Dagoberto Gutiérrez.
En realidad, la muerte tiene una extraña amistad con la vida, con correspondencias secretas y mensajes ocultos. En esa relación, el tiempo funciona como un viajero encubierto que se mueve entre la vida y la muerte. A veces, se esconde en la humedad de las hojas y a veces en una gota madrugadora de rocío, pero siempre, siempre de siempre, nos indica el filo del camino. Yo no olvido aquel momento, allá por los años sesenta del siglo pasado, y cuando tenías unos 20 años, en la Facultad de Derecho de la UES, vos pronunciaste un desafiante discurso sobre el compromiso de los revolucionarios.
Todos éramos jóvenes en esos años, casi
unos niños, y no alcanzábamos a mirar todo el infinito camino que había
que recorrer, pero advertíamos que la magia de la vida es el
compromiso con las ideas que se sustentan. Y, en efecto, esos años
fueron los que moldearon, en el barro milagroso de la honradez y en la
luz diáfana del compromiso, la entrega de nuestra generación a una
lucha donde buscábamos conquistar y asaltar los mejores sueños y las
más seguras utopías. Esos años son años de acero, de verdaderos hornos
con fogatas de fuego cocinando el pan milagroso de la lucha social, y
vos te nutriste plenamente de esa hondura histórica de las décadas
decisivas. Y al estudiar economía, sin duda buscabas descubrir los
caminos más recónditos que explican la distribución de las riquezas y
las pobrezas de nuestros país; así como el poder de los más ricos y la
debilidad de los más pobres. Por supuesto que el marxismo se convirtió
en punto intelectual de atracción, en tema de estudio, asunto de
reflexión permanente y en instrumento para comprender la vida de los
seres humanos, sus dolores más íntimos y sus temores más encendidos,
sus odios y sus amores.
Abordaste la vida con suficiente crudeza
y no poca dureza, pero siempre hubo tiempo, tu tiempo, para la
proximidad y el amor, la docencia y el estudio afanoso. La cátedra, tu
cátedra, pudo ser contaminada con la realidad, y eso le dio a tu
enseñanza, el valor vivificante que te permitió pasar a convertirte en
maestro, y así, posiblemente sin que lo sintieras, pasaste de informar a
formar, de transmitir conocimientos a dar sabiduría, y de enseñar un
tema a ayudar a entender la vida. Tu magisterio caracteriza, querido
Aquiles, tu paso fuerte y sonoro.
Las aulas de la UCA están llenas de tu
vos, de tu mirada, de tu risa, de tu ironía, de la fuerza de tu
pensamiento, y de tu afán gigante para que tus alumnos y alumnas fueran
siempre estudiantes de la realidad económica.
Tu reflexión científica llevó al aula
universitaria el calor de la vida de la gente, la danzante realidad,
esa con pupilas abiertas al horror de la explotación y a la lujuria de
la riqueza desenfrenada, por eso entendiste y divulgaste una visión
económica que va más allá de la simple administración de bienes
materiales para poner en el centro la solidaridad con los seres humanos
y de los seres humanos.
Por supuesto que la economía solidaria
es una especie de desorden en un orden que dice que la economía es la
de los bancos y de los banqueros, y la solidaridad no tiene cabida en
semejante ciencia olorosa a perfume caro, a funcionario internacional, a
bancos mundiales y a fondos monetarios internacionales. Tu trabajo era
un tambor sonando con un redoble mágico que unió amorosamente la
reflexión económica con la lucha política. Ese redoble te conmovió a
vos mismo, y por eso, tus pasos se encontraron con los del pueblo
organizado, y de este encuentro conmovido supiste renovar tu confianza y
tu esperanza, pese al desencanto ante lo establecido.
Tu muerte nos asaltó con una extraña sorpresa porque viajas cuando más necesitamos, tanto de tu conocimiento como de tu sensibilidad. Nos quedan tus artículos, tus libros, tus textos, y sacaremos de ellos toda la luz y todo el camino que nuestro talento nos permita.
Tu muerte nos asaltó con una extraña sorpresa porque viajas cuando más necesitamos, tanto de tu conocimiento como de tu sensibilidad. Nos quedan tus artículos, tus libros, tus textos, y sacaremos de ellos toda la luz y todo el camino que nuestro talento nos permita.
Tu muerte llena de tristeza, de dolor y
de desengaño, por el trato recibido por las autoridades de la
Universidad Católica, puede ser, sin embargo, un recordatorio a estas
autoridades, de que es necesario recuperar la humanidad y la ternura,
sin que esto amenace eficiencias administrativas o utilidades
económicas.
Es necesario que sepas que a las 11 de
la mañana del viernes 27 de enero, cuando dormías después de largas
noches insomnes, tus dos perros, el blanco y el negro, aullaron
dolorosamente. Julia Evelyn los reprendió para que no te despertaran, y
al mismo tiempo constató que dormías el más largo, el más eterno y el
más definitivo de los sueños. Puedes estar tranquilo y dormir con
serenidad porque nosotros sabremos nutrirnos de tu trabajo, tu
pensamiento y tu legado, como los buenos estudiantes estudiosos que vos
tanto procuraste.
Te enterramos este domingo 30 de enero
en el cementerio de San José Villanueva, en un sitio despejado, lleno
de sol, de viento y de arboles que danzan como refrescando tu morada.
Es una especie de altura donde podrás ver las estrellas y la luna
durante la noche, oír el vuelo rumoroso de los pájaros y mirar el paso
presuroso de la gente. En verdad, es solo un sueño, porque la vida, tu
vida, te la aseguramos nosotros.
Duerme tranquilo, duerme abundante, y no
dudes ni un instante que la vida y tu vida fue útil, necesaria,
generosa, como un hornito siempre encendido donde se cocina el pan
milagroso de la solidaridad.
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