa “coño”. Muchos consideran “vulva” un término médico o técnico, cuando no lo es más que pene o testículo; otros se limitan a hacer chistes diciendo que vulva suena a marca de coches sueca. Sin embargo vulva es una palabra preciosa: su V repetida remite al triángulo genital, al vello púbico y a V de Vendetta. Bueno, esto último quizás no. Pero en cualquier caso es mejor que las alternativas…
Y es que muchos nombres para el genital femenino van asociados a la vergüenza o la ocultación, ya desde el sinus pudoris (cueva de la vergüenza) o el inhonesta usados por Isidoro de Sevilla. En alemán los labios mayores y menores son Schamlippen, literalmente “labios de la vergüenza”, y el triángulo público es el Schamdreieck, “triángulo de la vergüenza”. Eso cuando se utiliza un nombre cualquiera y no se ocultan los genitales femeninos como “las partes” o el “allí abajo” que recuerda Gloria Steinem: “‘Allí abajo’, esas eran las palabras —pronunciadas raras veces y en voz baja— con que las mujeres de mi familia llamaban a los órganos sexuales femeninos, tanto internos como externos”.
Ante estas alternativas, en este artículo reivindicaré tres palabras: “vulva”, “coño” y “yoni”, nombre sánscrito que, como veremos más adelante, tiene implicaciones tántricas y religiosas.
En la Yoniversity puede encontrarse un recopilatorio de nombres de la rosa en varios idiomas. Es un mito que los esquimales utilicen cien palabras para designar a la nieve (son más bien diez o doce), pero sí existen 27 nombres árabes llenos de matices para los genitales femeninos. En el manual erótico del siglo XVI The Perfumed Garden se recogen desde el genérico el feurdj (“abertura, valle”) hasta los muy específicos el deukakk (“aplastador”) para referirse al yoni capaz de apretar y comprimir el pene durante el coito, el harr (“cálido”) para el que emite un intenso calor propio, o el hacene (“hermosa”) para la vulva de una simetría y belleza tales que hace imposible dejar de mirarla fijamente.
Lo que nos lleva a una pregunta desasosegante: si mirar fijamente el Sol puede dejarte ciego… ¿puede resultar peligroso mirar directamente un coño?
por correspondencia
si no se atreven a hacerlo personalmente
sobre los órganos genitales de la mujer
hay una gran ignorancia al respecto
quién podría decirme por ejemplo
qué diferencia hay entre vulva y vagina
sin embargo se consideran con derecho
a casarse
como si fueran expertos en la materia”
Nicanor Parra, Sermones y prédicas del Cristo de Elqui
En textos médicos antiguos se usa la palabra vulva para referirse indistintamente a los labios, la vagina, el útero o todo junto: lo triste es que duren imprecisiones similares siglos más tarde. Resulta sorprendente la extendida confusión entre vagina (el tubo interno de membrana mucosa) y vulva (los genitales externos). En la famosa obra teatral Monólogos de la vagina se usan indistintamente ambos términos, lo que llevó a la psicoanalista Harriet Lerner a lamentarse: “¿Existe una repentina amnesia feminista en relación con la diferencia entre la vulva y la vagina? (…) Dudo que los hombres toleraran una supuesta celebración de su sexualidad en que se confundiesen los testículos con el pene”.
En 1980 Lerner fundó el Club Vulva con el objetivo de prevenir las consecuencias de este tipo de confusiones. Lerner pone el ejemplo de un texto de educación sexual de los setenta en que, si bien los genitales masculinos se describen detalladamente, se omite cualquier referencia a los labios o al clítoris, mencionándose solamente “apertura vaginal, vello púbico, ovarios y útero”. Los genitales quedan reducidos a las partes involucradas en la reproducción y el agujero en que el hombre envaina su espada.
La palabra vulva (“envoltura”), del latín volvere, no está teniendo demasiado éxito a pesar de ser mi favorita particular, junto a la más imprecisa “coño”. Muchos consideran “vulva” un término médico o técnico, cuando no lo es más que pene o testículo; otros se limitan a hacer chistes diciendo que vulva suena a marca de coches sueca. Sin embargo vulva es una palabra preciosa: su V repetida remite al triángulo genital, al vello púbico y a V de Vendetta. Bueno, esto último quizás no. Pero en cualquier caso es mejor que las alternativas…
Y es que muchos nombres para el genital femenino van asociados a la vergüenza o la ocultación, ya desde el sinus pudoris (cueva de la vergüenza) o el inhonesta usados por Isidoro de Sevilla. En alemán los labios mayores y menores son Schamlippen, literalmente “labios de la vergüenza”, y el triángulo público es el Schamdreieck, “triángulo de la vergüenza”. Eso cuando se utiliza un nombre cualquiera y no se ocultan los genitales femeninos como “las partes” o el “allí abajo” que recuerda Gloria Steinem: “‘Allí abajo’, esas eran las palabras —pronunciadas raras veces y en voz baja— con que las mujeres de mi familia llamaban a los órganos sexuales femeninos, tanto internos como externos”.
