Andrea D’Atri (LA VERDAD OBRERA - PTS. Colaboración para ARGENPRESS CULTURAL)
A
propósito de "La Mujer, el Estado y la Revolución. Política familiar y
soviéticas 1917-1936", de Wendy Z. Goldman (Edición conjunta del
Instituto de Pensamiento Socialista "Karl Marx" y la agrupación de
mujeres "Pan y Rosas", Buenos Aires 2010)
“Si
logramos que de las relaciones de amor desaparezca el ciego, exigente y
absorbente sentimiento pasional; si desaparece también el sentimiento de
propiedad lo mismo que el deseo egoísta de ‘unirse para siempre al ser
amado’; si logramos que desaparezca la fatuidad del hombre y que la
mujer no renuncie criminalmente a su ‘yo’, no cabe duda que la
desaparición de todos estos sentimientos hará que se desarrollen otros
elementos preciosos para el amor. Así se desarrollará y aumentará el
respeto hacia la personalidad del otro, lo mismo que se perfeccionará el
arte de contar con los derechos de los demás; se educará la
sensibilidad recíproca y se desarrollará enormemente la tendencia de
manifestar el amor no solamente con besos y abrazos, sino también con
una unidad de acción y de voluntad en la creación común.” Con esas
palabras, Alexandra Kollontai cerraba su Carta a la Juventud Obrera de
1921, también publicada como El amor en la sociedad comunista.
Su
voz fue una de las tantas que se alzaron en los primeros años de la
Revolución Rusa de 1917 para debatir sobre el amor, el matrimonio, las
uniones libres, la sexualidad, la extinción de la familia, la
socialización del trabajo doméstico, la educación de los niños, el
derecho al divorcio y al aborto, entre tantas otras cuestiones que hacen
a la vida cotidiana. Y estos debates, sus avances y retrocesos, el
desgarramiento entre una sociedad nueva por nacer y la vieja sociedad
reaccionaria y opresora que se derrumbaba, se describen y analizan en La
mujer, el Estado y la revolución, una exhaustiva investigación de la
historiadora norteamericana Wendy Z. Goldman que, por primera vez se
presenta en castellano en esta edición conjunta de la agrupación de
mujeres Pan y Rosas y Ediciones del IPS.
El amor en tiempos de revolución
¿Cómo
crear una legislación para un estado que se concebía, desde su inicio,
destinado a perecer? El Código Civil de 1918, resultante de profundos
debates y estudios de juristas, intelectuales y dirigentes bolcheviques,
no tenía parangón en la legislación más avanzada de los países
centrales europeos. Y, sin embargo, como señala Wendy Z. Goldman, “a
pesar de las innovaciones radicales del Código, los juristas señalaron
rápidamente ‘que esta legislación no es socialista, sino legislación
para la era transicional’. Ya que este Código preservaba el registro
matrimonial, la pensión alimenticia, el subsidio de menores y otras
disposiciones relacionadas con la necesidad persistente aunque
transitoria de la unidad familiar. Como marxistas, los juristas estaban
en la posición extraña de crear leyes que creían que pronto se
convertirían en irrelevantes.”
Garantizar la
igualdad ante la ley de hombres y mujeres, pero especialmente trabajar
en la transformación radical de todo aquello que obstaculizara la
igualdad ante la vida, donde las mujeres permanecían esclavizadas en el
embrutecedor trabajo doméstico, víctimas de opresivas costumbres
ancestrales que era necesario arrancar de raíz de la cultura y la vida
social soviéticas. Nada de esto podía resultar una tarea sencilla en
medio de la guerra imperialista, la guerra civil, las sequías y
hambrunas que asolaban al naciente estado obrero. Sin embargo –como
señalamos en el prólogo a La mujer, el Estado y la revolución- “las
dificultades no eran óbice para un pensamiento audaz de los dirigentes
bolcheviques, que sobrevolaba por encima de los aprietos que imponía la
realidad. (...). La vida privada era un objetivo de la revolución en
curso, como si aquella otra consigna de que ‘lo personal es político’,
levantada por las feministas de los años ’70, se encontrara anticipada
en las ideas que el bolchevismo tenía sobre la emancipación de las
mujeres.”
