Notas a propósito del artículo de E.
Gudynas, “La izquierda y el progresismo: la gran diferencia”
El texto de Gudynas intenta poner en blanco y negro los cambios
políticos que vienen teniendo lugar en territorios de Nuestra América. En ese
sentido, al iniciar el artículo afirma: “Uno de los mayores cambios políticos
vividos en América Latina en los últimos veinte años fue el surgimiento y
consolidación de los gobiernos de la nueva izquierda.” Nótese que el autor
define a estos gobiernos latinoamericanos como “los gobiernos de la nueva
izquierda”, sin embargo, de inmediato los subclasifica como “progresistas”, por
considerarlos anclados “en la idea de progreso”. Sobre esta base, asegura, se
marca una “divergencia” con “muchas de las ideas y sueños de la izquierda
latinoamericana clásica.”
Al principio parecería que, según el autor, la “nueva
izquierda” es el “progresismo”, sin embargo, línea a línea, se ocupa de
demostrar que los gobiernos que engloba indiferenciadamente al inicio como de
la “nueva izquierda”, en realidad no lo son, puesto que solo llegan a ser
“progresistas”. Aquí surgen interrogantes: ¿Por qué definirlos entonces como
algo que inmediatamente se niega? Al parecer esto responde a la intención del
autor de marcar una distancia sustantiva entre el período inicial de los
gobiernos de la “nueva izquierda” en Latinoamérica, y el período actual, en el
que –siempre siguiendo a Gudynas‑, estos han devenido en: “progresistas”,
anclados en las viejas ideas de progreso y crecimiento económico, es decir, economicistas. De aquí se derivarían, a
ojos del autor, políticas muy limitadas
de estos gobiernos en relación con la perspectiva de cambio social, ancladas en
exportación de materias primas, en estimulación del consumo, en planes de
asistencia económica a los sectores desprotegidos, para lo cual apelan –fundamentalmente‑
a políticas extractivistas…
“El progresismo actual (…) no discute las esencias
conceptuales del desarrollo”, afirma el autor. Esto supondría, en síntesis, que
los gobiernos de la ex-nueva izquierda devenidos en progresistas, se atienen planamente
a la antigua concepción economicista del desarrollo, contradiciendo y alejándose
crecientemente de los procesos democratizadores originariamente impulsados
desde abajo, con los movimientos sociales, y ahora frenados-negados desde
arriba. Llegado a este punto el autor entra en una seguidilla de
consideraciones que buscan reforzar sus objeciones a los que considera hoy son
ex-gobiernos de la “nueva izquierda”. Con las generalizaciones secundariza o
menosprecia los esfuerzos por construir instancias articuladoras regionales
(ALBA, UNASUR, CELAC) y su significación política en este tiempo para los
procesos de cambio que pugnan por profundizase y enraizarse en cada país.
La transición en la nueva realidad global y continental
Un debate postergado pero imprescindible
El articulo mencionado resulta una provocación interesante, porque
–aunque su autor no se lo proponga‑ con sus reclamos e imputaciones, pone al
descubierto la necesidad de abrir debates acerca de la transición hacia la nueva sociedad, acerca de sus contenidos,
sus tareas, sus significados, sus actores centrales, sus alcances, su horizonte
histórico… en las condiciones actuales de Latinoamérica, en el actual sistema
mundo y tiempo histórico que vivimos.
Vivimos tiempos de cambios constantes y de confusión, y ello
lo refleja también Gudynas al escribir de forma confusa. Es evidente que tiene
preocupaciones y se percata de algunos problemas, en realidad, poco novedosos
para quienes seguimos de cerca el curso de los procesos actuales. Pero aunque
no enseña nada nuevo, su análisis recorre algunos puntos clave que es preciso
discutir. Toca muchas aristas y, al hacerlo –aunque de modo disperso y forzando
regularidades donde, si existen, no están suficientemente claras aún‑, llama la
atención y provoca el debate, considero que en ello radica probablemente su
principal aporte.
