Por: Alirio Montoya
Era
una madrugada del mes de marzo del año 1983. Recién habíamos regresado
de un exilio voluntario en la hermana República de Honduras. El
estruendo de una bomba en esa madrugada despertó a todo el pueblo de
Santa Rosa de Lima. La bomba fue colocada y detonada en la puerta del
Banco de Comercio, creo que era el único del pueblo en aquellos años. Yo
tenía la edad de 7 años. Cuando se escuchó la detonación de la
explosión siguieron una cadena de ráfagas de AK47, M16 y G3, entre
otros. Abracé del tremendo susto a uno de mis hermanos, porque dormíamos
tres en la misma cama, no sé si fue a mi hermana o a mi hermano.
“Qué
es eso”, pregunté muy agitadamente. “Se metieron los muchachos”,
respondió mi hermana. En efecto, la guerrilla del FMLN se tomó el pueblo
esa madrugada del mes de marzo del 83. Yo no entendía nada de esas
cosas, bien por mi edad o falta de información. Cuando lo comento me
dicen que “soy un cipote”; pero esas palabras tienen a lo mejor varios
significados. Puede que me quieran decir que no sé nada, que no
participé de la guerra o que no tengo derecho a hablar de la misma. Hay
quienes quedaron jorobados de cargar durante toda la guerra un Radio
Transmisor y que ahora escriben libros sobre la guerra, otros que por
accidente se les escapó un tiro en toda la bendita guerra y también
escriben libros sobre la guerra civil. Los títulos de los libros varían
según la ingeniosidad de cada relator. Algunos títulos y portadas dan
risa. Como el de un “radista” que sale frente a una laptop, cualquiera
ha de creer que es un libro que habla sobre administración de empresas;
pero no, habla de la guerra de El Salvador.
Pero
todo indica o hace parecer, que se agencian el derecho patentado no sé
adónde, de escribir sobre la guerra por el hecho que ellos sí
combatieron, dando a entender que nosotros no; no obstante que, nosotros
ocupamos un lugar en esa guerra, bien como espectadores o bien como
civiles que no tuvimos “guevos” de irnos a la guerra. A la edad de 7
años a lo mejor y pude haber sido útil en algo en el campo de batalla,
quizás teniendo más “guevos” de los que se fueron. Pero los que no
estuvimos en el frente de batalla también tenemos el inquebrantable
derecho de escribir lo poco que quedó registrado en nuestra memoria.
Algunos son hijos de la guerra, y nosotros qué seremos; a lo mejor y los
sujetos de cambio de la postguerra por haber vivido la guerra aunque no
combatido.
Como
a las 9 de la mañana de ese día, 5 guerrilleros tocaron la puerta de mi
casa, la cual era prácticamente un mesón; en la tercera puerta había
una cantina. Los 5 guerrilleros querían celebrar con guaro “Muñeco” o
“Golfo” aquella evidente victoria sobre el enemigo, aunque el enemigo lo
celebraba con Whisky en la ciudad capital, San Salvador. Me asomé por
una ventana que daba a la puerta de la calle. Ahí estaban 5
guerrilleros, tres de ellos barbudos; eso me llamó la atención porque me
habían dicho que Dios era barbudo. Pero con el tiempo me dijeron que
Dios no tenía barba, que era como el aire, que no se podía ver,
solamente sentirse; por eso decidí ya no creer en Dios ante semejante
desilusión que me dio la vida o la realidad.
Tuve
la sensación de acercarme más a los guerrilleros, a verlos más de
cerca, hablar con ellos y, muy probablemente irme con ellos. Pero esa
ilusión de irme con “los muchachos” se transformó súbitamente en otra
desilusión como a eso de las 10:45 de la mañana cuando por los cielos
empezó a volar un A-37 rondando el pueblo y acercándose al Cerro
Vetarrón. De cada descenso del A-37 dejaba caer sobre aquel cerro y sus
alrededores tres bombas de no sé cuántas libras. La tierra temblaba y yo
lloraba debajo de la cama, creyendo firmemente no en Dios, sino,
ingenuamente en que la cama me protegería de aquel intermitente y
fulminante bombardeo sobre “los muchachos”. Mi abuela se peinaba sus
largos cabellos, mis padres rezaban para que no nos cayera ninguna
bomba. A lo mejor Dios los escuchó o le dio risa la paciencia y
serenidad de mi abuela Mama Lina. Ella no rezó, a pesar que era católica
mariana. A lo mejor ni creía en esas cosas.
El
sonido atronador del bombardeo me hizo reflexionar sobre quiénes eran
en verdad los malos; si los guerrilleros o los aviones de la Fuerza
Armada que bombardeaban aldeas, caseríos, pueblos y ciudades enteras.
Por ello sostengo que la ciudadanía también formó parte y ocupó un lugar
en la guerra. Los que no nos marchamos a la montaña, fuimos víctimas
del ejército; a mí me reclutaron dos veces a la edad de 14 y 15 años;
pero un tío era Comandante Local del pueblo, por eso únicamente me
obligaron a hacer unas cien flexiones de pierna y de regreso a casa.
Otros fueron “cachimbeados”, torturados, masacrados y desaparecidos por
las fuerzas represivas de la oligarquía y el imperialismo yanqui. Decir
imperialismo yanqui en estos días es “obsoleto”, porque “los tiempos van
cambiando y hay que adaptarnos a las nuevas realidades”; eso dijo
recientemente un ex comandante que tuvo más “guevos” que nosotros de
irse a la montaña.
Como
a eso de las 3:00 P.M., perdón, a las 15 horas, se oyó una potente
explosión que la escuchó un tío que era sordo y preguntó qué pasaba a
las tantas horas de haber comenzado aquel combate; es cierto, se los
juro, como diría Nietzsche, “por Dios y por todas las cosas en las que
no creo”, mi tío era sordo. Esa explosión era producto de la voladura
del puente del pueblo. Ese tipo de “sabotaje” tenía una explicación que
me la detallaron más adelante, lo cual me pareció muy atinado. Pasadas
las 17 horas llegaba el refuerzo del ejército, por lo que “los
muchachos” decidieron la retirada para evitar que la población limeña
sufriera un combate urbano. El Comandante “Wil Pelo de Cuche” venía a
cargo de esa misión según se cuenta; pero no cumplió ciertas órdenes que
le fueron dadas y por ello fue castigado como en todo régimen
disciplinario militar.
Los
guerrilleros de mi pueblo fueron muchos: Wil Sosa, Wil Pelo de Cuche,
Ricardo Cruz conocido como el “Chele Americano” (Emilio), Armando
“Cotorro”, con quien me he echado unos “talpujasos” de guaro macho,
Amílcar Benítez, el Comandante Darío Gavidia (Orestes Ortez), y por
supuesto mi ídolo, Saulito Mejía (Buruca); se me escapan algunos, quiero
y me disculpen. La madre de Saulito, doña Virginia, pregunta por sus
restos; nadie sabe. Ella me motivó aún más a simpatizar con el FMLN
histórico. En cuanto al FMLN partidario, ha decepcionado a muchos en los
últimos días, algunos de ellos que no combatieron y están en oficinas
de gobierno como todos unos burócratas, deberían de guardarle un tributo
a estos compañeros que entregaron su vida por la felicidad de otros.
Esa burocratización fue una de las tantas causas de la implosión de la
ex Unión Soviética. A veces el hombre no entiende las lecciones que nos
da la única mujer que no duerme: La Historia.
Pero
al final, el ataque de marzo del 83 me abrió el cerebro y comencé a
especular y a indagar sobre muchas cosas que no comprendía. Entendí que a
la oligarquía y al imperialismo no se le pide nada, hay que
arrebatárselo, ellos no ceden; nosotros es que a veces accedemos a sus
dicterios.
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