Dagoberto Gutiérrez
El miércoles pasado y bajo el sol inclemente de estos días, pesados y ansiosos, fue enterrado Mario Aguiñada Carranza, a los 73 años de edad. Se trata de toda una vida vinculada a la lucha política. Es una experiencia que abarca todas las expresiones de la lucha social, desde la clandestinidad hasta la legalidad, desde la negación del Estado hasta jugar de acuerdo con las reglas de éste.
Mario Aguiñada militaba en el Partido Comunista de El Salvador, del que llegó a ser miembro de su comisión política, y sabía que ser de izquierda entraña un compromiso ante la vida, una manera de entender la realidad, de afrontarla y de enfrentarla, y de sustituirla por otra realidad.
Se trataba de un hombre de origen humilde, proveniente de una familia de luchadores sociales, hermano, precisamente, de Oscar Gilberto Martínez Carranza, dirigente obrero asesinado en la primera huelga de maestros de 1968, y también hermano de Rafael Aguiñada Carranza, asesinado siendo diputado de la Unión Nacional Opositora, en septiembre de 1975.
Mario fue un autodidacta, de mucha inteligencia, que conoció a edad temprana los rigores de la clandestinidad y con una noción bastante clara del amigo y del enemigo, aunque su mundo siempre estuvo más allá de las paredes partidarias. Fue esta capacidad de extender su conocimiento y su relación con el mundo, lo que le permitió mantenerse en el terreno de la clandestinidad, sortear innumerables riesgos y amenazas, y mantener siempre una posición de resistencia y desafío.
Era un hombre atildado, cuidadoso de su presencia física, y muy ordenado, incluyendo en ese orden su propio pensamiento. Su cultura lo llevó a acercarse a las actividades del periodismo porque la comunicación le interesó siempre, por eso su trabajo fue fundamental para asegurar la elaboración y la circulación del periódico Voz Popular, que era el órgano del Partido Comunista en la década del 70, y del que yo era director.
Aguiñada era dueño de una opinión que influía en las discusiones de la Comisión Política del PCS. Este era un partido cuya dirección discutía mucho y que en la ilegalidad y la persecución elaboraba mucha idea política. Esto era fundamental para avanzar en la extensión de su trabajo y sus relaciones y en la profundización, necesaria e imprescindible, de la radicalidad de su pensamiento. De tal manera que necesitábamos seguir el pulso, el olor y el color del rumbo de los acontecimientos. Así como ocurre actualmente, en el año 2015, en donde todo huele a guerra, en la década de los años 70´s del siglo pasado, también había un olor inconfundible a guerra, con la diferencia de que el pueblo era el protagonista de ese avance hacia adelante, en diferentes direcciones, pero con un solo rumbo con diferentes matices y énfasis. Todo esto estaba enfilado hacia una confrontación mayor. Era necesario prepararse con nuestros métodos y estilos para los aceros que venían, tal como ocurrió.
Mario Aguiñada fue un pálpito y un instrumento, como lo éramos todos, de esa lucha popular. Siempre sereno, con las emociones bajo control, con su seguridad resguardada y muy organizada. La guerra lo encontró en diferentes actividades relacionadas con lo que él conocía y sabía hacer, desarrolló mucha capacidad en el trabajo político diplomático y demostró habilidad para entender la mensajería diplomática, las relaciones entre los Estados y las negociaciones.
En plena guerra, y justamente en el marco de la ofensiva del 89, se derrumba la Unión Soviética, el imperio estadounidense invade Panamá y se produce un cambio de correlación de fuerzas en el planeta. Todos estos acontecimientos influyeron en el pensamiento político de la insurgencia porque siendo el FMLN guerrillero una alianza (un acuerdo político con cemento político) de comunistas, anticomunistas y no comunistas, nos nutríamos de una utopía en donde la democracia no oligárquica cubría el horizonte; sin embargo, los acontecimientos internacionales, que no llegaron a afectar estratégicamente el desenlace de la guerra, sí afectaron el pensamiento político de sus protagonistas, jefes y dirigentes. Esto era casi inevitable.
Estacircunstancia tenía que ver con una negociación indetenible y con una relación con el sistema político del país que rehuía un abordaje que buscara eliminarlo y su substitución por otro. Por el contrario, se buscaba la incorporación de los insurgentes al mismo.
Mario Aguiñada fue uno de los que mejor entendieron la coyuntura creada y empezó a trabajar en esa dirección sin pérdida de tiempo, adelantándose a los acontecimientos y a otros; pero, cuando la guerra termina, el FMLN desaparece y se crean nuevas condiciones para el fin político de una guerra que ya no existía, Mario estaba muy adelante en una ruta que sería, años después, la ruta oficial y única de un nuevo actor político (que no llegó a ser sujeto como el FMLN guerrillero) que también siguió llamándose FMLN.
Conocí a Mario en 1969, cuando en la Facultad de Ingeniería de la UES, los jóvenes comunistas nos reunimos para crear la Unión de Jóvenes Comunistas (UJP). El joven organizado que yo descubrí ese día era el mismo hombre con el que yo platiqué sobre el papel de los partidos políticos en la guerra, durante una plática que tuvimos después de los acuerdos de paz, cuando yo no tenía ninguna relación política con el partido FMLN. Me parece que ambos descubrimos que en el bosque de la lucha social, lo fundamental es la diversidad, siempre y cuando ésta alimente utopías valiosas.
La muerte de Mario culmina una vida enriquecida por el compromiso y la lucha y eso no se entierra nunca.
Expreso mi pesar a su familia, a Desha, su viuda, y a sus hijos e hijas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario