Edwin Tobar
Estos días se cumple el 75 aniversario del final de la batalla de Stalingrado, que fue el combate más sangriento de la más devastadora conflagración de la historia de la humanidad. Su crueldad y dureza bastarían para justificar los ríos de tinta vertidos acerca de la misma, pero Stalingrado representa muchas cosas que van más allá de su intrínseco valor histórico y militar. La gran batalla librada a orillas del Volga se ganó un lugar privilegiado en el imaginario colectivo y en la memoria antifascista, particularmente en el de millones de comunistas del mundo entero, que durante los meses que duró el terrible choque miraban al Volga con el corazón encogido, conscientes de que una victoria nazi en las estepas del Cáucaso y entre los escombros de la ciudad mártir, sería un desastre para la humanidad progresista y antifascista.
Tras el fracaso de la Wehrmacht a las puertas de Moscú en el invierno del 41, que fue el primer revés importante de las tropas nazis desde aquel lejano septiembre de 1939 en el que Hitler comenzó a pasearse por Europa a lomos de sus unidades blindadas, el alto mando alemán fijó su atención en los campos petrolíferos del Cáucaso. Lejos quedaban ya los días de vino y rosas de los jerarcas nazis y de los militaristas prusianos, inventores de la guerra relámpa -blitzkrieg-, atascada a las puertas de Moscú y ante las retículas de los puntos de mira de los T-34 soviéticos. La apocalíptica fanfarronada de Hitler, ante lo más granado del partido nazi, en su cervecería favorita de Munich, de que el estado soviético era un decorado de cartón piedra podrido, que se derrumbaría de una patada, no se había cumplido. Pero la Wehrmacht seguía siendo la más poderosa armada de todos los tiempos y la escala de crueldad y de salvajismo criminal de sus hombres, inusitada. Hitler estaba siendo fiel a su promesa de guerra total contra los -untermensch- subhumanos, eslavos, escrita negro sobre blanco en el ‘Mein Kampf’.
El próximo golpe iba a ser en el Cáucaso. Primer objetivo: los campos petrolíferos. La ciudad de Stalin era la llave del Volga y su conquista cubriría el flanco oriental de sus ejércitos. Además a Hitler no se le escapaba el altísimo valor simbólico de conquistar la ciudad que llevaba el nombre de Stalin. Un desafío a la altura de la megalomanía de Hitler.
La cronología histórica fija que la batalla de Stalingrado se libró entre el 23 de agosto de 1942 y el 2 de febrero de 1943, si bien el día de la capitulación del comandante del Sexto Ejército, el Mariscal Friedrich Paulus, fue el 31 de enero. Paulus fue el primer Mariscal de la historia militar alemana que se rindió ante el enemigo. Pero antes de que eso ocurriera, dos millones de soldados soviéticos, alemanes y sus aliados húngaros, rumanos e italianos, se dejaron la vida entre los escombros de Stalingrado y en las estepas aledañas. No es la intención de este breve texto profundizar en los pormenores bélicos de la batalla, si bien es necesario dar unas pinceladas de los mismos, para entender los elementos originales y novedosos de la misma.
Stalingrado era una moderna ciudad industrial que se extendía a lo largo de 27 kilómetros a las orillas del río Volga. Una ciudad de edificios de tres o cuatro alturas en el centro y con barrios de casas unifamiliares; con grandes fábricas de tractores y de armamento; un importante nudo ferroviario, que unía Moscú con los campos petrolíferos del sur. Además el río Volga era una vía fluvial de transporte vital para la Unión Soviética. Resumiendo, Stalingrado era una ciudad modelo del proceso de industrialización acelerada de los años treinta, con casi un millón de habitantes, grandes espacios verdes y una agitada vida social y cultural.
El ataque directo a Stalingrado se inició con un bombardeo masivo el 23 de agosto del 42, que duró una semana entera, produciendo la muerte de 60.000 civiles y la destrucción completa de la ciudad, que quedó reducida a escombros. Oleadas ininterrumpidas de Heinkels 111 y Junkers 88, a las órdenes de Wolfram Von Richthofen, el que fuera comandante de la Legión Cóndor en la guerra de España y responsable, entre otros, de la destrucción de Guernica, abrieron el camino al ataque por tierra de las tropas del Sexto Ejército de Paulus.
