Cuento sufí.
Anónimo(Enviado por Jesús DapenaBotero, desde España)
El
joven Arturo fue apresado por el monarca del reino vecino mientras
cazaba furtivamente en sus bosques; esto era castigado con la pena de
muerte, pero el monarca se conmovió por la honestidad y juventud de
Arturo y le ofreció la libertad siempre y cuando en el plazo de un año
hallara la respuesta a una pregunta difícil, ¿qué quiere realmente una
mujer?
Esta pregunta dejaría perplejo al
hombre más sabio y al joven Arturo le pareció imposible contestarla. Con
todo era mejor que morir ahorcado de modo que regresó a su reino y
empezó a interrogar a todo el mundo. Interrogó a la reina, a la
princesa, prostitutas y monjas, al mismo sabio y bufón de la corte,
viajeros y campesinos pero nadie dio una respuesta convincente.
Eso sí, todos le aconsejaron que consultara a la vieja bruja del reino, pues con toda seguridad ella sabría la respuesta.
El
problema estaba en el precio, pues la vieja tenía fama en todo el país
por el costo exorbitante que cobraba por sus servicios.
Llegó el último día del año y Arturo agobiado no tuvo más remedio que consultar a la hechicera.
Ella accedió a darle la respuesta satisfactoria a condición de que primero aceptara el precio.
Ella quería casarse con Gawain, el más íntimo amigo de Arturo y el más noble caballero de la Tabla Redonda.
Arturo
quedó horrorizado: era jorobada y feísima; tenía un solo diente
despedía un hedor que espantaría a un macho cabrío, hacía ruidos
obscenos...
Nunca se había topado con una criatura tan repugnante.
No quería ni pensar en pedirle a su amigo de toda la vida que asumiera por él una carga así para toda la vida.
En
cuanto su amigo Gawain, hombre de honor y lealtad, supo la situación de
Arturo afirmó que no era un sacrificio excesivo a cambio de la vida de
su compañero además de preservar la Tabla Redonda.
Se
anunció la boda, y la vieja bruja con su infernal sabiduría contestó la
pregunta -¿Qué quiere realmente una mujer?, ¡quiere ser la soberana de
su propia vida!
Todos supieron al instante que
la hechicera había expresado una gran verdad y que el Rey Arturo estaba
a salvo. Así fue que el monarca vecino al oír la respuesta le dio la
libertad.
Pero, ¡qué boda fue aquella...!
Asistió la corte en pleno y nadie se sintió tan desgarrado entre el
alivio y la angustia que el propio Arturo.
Gawain
se mostró cortés, gentil y respetuoso. La vieja bruja hizo gala de sus
peores modales, engulló la comida del plato sin usar los cubiertos,
emitió ruidos y olores espantosos.
La corte de Arturo jamás se había visto sometida a semejante tensión, pero prevaleció la cordura y se celebró el casamiento.
Corramos
un discreto velo sobre la noche de bodas y contentémonos con mencionar
un asombroso hecho. Cuando Gawain, ya preparado para ir al lecho
nupcial, aguardaba a que su esposa se reuniera con él, ella apareció con
el aspecto de la doncella más hermosa que un hombre nunca hubiera
imaginado ver.
Gawain quedó estupefacto y
preguntó qué había pasado. La hermosa joven respondió que como había
sido cortés con ella, la mitad del tiempo se presentaría con su aspecto
horrible y la otra mitad con su aspecto hermoso.
¿Cuál prefería para el día y cual para la noche?
¡Qué pregunta tan cruel para un hombre!
Gawain
se apresuró a hacer sus cálculos, ¿quería tener durante el día a una
joven adorable para ir con sus amigos, y por las noches en la privacidad
de su alcoba a una bruja espantosa?
¿O prefería una bruja de día y una joven en los momentos de intimidad?
El
joven Gawain replicó que la dejaría elegir por sí misma. Al oír esto,
ella le anunció que sería para él una hermosa dama de día y de noche,
porque la había respetado y le había permitido ser dueña y soberana de
su vida.
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