Hace más de 25 años, se tomaron, entre gallos y medias noches, una serie de acuerdos políticos entre una parte de la cúpula guerrillera y otra parte de la oligarquía de El Salvador. Según estos entendidos, la guerrilla tendría su partido político, participaría en elecciones y sería, junto con ARENA, la viga maestra del régimen político. Recordemos que cuando las fuerzas armadas gubernamentales no ganan la guerra, en esa misma medida la pierden, y también pierden su calidad de clase gobernante. Así había sido desde 1932, cuando luego de la matanza campesina de ese año, la oligarquía asustada confió al ejército la administración de su poder político, es decir, el gobierno.
Al final de la guerra civil de 20 años, se cambió la clase gobernante, el ejército dejó de cumplir ese papel y fue sustituido por la guerrilla del FMLN. Se trató de una especie de co-gobierno compartido con ARENA. En este punto es necesario recordar que la guerra civil había terminado antes de la firma de los acuerdos de paz y que el mismo FMLN, en tanto acuerdo político, también había desaparecido después que la guerra llegó a su fin. Cuando firmamos los acuerdos de paz ya no existía, entonces, ni guerra ni FMLN guerrillero. Estos dos últimos aspectos no fueron conocidos ni entendidos por el pueblo en esos momentos, ni lo son plenamente en la actualidad, porque se trató de un quiebre y un agotamiento de un sujeto político construido fundamentalmente para desempeñarse dentro de la guerra y en función de ella, y este acuerdo nunca tuvo fundamento ideológico. Recordemos que la ideología es la sangre de la sangre y la carne de la carne, es lo que configura una visión y una comprensión del mundo, y en la misma medida, una opción ante la realidad cambiante. Al no existir esta identificación entre las organizaciones del FMLN guerrillero, el acuerdo fue fundamentalmente político, es decir, basado en las condiciones imperantes en el momento histórico, en el enemigo real del momento, en la necesidad insoslayable de alcanzar acuerdos frente a un enemigo común que no distinguió diferencias ideológicas y que perseguía y mataba a todos aquellos y aquellas que se le oponían. La necesidad de enfrentar a semejante rival construyó el marco político que hizo posible el acuerdo llamado FMLN guerrillero.
Lo anterior quiere decir que en ausencia de un proyecto político común, una vez agotadas las condiciones que hacían posible la guerra civil y terminada ésta, también sucumbió el acuerdo político entre las fuerzas participantes; aunque ni uno ni otro acontecimiento haya sido conocido o entendido en su momento por el pueblo, o incluso por los mismos combatientes guerrilleros.
Esta no resulta una comprensión fácil, pese a que es verdaderamente decisiva para comprender los acontecimientos que durante 25 años se han sucedido aceleradamente. Hemos dicho que parte de los acuerdos tomados con la oligarquía dominante fue la decisión en el sentido de que la guerrilla se convirtiera en partido político, que participara en la vida política y apareció así la figura del partido político con el mismo nombre de FMLN; aunque aquel acuerdo que configuró el FMLN ya no existía. Ahora se trataba de nuevos entendimientos. En otras palabras, se trataba de entrar al sistema político sin tocarlo, sin amenazarlo y sin transformarlo, y esto equivale a salir de la sociedad, trastocando aquella relación imperante durante la guerra civil, según la cual, la guerrilla estaba instalada dentro de la sociedad, en el seno del pueblo, junto al pueblo, y afuera del sistema.
Durante la guerra no se discutió una posición determinada frente al sistema porque el tema no era discutible y era, sin duda alguna, fuente de desacuerdos y enfrentamientos, porque la lucha era frente a una dictadura militar de derecha, aquella instalada luego de los años 32, y por supuesto que esto era muy importante, y esta fue derrotada, y el proceso político se abrió a un nuevo momento, que es el que estamos trabajando en estas reflexiones. Hay que puntualizar que esta derrota de esta dictadura está plasmada en el artículo 212 de la actual Constitución de 1983 reformada, ya que en ese texto la fuerza armada tiene la misión de defender la soberanía del Estado y la integridad del territorio, y ya no cuenta con todas las atribuciones y funciones que le entregaba el anterior artículo 211 de la misma Constitución de 1983.
Este resultado es fundamental para el país, es el logro político de la guerra civil, y precisamente, al trastocarse la clase gobernante, no se afectó más que indirectamente a la clase dominante, que siguió siendo la misma, con el mismo control sobre el aparato político, sobre la economía y sobre la ideología. Esto es lo que explica la necesidad de esta clase de recomponer su aparato gobernante, incorporando en él a los sectores integrantes de aquella fuerza que había llevado a su fuerza armada, es decir al ejército oligárquico y pro imperialista, ante la inevitable necesidad de negociar el fin de la guerra, de ser depurado y ser reducido en su tamaño. Tamaño resultado histórico impuso a la oligarquía reinante la necesidad de hacer una recomposición de su aparato. Y entonces, ARENA, que era el partido político de la oligarquía, tuvo que compartir el gobierno con la antigua guerrilla y ésta tuvo que jugar el papel de co-gobierno junto con ARENA. Estas fueron las condiciones que la historia impuso y fue una manera muy calculada y cincelada, por parte de la oligarquía, de asegurar la continuidad de su viejo poder oligárquico.
Este periodo histórico contiene las más importantes decisiones y acciones que configuran el actual momento político y es necesario la reflexión más cuidadosa para seguir en sus líneas decisivas los acontecimientos. En otras palabras, para capturar el hilo histórico que une un hecho con otro y que nos permite explicar el curso de la vida.
Como veremos, los acuerdos referidos cubren y resuelven aspectos de la naturaleza de la guerra civil. Aquí hay que destacar que el motor que movió a esta guerra fue la exclusión política que en su momento ejecutó la fuerza armada, al convertirse en clase gobernante y monopolizar el control del aparato de gobierno. Nunca practicó este ejército, sin duda porque nunca lo consideró necesario, ninguna política de alianzas con sectores no militares para permitir el acceso a los aparatos gubernamentales de otro sectores sociales; muy por el contrario, los gobiernos militares, lo eran en todos sus aspectos, rincones, olores y sabores. Al grado tal que los militares llegaron casi a sustituir a la oligarquía en el imaginario popular y a ser entendidos como el enemigo a derrotar. Por eso mismo, los oligarcas, al comprobar que su ejército no había resuelto victoriosamente la crisis y al no poder repetir 1932, los apartaron del gobierno y abrieron las puertas para que nuevos sectores se incorporaran al aparato de gobierno; mientras la fuerza armada se convertía en un órgano de gobierno. En el artículo 163 de la Constitución de 1983, la fuerza armada dejaba de refrendar y comunicar los decretos, los acuerdos, las órdenes y providencias del presidente de la República y eran los ministros, en sus respectivos ramos, los que pasaban a asumir esa función.
Esta metamorfosis del ejercicio del poder necesita ser asimilada o captada para pasar con más reflexión a la marcha y desarrollo del nuevo poder gubernamental montado en el país a partir del fin de la guerra. Esto es lo que veremos a continuación.
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