No ocurre lo mismo cuando se refiere a las interrelaciones
entre movimientos sociales y ong’s, estableciendo prácticamente una
equiparación entre ellos, con lo cual da por tierra sus planteamientos respecto
del protagonismo de los movimientos (¿o se refería a ong’s?). Igualmente
resulta cuando menos llamativo su elogio a la CIDH, como si se tratar de un
organismo que brillara por su criterio de justicia para con los pueblos… Estas
referencias parecen más bien una reacción de enojo del autor frente a alguna
crítica de la que pudo ser destinatario, aunque no lo manifiesta así en este
artículo.
Algunos temas o problemáticas a considerar
-Cambio de mentalidad y construcción de un nuevo pensamiento crítico
Analizar con parámetros de ayer la realidad del presente es
fuente segura de errores. Y ello ocurre cuando se intenta trazar una línea de
continuidad analítica entre la realidad social local y mundial, las tareas y la
perspectiva estratégica que se planteó la izquierda en el siglo XX, y la
realidad del sistema-mundo actual del cual es parte nuestra región y,
consiguientemente, entre las propuestas y actitudes políticas de la izquierda
que hoy gobierna (“nueva izquierda”, “progresismo”), y los planteamientos de la
“izquierda clásica” (de fines del siglo XX).
Vale hacer notar, además, que en el siglo pasado no existió
una “izquierda clásica”, hubo muchas izquierdas, muchas miradas, propuestas,
estrategias y caminos para lograrlas, protagonizados por actores políticos
diversos, generalmente enfrentados entre sí. Tal fue el caso, por ejemplo, de
la división entre los reformistas
(camino gradual de reformas dentro del capitalismo) y los revolucionarios (toma del poder, ruptura con el sistema e
implantación del socialismo), y sus consiguientes propuestas de las entonces llamadas
vía pacífica (electoral) y la vía armada (insurreccional o guerra de
guerrillas para la “toma del poder”).
Indudablemente estas polémicas, lejos de estar saldadas, se
manifiestan hoy bajo nuevas formas, aunque ahora tienen lugar en la realidad de
un nuevo sistema-mundo regido por la hegemonía global del capital con sus instituciones
de poder global del mercado. Al plantearse el cambio social, es necesario entonces,
dar cuenta y enfrentar nuevas problemáticas, nuevos contenidos, horizontes y
actores. No se puede trazar una línea directa entre los reformistas ayer y quienes
hoy plantean caminos de reformas, ni viceversa. No se puede tampoco, contraponer
abstractamente, reforma y revolución; dicotomía que cada día se revela más
obsoletas, a la vez que surgen y se plantean nuevas y complejas mediaciones,
contradicciones y tensiones entre lo viejo y lo nuevo, entre reformas y cambios
raizales.
¿Qué significa hoy ser revolucionario?, ¿tomar el poder?,
¿qué poder?, ¿quiénes? Y, en tal caso: ¿qué harían el día después?, ¿quiénes?,
¿con quiénes?, ¿cómo?
¿Para qué se quiere o se necesita el poder
político-institucional? Pues para impulsar cambios en la realidad social, promover
la organización y ampliación del sujeto político-social en su desarrollo hacia
la conformación de la fuerza social de liberación, capaz de constituirse en
conducción soiopolítica popular del proceso histórico de cambios, desde abajo,
en los ámbitos parlamentario y extraparlamentario. Y para pensar colectivamente,
decidir y realizar los cambios raizales, en la medida que el conjunto de
condiciones sociales, culturales, de conciencia, organización, y en la
subjetividades, así lo haga posible… transformando la correlación de fuerzas
anclada en el poder constituido, desde el nuevo poder constituyente.
-De la izquierda del ‘deber ser’ a la izquierda del ‘ser’
Ser de izquierda significa que se es revolucionario, no que
se recitan textos, ni que se dicen bonitos discursos, o que se tienen perfectos
programas. Ser revolucionario es ser parte del proceso colectivo de cambio del
mundo en sentido de justicia, equidad, paz, progreso humano, en el sentido y
con el contenido que esto tiene para el horizonte revolucionario… ¿Qué cantidad
de cambios hay que hacer en cada momento y a qué velocidad han de realizarse? Nada
de ello puede definirse fuera de la arena de los acontecimientos y sus
contradicciones. No hay recetas; no hay fórmulas. Se trata de una pulseada
permanente con el poder del capital en general y con los nichos de su hegemonía
que están dentro de nosotros mismos.
