(Una reflexión crítica de la praxis de género).
MSc. Tito Alfredo Jacinto Montoya*
Voces
Prolegómenos.
Partamos de los hechos. Los así llamados enfoques de género se han constituido en una especie de sentido común internacional intentando poner en la evidencia lo que ellos consideran tanto la especificidad de la opresión de la mujer, por ser tal, y las causas precisas de tal opresión.
En tal empeño han venido a ser síntesis muchas organizaciones no gubernamentales pero primariamente organismos multinacionales de tipo político o financiero que suelen condicionar su cooperación financiera a la adopción, por parte de las naciones y colectividades sociales, de dichos enfoques de género. Suele haber facilidades para captar fondos internacionales si los proyectos públicos o privados contemplan enfoques de género.
Menudean las organizaciones, proyectos, iniciativas de todas suertes que buscan legitimarse como abanderados de las visiones de género, que demandan financiamiento y respaldo. En nuestro país hay no menos de 40 estructuras entre públicas y privadas que dicen que trabajan con enfoque de género.
Debido a la pluralidad y el acceso a los fondos financieros nacionales e internacionales pudiera haber conflicto entre dichas estructuras, no tanto por el modo de entender la cuestión de género, sino por acceder al financiamiento en ciernes.
Los enfoques de género han llegado a ser como un eje transversal, presente en todo, de la curricula educativa, de la lógica jurídica, legislativa, el ámbito familiar, los partidos políticos, hasta en el campo periodístico, coloquial, etc. Los enfoques de género tienen carta de ciudadanía en todo el ámbito cultural nacional e internacional.
Uno de los colmos de estos enfoques pro-femeninos es promover una iniciativa única y exclusivamente para el beneficio de las niñas: “por ser niña”. Lo cual resulta totalmente discriminatorio hacia los niños varones. Nadie dicen nada, nadie denuncia, todo parece “normal”, de sentido común. Hay en esto incluso violación de los derechos internacionales del niño varón. Es del todo repugnante que a las niñas las promuevan “por ser niñas”, y a los niños los discriminan “por ser niños”.
En un litigio legal en el campo de la familia, el padre podría enfrenta el caso ya con elementos de discriminación hacia él; es víctima de ese “sentido común” que considera que el varón es siempre el agresor, y ella, por ser mujer, es víctima siempre. Es altamente probable que de 10 casos que se sometan a juicio, 9 resulten a favor de los intereses de ella, y quizá 1 falle a favor de él. Con el agravante de que pudiera ser que “los intereses del menor o la menor” se confundan con los intereses de la madre. Pudiera haber una pérdida de la objetividad de la investigación, y por tanto se habría perdido el rastro de la verdad. Imperaría ese “sentido común”, ese estigma discriminatorio en contra del varón por ser varón. El indiciado estría de antemano condenado por el “delito” de ser varón.
La Real Academia de la lengua española clarifica que género únicamente tienen las palabras, pero no las personas. Las personas sólo tenemos sexo. “El sofá” es género masculino, “la silla” es género femenino. Por ello es incorrecta la expresión “violencia de género”, porque tal violencia no la cometen las palabras, sino las personas; lo correcto sería hablar de violencia de sexos. Por otra parte el uso de reiteraciones y circunloquios tales como “llevaré a los niños y las niñas al colegio” resulta “artificioso y ridículamente innecesario” como lo denuncia la Real Academia de la Lengua Española.
Nadie en su sano juicio podría negar que la mujer ha tenido que padecer una situación opresiva de diferente naturaleza y por distintas causas. La opresión de las mujeres, y la propia de los hombres, está esencialmente relacionada con el hecho de la explotación y la ruptura de la unidad societal con la constitución de las clases sociales. Igualmente hay que considerar que anatómomorfológicamente el hombre y la mujer somos diferentes, pero también complementarios. Ya sabemos que cuando originariamente los seres humanos tuvimos que enfrentar la tarea de producir para satisfacer nuestras necesidades se estableció la primera forma de división social del trabajo fundamentada en ésa diferencia natural. Entonces, ¿cuál o cuáles podrían ser las causas fundamentales de la opresión propia de las mujeres en tanto que tales?. Antes de ir adelante hay que considerar también que ni los hombres ni las mujeres existen así en abstracto, y que sólo existen socialmente como seres históricamente determinados y condicionados. De tal forma que enfrentar la pregunta por la raíz de la situación opresiva real que padecen las mujeres implica tener en cuenta todos los elementos que hemos avanzado arriba. Evidentemente que hay otros elementos, pero consideramos haber apuntado los fundamentales.
