Lafitte Fernández - Diario1
Desde dos hangares del aeropuerto de Ilopango se
transportaron gigantescas cantidades de cocaína hasta Estados Unidos, a
mediados de la década de los ochenta. La CIA se convirtió, aquí, en el
mayor narcotraficante del continente. Luis Posada Carriles, un cubano
que ayudó a capturar en Bolivia al “Che” Guevara, y su amigo nazi Klaus
Barbie, participaron en esa demencial operación. Esta es la historia de
lo que sucedió.
A “Cele”–como le llaman a ese descendiente de mexicanos que quería seguir el camino “derecho”, como le juró a su padre–le salieron las palabras con toda la rabia que mantenía en su alma. Sabía que tenía razones para decirle eso, en San Salvador, al hombre de la CIA.
Celestino era un agente de la Agencia Antidrogas de los Estados Unidos (DEA). Se había jugado la vida combatiendo narcotraficantes de las mafias italianas en Nueva York, o a capos colombianos o peruanos en América del Sur.
Pocas semanas atrás le habían ordenado vigilar y desarmar las actuaciones de posibles narcos que estarían operando desde el aeropuerto de Ilopango.
Esta vez, sin embargo, no podía justificar ni explicarse lo que pasaba. Ahora se topaba, en El Salvador, no solo con una operación encubierta de la CIA, sino con algo que jamás esperaba: tráfico de drogas hacia Estados Unidos.
Celestino, un ex combatiente de la guerra de Vietnam, sabía, porque tenía las pruebas en sus manos de que, desde ese aeropuerto salvadoreño, se reexportaban gigantescas cantidades de cocaína que venían desde América del Sur y se enviaban hacia Estados Unidos.
Pero lo insólito es que, esta vez, no eran narcotraficantes colombianos, peruanos o italianos los que enviaban la cocaína desde aquí. Eran militares estadounidenses y salvadoreños, mezclados con ex funcionarios de la CIA, exiliados anticastristas y rabiosos anticomunistas metidos en una riesgosa operación. ¡Estados Unidos se había convertido en el mayor traficante de drogas del mundo!
Eso era posible porque El Salvador se había convertido, a mediados de los años ochenta, en la cuna de un inédito e inescrupuloso plan cuando la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos comenzaron a traficar drogas desde aquí, para comprar armas y financiar la lucha contra Daniel Ortega.
Los personajes involucrados por los Estados Unidos en esa iniciativa eran estelares: Oliver North, quien acabó atado a un escándalo mundial; Luis Posaba Carriles, un anticastrista con extensos tentáculos en El Salvador y Félix Rodríguez, un cubano colaborador de la CIA, quien años antes contribuyó con la captura del “Che” Guevara en Bolivia.
En el proyecto se involucraron pilotos salvadoreños, otros aviadores mercenarios de los Estados Unidos y el ex jefe de la Fuerza Aérea de El Salvador (FAS), José Rafael Bustillo.
En 1986, el gobierno del ex mandatario Ronald Reagan ideó ese plan cuando los legisladores estadounidenses le cortaron la ayuda a los contras nicaragüenses. Entonces, comenzó a andar, en El Salvador, una serie de terroríficas acciones que pocos podían imaginar.
Descubrió el plan
Celestino Castillo era, en 1986, un experimentado agente de la DEA. Lo enviaron a El Salvador a investigar sobre varios hangares del aeropuerto de Ilopango desde donde se transportaban drogas hacia Estados Unidos.
Capister, uno de los hombres más importantes de la CIA en Centroamérica en ese tiempo –dirigía la guerra sucia contra las guerrillas en Guatemala y El Salvador– escuchó lo que Celestino le dijo. Entendió que la DEA le decía a la CIA que se arrepentirían de lo que hacían con la droga. Por eso Capister le respondió:
–Cele, esto es lo que hemos estado haciendo toda la vida. Esto es para ayudar a combatir el comunismo en Nicaragua y aquí, en El Salvador. O ellos ganan, o ganamos nosotros. La verdad es que nadie va a hacer nada por nosotros. Somos lo que somos, Cele.
Aquella conversación era producto de una verdadera ironía: Celestino debía luchar por evitar que la cocaína llegara a Estados Unidos. Llevaba doce años trabajando en eso desde que contribuyó a capturar un cargamento de heroína valorado en $100 millones, propiedad de una poderosa mafia italiana radicada en Nueva York.
Capister era un temido agente de la CIA que pasaba la mayor parte de su tiempo en San Salvador, entrenando a los exterminadores de los guerrilleros del FMLN. Hay quienes juran y le atribuyen el nacimiento de los acusados escuadrones de la muerte en El Salvador.
