Dagoberto Gutiérrez
La pandilla ha llegado a ser la figura fundamental organizativa en la
guerra social de El Salvador. Hasta ahora, una parte de la sociedad se
refiere al conjunto de pandillas y a los miembros de ellas con el
calificativo de maras, cuando en realidad, a estas alturas del
conflicto, el fenómeno parece tener características más definidas, pero
también más encubiertas.
La figura de las maras tiene el significado de establecer algo
inconstante e irregular, expresa un fenómeno irregular, aunque, en
camino aparente, a convertirse en una organización, y así, una mara
parece equivaler a algo que se está
organizando, que se está formando, en el que participan gentes de las
barriadas, muchachas y muchachos de las periferias, que no parecen tener
nada en la vida, y además, no pertenecen a nada y a nadie, son como
expresiones sociales insignificantes que buscan en la marca alguna
significación. Se trata de seres anónimos, sin rostro y sin voz, sin
nombres conocidos, que dan un primer paso para ganar un nombre y una
identificación.
Aun no estamos en el terreno de la identidad, pero estamos situados en
un territorio en el que, desde la sombra, muchachos y muchachas intentan
un viaje desde el ser hacia el no ser, desde lo ignoto a lo conocido, y
así se llega a la identificación, al establecimiento de una serie de
rasgos, nombres, distintivos, palabras, y hasta lenguaje, que pueden
determinar, finalmente, una identidad. La mara parece ser esta
escaramuza inicial para salir de las sombras.
Es importante saber de donde salen estos grupos iniciales conocidos
como maras para explicarnos el proceso subsiguiente que se abre como los
pétalos de las flores. Este fenómeno se construye en las alcobas
sangrientas de la exclusión y la marginalidad. Estas son oscuras,
cercadas por muros, con seres humanos expulsados hasta de la vista
pública, y excluidos de la salud, la educación, el trabajo, el mercado,
y toda existencia civil. Es decir, gente que no puede alcanzar el grado
máximo en la sociedad de mercado que es: llegar a ser consumidor.
Esta
calidad de consumidor resulta ser una especie de ciudadanía otorgada
por el mercado, y así como el Estado hace ciudadano al ser humano hace
ciudadano al ser humano para que vote en las elecciones, el mercado lo
hace consumidor para que adquiera mercancías. Esto equivale a votar,
porque el consumidor, al igual que el votante, carece de opción.
Pues bien, estos seres humanos que se mueven en la exclusión no llegan a
ser consumidores y están, por eso, al margen de la vida civil, es
decir, marginados de todo funcionamiento válido en lo que se llama,
sociológicamente, sociedad civil. Desde esas sombras aparecen las maras,
como una expresión que libera y enfrenta ese anonimato. Y así, miles y
miles de marginados se hacen presentes, ganan voz y rompen su silencio.
La mara fue todo esto y se inscribe en este proceso de exclusión socio
económico a manos del mercado.
Este proceso ha tenido una ruta sostenida y alimentada poderosamente.
Estos grupos iniciales que dieron identificación a una humanidad
excluida, se transformaron en pandillas y este fue un proceso
inexorable, es decir, indetenible e irreversible. Se entendió, en la
medida en que se descubrió, que la agrupación permite ganar fuerza, y la
fuerza puede ser convertida en poder. Aquí se cruza por una especie de
transición cuando estas fuerzas excluidas descubren un territorio sin
control, con seres humanos como ellos, que carecen de salud y de todo lo
que en las Constituciones se llaman derechos, con seres que siendo
ciudadanos agonizan, sin embargo, como seres humanos, que no tienen
organización, que viven dispersos, y descubren que ellos son más fuertes
y que pueden controlar estos territorios y a las personas que viven en
ellos. Se ha entrado, de una manera casi natural, a un proceso de
construcción de poder. Y así, se transforma la relación de las maras con
las comunidades, y la relación de estas maras consigo mismas. Al
cambiar la relación con las personas controladas también cambia la
relación al interior de estos grupos organizados que estamos llamando
maras. Se trata de un proceso dual que camina hacia afuera y también
hacia adentro y crea las condiciones para la conformación de la
pandilla.
El marero es así sustituido por el pandilleros, y aunque esto no es ni
maquinal ni mecanice, ha funcionado y funciona en la sociedad, porque
una pandilla resulta ser una expresión de poder y no solo de fuerza; es
decir, que aparece un proceso de legitimación de la fuerza al interior
de los grupos que les da a sus jefaturas capacidad de control y de toma
de decisiones, es decir, de condiciones para adueñarse de los
territorios, sometidos a su jurisdicción, que pasan a ser una especie de
propiedad de una u otra banda.
Llegados a este punto, necesitamos esclarecer de donde toman las bandas
su sustento ideológico y lo que pudiera llamarse su filosofía, es
decir, de donde viene su visión del mundo, sus valores, su ética y su
inteligencia. Aquí se descubre que es el mercado el que fundamenta el
desempeño de las pandillas.
Esto no es sorprendente, dado que el mercado es el regulador de la
sociedad, el amo de millones de consumidores que sustituyen, como hemos
dicho, a los ciudadanos que nunca fueron. Veremos después cómo opera esta
relación entre pandilla y mercado.
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