La teoría revolucionaria no puede existir fuera de los
procesos revolucionarios y sus sujetos; es guía para la acción en tanto emana
de ella, se nutre y enriquece en las prácticas socio-transformadoras y hacia
ellas vuelve, marcando aciertos, errores, desafíos, mostrando trampas y abriendo
caminos… estimulando la marcha. Es pensamiento
crítico de las prácticas revolucionarias, por eso puede orientarlas, ser “guía
para la acción”. Lamentablemente, esta expresión se tomó al pie de la letra, mecánicamente,
suponiendo que para ello debía haber una doctrina correcta, científica, previa
a los acontecimientos. Ella, como si fuera una linterna, habría de conducir a
los pueblos en lucha por el buen camino, alejando a sus conducciones de errores
y derrotas. Nada más alejado de la realidad, de la propuesta epistemológica de
Marx, y de la verdad histórica.
No existe una teoría absoluta sobre el comunismo, el socialismo
comunista, comunitario, o del siglo XXI, esperando en el algún lugar (fuera del
mundo), para ser “aplicada” a cada realidad. Nada más apriorístico y dogmático que ello. Como ya advirtiera Marx, esta es
“la oposición típica del idealismo entre la realidad y lo que debe ser…”,
paradójicamente el rasgo característico del mal llamado “marxismo científico”
en el siglo XX. [Marx,C., 1966: 11]
La ideología, el pensamiento crítico revolucionario, el
pensamiento político y social se van construyendo permanentemente, es decir,
están en constante cambio, con los acontecimientos históricos, con la
maduración de conciencia de los sujetos en sus prácticas, con las dinámicas de
las luchas sociales de clases, etcétera. Como advirtiera Mariátegui: es una
“creación heroica” de los pueblos, y por tanto, hay que rescatar esa creación,
sistematizarla y conceptualizarla y
reconceptualizarla permanentemente, desde abajo, en articulación orgánica con
los sujetos colectivos de las prácticas sociales, siendo –a la vez- parte de
ellos.
-Del enfoque analítico abstracto a la mirada analítica sistémica (concreta)
El autor presenta sus enfoques aún atrapados por los límites
del pensamiento lineal‑fragmentario propio del siglo XX: aborda las cuestiones
ecológicas o de la naturaleza de modo aislado, igualmente lo relativo a
pobreza, desarrollo, democracia… como si estas problemáticas sociales se pudieran
analizar y resolver aisladamente, sin contar con un enfoque integral sistémico
de la realidad social en cada momento (integrando economía, política, cultura,
modo de vida). Concuerda con el Buen
Vivir levantado por los gobiernos, pero les recrimina que no lo llevan a
cabo.
La pregunta, en tal caso, sería: ¿Cómo saber si lo llevan a
cabo o no?, ¿a partir de qué elementos?, ¿desde dónde, con quiénes y con cuáles
parámetros medirlo? ¿Porqué? Indudablemente hay que entrarle de lleno a estos
debates.
Urge reflexionar sobre las condiciones de la transición en
la situación actual del mundo y de nuestras sociedades, teniendo como punto de
partida (y de llegada), las experiencias de los actores sociopolíticos que las
llevan adelante, sus y las subjetividades, identidades, cosmovisiones…
-Recuperar la dimensión analítica y sistémica de la categoría “modo de producción”
Ser ecologista, por ejemplo, no implica necesariamente estar
ubicado en el nuevo tiempo. Si se piensa en la ecología separada del modo de
producción y reproducción de la vida social, se mantiene la vieja concepción de
la naturaleza como objeto del cual la humanidad puede “servirse”, en tanto
sujeto.
