¿Por qué tenemos tanta desigualdad económica y
social? Está por aparecer el libro del conocido catedrático español
Antonio Acosta sobre los orígenes de la burguesía de El Salvador. "La
Hacienda salvadoreña salvaguardaba los intereses de la minoría dominante
utilizando para la recaudación fiscal casi exclusivamente impuestos
indirectos", nos dice Acosta. "Los miembros de la oligarquía que
ocupaban la Asamblea Nacional nunca aprobaron leyes que gravaran sus
rentas ni sus patrimonios".
Antonio Acosta *
elfaro.net / Publicado el 9 de Diciembre de 2013
Estampa en la prensa francesa con escena con miembros del gobierno salvadoreño para ilustrar la noticia del terremoto en San Salvador de 1873. |
En las próximas semanas el Taller de Estudios e Investigaciones Andino-Amazónicos, de la Universidad de Barcelona, y el Instituto de Estudios sobre América Latina, de la Universidad de Sevilla, publicarán el libro Los orígenes de la burguesía de El Salvador. El control sobre el café y el Estado. 1848-1890. Se trata de la primera parte de un trabajo que se proyectará hasta 1910 aproximadamente, es decir, un período sobre el que diversos y destacados autores que ya han aclarado muchos de los problemas que El Salvador vivió.
A partir de sus contribuciones, en este libro pretendo mostrar algunos de los mecanismos que utilizaron ciertos sectores de la sociedad salvadoreña en la segunda mitad del siglo XIX para alcanzar, reproducir y ampliar su poder económico y político no sólo, pero principalmente, sobre la base del negocio del café especialmente desde la década de 1870. De forma combinada, propietarios cafetaleros y grandes comerciantes que desempeñaban también otras funciones en la estructura económica del país, fueron ocupando espacios estratégicos en el aparato del Estado, que estaba en proceso de construcción, hasta hacerse prácticamente con el control de lo que se podría considerar su núcleo. Se desarrolló así un auténtico sistema de dominación que se produjo gradualmente en el tiempo y se desplegó en varios planos articulados, a modo de engranaje. Este libro no aspira a tratar este proceso de forma exhaustiva, pero sí a mostrar, al menos, algunas pruebas de que esto sucedió de así.
La investigación aborda en primer lugar el plano político e institucional, tomando en cuenta decisiones que los grupos oligárquicos fueron tomando, tanto desde el poder ejecutivo como desde la Asamblea Nacional, en aspectos clave para la construcción del Estado como, por ejemplo, el desarrollo del aparato judicial, entre otros. Estas decisiones se analizan a la luz de otras posiciones que los mismos elementos de la oligarquía, u otros asociados a ellos, iban adoptando en diversos ámbitos de acuerdo a sus intereses económicos, como el comercio exterior, el crédito o la agricultura, por ejemplo.
Controlando el gobierno y la elaboración de las leyes, recurriendo a la violencia cuando era necesario, manteniendo los precios de los medios de producción, sobre todo, tierra y trabajo, a niveles muy bajos y disfrutando de un tratamiento fiscal privilegiado que ellos mismos diseñaban, las minorías gozaban de todas las ventajas para ejercer su dominio económico y social.
El siguiente terreno que se analiza es de la moneda y el crédito, un espacio clave en el funcionamiento de la economía del país, desde los grandes negocios hasta la vida cotidiana de los sectores más humildes de la población. Aquí se estudian algunos de los problemas derivados de la heterogeneidad monetaria de El Salvador, la reiterada frustración y los posibles motivos de que no se llegara a crear una Casa de la Moneda en estos años. De igual modo se aborda la diversidad de tipos de créditos existentes así como las tasas de interés de los mismos y las negociaciones que se realizaron para la creación de un banco en el país, frustradas también hasta la década de 1880. A partir de entonces, se constituyeron no solo bancos, sino una variedad de otras instituciones de crédito de menor envergadura relacionadas con la crisis económica que vivió la mayoría de la sociedad –no la fracción más pujante de la oligarquía- en dicha década.
Una atención especial se dedica al café, desde sus orígenes y pasando por la segunda mitad de la década de 1870, cuando se convirtió en el principal producto de exportación en términos de valor en el mercado. En 1876 tanto el presidente Rafael Zaldívar como todos sus ministros tenían intereses en el café, bien como prestamistas o como productores, así como miembros relevantes de la Asamblea Nacional y la judicatura obre todo en occidente, una realidad que continuó siendo así en el futuro. Desde dicha década, al menos, formaban parte de la oligarquía cafetalera apellidos que se mantuvieron como grandes fortunas hasta la segunda mitad del siglo XX, como Álvarez, Belismelis, Lemus, Sol, Meza, etc. Aunque sectores de la población no cultivaran ni trabajaran como mano de obra en el café, la política y la economía salvadoreñas estaban dirigidas en buena medida por los intereses cafetaleros y el país no se podía entender sin el cultivo. En él las relaciones de producción también eran ventajosísimas para la oligarquía, con salarios que se mantuvieron durante décadas en torno a 2 reales el jornal, seis días a la semana y no durante todo el año, salvo en la época de corta del café, y tasas de interés en las habilitaciones, o compra de café a futuro, que oscilaban frecuentemente entre 100% y 200% anual. Las tasas de ganancia de los medianos y grandes cafetaleros, que se ampliaron al controlar el beneficio, eran así muy altas.
Un ámbito clave a lo largo de la historia en cualquier tipo de Estado ha sido la Hacienda. Y en El Salvador, como en otros países de América Latina, también lo fue. La Hacienda salvadoreña salvaguardaba los intereses de la minoría dominante utilizando para la recaudación fiscal casi exclusivamente impuestos indirectos. Los miembros de la oligarquía que ocupaban la Asamblea Nacional nunca aprobaron leyes que gravaran sus rentas ni sus patrimonios. Lógicamente la Hacienda vivía en un estado de permanente déficit, por lo que debía recurrir a la deuda pública, bien externa –saldada casi en su totalidad por el gobierno de Gerardo Barrios-, o bien interna, con lo que se producía la perversión fiscal de que quienes no pagaban impuestos directos, le prestaban al Estado –gestionado por ellos mismos- y cobraban de él intereses por sus préstamos. En la década de 1880 la política expansiva de R. Zaldívar y la mala gestión de Francisco Menéndez llevó a la Hacienda a tal situación que el Estado debió recurrir nuevamente a la deuda externa.
Si, como se ha escrito, lo sucedido en 1932 fue la base de lo que ocurrió en la segunda mitad del siglo XX, la evolución de fines del siglo XIX supuso el inicio de una nueva desigualdad social y territorial en el país que condujo a 1932.
* El Dr. Antonio Acosta es Catedrático de Historia de América de la Universidad de Sevilla y autor de numerosos libros y artículos de historia de América Latina y varios trabajos sobre historia de El Salvador.
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