El responsable de la muerte de la brigadista Begoña García admite que «ya pidió perdón»
Diecisiete años después de la ejecución extrajudicial de la cooperante vasca Begoña García Arandigoien en El Salvador, un periódico conservador ha recuperado la historia y publicado más detalles del caso. El coronel Almendariz, mando superior de la brigada que acabó con su vida, suena ahora como posible aspirante a la Presidencia. No asume que fue ejecutada, pero sí argumenta que «ya he pedido perdón».
Gari MUJIKA
El 10 de setiembre de 1990, en el departamento salvadoreño de Santa Ana, la médico de Gares Begoña García Arandigoien resultaba herida de bala durante un enfrentamiento entre una patrulla de las Fuerzas Armadas de El Salvador y una columna de la guerrilla Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN). La versión oficial fue que la brigadista vasca murió a consecuencia del cruce de disparos entre ambos. La realidad, en cambio, distaba mucho de eso. Begoña García fue herida, pero capturada viva por los militares salvadoreños. Después, fue ejecutada con un tiro en la nuca, además de recibir otros cinco disparos en el cuerpo y sufrir roturas del fémur y los dos brazos. La joven formaba parte del personal sanitario de aquella columna guerrillera que fue acribillada a tiros en los cafetales de las faldas del volcán Santa Ana.
Han transcurrido 17 años desde que Begoña García Arandigoien, que entonces tenía 24, perdiera la vida a manos del Ejército salvadoreño. Ahora, casi dos décadas más tarde, han aflorado más datos sobre la ejecución. Se ha conocido la versión de quienes flanquearon la columna guerrillera y cómo transcurrieron los siguientes días desde el prisma de los militares salvadoreños. Al descubrirse que se trataba de una cooperante extranjera, la repercusión internacional puso en el ojo del huracán a la cúpula que dirigía con mano de hierro la república salvadoreña; un régimen que sesgó la vida de miles de personas, entre ellas la del arzobispo Oscar Arnaulfo Romero o las de seis jesuitas, encabezados por Ignacio Ellacuría, en 1989.
La guerra intestina que azotó El Salvador entre enero de 1980 y julio de 1991 desembocó en un proceso de conciliación que llevó a decretar la amnistía general en 1993, por el que se «perdonaron» miles de delitos de lesa humanidad. La Comisión de la Verdad que se formó en 1993, con la participación de la ONU, puso negro sobre blanco el saldo de 75.000 personas muertas, 8.000 desaparecidas y millares de heridos y lisiados.
«Fue ejecutada extrajudicialmente»
La Comisión destinó un apartado especial a la ejecución extrajudicial de la joven navarra: «caso García-Arandigoyen». Y concluyó lo siguiente: Por un lado, que Begoña «fue ejecutada extrajudicialmente por efectivos de la cuarta compañía BIC PIPIL de la Segunda Brigada de Infantería bajo el mando inmediato del teniente Roberto Salvador Hernández y el mando superior del teniente coronel del Ejército, José Antonio Almendáriz Rivas, Ejecutivo de la Segunda Brigada». Y, por otro lado, que «dichos oficiales encubrieron el hecho» con la colaboración de la tercera comandancia de la Policía Nacional, así como los peritos y las autoridades judiciales que reconocieron el cuerpo sin vida.
El coronel, ahora retirado, José Antonio Almendáriz es hoy día diputado del conservador Partido de Conciliación Nacional (PCN) y la principal punta de lanza de la formación de cara a las próximas contiendas electorales, entre las que destacan las presidenciales de la República salvadoreña.
Se elucubra con que puede aspirar al cargo. Y ése ha sido la detonante para que el rotativo digital conservador ``La Prensa Digital'' haya publicado un extenso reportaje sobre el fatal desenlace de la joven vasca que llegó a El Salvador para ejercer como personal sanitario. Almendáriz, que gracias al decreto de 1993 sigue con inmunidad sobre su responsabilidad en crimenes de guerra, defendió desde el principio contra viento y marea la versión oficial de que García Arandigoien falleció en un cruce de disparos, pero finalmente, hace un par de años, declaró lo siguiente: «Yo, personalmente, he pedido perdón infinidad de veces en público por lo que cometí en mi odio. Hoy soy cristiano y sé que en vez de humillarme, eso me ha granjeado un mayor perdón de Dios. Siento que me he quitado un gran peso de encima porque he pedido perdón, pero también he perdonado a quienes asesinaron de 50 balazos a mi padre».
La médica vasca, que había cursado la carrera de Medicina en la Universidad de Navarra, llevaba años cooperando en la Cruz Roja de carreteras y estaba trabajando como médica interina en el quirófano de un hospital de Iruñea. Rondaba el año 1988 cuando decidió abandonar este modo de vida y cogió un avión en Bilbo rumbo a Managua, la capital de Nicaragua. Fue allí cuando conoció a un guerrillero del ERP del FMLN que estaba en condición de exiliado. Rafael Velásques, a su vez, tuvo conocimiento de que la vecina de Gares -aunque nacida en Alicante el 11 de marzo de 1966 tras el exilio al que se vieron forzados sus padres debido a la persecución franquista- era una joven brigadista de Askapena. «Española, ¿verdad?», le preguntó de forma directa Velásques en su primer encuentro con Begoña García. «Vasca», espetó ella de forma tajante.