Integralmente, el debate acerca de la ecología es parte del
debate civilizatorio, del planteo claro de la indivisible interrelación
naturaleza-sociedad como clave para la defensa de la vida toda. Este resulta
uno de los anclajes epistemológico-cosmovisivo fundamental pues abre
posibilidades para la creación de un nuevo modo de producción y reproducción de
la vida social, es decir, de un modo de vida, anclado en la indivisibilidad de
la vida humana y de la naturaleza. Es por ello, un horizonte promotor de la
creación de una nueva civilizan (re-humanizada).
La civilización creada por el capital y su lógica de mercado
amenazan a la sociedad y la naturaleza de muerte, el sistema mundo anclado en
la producción destructiva para satisfacer la voracidad creciente de ganancias
de los centros del poder global del capitalismo actual, profundiza un sistema
productivo-destructivo que no toma en cuenta el sistema reproductivo, es decir,
no se hace cargo de las consecuencias o cargas sociales que su reproducción sistemática
imponen a la sociedad (con énfasis en las interrelaciones humanas y sus modos
de vida) y a la naturaleza. Encontrándonos al borde del abismo, la defensa de
la vida se impone y es integral y reclama la construcción de una convivencia armónica
entre sociedad y naturaleza como parte de un todo que se llama vida. Con esto
quiero subrayar un elemento central: el contenido sistémico, interconectado de
las problemáticas a enfrentar y, por tanto, de las respuestas a construir para
superarlas.
En relación con esto, está claro que los caminos de la transición
hacia la nueva sociedad y el nuevo mundo ‑cuyo horizonte se redefine y abre con
la llegada de estos gobiernos de la “nueva izquierda progresista”
latinoamericana‑, ya no pueden analizarse con los lentes de una lupa del siglo
XX, cuyos parámetros pertenecen a un mundo y un tiempo histórico que ya no
existe.
Las problemáticas de hoy no son exactamente las mismas de
ayer, recicladas. Aunque muchas coinciden, se desarrollan en situaciones y dimensiones
nuevas, con aristas e interconexiones no solamente nuevas, sino anteriormente
desconocidas o inimaginadas. Por ello hay que descubrirlas y analizarlas tal como
ellas existen y se manifiestan hoy.
Habría que ir incluso unos pasos atrás y ver si existe una claridad
común en la definición acerca de cuáles
son los pilares claves para avanzar hacia una civilización capaz de superar
los males, las tragedia, los modos de interrelacionamiento y pensamiento
humanos de la civilización actual, regida por la lógica del metabolismo social
del capital.
Un recorrido por las programáticas de los actuales gobiernos
progresistas, de izquierda, revolucionarios o populares de la región parece
indicar que no es así. Esto refuerza la necesidad de centrar las reflexiones
también en este aspecto ‑aunque sin pretender unificar o encasillar procesos
socioculturales profundamente diferentes‑, para ir fortaleciendo, tal vez, sus
posibilidades de encaminarse hacia la construcción de convergencias
estratégicas. Esto es parte de los desafíos del presente. A ello se anudan interrogantes
claves. Entre ellas:
¿Quiénes son los creadores y protagonistas de las definiciones
del rumbo de los cambios, de sus contenidos, sus ritmos, etc.? ¿Puede el pueblo de un solo país,
aisladamente, en el mundo globalizado, crear y construir una civilización nueva?,
¿en qué aspectos sí y en qué debe hacerlo interarticuladamente con otros? ¿Cuál
es el sentido de la integración latinoamericana?, ¿está relacionada con la
posibilidad de construir un referente regional capaz de correr el horizonte
civilizatorio mas allá de los límites del capital o es solo un campo formal
para el intercambio mercantil y diplomático?, etcétera.
Reflexionar sobre esto ayudará a pensar hasta dónde un
proceso de cambios sociales raizales puede avanzar dentro del capitalismo,
realidad sociopolítica, económica y cultural en la que viven y se desarrollan
todos los países, gobiernos y procesos del mundo, y desde la cual y en la cual también
creamos, construimos los cambios y pensamos la transición. Ello contribuiría, por
ejemplo, a matizar o reinterpretar la expresión del autor cuando, refiriéndose
a los gobiernos de la “nueva izquierda” o “progresistas” latinoamericanos,
dice: “…en algunos casos hay una retórica de denuncia al capitalismo, pero en
la realidad prevalecen economías insertadas en éste...”.
¿Acaso supone el autor que los que ganaron las elecciones podrían
romper inmediata y tajantemente con el capitalismo? ¿Cómo?, ¿con cuáles fuerzas
sociales?, ¿con cuales propuestas?, ¿reemplazándolo con qué sistema?, ¿apuntalando
cuál civilización? ¿Acaso considera el autor que ya existe, prefabricado, el
nuevo sistema productivo-reproductivo social que puede reemplazar al del
mercado, y que solo se trataría de “aplicar” su recetario a las realidades
concretas? ¿Se trata acaso de “aplicar” o de crear, construir y apostar a lo
nuevo, conociéndolo en la medida que se lo va creando y construyendo? Estas son
solo algunas interrogantes que pueden estimular el pensamiento colectivo acerca
de estas problemáticas de fondo.
Está claro que los pueblos no saltan al vacío; los grandes
cambios sociales ocurren siempre por acumulación, a partir de desarrollar las
fuerzas sociales, económicas, culturales y políticas del pueblo capaces de
desplazar (imponerse sobre) el –entonces- viejo orden metabólico social. Esto
supone procesos histórico-sociales de creación colectiva de los pueblos, su
autoconstitución en sujetos políticos de su vida, de su historia; supone la
refundación democrática de nuevas institucionalidades e instituciones, de
nuevas interrelaciones entre todos los integrantes de una sociedad, y con el
mundo entero y con la naturaleza.
No se puede vivir en libertad en un mundo plagado de
injusticias, salvo desde una posición individualista: Si yo estoy bien, no me
importan los demás. No hay salida individual, por países, si no hay salida para
todos los países, global. Se trata, entonces, en principio, de una transición
anclada en diversos procesos integrales de cambios en el ámbito de cada país
que tenderán a orientarse hacia el mismo rumbo y horizonte estratégico. En
materia de integración, este es uno de los mayores desafío: definir un rumbo y
un horizonte civilizatorio colectivos capaz de traccionar los procesos locales
y regionales en una misma dirección, y definir cuál es esa dirección para
encaminarse hacia el horizonte común. Es entonces cuando la paciencia
histórica, así como la creación sostenida y la resistencia al capital y sus
tentaciones cotidianas, se imponen como realidad.
Si se acepta que los procesos todos se desarrollarán durante
bastante tiempo dentro del capitalismo, es de suponer entonces, pulseadas
constantes, palmo a palmo, con el poder del capital, luchando por construir,
sostener y desarrollar desde abajo otra hegemonía, popular, orientada a abrir
cauces a una nueva civilización, anclada en el Buen Vivir y Convivir. En esta
perspectiva, tal vez lo que el autor define como “retórica” anticapitalista de
los gobiernos, resulte, en algunos casos, un recurso pedagógico político orientador-estimulador
de cambios y creaciones, fortalecedor de procesos en curso que -desde abajo-
alimentan las esperanzas y las utopías del nuevo mundo, haciéndolas realidad día
a día en sus comunidades, en sus economías, en sus modos de vida solidarios, en
un respeto creciente a la naturaleza recuperándola como sujeto de vida y para
la vida, creciendo en la conciencia integral de la vida y de los modos de vida.
Todo esto supone un proceso integral de cambios en la
concepción del mundo, del progreso, el bienestar, el desarrollo, la economía,
la sociedad y las interrelaciones humanas y con la naturaleza. Nada puede
verse, pensarse o resolverse por separado. Una nueva mentalidad, un cambio
cultural se impone.
-Una nueva concepción de totalidad se abre paso
Es interesante notar que en el tiempo en que los
posmodernistas anunciaban el fin de la totalidad y del “relato” colectivo, revive
con fuerza el pensamiento científico que argumenta la concatenación universal
de los fenómenos en la naturaleza y en la sociedad. Por supuesto, se trata de
una totalidad nueva, profundizada y ampliada con el apoyo de la nano-sociología
hasta lo macro, siempre con la mirada integradora que anuncia que lo analítico
(fragmentado) es parte de un fenómeno social mayor al que se articula y que en
esa articulación se define socialmente, o más exactamente, se interdefine permanentemente
en procesos de interacción constante y redefiniciones mutas, cambios, saltos… Tales
son las dinámicas sociales dialécticas, más precisamente identificadas ahora como
tales, por la denominada “teoría de la complejidad”.
-El lugar central de los procesos está en los sujetos
No hay teoría, ni propuesta, ni programa ni organización que
pueda desplazar o sustituir el protagonismo creativo colectivo de los sujetos sociales
y políticos, su capacidad para (auto)constituirse en fuerza sociopolítica de liberación, conducción política colectiva del
proceso de cambios en los ámbitos parlamentario y extraparlamentario
(conjugados, articulados). Concebir la actual tarea histórica civilizatoria de defensa
integral de la vida, desde las élites, grupos reducidos, llámense estos
partidos, movimientos, ong’s… implica quedar atrapado por una retórica
testimonial que, a lo sumo, puede servir como justificación personal frente a
la titánica labor colectiva de los pueblos abocados a crear el mundo que ha de
sustituir a este.
-La interculturalidad y descolonización
Y esto alude directamente a presupuestos nuevos, que den
cabida a la diversidad de actores, con sus modos de vida, cosmovisiones,
cosmopercepciones, sus identidades, subjetividades, aspiraciones, propuestas…
es decir, habla de superar el obsoleto paradigma dogmático acerca del sujeto
revolucionario, que lo limitaba a una supuesta clase obrera industrial que, en
rigor, nunca existió en Latinoamérica, llama a dejar atrás el eurocentrismo
negador de los pueblos indígenas como sujetos con plenos derechos y
capacidades, llama también a abrir espacios políticos a las mujeres con sus
pensamientos liberadores, como a todos/as los marginados/as o excluidos/as
según sus capacidades físicas, sus identidades sexuales, etc., en resumen, llama
a abrir las prácticas políticas a la perspectiva intercultural para concebirlas
desde este lugar, reclamando por tanto, una mirada que dé cuenta de los disímiles
intereses de los diversos actores y sectores que conforman el llamado “campo popular”.
Esto supone también hacerse cargo de las disputas de poder
que tienen y tendrán lugar en el seno del pueblo y que acompañarán la creación
del nuevo mundo buscando nuevas relaciones y modalidades de organización y acción
que vayan superando la verticalidad jerárquica instalada como el “saber hacer”
de la humanidad durante milenios. Sobre esta base se podrán ir abriendo pasos
hacia una perspectiva de interrelacionamiento cada vez más horizontal, reconociendo la igualdad entre los diferentes, en
derechos, identidades, subjetividades, modos de vida, estableciendo condiciones
para la convivencia de las diferencias sobre la base de equidad y la complementariedad.
La democracia ocupa aquí un lugar central, puesto que limitarla a aquella –representativa
o directa‑ que solo reconoce el derecho de las mayorías es, en realidad, una
modalidad encubierta de autoritarismo, pactado y reglamentado en las constituciones.
El derecho es siempre para quienes lo necesitan, no para
quienes lo poseen, es decir, alcanza también a las minorías, a los relegados/as
de siempre, a los subordinados/as y excluidos/as históricos… Y su
reconocimiento y ejercicio efectivo hay que construirlo colectivamente. No hay
modos de convivencia colectiva que puedan imponerse a la humanidad, por muy
perfectos que ellos resulten en la propuesta teórica. De ellos hay sobradas
muestras en la historia reciente.