Stalingrado se desarrolló el combate urbano más importante de la Segunda Guerra Mundial, aunque no fue el primero, ni sería el último, éste fue sin duda el más salvaje e intenso de toda la guerra. Los soldados alemanes llamaron a la batalla “la guerra de las ratas” –rattenkrieg-. Durante la batalla se desarrollaron nuevas tácticas de combate urbano a corta distancia. Las líneas estaban a treinta o cuarenta metros. A esa distancia, las granadas de mano, las afiladas palas cortas de infantería y los subfusiles eran las armas más letales, en un feroz cuerpo a cuerpo sostenido durante meses. A menudo se combatía en los mismos edificios en ruinas, ocupando los alemanes los pisos inferiores y los soviéticos los superiores o viceversa.
Vasili Chuikov
Vasili Chuikov, comandante del 64 Ejército soviético y responsable de la defensa de la ciudad, fue el innovador que desarrolló las tácticas del combate urbano. Fue Chuikov quien decidió situar sus líneas tan cerca de las líneas enemigas, con el fin de impedir los bombardeos alemanes sobre sus hombres pues inevitablemente esos bombardeos producirían bajas sobre los propios alemanes. Fue Chuikov quien organizó los grupos de asalto, compuestos por cinco o seis hombres, que atacaban con ferocidad y se retiraban rápidamente a posiciones defensivas. Y fue Chuikov quien potenció la figura de los francotiradores, que además de causar muchas bajas a los alemanes, priorizaban la eliminación de los oficiales nazis y de los especialistas en comunicaciones. Hay que señalar que además del valor militar intrínseco de los francotiradores, su tarea galvanizó las esperanzas y la moral de combate de todo el pueblo soviético.
A mediados de noviembre del 42, y a costa de muchísimas pérdidas, los alemanes se encontraban en muchos puntos de la ciudad a apenas 100 metros del Volga. Pero Chuikov se negó a retirar su puesto de mando a la orilla oriental del Volga. Permanecería durante toda la batalla junto a sus hombres, dando ejemplo, lo que estuvo a punto de costarle la vida en varias ocasiones. Los noticieros alemanes, haciéndose eco de la ansiedad de Hitler, anunciaron, falsamente, en varias ocasiones la conquista total de la ciudad. Pero la realidad se encargó de arruinar la propaganda. El 19 de noviembre el Ejército Rojo lanzó la Operación Urano, una magna y genial maniobra en profundidad y en pinza, atravesando el Volga desde el norte y el sur de la ciudad, que en pocos días rodeó por completo al Sexto Ejército alemán. Esta operación fue dirigida por el Mariscal de la Unión Soviética Gueorgui Zhúkov, encerrando a los alemanes y a sus aliados en un inmenso -kessel- caldero. El resto consistió en ir reduciendo la bolsa que encerraba a 250.000 soldados alemanes. Hitler se negó a capitular, llegando a nombrar a Paulus Mariscal de Campo, en la suposición de que nunca se rendiría, pues ningún Mariscal alemán lo había hecho nunca. En su teatralidad criminal, Hitler deseaba que sus hombres se suicidaran antes de rendirse. Pero Paulus capituló el 31 de enero del 43, junto a los 90.000 hombres que quedaban vivos del Sexto Ejército.
Stalingrado representó un punto de inflexión en la guerra. La Unión Soviética tomó en sus manos la iniciativa, que hasta entonces era alemana, y ya no dejaría de perseguir a la Wehrmacht hasta Berlín. Pero esa es otra historia. El valor militar, histórico y sentimental de Stalingrado es inmenso, por la deuda de sangre contraída con el heroísmo, la determinación y el sacrificio del pueblo soviético por todos los pueblos del mundo. En Stalingrado se empezó a apagar la estrella, hasta entonces ascendente, del nazifascismo.
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