La médico de una columna guerrillera
Era octubre, cuando llegó a Managua, y tenía intención de permanecer tres o seis meses. Pero, tal y como señalaba a sus padres en una carta, se sentiría «culpable de abandonarles», a los nicaragüenses, si volvía a Euskal Herria. Finalmente se comprometió a regresar para las navidades de 1990.
Un año después de que llegara a Nicaragua, «Alba» entró en El Salvador. Así era como la conocían los salvadoreños. Era el 20 de septiembre de 1989. Aunque indicó a los de la aduana el lugar en el que se iba a hospedar, Begoña García Arandigoien se dirigió directamente a la zona controlada por el Ejército Revolucionario del Pueblo del FMLN. Allí pasó a formar parte de una columna guerrillera como médica.
Un guerrillero llamado Hércules, según recoge el citado medio, compartió con ella los últimos momentos de su vida. Aquél 10 de setiembre era un lunes. La columna guerrillera se adentró en unos cafetales, en la ladera del volcán Santa Ana. Tuvieron conocimiento de que un grupo del Ejército había acampado cerca la noche anterior. Dada la escasa protección que ofrecen los cafetales, la cuadrilla guerrillera debía andar casi en cuclillas para no superar el 1,5 metros de altura. Fue la misma brigadista vasca la que, sobre las 14.00, alertó al mando guerrillero de ruidos que creía haber oído. Acto seguido, el silbido de los continuos disparos se apoderó de la quebrada en la que estaban apostados los guerrilleros. Después del tartamudeo de las metralletas solo se escuchó un grito; un proyectil había alcanzado a la brigadista de Gares.
Nada más se supo de Begoña García... hasta dos días después. No era, además, la única del grupo que seguía desaparecida tras la huida forzada por los disparos del Ejército. La radio Venceremos, emisora del FMLN, informó de que «Begoña García, compañera internacionalista de origen vasca, fue asesinada salvajemente por el Ejército en un hospital de campaña en el cantón La Montañita, del departamento de Santa Ana, el pasado 10 de septiembre...». A la misma hora y a miles de kilómetros de distancia, desde Euskal Herria, un amigo íntimo de Begoña sintonizaba la misma emisora. Peio sabía que el día 11 o 12 de setiembre, a lo sumo, Begoña estaría en Santana, localidad en la que iba a trabajar en protección civil. Fuera de la selva; y fuera, en parte, del conflicto directo.
El 21 de setiembre, el embajador español en El Salvador aterrizaba en Barajas junto a los restos mortales de la médica navarra. El embajador entregó a Peio varias fotografías que la embajada tomó al cadáver después de desenterrarlo de la fosa en la que permaneció al menos cuatro días. El día siguiente, el cuerpo sin vida de la cooperante navarra llegaba al Hospital de Navarra para efectuarle una autopsia. Begoña García recibió seis disparos; una de ellas en la nuca. El sepelio, multitudinario, se llevó a cabo al día siguiente en Gares, en el que el día 22 fue designado como jornada de recuerdo de la joven médica. La autopsia se sumó a los expedientes judiciales abiertos en Iruñea; el juez ordenó un examen más exhaustivo. Un mes más tarde se supo que el orificio de la nuca fue por un disparo realizado «a corta distancia», exactamente a dos centímetros. A mediados de noviembre la Embajada española mandó una carta de protesta a la cancillería salvadoreña; incluía la autopsia realizada en Iruñea, que contradecía frontalmente la versión oficial.
«De todo logra sobreponerse uno...»
El reportaje publicado hace una semana en el señalado diario digital de El Salvador narra cómo el teniente Roberto Salvador Hernández organizó un grupo de militares para verificar una información sobre un mitin que habría celebrado el ERP días antes en las inmediaciones de Santa Ana. Relata cómo dieron con los guerrilleros, cogidos in fraganti, y dispararon directamente.
El Ejército envió un equipo militar para verificar las consecuencias del enfrentamiento. Acudieron un técnico del laboratorio criminalístico y también un fotógrafo. El relato afirma que encontraron dos cadáveres de dos mujeres en el patio de la finca militar del Ejército. No hubo ningún reconocimiento judicial y enterraron los cuerpos. Dos días después el cónsul de la Embajada española acudió a negociar la exhumación de los cadáveres. El encargado fue el ejecutivo de la brigada, José Antonio Almendáriz, ahora diputado. Se abrieron investigaciones que no llegaron a nada. Un año después la Comisión de la Verdad concluía que la brigadista había sido ejecutada.
«De todo logra sobreponerse una persona, incluso del miedo». Parece ser que ésa fue la última frase que la joven médica empleó en Nicaragua, horas antes de entrar en El Salvador, para responder al guerrillero exiliado que le advirtió sobre los riesgos de la guerra.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario