Saludos y bienvenida: Inevitablemente, cada individuo hace parte de su vida y de su historia aquellos acontecimientos que marcaron un recuerdo bueno o malo en la efemérides y en su vida... Recordar por ejemplo aquellas cobardes masacres de la década del 70 en El Salvador (Chinamequita,Tres Calles,Santa Barbara,30 de Julio,entre muchas otras y seguro estoy es una experiencia que se repite a lo largo y ancho de Americalatina), masacres que conmocionaron a la nación y sacudieron la conciencia de muchos. Esas masacres aceleraron el enfrentamiento entre ricos y pobres, entre el pueblo y las Fuerzas Armadas Nacionales, Toda aquella década fué de constante actividad politico-social y su principal escenario eran las calles, para las celebraciones del efemérides nacional de cualquier indole, se desarrollaba una manifestación de dolor, muy significativa y emótiva, muchas, con los restos de los asesinados y el reclamo del retorno o aparecimiento con vida de los capturados y desaparecidos. Muchos jóvenes,a partir de aquellas cobardes acciónes por parte del Estado, radicalizamos nuestra pocisión y optamos por la lucha armada como única solución a la crisis que cada dia se profundizaba más y más... A partir de aquella década, la protesta se hizo afrenta digna contra la dictadura militar, salir a protestar era recuperar,rectificar y sanear digna y valientemente, todo aquello que en anteriores décadas de terror, las clases dominantes habian institucionalizado. Con aquellas jornadas de lucha, no solo denunciamos y condenamos a los eternos enemigos del pueblo, sino que hicimos sentir el grito de guerra de todos aquellos que sacrificada pero dignamente y hasta entonces, habian escrito la historia,nuestra heróica historia... Que hubiera sido de nosotros, si Monseñor Romero hubiera pensado más en su tiempo, el dinero y su sombrero copa ancha junto con su pulcra sotana,por no arriesgar el pellejo a costa de convertirse en "La voz de los sin voz" y en el santo de los desposeidos? Que seria de nosotros?, si Roque Dalton, sabiendo que podria incluso, morir a manos de sus propios "camaradas", no hubiera arriesgado la canción hecha palabra y herramienta de lucha, para gritarle sus verdades a los poderosos y sus criticas mordaces a los ultraizquierdistas y al Partido Comunista. No seriamos dignos, de llamarnos salvadoreños si Farabundo Marti, no hubiera dispuesto ir a enlodar sus botas a "Las Segovias" junto a Sandino el General de hombres libres, como su lugarteniente. Si Miguelito Marmol, no se hubiera levantado con las ganas que lo hizo después de haber sido acribillado frente al pelotón de fusilamiento, para seguir arriesgando el pellejo reclutando, concientizando, organizando, y manteniendo vivo el grito de guerra de "Viva el Socorro Rojo Internacional", que inconclusamente y con toda valentia intentó Farabundo. Fraternalmente, Trovador

viernes, 9 de enero de 2015

Los acuerdos de postguerra


Dagoberto Gutiérrez*

La guerra de veinte años terminó durante el periodo de negociaciones. En verdad, fue terminando lentamente,; pero este proceso culminó en una de tantas reuniones que tuvimos, ásperas y armoniosas, prolongadas y agotadoras. De la misma manera, terminó el acuerdo político llamado FMLN que, como hemos dicho, fue un acuerdo (alianza) entre comunistas, anticomunistas y no comunistas.

Estos acontecimientos no fueron registrados ni por el Imperio Estadounidense, ni por los combatientes guerrilleros, ni por el pueblo salvadoreño, ni por la contraparte gubernamental, y significa que las negociaciones se culminaron en el filo de la navaja, en un momento histórico decisivo.

Los Acuerdos de Paz, cuyo nombre es discrecional, y no responde a su naturaleza real de acuerdos de guerra, pusieron fin al enfrentamiento armado; pero no resolvieron el conflicto, que fue la madre y el padre de esta guerra. Además, los acuerdos contenidos en el documento llamado: Acuerdos de Paz, no son ni los más importantes, ni los más determinantes. En realidad son acuerdos que afeitan y mejoran la faz del régimen político, que abordan aspectos totalmente inevitables y necesarios para fortalecer al régimen y que  establecieron las condiciones para que la antigua guerrilla se convirtiera en un pilar sostenedor del régimen político al que se enfrentó durante el conflicto.

Una vez en el país y terminada la guerra, actuando en una política abierta, la antigua guerrilla dejó de ser eso, casi de inmediato y fue absorbida, instantáneamente, por el sistema político. Algo así como cuando alguien se mira en el espejo y se enamora de la figura que aparece en ese espejo; aun cuando esa figura sea la del régimen que se ha combatido.

El proceso de absorción fue, sin embargo, insuperable, plenamente exitoso y muy parecido a aquel otro, aplicado por el Imperio Romano, cuando hizo, bajo la conducción del genio político del emperador Constantino, que los antiguos cristianos, perseguidos y masacrados, se convirtieran de la noche a la mañana, en los jefes de la nueva religión oficial de este imperio.

En nuestro proceso histórico, los antiguos y desaparecidos guerrilleros son recibidos con oropel en el régimen político, y se comprometen, para lograr una integración plena, a tres cosas negociadas fuera de los acuerdos políticos. Estas son circunstancias decisivas que influyeron en el curso de los acontecimientos posteriores en nuestro país.

Veamos de qué se trató:


1. Se renuncia a la post guerra.
2. Se renuncia a la política.
3. Se renuncia a la lucha por el poder político.


Estos tres aspectos resultaron ser neurálgicos y aseguraron, en primer lugar, la salud del régimen político, y también aseguran que el nuevo sector político que se incorporó no amenace el orden establecido y no intente sustituirlo por otro orden.

Todo esto ocurrió en los pliegues históricos de esos momentos decisivos en que se celebraba la fiesta de la paz, las bodas del fin de una guerra sangrienta y el advenimiento de un nuevo país. Todos estos sentimientos y emociones instalaban telarañas en los ojos e inteligencia de los salvadoreños. Esas telarañas duran hasta nuestros días y facilitaron la labor de construir espejismos políticos, que aún hoy parecen funcionar.

La post guerra es el periodo histórico inevitable por el que atraviesa la sociedad salvadoreña, pese a que se acordó renunciar a ella. Esta no puede someterse a ningún acuerdo político y sigue su marcha inexorable. Ahora bien, ocurre que este es un periodo que sigue a todo enfrentamiento armado y sirve para restaurar, reparar, restañar e hilar de nuevo ciertos tejidos humanos y sociales, subjetivos y objetivos, heridos por la guerra. Cuando se renuncia a ese periodo, en un acuerdo entre la antigua guerrilla y las derechas gobernantes, se renuncia a este proceso de dignificación de los antiguos combatientes guerrilleros y también de los soldados gubernamentales. Pero, además, se renuncia a abordar la guerra de 20 años como tema de estudio, reflexión y comprensión de parte de la sociedad salvadoreña. En otras palabras, se buscaba exilar del diccionario político la palabra GUERRA.

Esta fue una decisión mortal que ha afectado gravemente la inteligencia política de la sociedad, porque ocurre que las sociedades humanas son productoras de historia y se encargan, además de producirla, de procesarla y comprenderla, para seguir produciendo esa historia y abrirle paso a los nuevos momentos. Cuando se impone el silencio reflexivo sobre este acontecimiento, que es el más importante de nuestra vida como país, la sociedad es desprovista de todo instrumento teórico que le permita comprender lo que está ocurriendo en este momento, y sobre todo, prever los acontecimientos que están listos para caer sobre ella. En otras palabras, los seres humanos son desarmados y transformados en objetos de una política que desconocen, pero que se les aplicada mortalmente.

En este escenario, nuestro país se convirtió en el laboratorio adecuado para aplicar de manera ortodoxa y sin anestesia, las recetas neoliberales en la economía, la política, la ideología, la educación y la cultura, hasta llegar a construir, décadas después, la sociedad de mercado total en la que vivimos actualmente.

Como podemos ver, la renuncia a la post guerra tenía y tuvo propósitos políticos e ideológicos muy claros y definidos, y hemos de saber que estamos viviendo una post guerra  que caracteriza aquellos procesos en donde la sociedad avanza con una venda en los ojos, sin brújula y sin ruta establecida.

La postguerra es un proceso histórico tenaz que sigue a la guerra y que no tiene fecha de caducidad; su duración no está librada a la voluntad de las partes interesadas. Por eso es que la sociedad salvadoreña vive el periodo de postguerra, por mucho que las partes insurgentes y contrainsurgentes hayan coincidido en negarla y hasta en sepultarla.

Este periodo histórico es, en cierto modo, la continuación de la guerra después que ésta ha terminado, porque solo terminó en relación con el choque y confrontación militar de las partes directamente enfrentadas en el terreno, pero no termina en cuanto fenómeno social, cultural, psicológico e ideológico. En todos estos aspectos, la guerra sigue en pie y caminando con muy buena salud, aunque no se hable de ella, aunque se haya prohibido pensarla, aunque se oculte como algo vergonzoso y aunque se ignore como un hecho histórico relevante. Lo cierto es que socialmente, culturalmente, ideológicamente y espiritualmente, la guerra sigue siendo parte de la vida de las personas.

El desmontaje de una guerra no se logra con el simple desarme, es decir, con la entrega del arma de cada combatiente; de lo que se trata es de desarmar la guerra adentro de cada ser humano y adentro del mundo de cada persona y de su sociedad. Es en estos terrenos donde se mueve, precisamente, la postguerra. Son los terrenos en donde la vida de los seres humanos se cruza y entrecruza, o sea que una vez terminada la guerra, ésta sigue impactando en la salud mental, en la psicología, en el dolor y en la vida real de cada persona. La guerra no se borra, no se quita, no se anula, por un simple decreto o por un perverso acuerdo o entendido de partes interesadas; por el contrario, ésta sigue marcando su huella histórica por mucho que se le niegue.

La postguerra salvadoreña es, por todo esto, una especie de proceso clandestino que tejió sus telarañas en la oscuridad y en las esquinas de la vida social; y entonces, lenta; pero inexorablemente, aquella guerra civil, se transformó en guerra social, que es la que estamos viviendo actualmente.

La guerra civil es el enfrentamiento definido y organizado de dos partes diferentes en una sociedad, estalla cuando los conflictos no encuentran solución por vía política, – por cierto que esto caracteriza a toda guerra-. Es decir, que expresa una maduración de conflictos que las sociedades no son capaces de resolver y la guerra entonces resulta inevitable.

Lo que llamamos guerra social es un fenómeno superviviente que se nutre de la guerra civil y de la política impuesta. Veamos sus características:
En esta guerra social hay ausencia aparente de proyectos políticos, y aparece, a simple vista, como una delincuencia descontrolada y hasta desbordada.

En esta guerra social hay ausencia aparente de liderazgos políticos y solo aparecen jefes de bandas.
En esta guerra no hay, aparentemente, frentes de guerra, con jefaturas controlantes, porque todos somos una especie de combatientes en una guerra que llega a cualquier persona, en cualquier esquina, en cualquier semáforo o andén de cualquier lugar del país.

En esta guerra no hay aparentemente posibilidades de negociación de ningún aspecto.
Y, finalmente, esta guerra, aparentemente, no guarda relación con la política gubernamental aplicada antes, durante y después de la guerra civil.

Como se puede apreciar, la apariencia cubre una realidad que nos ayuda a entender el fenómeno de la guerra social; de no ser así, nos quedaremos con el criterio de que se trata de simples bandas de jóvenes fuera de la ley y fuera de la sociedad, que hay que combatir con la policía o con el ejército, pero en una mirada más inteligente, no se trata de eso, porque estamos frente a profundas realidades que hay que observar y no solo mirar.

La guerra social se asienta sobre bases políticas muy seguras, establecidas por el neoliberalismo, durante todo el periodo que siguió al fin de la guerra. Este modelo sepultó al Estado como ente rector, y estableció al mercado como rey y reina, en un juego mortal para el pueblo débil y trabajador, para las clases medias, campesinos y pequeños empresarios. En este mundo de mercado, los seres humanos perdimos nuestro valor y fuimos sustituidos por un precio, dejamos de ser ciudadanos y fuimos transformados en simples consumidores, es decir, que cada persona dejó de valer por lo que es y pasó a valer por las cosas que tiene o puede tener, y cuando esta conversión ocurre, la persona pierde humanidad, y al ocurrir esto, pierde sus derechos y el derecho de tener derechos.

Como podemos ver, se trata de un profundo golpe al ser humano. Está implantado durante los sucesivos gobiernos de ARENA y continuado por el gobierno de Mauricio Funes y por el actual gobierno.

Cuando el Estado abandona los territorios, la salud y la educación públicas prácticamente desaparecen, las comunidades se convierten en territorios de nadie, el trabajo, al ser tratado abierta y descaradamente como simple mercancía, es sometido y minusvalorado por el capital, y se establece el precarismo como filosofía dominante, llegamos así al momento en que el trabajo de las personas y las profesiones de los profesionales no valen nada, porque un médico no puede ser médico, ni un economista, ni un químico, ni un sociólogo, porque el mundo construido es el mundo de la proletarización, en donde cada persona, sea quien sea, o haya estudiado lo que haya estudiado, debe depender de un salario que proviene de un patrón desconocido, que no le reconoce a este trabajador ningún derecho. Toda esta política es justamente la política gubernamental.
Así, toda esta fenomenología ha llenado, aparentemente, el espacio correspondiente a una post guerra, y ha buscado sustituirla, pero tal como hemos explicado, todo este proceso de destrucción de la humanidad y del reinado del capital, en realidad se ha establecido al mismo tiempo que la post guerra marchaba, por eso los efectos son devastadores, altamente destructivos y han sido capaces de descomponer la convivencia mínima en nuestra sociedad.

El nombre de guerra social pone de relieve que el conflicto generado por una guerra, que proviene a su vez de conflictos no resueltos, al no ser abordados ni enfrentados, y aún más, al ser acompañados por la política que he explicado, ha hecho estallar los términos mínimos de convivencia en nuestro apretado y reducido mundo.
Aquella decisión de renunciar a la postguerra fue, en verdad, una decisión perversa, antipopular y criminal. En esos momentos álgidos se decía: “no hay que hablar de la guerra para no asustar a la gente, porque lo que nos interesa es que la gente salga a votar, y si no logramos esto, se nos complica el cuadro, hay que hablar de la paz porque esto le gusta a la gente”.

La renuncia a la postguerra es el inicio de lo que después sería, ya en nuestra vida diaria, la apertura a lo que hoy denominamos como “guerra social”, pero sobre todo, la insistencia en la paz, verdaderamente inexistente, expresaba el segundo entendido: la renuncia a la lucha política y su sustitución por la lucha electoral.

Cualquiera puede pensar que se trata del recambio de una palabra por otra, pero ocurrió que lo electoral era y es un teatro de operaciones en donde el sistema, el régimen y todo el orden burgués, es dueño seguro del control total, y en donde el pueblo, en las actuales circunstancias, se encuentra participando en un juego con los ojos vendados, las manos amarradas, los pies paralizados, la lengua cercenada, así, en esas condiciones, se convierte en votante.

De eso se trataba este acuerdo, de impedir que el pueblo tuviera acceso a la política, porque lo que se estaba montando era el modelo neoliberal más completo y ortodoxo, y nuestro país sería convertido en un laboratorio en el que se privatizaría el Estado y los seres humanos serían simples partes de un ensayo.

No hay que olvidar que el modelo neoliberal fue reconocido y aceptado por los acuerdos de paz, y ahora se trataba de construirle las mejores vías para su implantación. Es en estos momentos cuando el nuevo actor político pasa a llamarse “Partido FMLN”, y es aquí cuando las antiguas organizaciones guerrilleras son disueltas, justamente cuando cada una de ellas desarrollaba una discusión política e ideológica para entender el nuevo momento histórico y para definir el papel de cada una en la construcción del nuevo sujeto que le diera continuidad al proceso político.

El tema fue bien preciso: el FMLN guerrillero había muerto, la guerra había terminado, pero el proceso histórico continuaba y se trataba de hacer de cada organización una fuerza política capaz de tomar los acuerdos políticos adecuados al nuevo momento histórico. Recordemos en este punto que el FMLN era un acuerdo de organizaciones ideológicamente diferentes, pero políticamente concertadas. Y la nueva alianza a construirse, correspondiente a este nuevo momento, el de la postguerra, debía tener como resultado un nuevo acuerdo histórico para la continuidad del proceso. Cuando las organizaciones son disueltas, se liquida esa continuidad y se trunca la posibilidad de la discusión política, de la evaluación política de la guerra, del ajustamiento de cuentas con la experiencia realizada, y del encuentro del nuevo momento.

Toda la trampa estaba armada, porque la disolución de las organizaciones se hizo en nombre de la unidad y en nombre del avance del proceso, todo vinculado a nuevas intenciones, y hasta de supuestas revolucionarias intenciones, todo en medio de una fiesta de victoria, cuando en realidad se estaba cercenando el proceso político y se estaba construyendo un simple instrumento electoral al servicio del orden neoliberal, del régimen político y de los sectores dominantes del país.

Previendo la resistencia del pueblo ante los altos niveles de explotación que se anunciaban, el nuevo actor político que como sujeto político había conducido la lucha social, anuncia el rompimiento de sus relaciones con el movimiento social, alegando que se trataba de asegurar la autonomía de ese movimiento, cuando en realidad todo el tinglado fue diseñado para asegurar la marcha de los gigantes neoliberales en el país más pequeño y más pobre del continente. Las dos banderas, la de la paz y la del fin de la guerra, jugaron el papel paralizante de la resistencia, de la movilización y de la oposición, y lo sigue jugando hasta nuestros días.

Entre la lucha política y la lucha electoral funcionan vasos comunicantes, y esta lucha electoral resulta ser parte de la política, pero esta relación no siempre funciona de manera vívida y concreta en el terreno social. En nuestro país, hay momentos históricos, específicos, donde este vínculo resulta decisivo. Un ejemplo de esto fueron las campañas electorales de 1967, con el Partido Acción Renovadora (PAR) y las campañas de 1972 y 1977, con la Unión Nacional Opositora. En estos momentos históricos, las campañas electorales estaban ampliamente contaminadas por la lucha política, en la medida que la crisis de esos momentos se expresaba en el terreno electoral, y la alianza electoral del Partido Demócrata Cristiano, del Movimiento Nacional Revolucionario y del Partido Comunista de El Salvador (UNO), estaba vinculada y al servicio de esa lucha política.

En estos acuerdos de postguerra, el panorama fue diferente porque aquí se trataba, precisamente, de ahogar toda protesta, de paralizar toda movilización, de impedir toda resistencia, y la paz funcionó como el antídoto, porque siendo un bien que había que cuidar, no podía ser perturbada por reclamos “fuera de tiempo”, en tanto que la guerra social no podía ser despertada de su prolongado letargo para impedir que retornara a la sociedad. Así en medio de una esperanza dominada por el miedo, y de un miedo adormecido por la esperanza, la sociedad salvadoreña aceptó y se tragó, sin resistencia y sin protesta, el neoliberalismo más salvaje y brutal que se ha impuesto a un pueblo.

Mientras esta construcción avanzaba, los antiguos guerrilleros se convertían en funcionarios, aprendían a disfrutar el botín de la administración de la cosa pública, descubrían los goces de las mieles de los aparatos, y se convertían en alumnos de sus antiguos enemigos.

Este es el momento en el que los guerrilleros pasan a ser preparados en los salones de clase del Instituto Centroamericano de Administración de Empresas (INCAE), que como todos sabemos es el centro donde la burguesía prepara sus cuadros. La Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP) colabora en la preparación de los cuadros guerrilleros, y el sistema político es aceptado, asimilado y absorbido, se destierra de la cabeza política toda idea y toda posición anti sistémica.

Aquí se inaugura el reino de lo electoral y el destierro de la lucha política, todos debían convertirse en activistas y todo debía estar preparado para la próxima campaña electoral,  todos debían ser aspirantes a una candidatura y a un cargo público, todo debía estar dentro del orden y nada debía estar en el desorden, mientras tanto, el mayor desorden de la humanidad, el capitalismo neoliberal, apretaba la garganta de todo el pueblo.

A la renuncia de la post-guerra y la renuncia de la política le siguió la renuncia del poder, que como podemos ver se trató de una trilogía poderosa a partir de la cual el proceso político que siguió a la guerra de 20 años dejó de amenazar el proyecto neoliberal que se montaría y también aseguró los intereses de los sectores dominantes. Se renunció a todo proyecto popular y se amarró toda posibilidad de movilización organización y formación del pueblo que sería afectado totalmente durante las próximas décadas por la política y la filosofía neoliberal.

Mas de 20 años después de estos acontecimientos, la sociedad puede darse cuenta de las consecuencias perversas sobre sus vidas; pero en aquellos momentos, toda esta política oscura fue manejada como una especie de victoria y un sentimiento de fiesta y celebración que recorría la sociedad de arriba para abajo y mientras para las personas, la paz valía la pena aunque la justicia no apareciera. Cuando los antiguos guerrilleros empezaron a aparecer de alcaldes y otros de diputados, se entendió que eso era el poder y algunos, incluso pensaban, que eso era la revolución y otros que eso era el socialismo, cuando en realidad, justamente aquí, en la asunción de un cargo público y en la conversión de una persona en funcionario estaba situada, de manera inadvertida para la gran masa, la renuncia al poder y su sustitución por el acceso a los cargos públicos. Se trata de un hilo fino, invisible y a la vez poderoso.