El inicio de todo
En marzo de 1986, la oficina de la DEA en San José envió un cable a sus colegas de Guatemala en el que les decía:
“Preguntar a la policía salvadoreña si investigan a Carlos Amador y a cualquier persona o empresa asociada con el hangar número cuatro del aeropuerto internacional de San Salvador”.
En la sede de la DEA en Costa Rica algo inquietaba a todos, sobre todo a Roberto Nieves, un portorriqueño de piel cobriza que jefeaba esa oficina.
Carlos Amador era un piloto nicaragüense profundamente comprometido con las luchas de los contras que querían derrocar a Daniel Ortega en Nicaragua.
El aviador estaba, en ese tiempo, vinculado con una operación encubierta para llevar armas a los opositores nicaragüenses. El presidente estadounidense en esa época, Ronald Reagan, era el más interesado en ese tráfico de armas.
La solicitud de investigar a Amador, en El Salvador, la recibió Robert Stia, jefe de la DEA en Guatemala, donde trabajó desde 1985 hasta 1991.
Stia decidió, entonces, enviar a Celestino Castillo a El Salvador a investigar lo que pasaba en el aeropuerto de Ilopango. De muchas maneras, ya había recibido varios informes en el sentido de que, desde dicho aeropuerto, se estaría traficando cocaína hasta Estados Unidos.
Por todo eso es que, cuando Celestino Castillo llegó a investigar lo que pasaba en el mencionado aeródromo, lo primero que hizo fue contratar un informante que se moviera, de puntillas, en ese lugar.
El hombre, cuya identidad protegemos, comenzó entonces a registrar todos los nombres de los pilotos y las matrículas de los aviones que partían desde los hangares 4 y 5 de Ilopango que, probadamente, controlaba la CIA.
Poco a poco contaron los pilotos: eran trece los aviadores y todos sus nombres estaban incorporados como colaboradores de mafias de narcotraficantes de aquella época. Eso lo comprobó Castillo cuando contrarrestó todos esos nombres en su base de datos. “La mayoría estaban documentados, en los archivos de la DEA, como traficantes”, escribió en su diario.
Amador, el piloto nicaragüense, era sólo uno de ellos. Floyd Carlton era otro. Y Carlton Cáceres era nada más y nada menos que el piloto de mayor confianza del ex dictador panameño Manuel Antonio Noriega.
Sin duda, la historia registra a Carlton como un piloto narco que tenía capacidad para viajar a Colombia a hablar con traficantes de altísimo calibre, como los hermanos Ochoa o Rodríguez.
Noriega era, posiblemente, uno de los facilitadores y proveedores de la cocaína que pasó por Ilopango, aunque no era el principal abastecedor.
El problema de Celestino Castillo, el agente de la DEA que descubrió lo que pasaba en el aeropuerto de Ilopango, fue que le dijeron, cuando descubrió a Carlton en los hangares del aeropuerto, que solo era un mecánico de los aviones que transportaban armas (jamás dijeron que también movían drogas).
Lo que ocurría en Ilopango no sólo era una operación de la CIA. Ahí ocurrían hechos tan descarados como el protagonizado por el cónsul general de Estados Unidos en El Salvador, Robert Chávez, en 1986. Este le advirtió a Celestino Castillo que un agente de la CIA, George Witters, estaba solicitando una visa de EE.UU. para un “narcotraficante nicaragüense” y piloto Contra llamado Carlos Alberto Amador.
Esto sucedía a pesar de que Amador era mencionado en seis archivos de la DEA.
¿La visa era para que piloteara un avión hacia Estados Unidos cargado de droga? Posiblemente sí.
Involucrado
Un informe oficial del gobierno de los Estados Unidos, hecho público hace pocos años, dice que en los propios archivos de la CIA se mencionaba que el piloto Amador estaba involucrado en tráfico de drogas.
La estación de la CIA en San José, Costa Rica, lo calificaba como un posible traficante de drogas.
Pero el informe más fuerte –movilizó, incluso, a Celestino Castillo a revisar el papel de Amador en Ilopango– fue el que realizó el 27 de agosto de 1985 el jefe de la DEA en Costa Rica, Sandalio González. Este comunicó a dicha organización que un informante muy creíble le dijo que Amador estaba planeando dos aviones desde Miami hasta Colombia, como parte de una operación de drogas.
Otro documento de la propia CIA repetía, en abril de 1986, que “las fuentes sospechan que Amador está involucrado en narcotráfico”. La DEA también pensaba lo mismo en esa época.
Después ocultarían todo eso.
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