Collapse/Confesiones de un ex-agente de la CIA
El género documental se ha posesionado en los últimos años a la vanguardia de la
información en Estados Unidos. Una veintena de ellos, que he disfrutado
y me han ayudado a redondear la comprensión de esta sociedad tan
compleja, han captado con agudeza única diferentes ángulos de la
descomposición del mundo industrializado. Sus temas van desde la
degradación a que se ha sometido al sexo, pasando por la dictadura
financiera disfrazada de buena vida, el robo de retiros y ahorros de los
trabajadores, las guerras de rapiña cada vez más descaradas, hasta la
denuncia al gobierno “democráticamente elegido” y a la prensa “libre”
por servir como co-artífices del sistema, al mantener dormida a la
mayoría de la gente.
Jamás, sin embargo, había visto un testimonio tan completo y demoledor como el que hace Michael Ruppert en el documental Colapso, del director Chris Smith.
Encerrado en una especie de búnker, rodeado por primeros planos sofocantes, paneos lentísimos y disolvencias negras no menos presagiosas, Michael Ruppert habla de sí mismo sólo cuando le preguntan "por qué el espectador ha de creer en lo que él está diciendo". Cuenta que pertenece a una familia ligada a la CIA durante muchos años y que fue reclutado desde joven. Yo añadiría que desde joven también quedó defraudado por los negocios sucios de la Agencia. Si bien casi no habla de sí mismo, Ruppert trata de advertir, puntualizar, reiterar el peligro en que estamos.
Había predicho la crisis financiera actual, y era tachado de extremista por los analistas de Wall Street y de Wahington, al tiempo que el desenlace se acercaba. Ahora nos lanza malas palabras de impotencia, gesticula, suda, fuma, llora y asegura que "ya se cansó de debatir".
El estado de negación de la realidad es demasiado poderoso en esta cultura de la distracción y la tontería, nadie desea oír malas noticias, porque lo malo, de hecho, no parece existir, al menos para este país bendecido por los dioses. Del estado de negación se pasa al de rabia, luego a la violencia. Los últimos escalones son el de la depresión y la aceptación, cuando probablemente sea demasiado tarde para hacer algo.
"¿Cómo voy a ser traidor ni anti-norteamericano si el rock me acompaña siempre, junto con mi perro?", se lamenta, y enumera sus artistas favoritos.
Una nueva burbuja financiera se está volviendo a crear, no hay producción —ni energía, como dice él—, que respalde el dólar; las reservas de petróleo se están agotando más rápido de lo que se admite, y las fuentes renovables en su mayoría son “una broma”. Pone ciertas esperanzas en el sol y el viento, pero reconoce que sólo cubrirán el uno por ciento mínimo de las necesidades actuales.
En un inesperado comentario, Michael Ruppert cita el estado en que se encontraron de la noche a la mañana Corea del Norte y Cuba, al caer la Unión Soviética, como el inmediato destino que espera a la civilización industrial. Con el agravante, añado yo, de la arrogancia y la prepotencia, de la ignorancia y la fragmentación que promueve, entre otras desgracias, esta cultura.
Enfatiza especialmente lo que hizo Cuba para sobrevivir, y lo pone como ejemplo de lo que deberíamos prepararnos a hacer: guardar semillas biológicas, conservar cada espacio de tierra, aprender a cultivar la tierra, acercarnos a nuestros vecinos y comunidad, y prepararnos para convertirnos en aptos para sobrevivir a la cercana debacle. Una isla pequeña y desobediente vuelve a mencionarse como ejemplo a seguir por el coloso autocomplaciente, en apariencia invencible. ¿Cómo digiere esto la mentalidad del ciudadano común de un país bendecido por los dioses?
Ni más ni menos, este hombre sólo reafirma lo que le ha sucedido a todas las grandes civilizaciones. Nos lo dice directo, sin poses rebuscadas, sin elegancia. Y sabe, además, que los meneos de Shakira y los goles del Barcelona, continuarán expandiendo el velo de estupideces que no nos deja unirnos para detener lo que está ocurriendo.
Este es el único país donde aún se discute y se duda de que el calentamiento global sea una realidad, dice un orgulloso panelista de “debates” televisivos. Es que somos más democráticos y libres, parece decir su cara, más abiertos a la discusión y por supuesto más inteligentes. Todos se miran y ríen al unísono.
Desde Chicago, Ernesto González, para kaosenlared.net
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