Julio Herrera (Desde Montreal, Canadá. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
¡Yo amo los revolucionarios hasta las fronteras de la veneración!
¿Cómo
no amar a ésos Atlas colosales que a través de los siglos han puesto el
mundo de los oprimidos sobre sus hombros solidarios para llevarlo hacia
otros mundos secularmente soñados por los desposeídos y los
desamparados? ¿Cómo no sollozar de admiración ante esos indomables
Prometeos proscritos por las tiranías y las plutocracias represivas?
!Yo
amo los revolucionarios porque ellos hacen realidad los sueños de los
desvalidos, de los marginados y los excluidos; los amo porque ellos
iluminan con su ideal esplendoroso las tinieblas de los tugurios
proletarios como un relámpago en el fondo de un abismo; porque ellos
escuchan sensitivos las quejas inauditas de los pueblos subyugados;
porque con su verbo volcánico y justiciero ellos hacen temblar
capitolios, catedrales y sinagogas, !porque ellos son el auténtico verbo
hecho hombre que habita entre nosotros!
¡Yo
amo los revolucionarios porque ellos son los Espartacos inmortales y
redivivos de todos los siglos; porque ellos empuñaron la espada de
Bolívar cuando Washington lo apuñaleó por la espalda después de darle el
beso de Judas; los amo porque ellos persisten donde todos sucumben;
porque la noble pasión de la lucha los posee como una inspiración;
porque ellos siembran la semilla de la rebelión donde crece el opio de
la resignación; porque su verbo de justicia es un clarín de guerra en
los campos del oprobio, de la iniquidad y de la ignominia; porque el
gemido de los explotados es el mandato imperativo que conjura en ellos
el temor del combate y van hacia él con la serenidad de un Dios!
Yo
amo los revolucionarios porque ellos le dan fuerza a los débiles,
esperanza a los desesperados, valor para la lucha por una vida digna y
no el consuelo de la resignación por una agonía perpetua... ¡divino
ejemplo para aquel abyecto Ecce Homo que murió mansamente en la cruz
perdonando a sus verdugos!
El revolucionario
es el auténtico Redentor porque el prójimo redimido es su obra gloriosa,
porque del lodo social él crea un nuevo mundo, porque de Job y su
estercolero de miserias él crea un hombre nuevo; porque él dice a los
oprimidos: “levántate y anda”, y les infunde una nueva vida, una nueva
alma, una nueva fe en su destino; porque su ideal emancipador es el
!Fiat Lux! de un nuevo Génesis donde toda esperanza de vida había
expirado como en un camposanto. La verdad, la libertad y la justicia son
su pasión, y por eso continúan indomables en predicar su ideal luminoso
con palabras serenas como una aurora, fulgentes como un sol.
Terror
de los tiranos, enemigo implacable de las democracias ficticias, todos
los caminos del dolor son recorridos como un vía-crucis por esos
proscritos estoicos y tenaces que son los revolucionarios: la represión
de los despotismos se encarniza contra ellos y son la revolución en la
adversidad, se les destierra y son la revolución en el destierro; se les
aprisiona y son la revolución tras las rejas, los asesinan y son la
revolución en el sepulcro, porque como el Ave Fénix, de sus cenizas
brota su ideal revolucionario que se hace la atmósfera vital de los
pueblos oprimidos!
¡Yo amo los revolucionarios
porque ellos gritan por los que callan, acusan por los que absuelven,
combaten por los que desertan, y mueren para que otros vivan! Nada
fatiga ni desconcierta la ternura colérica de ese inextinguible faro de
luz que continúa en disipar las tinieblas a despecho de la furia de los
oscurantistas; nada detiene la obra emancipadora de ese guerrero
inmortal porque de su corona de espinas ellos hacen una corona de
laureles y de su INRI hacen su gloria póstuma.
La
muerte tiene el poder de sellar sus labios pero no su ideal
misericordioso, porque los revolucionarios nacen el día de su muerte;
¡son los muertos que nunca mueren porque su tumba es su tribuna de
ultratumba, su trinchera póstuma, su Olimpo glorioso! La epopeya de sus
vidas es completa sólo cuando el verdugo hace enmudecer sus labios para
siempre: mudo el tribuno, su parábola inmortal e inmutable empieza a
hablar para los siglos. Su poder consiste en que se han transfigurado:
no son ya hombres, son un pueblo nuevo, una nueva civilización, un nuevo
mundo, un ideal inextinguible. Los tiranos pueden cortar cabezas pero
no ideales. ¡El triunfo de Salomé es la gloria del Bautista, el Gólgota
del revolucionario es el Sinaí de un nuevo mundo!
Sí.
La muerte tiene el poder de exterminar hombres, pero no nombres: Martí,
Bolívar, el Che, Allende, Sandino, Morazán, Artigas, San Martín, son
los faros de ultratumba que iluminan las almas combativas, son la luz
inmortal, los sagitarios de la esperanza en el tenebroso horóscopo
cotidiano de los pueblos oprimidos.
¡Salve, revolucionario amado! ¡Salve!
¡Salve, glorioso triunfador de la vida y de la muerte! ¡Salve!
"¡En
vos confío!" te dicen los tumultos de creyentes frustrados, hastiados
ya de levantar al cielo vacío sus manos crispadas. ¡Tu credo es mi
credo, tu dolor es mi dolor, tu triunfo es la redención de los
subyugados!
¡Alabados sean los revolucionarios!
¡Bienaventurados sean los revolucionarios porque de ellos es la gloria eterna!
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