Hemos de saber que para realizar las transformaciones que las sociedades necesitan, que suelen ser traumáticas y producen desorden porque suponen la negación de un orden y la construcción de otro orden, para hacer todo esto, se necesita contar precisamente con el poder necesario para hacerlo, se trata del poder de abajo sustentado con la organización y la movilización del pueblo y el poder de arriba con el control de los aparatos del Estado.

Cuando una fuerza política renuncia previamente al poder de abajo y desmoviliza al pueblo, lo desorganiza, a la vez que no tiene ninguna condición para controlar ningún aparato estatal porque carece de la fuerza política para hacer semejante cosa. Sin contar con ese poder entonces no tienes más camino que convertirte en funcionario de un aparato cuyos propietarios y controladores son los mismos de siempre, los sectores dominantes y las oligarquías tradicionales que son las que continuaron ejerciendo el poder en el país, mientras la antigua guerrilla, liberada de toda insurgencia, se hacia parte del funcionariado como cualquiera lo hace en cualquier Estado.

El poder nunca fue discutido por el nuevo actor partidario y siempre se reconoció y aceptó el poder de los oligarcas e incluso nunca se llegó a plantear ni compartir el poder, de tal modo que esta renuncia al poder se convierte en una política conservadora y reaccionaria.

Conviene saber que cuando hablamos de poder nos estamos refiriendo al poder político que es el poder de los poderes, es la madre del cordero y entendemos por poder una relación social que se da entre personas y no entre la persona y la cosa o entre la persona y la naturaleza; esta relación social se basa en la diferencia de recursos que es la segunda característica del poder, aquí se ubica lo que se llama la fuente del poder y podemos preguntarte de donde viene el poder del dueño de la fabrica y has de saber que no viene del mayor conocimiento técnico del manejo de las máquinas, tampoco viene de su mayor edad o su mayor simpatía, viene a partir de que es el propietario de los medios de producción de los que dependen todos sus trabajadores, esa es la fuente de poder. El poder de un padre sobre su hijo viene de su ascendencia, un hijo siempre es descendiente de su padre y puede ser, a su vez, ascendiente de sus hijos, esta es la fuente de poder; el tercer aspecto es que el poder puede ser o subversivo o conservador de acuerdo al uso que se le dé, para transformar la realidad o para impedir esa transformación.

Yo tengo poder político cuando cuento con el control de los aparatos de Estado que funcionan de acuerdo a mis intereses, ese poder político no funciona automáticamente, ni mecánicamente a partir de mi poder económico, debe ser construido de manera sistemática y organizada, este es el corazón de las luchas de clases la cual consiste en definir qué clase social o que fracción de una clase social es dueña y controladora de las áreas decisivas de los aparatos de Estado. Cuando una fuerza política renuncia a esta pelea, tal como lo hizo en su momento el recién inaugurado partido FMLN se trata de un inquilino que agradece el alojamiento, promete portarse bien y controlar toda posibilidad de desorden impidiéndolo y maniatando los espíritus de los posibles transgresores. Solamente pide manos libres para participar en el usufructo de la administración del botín de la cosa pública.

A estas alturas podemos afirmar que la oligarquía no ganó la guerra; pero ganó la post-guerra, empezando porque al renunciar el partido FMLN a esta post-guerra, se sepultó a la guerra y se procedió a soterrar el episodio más hermoso de nuestra historia. Este enterramiento no puede ser considerado, en ninguna circunstancia, una victoria de pueblo, fue una victoria de sus enemigos.

A mas de 20 años de distancia la guerra empieza a ser desenterrada, muy lentamente, dolorosamente, con vergüenzas y aquella especie de alianza establecida después de la guerra parece estallar, cuando el modelo neoliberal aplicado exitosa e implacablemente en el país, hunde a la sociedad en la mayor crisis histórica conocida y así, cuando aquel partido llega a hacerse dueño del gobierno carece de amigos, no cuenta con aliados, no tiene finanzas, tampoco tiene política conocida, ni proyectos, ni líderes respetables, ni cohesión de ningún tipo, es lo más parecido a un gobierno de mercaderes que aparecen sin sonrojos, como simples clientes haciendo cola en Washington y en las oficinas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional.