La primera causa de la opresión de la mujer la encontramos en el carácter deshumanizante de las distintas formas de organización civilizatorias que implican, de modo necesario y no incidental, tanto la explotación como la dominación del ser humano por el ser humano. En un análisis muy agudo de la suerte de la fuerza de trabajo en la lógica de la producción capitalista Marx advierte que “La enajenación del trabajador en su objeto se expresa de acuerdo con las leyes de la economía política: cuanto más produce el trabajador menos tiene para consumir; cuanto más valor crea más se desvaloriza él mismo; cuanto más refinado es su producto más vulgar y desgraciado es el trabajador; cuanto más inteligencia manifieste su obra más declina en inteligencia el trabajador y se convierte en esclavo de la naturaleza”(1). Esto es así independientemente de que la fuerza de trabajo sea hombre o mujer. Pero hay que considerar que el estado de enajenación de la fuerza de trabajo capitalista no se realiza única mente en la relación que el trabajador tiene con su objeto de trabajo; se da también en el mismo desarrollo del proceso productivo en el que se halla inmerso el trabajador asalariado: “¿Qué constituye la enajenación del trabajo –se pregunta Marx-? Primero, que el trabajo es externo al trabajador, que no es parte de su naturaleza; y que, en consecuencia, no se realiza en su trabajo sino que se niega, experimenta una sensación de malestar más que de bienestar, no desarrolla libremente sus energías mentales y físicas sino que se encuentra físicamente exhausto y mentalmente abatido. El trabajador sólo se siente a sus anchas, pues, en sus horas de ocio, mientras que en el trabajo se siente incómodo. Su trabajo no es voluntario sino impuesto, es un trabajo forzado . No es la satisfacción de una necesidad, sino sólo un medio para satisfacer otras necesidades. Su carácter ajeno se demuestra claramente en el hecho de que, tan pronto como no hay una obligación física o de otra especie es evitado como la plaga. El trabajo externo, el trabajo en que el hombre se enajena, es un trabajo que implica sacrificio y mortificación. Por último, el carácter externo del trabajo para el trabajador se demuestra en el hecho de que no es su propio trabajo sino trabajo para otro, que en el trabajo no se pertenece a sí mismo sino a otra persona”(2). La explotación económica y la dominación social, política, y cultural es algo que padecemos todos los miembros del género humano a los que, desde la acumulación originaria de capital, nos han arrebatado las condiciones materiales y espirituales para poder producir y reproducir nuestra existencia justamente como lo que pretendemos ser: seres humanos. En esto hay una especie de homologamiento de la esencia; es como una condición trascendental de la deshumanización de la vida del hombre y de la mujer a la cual se haya subordinada la condición específica de ser hombre o mujer.
No es el hombre por ser hombre la raíz de la opresión femenina. Primero hay que considerar que el varón también sufre la explotación y la dominación en un sistema capitalista. Por ello ha planteado Marx en la Contribución a la Crítica de la Economía Política que “con el fin de la última de las sociedades clasistas (el Modo de Producción Capitalista) se termina, por tanto, la prehistoria de la humanidad” (3). Somos seres prehistóricos en tanto que sólo existimos como objetos para la lógica del capital, no existimos como sujetos humanos. El planteamiento feminista de que el hombre, así sin determinaciones, es la raíz de la opresión de la mujer no pasa de ser un planteamiento ideologizado; no es científico por no ser verdadero. Hay que entender que el varón alienado, deshumanizado, deformado hasta la barbarie por la explotación y la dominación del capital se constituye en un ser que reproduce, también a escala ampliada, la opresión. Pero igualmente la mujer dentro de la lógica del capital, subordinada por el poder del sistema, también reproduce a escala ampliada la lógica opresiva del marco categorial y existencial capitalista. Nos encontramos, entonces, en la presencia de una relación alienada de hombres alienados con mujeres igualmente alienadas. Esta forma feminista de ver las cosas implican subrepticiamente un idealismo del sujeto que se corresponde con un empirismo de la existencia. Idealismo del sujeto porque se parte del supuesto de que el hombre y la mujer siendo y existiendo en el modo de producción capitalista es la quinta esencia de todo hombre y mujer posibles. Se pasa por alto el carácter siempre históricamente condicionado de la vida de todo sujeto posible. De tal suerte, el carácter opresivo tanto del hombre como de la mujer no se da por el hecho de que uno sea varón y la otra sea mujer, no es una cuestión sexual; sino más bien por el hecho histórico de que ambos son como la expresión alienada de una civilización alienadora. Hay también un empirismo de la existencia porque se parte del supuesto de que la sociedad capitalista es la expresión de cualquier existencia posible, que no puede haber otra alternativa más que la civilización capitalista. El actual estado de cosas pasa a ser una especie de absoluto frente al cual no quedaría otra alternativa que adaptarse. La especificidad explotadora y opresiva de la vida burguesa queda como entre paréntesis, pareciera no importar. Entonces la causa de la alienación opresiva no se la encuentra en el hecho de que el varón es varón y que la mujer es mujer; la situación opresiva para ambos, hombres y mujeres, está en la socialización alienativa que opera en nosotros el sistema de objetivaciones bajo el cual nos deformamos hasta perder, hombres y mujeres, nuestra condición de seres históricos para ser sólo seres prehistóricos (4), dominados por la fuerza de imposición del sistema capitalista.