Ante estas alternativas, en este artículo reivindicaré tres palabras: “vulva”, “coño” y “yoni”, nombre sánscrito que, como veremos más adelante, tiene implicaciones tántricas y religiosas.
En la Yoniversity puede encontrarse un recopilatorio de nombres de la rosa en varios idiomas. Es un mito que los esquimales utilicen cien palabras para designar a la nieve (son más bien diez o doce), pero sí existen 27 nombres árabes llenos de matices para los genitales femeninos. En el manual erótico del siglo XVI The Perfumed Garden se recogen desde el genérico el feurdj (“abertura, valle”) hasta los muy específicos el deukakk (“aplastador”) para referirse al yoni capaz de apretar y comprimir el pene durante el coito, el harr (“cálido”) para el que emite un intenso calor propio, o el hacene (“hermosa”) para la vulva de una simetría y belleza tales que hace imposible dejar de mirarla fijamente.
Lo que nos lleva a una pregunta desasosegante: si mirar fijamente el Sol puede dejarte ciego… ¿puede resultar peligroso mirar directamente un coño?
3. En las fauces de la vagina dentata
“¿Tan misterioso es esto? ¡Es mi vagina, no la esfinge!” Miranda, en Sexo en Nueva York
“¿Tan misterioso es esto? ¡Es mi vagina, no la esfinge!” Miranda, en Sexo en Nueva York
4. La adoración del yoni
“Eduquemos
a una generación sin chistes de babosas y pescados, con respeto por los
ciclos mensuales femeninos en lugar de asco, vergüenza y dogmas
religiosos. Regalémonos más imaginería genital femenina en mitos, arte,
joyería, libros…” Kirsten Aderberg
“Eduquemos a una generación sin chistes de babosas y pescados, con respeto por los ciclos mensuales femeninos en lugar de asco, vergüenza y dogmas religiosos. Regalémonos más imaginería genital femenina en mitos, arte, joyería, libros…” Kirsten Aderberg
Todo el arte de la humanidad empezó con el dibujo de un coño. Durante unas excavaciones recientes en la cueva francesa de Abri Castanet se encontraron diseños vulvares grabados en la pared de roca hace 37.000 años: el arte rupestre más antiguo del mundo. Estos grabados, junto a otros similares hallados en las cuevas de Fontainebleau o la aparición de estatuillas de Venus como la de Willendorf o la de Hohle Fels, con la vulva muy acentuada, han sido interpretados como elementos de rituales de fertilidad y adoración de Diosas Madre primitivas.
Para encontrar hoy en día vulvas grabadas en las paredes no tenemos que irnos muy lejos: el escultor británico Jamie McCartney ha sacado recientemente 400 moldes de yeso de otras tantas vulvas, pertenecientes a mujeres de entre 18 a 76 años, y las ha expuesto en diez enormes paneles que forman un muro de nueve metros de largo, bautizado con cierta rechifla como Great Wall of Vagina (en realidad son vulvas y no vaginas, pero la precisión le fastidiaba el chiste). Esta exposición itinerante se presenta como un muestrario de vulvas, una celebración de su enorme variedad y de su belleza intrínseca. Un proyecto a priori cautivador pero no carente de críticas: la frialdad blanca del yeso no parece combinar con la carnosa suavidad rosada de las vulvas originales.
Entre los grabados paleolíticos y las esculturas de McCartney tenemos unos cuantos siglos de expresiones artísticas de los genitales femeninos que me gustaría al menos mencionar. Rastrear falos resulta sencillo en el arte occidental, pero no ocurre lo mismo con las representaciones explícitas de vulvas más allá de algún fresco pompeyano o algún estudio anatómico-forense de Leonardo Da Vinci. Un motivo recurrente a partir de la época clásica es la venere pudica (de pudere, “avergonzarse”): la diosa tapándose pechos y vulva con las manos, avergonzada de su desnudez, como en la Afrodita de Praxíteles o El nacimiento de Venus de Botticelli.