Ellos y ellas se atrevieron, no sólo a
tomar el poder, sino a tomar el cielo por asalto, pensando nuevas
formas de relaciones humanas, despojadas de la coerción, la represión,
el despotismo y la mezquindad familiar. Imaginaron que el comunismo no
era sólo una asociación de productores libres sino también una sociedad
donde, como dijera el sociólogo Vol’fson, parafraseando a Engels, “la
familia será enviada a un museo de antigüedades, donde yacerá junto a la
rueca y el hacha de bronce, a la calesa, la máquina de vapor y el
teléfono de cable.”
El amor en tiempos de reacción
¿Y
no es acaso ese tesón y esa confianza en las ideas revolucionarias uno
de los aspectos más valiosos de estas experiencias que subvirtieron la
vida de millones de hombres y mujeres?
Fue
necesaria la derrota de los levantamientos revolucionarios de los
obreros de la moderna Europa; la persecución y el aislamiento en
cárceles, campos de trabajo forzoso; fueron necesarios el exilio, los
juicios fraguados y el fusilamiento de miles de estos revolucionarios
para que –paradójicamente- en nombre del socialismo, se limitara el
desarrollo de la socialización de los servicios de guarderías, lavaderos
y comedores, para que se desenterrara el culto a la familia, para que
se estableciera que el matrimonio civil era la única forma legal de
unión frente al Estado, para que se suprimiera la sección femenina del
Comité Central del Partido Bolchevique, para que se volviera a penalizar
la homosexualidad como en tiempos del zarismo y se criminalizara la
prostitución, para que se prohibiera el aborto y se desacreditaran las
ideas que se debatían ardientemente en los primeros años de la
revolución.
La reacción stalinista no tenía
nada en común con las mejores tradiciones del socialismo, que
impregnaron de un espíritu profundamente libertario los primeros debates
de los revolucionarios rusos. Más bien, el stalinismo era todo su
contrario y miles de deportados, presos y asesinados lo atestiguaron con
sus vidas.
Encabezamos el prólogo de esta obra
de Wendy Z. Goldman con una frase de Trotsky que dice: “todo el que se
inclina ante los hechos consumados es incapaz de preparar el porvenir.”
La burocracia stalinista se inclinó ante los hechos consumados, pero
pérfidamente, haciendo de la necesidad, virtud, llamó a esto,
“socialismo”. Éste ha sido, quizás, el crimen más grotesco, siniestro y
de consecuencias más graves para los explotados y oprimidos. Como señala
Wendy Z. Goldman, contra la reacción emprendida por el stalinismo –que,
en cuanto a la política familiar y la vida social no se fundaba en
ninguna limitación económica, sino en condicionamientos exclusivamente
ideológicos-, “la tragedia de la reversión en el campo de la ideología
no fue sencillamente el haber destruido la posibilidad de un nuevo orden
social revolucionario, aunque millones habían sufrido y muerto
precisamente por este motivo. La tragedia fue que el partido siguió
presentándose como el heredero genuino de la visión socialista original.
(...). Y la tragedia más grande de todas es que las generaciones
subsiguientes de mujeres soviéticas, desheredadas de los pensadores, las
ideas y los experimentos generados por su propia Revolución,
aprendieron a llamar a esto ‘socialismo’ y a llamar a esto
‘liberación’.”
El amor en tiempos de restauración
De
esto ya no habla el libro de Wendy Z. Goldman. ¡Pero qué bueno es un
libro cuando nos hace pensar sobre aquello que dice y nos abre algunas
pistas sobre lo que no dice! ¿Estamos mejor o peor que en tiempos de la
revolución rusa, hace casi un siglo atrás? Nunca antes, como en el
período del neoliberalismo, los derechos de las mujeres, de las
minorías, de la infancia, el respeto de las identidades y la libertad
sexual se difundieron y cristalizaron en leyes, instituciones,
organizaciones no gubernamentales, protocolos internacionales, etc. Pero
paradójicamente, mientras hasta las instituciones financieras
internacionales tienen sus “secretarías de género y desarrollo”, los
planes económicos y las políticas neoliberales provocaron que los
antiguos vejámenes contra las mujeres se convirtieran en ingentes
negocios, como por ejemplo, la prostitución y la trata de mujeres para
la explotación sexual, la pornografía, etc.
En
el mundo contemporáneo, el capitalismo se solaza en modelos puritanos de
reaccionarios y fundamentalistas, al tiempo que desarrolla el mayor
mercado legal e ilegal jamás conocido para el goce ilimitado del
individuo; discute y avanza sobre derechos de los más desprotegidos y,
al mismo tiempo, dispone de todas las posibilidades para violarlos
sistemáticamente. Propone nuevos modelos de relaciones personales, sin
liquidar los prejuicios y las estructuras más arcaicas. Campañas contra
el abuso infantil y liberación de las fronteras para el tráfico de niñas
y niños de los países semicoloniales a las grandes metrópolis; derechos
igualitarios y respeto a la diversidad que integran a ciertos excluidos
a la norma, mientras en los márgenes, los que aun permanecerán
excluidos siguen siendo víctimas de feroces represiones institucionales y
privadas. Si hay mayor grado de libertad sexual para las mujeres, a su
lado crece el comercio de la estética, el negocio de la prostitución
masculina y el aliento del consumo infinito para la obtención de una
imagen de perfección y eterna juventud. Si hay más derechos civiles para
los homosexuales, a su lado se multiplican los negocios que incentivan
el turismo, el ocio y la diversión gay-friendly basados precisamente en
el mantenimiento del “ghetto”. Como señala Daniel Bensaïd en su libro
Los irreductibles, “la defensa de la diferencia se reduce entonces a una
tolerancia liberal represiva, simple reverso proteccionista de los
intereses de los consumidores por asociaciones de la homogeneización del
mercado.”
En ese océano de individuos sin
individualidad, las relaciones interpersonales se degradan para
convertirse en una gran farsa en la cual, como decía Alexandra
Kollontai, no hay más que la satisfacción “del individualismo más
grosero que caracteriza nuestra época”: el de los sujetos que tratan de
huir de la soledad haciéndose creer, mutuamente, que lo son todo para el
otro. En el ¿mejor? de los casos, un “individualismo de a dos”, como
decía la dirigente bolchevique.
Y por casa, ¿cómo andamos?
¿Las
revolucionarias y revolucionarios tenemos algo para decir sobre todo
esto? Y además de lo que podríamos decir ¿podemos mostrar otras formas
de relaciones interpersonales que, sin estar exentas de desgarrantes
contradicciones, también prefiguren lo más libertario, profundo y
sensible del futuro que ambicionamos liberado de toda opresión?
La
mujer, el Estado y la revolución nos permite asomarnos a esa visión
ambiciosa, creativa, rupturista, de vanguardia, de los líderes
bolcheviques de hace un siglo atrás y pensar, un siglo después, si los
revolucionarios de hoy somos capaces de crear un ámbito de reflexión y
construcción de relaciones más libres, comprometidas y diversas que
cuestionen la naturalización que hace la sociedad burguesa de la
opresión de las mujeres, la discriminación de lesbianas y homosexuales,
la marginación de quienes construyen otras formas de relaciones
interpersonales que no se amoldan a la pareja heterosexual convencional.
El
libro de Wendy Z. Goldman, más allá de ser una minuciosa y recomendable
investigación histórica para quienes quieran adentrarse en los aspectos
menos conocidos de la Revolución Rusa de 1917 y del proceso de reacción
termidoriana del stalinismo, tiene el mérito de provocarnos un
cuestionamiento más profundo de nuestras convicciones revolucionarias,
para quienes creemos que no sólo de luchas sindicales o democráticas y
programa político vivimos los revolucionarios. Los militantes,
especialmente los jóvenes, pero también todas aquellas trabajadoras,
trabajadores y estudiantes que despiertan a la vida política tienen el
desafío de apropiarse de estas ideas libertarias que la revolución
obrera despertó hace casi un siglo atrás, para atreverse a tomar el
cielo por asalto.
***
El
libro La mujer, el Estado y la revolución se puede adquirir la librería
del Instituto del Pensamiento Socialista (IPS) "Karl Marx", sito en
Riobamba 144, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El horario de atención es
de lunes a viernes, de 17 a 20:30 hs.
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