El problema del poder sigue pendiente y ahora con mas relieve, cuando el antiguo poder oligárquico tradicional se ha esquebrajado y el inquebrantable poder filosófico y espiritual, que es el que amarra a las almas de los consumidores y votantes también está quebrado y aquel perseguido aparato del Estado, ese codiciado botín de piratas ha sido controlado por el mercado todo poderoso. Así el gobernar es hacer negocios y obtener ganancias desde el aparato del Estado, se trata de negociar la política y en este marco las luchas por el poder pasan a ser un tema de vida o muerte precisamente, cuando la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia (CSJ), que entiende bien esto que estamos explicando, intenta convertir las votaciones, a contra pelo de los mismos partidos beneficiarios, en algo benéfico, civilizatorio, democrático y bienhechor.

Es cierto que varias cosas electorales establecidas a partir de los fallos de la CSJ pueden ser vistas como avances y pasos democráticos y también es cierto que lo electoral necesita de la contaminación de lo político para convertirse en movilizador y canalizador de la protesta y del reclamo del malestar y de la inconformidad. Todo esto existe en la sociedad y ha de crecer dentro y afuera de las urnas, para que no se detenga la posibilidad de una vida digna y de la supervivencia de la sociedad. Por eso decimos que el problema del poder político sigue pendiente, aunque no continuará así para siempre.

* Lic. Dagoberto Gutiérrez es Vicerrector de la Universidad Luterana Salvadoreña.


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Inevitablemente, cada individuo hace parte de su vida y de su historia aquellos acontecimientos que marcaron un recuerdo bueno o malo en la efemérides y en su vida...
Recordar por ejemplo aquellas cobardes masacres de la década del 70 en El Salvador (Chinamequita,Tres Calles,Santa Barbara,30 de Julio,entre muchas otras y seguro estoy es una experiencia que se repite a lo largo y ancho de Americalatina), masacres que conmocionaron a la nación y sacudieron la conciencia de muchos.

Esas masacres aceleraron el enfrentamiento entre ricos y pobres, entre el pueblo y las Fuerzas Armadas Nacionales, Toda aquella década fué de constante actividad politico-social y su principal escenario eran las calles, para las celebraciones del efemérides nacional de cualquier indole, se desarrollaba una manifestación de dolor, muy significativa y emótiva, muchas, con los restos de los asesinados y el reclamo del retorno o aparecimiento con vida de los capturados y desaparecidos.

Muchos jóvenes,a partir de aquellas cobardes acciónes por parte del Estado, radicalizamos nuestra pocisión y optamos por la lucha armada como única solución a la crisis que cada dia se profundizaba más y más...

A partir de aquella década, la protesta se hizo afrenta digna contra la dictadura militar, salir a protestar era recuperar,rectificar y sanear digna y valientemente, todo aquello que en anteriores décadas de terror, las clases dominantes habian institucionalizado.

Con aquellas jornadas de lucha, no solo denunciamos y condenamos a los eternos enemigos del pueblo, sino que hicimos sentir el grito de guerra de todos aquellos que sacrificada pero dignamente y hasta entonces, habian escrito la historia,nuestra heróica historia...

Que hubiera sido de nosotros, si Monseñor Romero hubiera pensado más en su tiempo, el dinero y su sombrero copa ancha junto con su pulcra sotana,por no arriesgar el pellejo a costa de convertirse en "La voz de los sin voz" y en el santo de los desposeidos?

Que seria de nosotros?, si Roque Dalton, sabiendo que podria incluso, morir a manos de sus propios "camaradas", no hubiera arriesgado la canción hecha palabra y herramienta de lucha, para gritarle sus verdades a los poderosos y sus criticas mordaces a los ultraizquierdistas y al Partido Comunista.

No seriamos dignos, de llamarnos salvadoreños si Farabundo Marti, no hubiera dispuesto ir a enlodar sus botas a "Las Segovias" junto a Sandino el General de hombres libres, como su lugarteniente.
Si Miguelito Marmol, no se hubiera levantado con las ganas que lo hizo después de haber sido acribillado frente al pelotón de fusilamiento, para seguir arriesgando el pellejo reclutando, concientizando, organizando, y manteniendo vivo el grito de guerra de "Viva el Socorro Rojo Internacional", que inconclusamente y con toda valentia intentó Farabundo.

Fraternalmente, Trovador


UN DÍA COMO HOY, 12 de febrero de 1973, los principales periódicos de El Salvador difundieron fotos de la muerte de los compañeros José Dima...