Carlos Salvador La Rosa
Carlos Marx eternizó su opúsculo llamado el Manifiesto Comunista con una célebre frase inicial, “un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo”, con lo que quería indicar que las viejas clases burguesas se aterraban frente a quien venía a sustituirlas.
Parafraseándolo, podría decirse que un fantasma recorre la América Latina autodenominada nacional y popular, el de la corrupción, porque ella es la enfermedad que está matando todo lo que se intentó en la última década. Y no lo dicen sólo sus enemigos, sino el más lúcido intelectual marxista de los EEUU, Noam Chomsky, cuando afirma que “la corrupción fue tan grande en Sudamérica que (los gobiernos) se desacreditaron a sí mismos”.
A Chomsky, desde la izquierda, lo enfrenta la concepción del sociólogo brasileño Emir Sader, que despacha todo el problema con una explicación simplísima: ante el mejor gobierno que tuvo Brasil, el de Lula, la derecha desesperada se lanza a su caza con la falsa excusa de la corrupción. O sea, no hay corrupción de la izquierda -no puede haberla- sino conspiración de la derecha contra la revolución impoluta.
Frente a un esquema tan insostenible y simplista, los nac & pop trataron de elaborar teorías más sofisticadas.
La más cínica -como difícilmente podría provenir de otro lado- es la ultraK, propuesta por el periodista Hernán Brienza, quien dice que el kirchnerismo fue el único que cuestionó en el país la hegemonía del neoliberalismo y lo hizo como pudo, “incluso con los cambios de ‘amigos’ puso en cuestionamiento al ‘capitalismo de amigos’ existente en el país aún hoy”.
Sí, estimado lector, le ruego lea otra vez la frase, porque aunque usted no lo crea, Brienza dice exactamente que para luchar contra los Techint, los Macri y demás capitalistas, los revolucionarios debían tener sus propios capitalistas amigos, y para eso inventaron a los Lázaro Báez y trataron de hacer lo mismo hasta con “Isidorito” Boudou. No se trató de chorros, sino de resistentes de izquierda contra el neoliberalismo. Más caradurismo imposible.
Más serio, pero aún así gran inspirador de los planteos kirchneristas defensores de la corrupción propia es la tesis del ex titular de la Oficina anticorrupción, José Massoni, quien cree que la “gran corrupción” es el sistema capitalista en sí mismo, porque “el capitalismo es un excelente sistema de crecimiento económico, con base inmoral desde que se asienta en la apropiación individual del trabajo social”.
Esta es la teoría que adoptó Horacio Verbitsky en sus análisis periodísticos para no investigar ningún hecho de corrupción K: la de que, por definición, un sistema que lucha contra el capitalismo siempre es infinitamente menos inmoral que el capitalismo. Y si algún K comete algún hecho de corrupción, o es una excepción, o es alguien que lo hace para salvar la revolución pecando algo para que los pecadores en serio no se queden con todo.
Chomsky, quizá el crítico más profundo de la corrupción estructural del capitalismo de su país, sin embargo está en las antípodas de todas estas teorías cínicas, chifladas u oportunistas que creen que la izquierda, por ser de izquierda, es buena en sí misma, que predicar el amor a los pobres es lo mismo que practicarlo o sacarlos de la pobreza. La hipocresía suprema de los que se creen moralmente superiores sólo por pensar como piensan.
Noam Chomsky dice que al iniciarse el siglo XXI, él creyó que América Latina era más prometedora en términos de desarrollo que Asia Oriental, “pero ha sido todo lo contrario… por la tremenda corrupción y la incompetencia… que nunca lograron liberarse de la dependencia casi total de una exportación única”. Sigue diciendo: “el modelo de Chávez ha sido destructivo”, o “El PT… sucumbió a la corrupción”. Y lo mismo cree le pasó a la Argentina al depender demasiado de productos primarios y de China.
Sin embargo, países como Corea del Sur y Taiwán, aunque al principio no fueron democráticos, pudieron modernizarse y democratizarse gracias a Estados fuertes que impulsaron y lograron el desarrollo económico. Vale decir, el haber sido capitalistas emergentes es lo que los salvó de la corrupción a la que sucumbieron los nac & pop latinoamericanos.
Siendo Chomsky, un marxista consecuente, él piensa que si un país quiere llegar al socialismo primero tiene que lograr hacer funcionar el capitalismo, si no se queda en el feudalismo, como pasó por estos pagos.
Además, son las sociedades cerradas las que generan más corrupción que las abiertas, algo elemental que sólo los viudos tristes del kirchnerismo, del lulismo o del chavismo no se atreven a aceptar, adoptando una versión marxista de manual soviético para escuela secundaria y militontos. Porque seguramente en el sistema capitalista anida corrupción, pero los países que quieren ser anticapitalistas los suelen superar, en particular porque no han sabido gestar ningún control elemental para combatir la corrupción, cosa que cualquier capitalismo desarrollado posee. Ahora, si aún así se insiste en que el capitalismo es por definición corrupto, ya no se está haciendo una definición de la corrupción, sino del capitalismo y eso es ideologismo puro. No sirve para nada en lo que se refiere a detectar a los que se apropian privadamente de los bienes públicos, que eso es la corrupción. O se convierte en una coartada perfecta para defenderlos.
Algo que no detecta la teoría de Chomsky -por lo demás impecable en esta cuestión- es que estos sistemas nac & pop gestados a destiempo hoy ya no producen efectos benéficos en nadie. Cumplieron un papel histórico a mediados del siglo XIX en cuanto a la integración y movilidad sociales de las clases más humildes, pero ahora (salvo quizá en Bolivia por su relativo atraso histórico) el populismo ya no le mejora la vida a nadie, ni en sus versiones de derecha ni de izquierda, mientras que al predicar el aislamiento nacional, el culto al líder, el odio a las mediaciones institucionales, la guerra contra la prensa libre, la invención del enemigo y la división de la sociedad en dos partes inconciliables, lo único que logra es provocar una corrupción gigantesca porque la sangre no fluye en el sistema y entonces se corrompe. Pero al conformar sistemas cerrados y autoritarios gesta algo aún peor: la creación de oligarquías político-económicas en mucho menos tiempo de lo que demoró la burguesía latinoamericana del siglo XIX en devenir oligarquía golpista cívico-militar.
Lo que intentó en el siglo XXI el populismo en América Latina fue darle desde el Estado poder a ciertas élites políticas surgidas y corrompidas desde la democracia y a ciertos empresarios inventados desde el gobierno (los boliburgueses, los capitalistas amigos, los militares castristas devenidos empresarios) a fin de que se apropiaran de nuestros países, no para transformarlos mediante su modernización, sino para la mera acumulación del poder de esas élites, con lo cual el paso a su oligarquización fue inmediato.
Ahora, de lo que se trata es de desmontar los desastres producidos por esas fallidas oligarquías emergentes y proseguir la impostergable tarea de construir capitalismos emergentes que se la jueguen por el desarrollo de sus pueblos y no por la concentración del poder en sus élites.
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