Dagoberto Gutiérrez
El Salvador atraviesa un momento de crisis histórica caracterizada por el hundimiento del modelo político levantado después de la guerra civil, por el empobrecimiento agudo de grandes sectores de la población y el enriquecimiento escandaloso de pequeños grupos sociales y políticos y por el derrumbe de las vigas políticas partidarias llamadas a sostener el régimen.
Esta crisis tiene su expresión más definitiva en la violenta guerra social que azota al país, pero también se expresa en la peligrosa reducción y bienvenida del control ideológico que empuja al pueblo indefenso a votar, elección tras elección, por candidaturas desconocidas o por candidatos abundantemente conocidos por corruptos, antipopulares y odiosos.
Este es un momento en donde se relacionan contradictoriamente el mayor poder ideológico del mercado, un poder jamás visto, y una especie de despertar, que junto con el hartazgo de una realidad que acuchilla al ser humano, ha producido en el pueblo una especie de esperanza mesiánica. La lógica del fenómeno descansa en el hecho de que los seres humanos aspiramos, de una manera escatológica, a encontrar o a construir una luz que al final del túnel indique la salida de la oscuridad del miedo y la incertidumbre.
En esta reflexión, la esperanza aparece como un fruto colectivo, como lo que concita las angustias de todos y todas, las ofensas más amplias y las aspiraciones de justicia que corren por las calles y por las veredas.
En este escenario de búsqueda es donde aparece la figura de Nayib Bukele. El encuentro entre este personaje y las necesidades de la gente abre la puerta para una reflexión sobre el mesianismo.
En la reflexión teológica cristiana, el mesías es tanto el que es enviado como el que es esperado, pero este papel, que no es necesariamente buscado, parece ser determinado por el trapiche intenso del escenario histórico. Es en este escenario donde se construyen los alambiques que terminan definiendo las condiciones del encuentro de las masas que aspiran y un personaje que asume un papel, que no ha sido necesariamente buscado, ni mucho menos racionalizado. No en todos los casos.
En un escenario de crisis como el actual resulta de gran importancia que el pueblo busque una salida en donde esperan encontrar la defensa de sus intereses.
En esta aspiración podemos encontrar el rechazo al orden político y económico actual. Esto equivale al rechazo de una realidad y la aspiración a otra realidad diferente, con justicia, con trabajo digno, con salud, con educación, con dignidad, con país y con patria. Esta es, precisamente, una visión utópica, tal como la plantea Tomás Moro en su Utopía, en donde ésta no aparece como lo imposible o lo ilusorio, sino como la acción política humana de hacer posible lo que parece imposible, apoyándose en las visiones compartidas por personas de diferentes levaduras.
Por eso es que tanto el pensamiento utópico como la actitud mesiánica requieren de un escenario histórico determinado.
Estamos hablando del encuentro entre las amplias aspiraciones de un pueblo, en un determinado momento y lugar, y el personaje o los personajes que terminan asumiendo como propias suyas, las tareas que el momento histórico exige.
Las luchas históricas nos ofrecen ejemplos innumerables de este hecho, y en el momento político salvadoreño, Nayib Bukele expresa el rechazo al orden político partidario y la confrontación con las dos vigas maestras del neoliberalismo, los partidos ARENA y FMLN, llamando a la derrota de estas dos cabezas, convoca a la gente a luchar contra el orden actual y conscientemente se sitúa en el terreno del desorden. Esto basta actualmente para que se produzca el encuentro entre miles de personas hartas del actual orden y el personaje que habla, que denuncia, y que choca con este orden desde el desorden.
De esta manera, conviene darse cuenta que es la realidad la que encuentra a este personaje, pero es este personaje el que también camina hacia la realidad. Cuando hablamos de realidad nos referimos al escenario en donde el ser humano realiza su praxis, luchando por transformar esta realidad conflictivamente y activamente. No pensamos en algo que está ahí, que es fuera del ser humano, que es percibible; por el contrario, resulta ser el individuo, la fuerza que tiene la capacidad subversiva para transformarla.
A esto estamos llamando realidad y estamos situando al conflicto en la medula de la misma con dos extremos conflictivos: por un lado, la paz, que puede ser como el conflicto más reducido, y por el otro, la guerra, que es el conflicto más encendido, equidistante de uno y otro polo, situamos a la crisis, de cuya solución depende siempre que nos conduzca a una paz que también es conflicto, o a su punto más alto, que es la guerra.
No cabe duda que Nayib Bukele está siendo empujado y movido por el acontecimiento, pero también es cierto que, según su decisión y definición pendientes, él y el pueblo podrían mover el rumbo de las cosas. Para eso necesitará más, mucho más que eso que se llama redes sociales. El pueblo también necesita amplias redes organizativas y con los más diversos colores para asegurar la derrota del orden detestable y repudiado y la construcción de uno nuevo. De eso depende el logro de la paz, que termina siendo una especie de conflicto de otro nivel y de otra dimensión.
El actual momento está preñado de grandes posibilidades y mucho depende de la acción de las masas y del papel de los sujetos.
San Salvador, 01 de diciembre del 2017.
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