Por ello, la interculturalidad
presupone, se asienta y promueve, la descolonización
cultural (modo de vida y de pensamiento) de nuestras realidades, desde la
historia hasta el futuro pasando por el presente. No dice solo respecto de la
colonia, la conquista y colonización emprendidas en el siglo XV. Teniendo en
cuenta que la conquista y colonización de América, genocidio mediante, implantó
el capitalismo en estas tierras, los actuales procesos de descolonización comprenden
todo el período histórico, desde tiempos de la llegada del capitalismo a
nuestras tierras de la mano de la conquista y colonización hasta la liberación
del jugo del capital en lo económico-social y cultural, en el modo de vida, de
percepción, de conocimiento, de interrelacionamiento humano y con la
naturaleza.
Para expresarlo sintéticamente: interculturalidad y descolonización
constituyen pilares claves promotores de la nueva civilización, anclados en
la equidad, la solidaridad y la búsqueda de armonía en la convivencia humana y
con la naturaleza y, todo ello, sustentado en un nuevo modo de producción y
reproducción, cuyo ciclo garantice la reproducción de la vida humana y de la
naturaleza. Se trata de un proceso búsqueda y creación colectivas de una nueva
racionalidad del metabolismo social, proceso que Franz Hinkelammert define
como: racionalizar lo racionalizado
(por el capital).
Esta es, en trazos gruesos, la situación.
Dibuja un tiempo movido por un gran tembladeral histórico en
el que transitamos sacudidos permanentemente por reajustes o resquebrajamientos
de la agonizante civilización construida y regida por el capital. No es de
extrañar, por tanto, que los caminos diversos que hoy se plantean acerca de la
transición orientada a una superación de esta civilización, provoquen mas
incertidumbres que certezas. Vamos a un mundo nuevo, que depende de nuestras
capacidades. No viene del más allá; no hay nadie que a priori lo haya prediseñado para nosotros… Como dice Silvio
Rodríguez, “la revolución se hace a mano y sin permiso”.
-El Estado, ¿actor central o herramienta popular para la transición?
Destaco particularmente, en primer lugar, lo referente a la
concepción y el papel del Estado, tanto en los inicios de los procesos de
cambio orientados a la transición, como a los cambios que necesariamente habrán
de ir suscitándose en el curso de esos procesos.
En este aspecto, se plantea una diferenciación entre los
procesos encabezados por los gobiernos populares del continente, puesto que
algunos de ellos, tal vez mejor avenidos a la definición de “progresistas” dada
por Gudynas, se plantean ser una variante “prolija” del capitalismo, definiendo
a esta civilización como su horizonte histórico.
Recuperar el papel central del Estado como institución
pública garante de derechos sociales y del respaldo económico para el ejercicio
efectivo de esos derechos, es apenas un primer paso, casi obligado, del que
arrancan los gobiernos dada su situación posneoliberal inicial. Pero superado
ese momento, se abren interrogantes claves. Entre ellas: ¿Es el Estado un actor
central del proceso o es una herramienta? Si es una herramienta, ¿de quiénes y
para quienes?. Y en ambos casos, ¿quiénes lo motorizan y conducen?, es decir,
¿quiénes son los protagonistas del proceso? Y aquí se abre una inmensidad para
pensar y reflexionar. Aunque no es factible ahora adentrarme en este tema, vale
recordar que el Estado, como toda institución pública, es la personificación de
un poder de clase social específico, está hecho a su medida y en función de la
defensa de sus intereses, que representa y para lo cual fue constituido. Es
absurdo entonces, sostenerlo tal cual, es decir, ajustado a la defensa de esos
intereses y su jurisprudencia y pretender que, a la vez ‑en tales términos‑, pueda
resultar una herramienta de cambio social.
-Potenciar la participación y el control popular
Para poner la dirección en este rumbo hay procesos
democratizadores transformadores imprescindibles, como por ejemplo, las
asambleas constituyentes, cuya realización abre –jurídicamente- las puertas a
la participación de la ciudadanía popular (movimientos indígenas y sociales) en
la definición de las políticas publicas y la gestión de lo público, de sus
territorios, sus comunidades, etc. Esta participación habrá de incrementarse
sustantivamente en función de las tareas que los pueblos se tracen en cada
momento, de ahí que las asambleas constituyentes serán varias, tantas como lo
demande el proceso democratizador revolucionario en cada sociedad.