Dado que el genital femenino se oculta y escamotea, se redescubren constantemente otros símbolos: copas, triángulos, rosas u otras plantas como las flores genitales de Araki o Georgia O’Keefe, espirales, entradas de cuevas, laberintos (imagino a Borges sobresaltándose), valles… y corazones. Dice Gloria Steinem: “La forma que llamamos ‘corazón’ —que en su simetría se parece mucho más a la vulva que al órgano asimétrico cuyo nombre lleva— es probablemente un símbolo remanente del genital femenino. Siglos de dominación masculina lo han despojado de su poder y reducido al romanticismo”. La Goulue, bailarina de cancan que aparece en varios cuadros de Toulouse-Lautrec, llevaba un corazón rojo bordado en su ropa interior, y lo descubría obscena y juguetonamente al levantar las piernas durante el baile. Esta identificación entre corazón y vulva está presente en todo tipo de iconografía moderna.
Para pasar de los símbolos a la representación explícita del coño en la pintura occidental tenemos que desplazarnos a 1866, año en que Gustave Courbet pintó por encargo El Origen del Mundo. Esta vulva en primer plano y encuadre forzado a la que no se puede asociar un rostro (lo que crea a la vez intriga y sensación de universalidad) lleva más de un siglo dejando un rastro de censuras, escándalos y polémicas, la última tan reciente como octubre de 2011, en Facebook.
Tanto pudor europeo contrasta con el despreocupado arte tradicional japonés, en particular con los shunga o “dibujos de primavera”, grabados abiertamente pornográficos producidos en su mayoría entre los siglos XVII y XIX. Muchos artistas dibujaron shunga sin que fuera visto como una deshonra o una vergüenza, entre ellos el mismísimo Hokusai con imágenes tan potentes como esta. Tanto el pene como la vulva eran representados de forma explícita, exagerada y anatómicamente clara.
Dado que el genital femenino se oculta y escamotea, se redescubren constantemente otros símbolos: copas, triángulos, rosas u otras plantas como las flores genitales de Araki o Georgia O’Keefe, espirales, entradas de cuevas, laberintos (imagino a Borges sobresaltándose), valles… y corazones. Dice Gloria Steinem: “La forma que llamamos ‘corazón’ —que en su simetría se parece mucho más a la vulva que al órgano asimétrico cuyo nombre lleva— es probablemente un símbolo remanente del genital femenino. Siglos de dominación masculina lo han despojado de su poder y reducido al romanticismo”. La Goulue, bailarina de cancan que aparece en varios cuadros de Toulouse-Lautrec, llevaba un corazón rojo bordado en su ropa interior, y lo descubría obscena y juguetonamente al levantar las piernas durante el baile. Esta identificación entre corazón y vulva está presente en todo tipo de iconografía moderna.
Para pasar de los símbolos a la representación explícita del coño en la pintura occidental tenemos que desplazarnos a 1866, año en que Gustave Courbet pintó por encargo El Origen del Mundo. Esta vulva en primer plano y encuadre forzado a la que no se puede asociar un rostro (lo que crea a la vez intriga y sensación de universalidad) lleva más de un siglo dejando un rastro de censuras, escándalos y polémicas, la última tan reciente como octubre de 2011, en Facebook.
Tanto pudor europeo contrasta con el despreocupado arte tradicional japonés, en particular con los shunga o “dibujos de primavera”, grabados abiertamente pornográficos producidos en su mayoría entre los siglos XVII y XIX. Muchos artistas dibujaron shunga sin que fuera visto como una deshonra o una vergüenza, entre ellos el mismísimo Hokusai con imágenes tan potentes como esta. Tanto el pene como la vulva eran representados de forma explícita, exagerada y anatómicamente clara.
En occidente hubo que esperar a los siglos XIX y XX y a Klimt, Picasso o Schiele (o a fotógrafos como Helmut Newton o Robert Mapplethorpe) para encontrar representaciones más o menos explícitas de genitales femeninos. Por supuesto, podemos encontrar ejemplos de representaciones vulvares en el arte moderno: del amor lésbico de Suzanne Bellivet a la claridad de Álvaro Pemper o el hiperrealismo de John Currin. Taschen editó el libro de fotografía definitivo para fanáticos del coño como yo: The big book of pussy, con más de 400 imágenes de vulvas de todas las formas, colores y tamaños. Una de las fotógrafas incluidas en el recopilatorio, Frannie Adams, es autora de obras tan vulvófilas como Pussy Portraits, una serie de fotos de coños retratados junto a las caras de sus dueñas.
En el terreno de la performance y las artes plásticas alternativas una generación de artistas rompió el tabú de la vulva sobre el escenario. Una de estas pioneras fue Shigeo Kubota, que pintó cuadros en 1965 usando sangre menstrual y su vagina como soporte para el pincel. Diez años más tarde, Carolee Schneemann en Interior Scroll se desnudó sobre el escenario y extrajo de su vagina un larguísimo rollo de papel del que leería uno de sus incendiarios poemas… Una estrategia de poesía genital que seguirían años más tarde, fisting mediante, artistas como Diana Torres, pornoterrorista. Por su parte, Judy Chicago revolucionaría en los setenta el arte abstracto con sus formas vulvares y su instalación The Dinner Party, homenaje a 39 mujeres importantes de la historia.
