Carlos Bucio Borja
A Dany Ayala
Una
de las más gratas satisfacciones de quien escribe estas líneas es el
haber entablado amistad con el joven economista Daniel Ayala, Dany
Ayala. Dany era un muchacho profesional, de aguda inteligencia, carisma
y entusiasmo por la vida, cualidades que le eran retribuidas con mucho
amor por su novia, familiares y demás seres queridos.
Hace
pocos días, mientras se dirigía al gimnasio, como era habitual en él,
Dany sucumbió al Leviatán de la violencia que azota nuestra nación desde
hace varios años: alguien le disparó por la espalda.
Reuniendo
algunos retazos de la vida de Dany llegué a saber de su intención de
alguna vez publicar algún escrito de manera conjunta conmigo. Desde
este lado de la realidad, Dany, quiero decirte que me siento muy honrado
por tu inquietud y tu estima, y dedico a ti las siguientes reflexiones,
así como en el futuro otras que me recuerden de tus grandes
cualidades...
***
Durante
los últimos meses, las redes sociales y los medios informativos de El
Salvador en sus versiones digitales se ven inundadas con dolorosas y
penosas fotografías de jóvenes y adolescentes pandilleros ensangrentados
después de violentos enfrentamientos. En una era en que las noticias
son casi automáticas debido a las actuales tecnologías cibernéticas, es
inevitable que este tipo de fotografías y videos sean publicados en una u
otra plataforma, de manera casi inmediata, incluyendo los medios
impresos. A esto algunos teóricos de la comunicación denominan pornografía de la violencia.
Debido a la inmediatez y la crudeza de las noticias hoy en día, debemos
estar alertas respecto a un fenómeno que ocurre casi siempre después de
estas pornografías. Primero, en el plano visual, la reproducción de la
violencia; y luego, con frecuencia, cuando la ciudadanía condona la
violencia como espectadora, esta violencia es reproducida nuevamente en
el plano simbólico, en un proceso en el que se deshumanizan víctimas,
victimarios y también espectadores. Ante la cruda y desbordada
violencia criminal que aqueja el país desde hace más de dos décadas, y
el desarrollo continuo de las tecnologías cibernéticas, es imposible no
tener acceso involuntario y casi instantáneo a escenas pavorosas. Pero
ver jóvenes y adolescentes desangrados hasta la muerte, portando armas
de fuego, no debe de ser ningún motivo de gozo ni de exaltación a la
muerte, sea la muerte de quien sea. El lugar común de los jóvenes y los
adolescentes debe de ser centros de estudio, campos deportivos,
parques, lugares de formación y recreación. No la sangre, ni el
nihilismo, ni la muerte.
La
ciudadanía toda, espectadores y analistas de la realidad, debemos tener
cuidado en no deshumanizar a nadie, pues al deshumanizar a quien
consideramos inferior a nosotros nos deshumanizamos nosotros mismos.
Una niñez y adolescencia violenta, ensangrentada y nihilista no solo
habla de sí misma, sino de la sociedad en su conjunto, siendo una
reflejo de la otra. Y si bien —lastimosamente— existen formas de
violencia que para ser aplacadas requieren de represión y de violencia,
estas últimas deben de ser comedidas y circunscritas estrictamente
dentro de los ámbitos de la Constitución Política nacional, así como de
tratados humanitarios internacionales. En un sentido más amplio, curar
el cáncer de la violencia en El Salvador —lo cual tomará varios años—
involucra pensar más allá de la violencia institucional y requiere mucha
inteligencia y una nueva ingeniería social, una donde los niños y
jóvenes ya no sean objetos —números fríos del sistema o de las bandas
criminales— sino sujetos de sueños solidarios, ambiciosos y positivos
para sí mismos y la sociedad.
En
cuanto a la última sentencia de la Sala de lo Constitucional declarando
terroristas a las pandillas MS y 18, y cualquier otra organización que
actúe de manera similar, esta resolución es indicativa del tipo de
democracia formal que vivimos. Y todas las instancias del estado y la
sociedad debemos respetarla. Sin embargo, el estado salvadoreño debe de
tener mucho cuidado en no hacer interpretaciones autómatas no
cerebrales sobre dicha sentencia, específicamente en cuanto a no
estigmatizar o criminalizar a sectores de la sociedad cercanos a, o
subsumidos sociológica o económicamente, a las pandillas ahora definidas
como terroristas. El estado salvadoreño debe de actuar con
contundencia —tal como lo está haciendo— contra el crimen organizado,
pero sin dejar de lado diferentes formas de inteligencia. Así —si bien
la reciente resolución de la Sala de lo Constitucional además de ser una
expresión retórica debería constituirse también en un elemento
disuasivo—, tanto el estado como la sociedad salvadoreña en general
debemos asumir la realidad lo más objetivamente posible. De esta
forma, debemos considerar lo siguiente: si existen en el país 72 mil
pandilleros (ahora terroristas), 12 mil de los cuales están encarcelados
y 60 mil libres, esto quiere decir que (siendo conservadores) los
pandilleros tienen una red social y operativa (entre parientes, parejas y
otras conexiones interpersonales-operativas cercanas) de entre un
mínimo de144 mil (suponiendo que en promedio dicha red se limita a 2
personas por cada pandillero) y 720 mil (suponiendo que en promedio cada
pandillero alcanza una red social operativa de hasta de10 personas).
Un cálculo medio de estas cifras nos da un número de 360 mil personas
como base social y operativos extendidos de los pandilleros en prisión o
libres. En este sentido, retóricamente se podría estigmatizar al 4 %
de la población salvadoreña como pandillera o agentes de los pandilleros
—es decir terroristas—, pero en términos logísticos y políticos
efectivos (para cualquier partido) sería imposible en el actual contexto
histórico encarcelar o eliminar a 144 mil personas. Si el estado
salvadoreño —en aras de una lectura automatizada de la reciente
resolución de la Sala de lo Constitucional— tratara de hacer eso se
estaría encaminando a una nueva forma de terrorismo de estado.
¿Qué
hacer ante la situación anterior? En otro espacio me explayaré sobre
el tema, pero en términos generales la respuesta es una nueva ingeniería
social en El Salvador.
Las
pandillas no solo tienen una dimensión criminal, sino también una
dimensión social, en cuanto a que dichas bandas, cuando se iniciaron —y
después también— como grupos juveniles surgieron dentro del vacío del
estado provocado por políticas neoliberales —que desmantelaron el
aparato social del estado— en zonas demográficas históricamente
marginadas y de alto riesgo durante los gobiernos de Arena, y aún desde
décadas antes cuando el estado ya actuaba como mayordomo de la
oligarquía nacional. Es urgente remendar tal tejido social lo más
pronto posible, con políticas sociales audaces, imaginativas, que
fomenten valores de solidaridad, concientización, y aspectos positivos
de la cultura —nacional e internacional—, y nuevas maneras de
organización local. Esto involucrará una participación coordinada de
lideres locales no corrompidos —así como de nuevos liderazgos—, y de
científicos, técnicos y trabajadores sociales.
Por
otra parte, es muy peligroso de parte del estado estigmatizar a
religiosos, periodistas, trabajadores o investigadores sociales que
tengan vínculos vocacionales o profesionales con pandilleros, en
particular con jóvenes pandilleros. Debido a dinámicas objetivas y
subjetivas, muchos religiosos, trabajadores e investigadores sociales
(sicólogos clínicos, sicólogos sociales, sociólogos, antropólogos,
abogados, criminólogos, etc.), así como líderes comunitarios tienen
necesidad —y lo hacen— de entablar contactos con delincuentes y jóvenes
pandilleros. Sería un grave error estigmatizar a estos trabajadores,
religiosos, e investigadores como criminales y terroristas. A pesar de
ello —y esto, reflexionando sobre el contenido de la última resolución
de la Sala de lo Constitucional, pero también independientemente de
ella—, personas que por vocación o profesión entablan contacto con
criminales y jóvenes pandilleros tienen la obligación de hacerlo con
sumo cuidado, a fin de no entablar o desarrollar conexiones orgánicas ni
operativas con grupos o agentes criminales. Esto se presenta siempre como
una obligación y reto ético-académico para los investigadores sociales,
pero en el contexto de la violencia social y criminal que aqueja la
nación salvadoreña es sumamente indispensable no perderlo jamás de
vista.
Durante
el conflicto bélico pasado, el estado salvadoreño persiguió, reprimió y
masacró a religiosos, periodistas y trabajadores sociales por tener
vínculos vocacionales o profesionales con la insurgencia armada que hoy
está en el gobierno. Esto está documentado histórica e
institucionalmente a partir de investigaciones académicas y científicas,
y registrado por reconocidas instancias democráticas internacionales,
las cuales dieron un veredicto condenatorio al estado salvadoreño de
aquel entonces. El estado salvadoreño hoy no debe de perder nunca de
vista ese espinoso camino del pasado.
En
cuanto a la Fiscalía General de la República, si ésta entablara una
persecución de religiosos, periodistas, activistas, trabajadores o
investigadores sociales con contactos vocacionales o profesionales no
orgánicos ni operativos con las pandillas ahora, o en el pasado como
mediadores de un pacto entre las
pandillas rivales, esto constituiría un desgaste político,
institucional, logístico y de inteligencia, que a la postre no abonaría a
solucionar las dinámicas de la violencia en El Salvador. Estas
dinámicas son ahora altamente plásticas y sofisticadas, y como he
sugerido arriba tienen raíces históricas y estructurales. Desperdiciar
energías institucionales torna más difícil la lucha contra la violencia
criminal y retrasa su solución estructural. Tanto la fiscalía General de
la República como otras instancias del estado salvadoreño deben enfocar sus esfuerzos —de manera ágil, inteligente, contundente y aguda— contra el crimen organizado y sus nexos orgánicos y operativos.
En
países con muchísimo más recursos económicos que El Salvador,
expresiones de violencia criminal de bandas organizadas se han tornado
endémicas, y amplias economías subterráneas de éstas se han subsumido
dentro de economías políticas locales y regionales. Ejemplos de lo
anterior lo constituyen la mafia en Italia y América del Norte; los hells angels, los bandidos, los pagans y otras pandillas en los Estados Unidos; los carteles de narcotráfico en Colombia y México; la tríada china; la yakuza japonesa;
etcétera. Todas estas organizaciones tienen décadas de funcionar en
Europa, Asia y América, cuentan con extensas bases sociales, y se han
esparcido por el mundo. Tanto la MS como la pandilla 18 tienen sus
orígenes dentro de las comunidades salvadoreñas marginadas en Los
Ángeles, California, y en gran medida son producto de la diáspora y la
discriminación étnica que sufrían niños y jóvenes salvadoreños de parte
de pandillas de anglos, chicano-mexicanos y afro-estadounidenses en esa
región de los Estados Unidos. En Europa y los Estados Unidos la lucha
contra dichas bandas criminales anteceden las dos guerras mundiales y
aún no han podido ser derrotadas, ni tampoco extirpar su base social ni
su economía subterránea. Para lograr esto en El Salvador se necesita
ser radical, pero radical con inteligencia y no con la fuerza bruta. Se
necesita —además de la inteligencia operativa del estado— de una
re-ingeniería social que involucre la desintoxicación de toda la
sociedad en cuanto expresiones de violencia y tendencias criminales
(esto último incluye la evasión, grande y pequeña, de impuestos, y otras
formas de corrupción privada, pues esa es la lógica social y cultural
de la que parten los pandilleros).
Desde
la prehistoria y a nivel transcultural siempre han existido cofradías
de jóvenes en estados liminales y post-liminales (es decir, de
transición y post-transición generacional), y en la modernidad las
pandillas juveniles (en general) representan un ejemplo de tales
cofradías. Debido a lo profundo de la globalización cultural, la nación
salvadoreña no puede escapar a este fenómeno transcultural. El uso
generalizado del término «mara» en todas las clases sociales del país, y
anterior al actual fenómeno de violencia pandillera, es indicativo de
que desde antes que surgieran la MS y la pandilla 18 ya existían
agrupaciones juveniles conformadas en torno a gustos y etos comunes.
Esto ocurre en todas las naciones, occidentales y no occidentales. Con
esta consideración quiero indicar que en el actual estadio histórico y
cultural de nuestra nación y el mundo será imposible erradicar el
fenómeno de las pandillas juveniles, mucho menos por decreto. Lo que se
requiere es la transformación del etos (es decir las motivaciones y
valorizaciones) de las pandillas juveniles salvadoreñas —descendientes
de la marginalización y discriminación social y étnica norteamericana y
en El Salvador— a un nuevo etos de solidaridad y desarrollo subjetivo y
social humanista; una transformación que involucra una nueva forma de
consumo no autómata, que se aleje de la gratificación fácil e inmediata,
y se acerque de manera más profunda a la solidaridad, a la ecología, a
las artes, a los deportes y a la intelectualidad. A primera vista
esto pareciera una difícil aspiración cultural e histórica, sin embargo
las nuevas tecnologías cibernéticas y el cosmopolitanismo actual de la
nación salvadoreña facilitan grandemente dicha posibilidad. Debemos re-imaginar y re-construir el ser subjetivo y social salvadoreño, producir y expresar nuevos valores y paradigmas.
Insisto.
El estado y la sociedad salvadoreña deben de ser contundentes respecto a
la criminalidad, pero con inteligencia. La nación salvadoreña —sin
negar una multietnicidad histórica— tiene una ventaja sobre otros países
a los que he aludido arriba, incluyendo nuestros vecinos regionales:
somos más compactos culturalmente, a pesar de nuestro cosmopolitanismo y
transculturización. Esto facilita reconstruir nuestro tejido social;
las redes sociales cibernéticas mismas podrían constituir un factor
positivo en tal sentido, fomentando una cultura de paz, progreso y
tolerancia, y no de violencia y deshumanización.
En
su campaña electoral el Presidente Sánchez Cerén prometió combatir el
crimen organizado con manos inteligentes… Y ese es el rumbo que debemos
continuar… Y afinar con la fineza y agudeza necesarias.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario