La Guerra Fría
Para
nuestra desgracia, resulta que la Guerra Fría sigue teniendo
consecuencias en México. Una de ellas es la mentalidad que creó en la
derecha -el tema panista de "un peligro para México" para enfrentar a
la izquierda en la campaña electoral de 2006 es anticomunismo puro
readaptado a la coyuntura- y otra son los kaibiles. Se trata de esos
soldados guatemaltecos entrenados para hacer de la guerra irregular y
la brutalidad extrema una forma de combatir a la guerrilla de izquierda
en los 1970 y 1980 y que hoy, desempleados, están siendo reclutados
por los narcotraficantes mexicanos.
Ninguna
guerra termina cuando se firma un armisticio o su equivalente; sus
efectos perduran. Ese ha sido el caso de la Guerra Fría que se inició
antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial y que involucró a las
dos superpotencias que habían vencido a El Eje: Estados Unidos y la
Unión Soviética y a sus respectivas ideologías: capitalismo y
socialismo. El choque fue realmente global; ningún rincón del planeta
quedó a salvo. En tanto guerra, la fría nunca se libró directamente
entre las potencias porque ello hubiera significado su mutua
destrucción, el choque fue indirecto y con armas convencionales en el
ancho mundo periférico:
Corea,Vietnam,
Cuba, Congo, Angola, Centroamérica, Afganistán y en numerosos
levantamientos, golpes militares e intervenciones encubiertas en
política partidaria, movimientos de liberación nacional, sindicales,
campesinos, estudiantiles, religiosos y muchas otras actividades.
El
movimiento nacionalista de renovación política y transformación social
que se inició en Guatemala bajo las presidencias de Juan José Arévalo y
Jacobo Árbenz, terminó abruptamente en 1954 con la insurrección del
coronel derechista Carlos Castillo Armas, auspiciada directamente por
Washington y que buscó el retorno al status quo. La reacción a ese
violento giro a la derecha desembocó en una prolongada guerra de
guerrillas que se agudizó cuando la izquierda urbana pudo finalmente
entrar en contacto con comunidades indígenas e incorporarlas a su
movimiento.
El Kaibil
En
1974, el Ejército guatemalteco creó un centro de adiestramiento para
fuerzas especiales que al año siguiente fue nombrado Escuela Kaibil, en
honor de un guerrero de la etnia Mam que nunca fue capturado por los
españoles. En su tesis doctoral "Los pelotones de la muerte. La
construcción de los perpetradores del genocidio guatemalteco" (El
Colegio de México, 2009), Manolo Vela Castañeda señala que el objetivo
inicial de esa escuela de élite militar era preparar cuadros para
incursionar en Belice y enfrentar a los británicos pero muy pronto se
convirtió en un instrumento de la Guerra Fría y su objetivo único fue
acabar con una insurgencia alentada por el triunfo sandinista en
Nicaragua y que ya había arraigado en algunas comunidades mayas.
Si
en un principio la Escuela Kaibil se inspiró en las técnicas de La
Escuela de las Américas y de las fuerzas especiales norteamericanas
(Rangers) y en estructuras similares de Colombia, Perú y Brasil, pronto
se hizo genuinamente guatemalteca, aunque su lema lo tomó de un
argentino, Pedro Bonifacio Palacios: "si avanzo, sígueme; si me
detengo, aprémiame; si retrocedo, mátame". Sus alumnos fueron soldados
regulares a los que se sometió a un entrenamiento brutal en extremo:
marchas extenuantes, escasas horas de descanso, clima adverso, periodos
prolongados de hambre, control de la fatiga y tolerancia ante el trato
degradante y los reveses temporales. Se trataba de un curso más duro
que la guerra misma y cuyo objetivo final era contradictorio: el empleo
de una violencia extrema para "Preservar la paz de Guatemala".
A
los alumnos kaibiles se les obligaba, por ejemplo, a matar a un perro
"a puras mordidas" pero también se les impartía un curso formal de
tortura en instalaciones de la propia escuela, donde los torturados
eran primero otros alumnos a los cuales sus instructores habían logrado
capturar en simulacros de combate. Ahí se les crucificaba o se les
torturaba con choques eléctricos. Además, había un centro de tortura
auténtico, donde realmente a los prisioneros se les arrancaban las
uñas, se les inyectaba formol en las venas, se les colgaba de los
testículos, se les mutilaba y "se mataba despacio". Finalmente, claro,
la instalación contaba con un cementerio.
Los
kaibiles eran la élite del Ejército guatemalteco, no eran muchos y no
siempre actuaron como unidad sino que en algunos periodos se les
dispersó entre las diferentes unidades y entonces tuvo lugar lo que
Vela Castañeda llama "la kaibilización" de toda la institución, su
especialización en guerra irregular. La guerra contrainsurgente se
descentralizó y se llevó a cabo "a la manera kaibil", una lucha de
contraguerrilla y donde la tortura era la norma y donde masacrar a toda
una comunidad sospechosa de colaborar con los insurgentes -hombres,
mujeres y niños- no resultaba algo fuera de esa norma.
La
guerrilla no fue eliminada y cuando la Guerra Fría estaba por
concluir, en 1987, se iniciaron las negociaciones entre el gobierno de
Guatemala y los insurgentes, pero sólo hasta diciembre de 1996, tras 36
años de conflicto armado, se pudo firmar el "Acuerdo de Paz Firme y
Duradera" entre el gobierno y la Unidad Revolucionaria Nacional
Guatemalteca. Una consecuencia de dicho acuerdo fue la reducción de los
efectivos del Ejército guatemalteco de 50 y a 17 mil en 2004. Esa
desmovilización de un Ejército ya kaibilizado tuvo lugar justo al sur
de México y precisamente cuando en nuestro país la fuerza del
narcotráfico iba en ascenso al punto de poder dotarse de sus propias
fuerzas irregulares. Y aquí hay una ironía: Guatemala terminaba una
guerra interna pero México se adentraba en otra; la primera había sido
básicamente política pero la segunda era sólo económica: la lucha por y
contra un narcotráfico calculado en 30 mil millones de dólares
anuales. Los kaibiles podían pasar de la una a la otra.
Zetas y Kaibiles
El
Ejército mexicano también ha contado con sus propias fuerzas
especiales. Hasta 2004, estas fueron los GAFE o Grupo Aeromóvil de
Fuerzas Especiales ("ni la muerte nos detiene"). Los GAFE, como los
kaibiles originales, también se entrenaron en Estados Unidos aunque
además tuvieron influencia israelí, y su entrenamiento tampoco desdeñó
la tortura (Ioan Grillo, El Narco, Bloomsbury Press, 2011, pp. 96-97).
Sin embargo, en la guerra económica y no ideológica de México, el narco
siempre ha usado más del dinero y de la corrupción que de las armas
como forma de enfrentar a la autoridad. Y fue así que un capo, Osiel
Cárdenas, logró que en 1997, 40 miembros de los GAFE, encabezados por el
poblano Arturo Guzmán Decena, se alistaran como una milicia del cártel
del Golfo y dieran vida a esa "máquina de torturar y matar" que hoy
son Los Zetas. Posiblemente en 2010 Los Zetas se independizaron de sus
patrones originales y hoy ya son un cártel en sí mismos.
Y
es aquí donde entra el remanente de la Guerra Fría. De manera casi
inevitable, Los Zetas han reclutado a miembros de su contraparte
guatemalteca, a kaibiles. No está claro si se trata de egresados de la
Escuela Kaibil o sólo de ex miembros del Ejército guatemalteco
kaibilizados. Da lo mismo, el caso es que hay ex militares
guatemaltecos disponibles para prestar sus servicios a quien se los
pague bien. Y si una vez los kaibiles extendieron su forma de vivir y
combatir al resto del Ejército guatemalteco, no es improbable que hoy
kaibilicen a Los Zetas, que son terreno ya fértil para tal proceso.
Finalmente, Los Zetas están reclutando no sólo a ex militares sino
civiles jóvenes a los cuales entrenan y convierten en réplicas de sí
mismos.
Si
kaibilizar significa brutalizar al máximo la lucha irregular para
crear un mito que, a su vez infunda terror y desmoralización en el
adversario, es lógico que los otros cárteles, en particular el de
Sinaloa, busquen responder de igual manera. Y lo mismo se puede decir
de las Fuerzas Armadas y de la policía. El resultado de este proceso
está ya a la vista: violencia extrema y la creación de un clima
generalizado de temor -terror- y brutalización de la vida mexicana.
En Suma
Sin
la debilidad del Estado mexicano, los kaibiles sólo interesarían como
caso de estudio de las aberraciones que produjo la Guerra Fría en
América Latina, pero dadas nuestras condiciones, algunos de esos
elementos del pasado se mantienen activos, son parte de nuestro
presente y amenazan el futuro.
Lorenzo Meyer es un analista político mexicano.
Reforma, 29 septiembre 2011
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