Llega un punto en que arte plástico, feminismo, performance y divulgación vulvar se unen de la mano: Annie Sprinkle y su ginecología casera de espéculo y autodescubrimiento, Marina Abramovic y su descacharrante repaso a la sexualidad balcánica, el documental Viva la vulva en que Betty Dodson discute con un grupo de mujeres la apariencia de sus vulvas y cómo estimularlas… Y estaría tentado de añadir a Maude Lebowski y su pintura vaginal aérea si no fuera un personaje de ficción.
Termino el recorrido con un par de recomendaciones para quien quiera leer más: el imprescindible ensayo Vulva, la revelación del sexo invisible de Mithu. M. Sanyal, y el libro Vulva Empowerment: vulvas in History, Art, Mithology and Society, de Kirsten Anderberg. También es interesante y poético este artículo de Rodrigo Martínez Andrade La vulva como metáfora, afortunado título que me sugiere la palabra vulváfora. Y, en otro estilo, tengo que recomendar Coños, de Juan Manuel de Prada, como mirada masculina y coñona (nunca mejor dicho) al mundo de la vulva. Un libro salvaje y divertidísimo que nunca entenderé cómo ha podido surgir de la misma persona que ahora sostiene que la pornografía va matando el alma.
Y ya que sale el tema de la mirada masculina: soy un hombre que acaba de escribir sobre coños, pero no pretendo ser uno de esos irritantes perdonavidas que, en palabras de Gloria Steinem, “pretenden saber más del cuerpo de las mujeres que las mujeres mismas”. Lanzo pues al aire dos peticiones a las mujeres lectoras de este artículo: complementad la información parcial que aquí aparece y, sobre todo, animaos a escribir, en justa reciprocidad, un artículo sobre penes, varitas mágicas, bastos, pollas, obeliscos, herramientas, falos…
En el terreno de la performance y las artes plásticas alternativas una generación de artistas rompió el tabú de la vulva sobre el escenario. Una de estas pioneras fue Shigeo Kubota, que pintó cuadros en 1965 usando sangre menstrual y su vagina como soporte para el pincel. Diez años más tarde, Carolee Schneemann en Interior Scroll se desnudó sobre el escenario y extrajo de su vagina un larguísimo rollo de papel del que leería uno de sus incendiarios poemas… Una estrategia de poesía genital que seguirían años más tarde, fisting mediante, artistas como Diana Torres, pornoterrorista. Por su parte, Judy Chicago revolucionaría en los setenta el arte abstracto con sus formas vulvares y su instalación The Dinner Party, homenaje a 39 mujeres importantes de la historia.
Llega un punto en que arte plástico, feminismo, performance y divulgación vulvar se unen de la mano: Annie Sprinkle y su ginecología casera de espéculo y autodescubrimiento, Marina Abramovic y su descacharrante repaso a la sexualidad balcánica, el documental Viva la vulva en que Betty Dodson discute con un grupo de mujeres la apariencia de sus vulvas y cómo estimularlas… Y estaría tentado de añadir a Maude Lebowski y su pintura vaginal aérea si no fuera un personaje de ficción.
Termino el recorrido con un par de recomendaciones para quien quiera leer más: el imprescindible ensayo Vulva, la revelación del sexo invisible de Mithu. M. Sanyal, y el libro Vulva Empowerment: vulvas in History, Art, Mithology and Society, de Kirsten Anderberg. También es interesante y poético este artículo de Rodrigo Martínez Andrade La vulva como metáfora, afortunado título que me sugiere la palabra vulváfora. Y, en otro estilo, tengo que recomendar Coños, de Juan Manuel de Prada, como mirada masculina y coñona (nunca mejor dicho) al mundo de la vulva. Un libro salvaje y divertidísimo que nunca entenderé cómo ha podido surgir de la misma persona que ahora sostiene que la pornografía va matando el alma.
Y ya que sale el tema de la mirada masculina: soy un hombre que acaba de escribir sobre coños, pero no pretendo ser uno de esos irritantes perdonavidas que, en palabras de Gloria Steinem, “pretenden saber más del cuerpo de las mujeres que las mujeres mismas”. Lanzo pues al aire dos peticiones a las mujeres lectoras de este artículo: complementad la información parcial que aquí aparece y, sobre todo, animaos a escribir, en justa reciprocidad, un artículo sobre penes, varitas mágicas, bastos, pollas, obeliscos, herramientas, falos…
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