Por: Alirio Montoya
Practicar el inalienable derecho a decir “No” cuando hay que decirlo, y a decir categóricamente “Sí” cuando es lo que en verdad debemos decir, es un derecho al cual muchas almas tránsfugas y comodinas prefieren evadir. La verdad es que no es nada fácil y también no tan “conveniente” revelarse en contra del poder del Estado, de la Iglesia y del poder económico. Resulta más cómodo adaptarse al orden establecido. Es mejor someterse aunque ello implique la renuncia a ese derecho a decir “Si” o “No”, aunque ello lleve implícita la abdicación a nuestra dignidad como seres humanos.
Pero esa renuncia trae consigo ciertas prerrogativas a favor de estas personas que se someten a los dicterios del orden establecido. Un buen automóvil, compartir o recibir migajas del poder, un rancho en la playa. En fin; es una venta del alma al diablo a un precio que a Fausto el de Goethe le diera risa como diría Eduardo Galeano. Pero el abogado que no es sumiso, que es desobediente al orden establecido, el que no es “transero” y ha renunciado a los convencionalismos sociales; tendrá que volverse inevitablemente un experto en apelaciones. Así será el ejercicio de su profesión, de apelación en apelación. Lo mismo ocurre con aquel médico que jura y cumple a cabalidad la sentencia hipocrática. Pasará de por vida cobrando cinco dólares la consulta en su clínica muy modesta. Viajará en autobús. Pero ambos profesionales tendrán y gozarán el privilegio irrenunciable de la libertad.
Los demás, o sea los sumisos que son una mayoría; serán eternamente esclavos, como una manada de animales domesticados, un rebaño de ovejas. Decía Karl Marx que el “Santo de todos los filósofos era Prometeo” el de Esquilo. Ya que Prometeo decretó que “prefería morir encadenado a una roca antes que obedecer a los dioses”. Prometeo fue el primer desobediente en la antiquísima Grecia. De igual forma como Adán y Eva lo fueron para el hebraísmo. La desobediencia es el primer acto de libertad. La desobediencia implica en el fondo una obediencia a tu conciencia. Desobedecer quiere decir tener criterio propio. Es el primer acto de liberación del ser. Renunciar al tener y gozar del ser.
Por ello es que Bertrand Russell escribió lo siguiente: “Los hombres temen al pensamiento más que a cualquier otra cosa en la tierra –más que a la ruina, incluso más que a la muerte-. El pensamiento es subversivo y revolucionario, destructivo y terrible; el pensamiento es despiadado con el privilegio, las instituciones establecidas y los hábitos confortables; el pensamiento es anárquico y sin ley, indiferente a la autoridad, despreocupado de la sabiduría de las edades. El pensamiento escudriña el abismo del infierno y no teme… ¿Debe el trabajador pensar libremente acerca de la propiedad? Entonces ¿qué nos ocurrirá a nosotros los ricos? ¿Deben los jóvenes, hombres y mujeres pensar libremente acerca del sexo? Entonces ¿qué ocurrirá con la moralidad? ¿Deben los soldados pensar libremente? Entonces ¿qué ocurrirá con la disciplina militar? ¡Basta de pensamiento! ¡Retornemos a las sombras del prejuicio, para que no corran peligro la propiedad, la moral y la guerra! Es mejor que los hombres sean estúpidos, lerdos y tiránicos, y no que su pensamiento sea libre”. Estos son los argumentos de los dominadores según Russell.
Algo similar ocurre en la partidocracia salvadoreña, tanto en cuanto lo que necesitan en sus filas son personas que no piensen, y si logran pensar pues que no razonen, porque ello implica una amenaza para los intereses de las cúpulas partidarias. Es decir, todo razonamiento es un pensamiento, pero no todo pensamiento es un razonamiento. Cada partido político tiene su modus operandi. En ARENA, cuando te sublevas en contra del Coena, lo que ocurre simplemente es que el correligionario es víctima de la peor marginalidad. En lo que respecta al FMLN, la situación es la siguiente. Si discrepas con la cúpula pues azuzan a la militancia para que te llamen “arenero”, “de derecha” o “de la CIA”; en el peor de los casos se te expulsa por ser “indisciplinado”; en otras palabras, por hacer uso del inquebrantable derecho de pensar diferente. La revolucionaria Rosa Luxemburgo –a quien acusan de ser revisionista- manifestó que “libertad es siempre la libertad del otro que piensa diferente”. A pesar de esas acusaciones, ella tuvo la honra de morir a punta de culatas y después lanzada inmisericordemente al puente de Landwehr por las hordas enfurecidas de la oligarquía alemana. Pero eso no lo valora la izquierda. A la militante revolucionaria aparentaron hacerla ver en la historia como una reformista que quiso distorsionar las ideas del marxismo. Igual que a María de Magdala quisieron hacerla ver como la prostituta que iba ser apedreada, cuando sabemos que no fue cierto. María de Magdala amaba a Jesús y Jesús a María de Magdala. Era recíproco su amor. Así de simple. Pero el pervertido de Pedro la hizo ver ante la opinión pública como una ramera para apoderarse del control de la fe cristiana.
En el poder de la Iglesia ocurrió lo mismo que en los partidos políticos que se desarrollan dentro de este sistema burgués-oligárquico. Fue la Iglesia como institución siniestra quien le enseñó a los “políticos” a hacer “política”. Desde los tiempos muy remotos, posterior al cristianismo de las catacumbas; comenzaron a distorsionar la esencia de esta creencia hasta convertirla en una entidad con un enorme poder. Es bastante ilustrativo como Mario Puzo en su libro “Los Borgias” sintetiza la corrupción inmersa en el catolicismo medieval. Luego vino la infalibilidad de los papas; unos simples mortales que llegaron al poder mediante componendas. Mario Puzo en su libro detalla cómo el Cardenal Ascanio Sforza en la primera etapa del Cónclave derrota a Rodrigo Borgia y a Della Rovere. Pero repentinamente en la segunda ronda de ese Concilio, es el Cardenal Rodrigo Borgia el nuevo papa; el papa Alejandro VI. Por fin salió humo blanco de la capilla Sixtina. Lo que no se sabrá es si el Cardenal Sforza o Rovere le vendió los votos a Borgia. Esas prácticas se dan en la honradísima Asamblea Legislativa. Se van a la trastienda y de repente ya hay nuevos funcionario de segundo grado electos por los doctos diputados con una trayectoria moral intachable.
Entonces, desobedecer al orden establecido requiere un enorme riesgo. Prometeo pagó su “desobediencia” a los dioses, Sócrates igual –aunque es algo que discuto con un camarada filósofo por el cinismo socrático-; Jesús el palestino de Belén atravesó su tormento hasta llegar a su Gólgota, Monseñor Óscar Arnulfo Romero corrió la misma suerte al igual que los sacerdotes jesuitas; y todo por revelarse en contra de un régimen corrupto, de doble moral y sobre todo opresor de los más necesitados. Por ello, la persona cómoda resuelve concluyentemente decir “Sí” a todo. Pero pobre de aquel que lo hace conscientemente. Es un imbécil confeso o un parásito descarado que prefiere vivir sumisamente antes que renunciar a los placeres que le brinda el hecho de ser manejable.
No se pretende en modo alguno, que esta desobediencia implique ser un “rebelde sin causa”, sino, tener nuestro propio criterio y saber interpretar los diversos fenómenos, sean estos políticos, económicos o sociales. Ese es el quid de la desobediencia. Acatar lo que nuestro sano juicio nos indique y ver las cosas alejadas de todo dogmatismo y pasión. Eso nos preservará de la trivialidad y nos ayudará a construir una sociedad humanista en donde impere la justicia social que tanta falta le hace a este país.
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