‑Transformar raizalmente la democracia
Los procesos democrático revolucionarios necesitan transformar
la democracia, abrirla a la diversidad de ciudadanías que habitan en nuestras
tierras, apostar a la participación de los pueblos desde abajo, avanzar hacia
la plurinacionalidad, en cada país y en el continente.
No hay posibilidad de Estado plurinacional sin democracia
plurinacional, pero esto hay que crearlo y construirlo, sostenerlo y
desarrollar, en cada país y en el continente. La revolución
democrático-cultural que tiene lugar en Bolivia, por ejemplo, lleva en esto la
delantera, es el laboratorio de la nueva Latinoamérica, plurinacional,
intercultural y descolonizada. No es que ya haya madurado como Estado
plurinacional, pero esta definición ubica la plurinacionalidad en el horizonte
y en los imaginarios, estimulando y traccionando el proceso hacia ese rumbo. Esto
es parte de la conducción político-ideológica
de los procesos.
¿Qué están llenos de errores?, obviamente. Lo contrario
sería propio de un engaño.
No hay nada que hagamos, saliendo de las entrañas del mundo
regido por el mercado y su lógica mezquina y competitiva que pueda ser “puro” y
propio de un mundo otro, que todavía no ha sido creado por nosotros. Su
alumbramiento ocurrirá mediante un parto doloroso, pero como en todos los caos,
será maravilloso y balsámico. Por eso, en este contexto, más que la razón
individual –que es importante, sobretodo para quien la sostiene-, es primordial
aportar a la construcción de la razón colectiva, sustento de la voluntad
colectiva. Esto no significa, sin embargo, que haya que silenciar las opiniones
o críticas a los procesos; siempre que se hagan desde adentro, redundarán en
beneficio colectivo, incluso si ellas también contienen errores.
No hay arbitro individual ni colectivo, partidario,
onegeístico o institucional estatal o religioso que pueda dictaminar quién
tiene la razón y quién no. No hay nada mas “feo” en política que la “razón de Estado”,
en todos los casos.
Los intelectuales (orgánicos) no pueden diluirse en la
gestión del gobierno o el Estado; ciertamente deben estar comprometidos, entrar
al “fango” de la vida real, ser parte de las búsquedas y los procesos de
construcción de lo nuevo; pensar desde afuera de los procesos no aporta, pero
tampoco su exégesis. Es necesario ser parte, estar comprometidos y, a la vez, mantener
un distanciamiento critico, necesario para que sea posible aportar al proceso
colectivo. En esa interrelación, ser uno más, no aporta.
En resumen, considero que un trabajo como el que me ha
movido a escribir estas líneas es un ejemplo palpable de las contradicciones de
la diversidad de miradas, juicios y prejuicios que atraviesan los procesos
políticos abiertos con los actuales gobiernos populares en el continente. Ellos
tal vez abran cauces a transiciones que podrían desarrollarse a partir del
presente, es decir a partir del inicio de las etapas posneoliberales, de la
mano de grandes luchas sociales, intentan ahora embanderan procesos de cambios
raizales.
Que estas reflexiones contribuyan a promover debates
necesarios acerca de la transición hacia el mundo nuevo, alentando la búsqueda
de un nuevo modo de producción y reproducción que haga posible el Buen Vivir y Convivir entre la humanidad y la naturaleza, anclado en nuevos
paradigmas de bienestar, progreso, desarrollo y democracia, alimentando así un nuevo pensamiento critico revolucionario
que nos convoca hoy a defender la vida atravesando los campos minados por el
capital, sin entrenamiento previo.
Tales son algunos desafíos.
31 de diciembre de 2013
Bibliografía empleada
Ø
Gudynas, Eduardo
(2013) “América Latina. Izquierda y progresismo: la gran divergencia”, ALAI
http://alainet.org/active/70074
Ø
Rauber, Isabel.
(2012) Revoluciones desde abajo. Ed.
Continente-Peña Lillo, Buenos Aires.
Ø
Marx, Carlos.
(1966) Crítica de la filosofía del estado
de Hegel, Editora Política, La Habana,
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