El hombre también es víctima, y por ello también es victimario. La mujer igualmente participa activa y pasivamente en la reproducción de las condiciones materiales y espirituales de su misma opresión. Y no sólo porque quizá no hace nada, sino también porque ella misma reproduce y genera opresión en la misma medida que también padece la alienación del sistema de objetivaciones de la lógica del capital. La mujer no podrá encontrar la vía de su liberación si no logra identificar su parte de culpa en su misma situación opresiva. La mujer también es culpable, aunque no del mismo modo ni tampoco en la misma proporción. Además de conocer científicamente las formas múltiples de su responsabilidad, también debe preguntarse por la manera cómo ella misma contribuye, ya no sólo a su misma opresión, sino también a la opresión del varón que igualmente sufre bajo el acicate de la cruel avaricia de los capitalistas. Un análisis poco dialéctico que únicamente ve en un lado de la dinámica la causa del problema es poco realista y en esencia falso, ideologizado, como diría el Padre Ellacuría (5). La visión “feminista” del asunto la encuentro poco científica, poco dialéctica; aunque, claro está, es punto de avance en el conocimiento de la situación de deshumanización alienante que padece el género humano bajo este orden capitalista de cosas. Bien señala un problema que es real, y que nos debe mover a la acción revolucionaria.
Es verdad que hay un problema ingente en la opresión de la mujer. Pero un mal planteamiento del problema no sólo no llevaría a su solución sino que tendría un efecto enmascarador y reproductor de las condiciones del mismo problema. El feminismo se equivoca al culpabilizar al hombre por ser hombre como el causante de la opresión de la mujer. Es el hombre alienado, deshumanizado, el que históricamente ha generado el problema de la deshumanización femenina. El hombre no debe sentir vergüenza por el hecho de ser hombre; sí debe asumir su responsabilidad en tanto que como ser deshumanizado genera, a escala ampliada, en todos los ámbitos de la vida individual y social, la deshumanización de las mujeres. La liberación femenina no puede construirse sobre el cadáver del varón en tanto que varón. Aquí hay más bien una lucha conjunta que librar dialectizando la realidad tal como es jalonada hacia lo que debe ser. La liberación femenina debe implicar también la liberación del hombre. Pero lo uno y lo otro no se puede dar si perdemos de vista que hay un enemigo común el cual es el fundamento último del sufrimiento del hombre y de la mujer. Es demasiado sospechosa la forma en que la lucha feminista quiere disolver la lucha de clases en la lucha de sexos. Planteadas así las cosas, no habría liberación para nadie, porque el sistema capitalista como tal quedaría incólume. Quizá sea demasiado extremar el análisis, pero con la manera cómo el feminismo internacional plantea las cosas, se constituye, de hecho y aunque de modo inconsciente, en un firme aliado del capitalismo neoliberal.
Únicamente en el contexto de una lucha conjunta en contra de las diferentes formas de opresión inherentes a la civilización del capital, y en el esfuerzo por construir una civilización realmente humanizadora se podrá, verdaderamente, solucionar de raíz la opresión de la mujer. La mujer no debe liberarse primariamente del hombre como tal, sino sólo del hombre deshumanizado. Pero ella se libera sólo deshumanizándose y desalienando al hombre haciendo lucha conjunta en contra de la opresión que se origina en el régimen capitalista. Una de las formas ideológicas, no científicas, defensoras solapadas de la reproducción del capitalismo es precisamente pretender desarrollar una lucha por la emancipación de la mujer pero separándola de la lucha de clases. No puede haber emancipación del género humano fuera de la lucha de clases en contra del enemigo estratégico que nos deshumaniza: la lógica del capital. Toda pretendida forma de lucha feminista separada de la lucha de clases debe ser rápidamente derrotada.
Referencias bibliográficas:
(1). MARX, Carlos, Los Manuscritos de 1844, San Salvador, UCA Editores, 1987, p. 37.
(2). Ibid, p.38-39.
(3). MARX, Carlos, Contribución a la Crítica de la Economía Política, México DF., Editorial SXXI, 1980, p. 68.
(4). Ibid.
(5) ELLACURÍA, Ignacio, Función Liberadora de la Filosofía, en Rev. ECA, 985, p. 96.
* Catedrático de la Universidad de El Salvador.
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