Miguel Urbano Rodríguez
Salem – Élection, Piège à Cons ? -Que Reste-t-il De La Démocratie ? 1 -es una valiosa contribución para desmontar del mito de la llamada democracia representativa.
En apenas 104 páginas, el autor consigue imprimir fuerza de evidencia a un conjunto de cuestiones que condicionan el futuro de la humanidad.
Salem, profesor de Historia de Filosofía en la Sorbona, conocedor profundo del pensamiento de los materialistas griegos, consigue en un lenguaje muy accesible encaminar a los lectores hacia la reflexión sobre problemas inseparables de la crisis global que lleva a la humanidad al abismo.
En su libro Lenin y la Revolución2, recorriendo seis tesis del gran revolucionario ruso, demostró que las mismas no han perdido actualidad en la lucha contra la barbarie capitalista.
En este ensayo ilumina los engranajes de la falsa democracia, desmonta los mecanismos del circo electoral y alerta sobre el papel que la manipulación mediática juega hoy en la estrategia del poder del gran capital.
Las dinastías republicanas
Hijo de Henri Alleg, Jean Salem heredó de su padre el talento de usar la ironía con eficacia en la denuncia de facetas poco mencionadas del drama y de la comedia política. Comentando la proliferación de las “dinastías electivas”, llama la atención hacia el extraño fenómeno de la tendencia dinástica en regímenes formalmente republicanos. En los EEUU, George Bush padre preparó a George Bush hijo para llegar a la Casa Blanca después del intermedio de Clinton. En Haití, Papa Doc Duvalier tuvo como sucesor a Baby Doc Duvalier. En Nicaragua fue necesaria una revolución para dar fin a la dinastia de los Somoza. En Pakistán Benazir Butto, sucedió a su padre Ali Butho y el marido, Asif Zardari, fue presidente cuando asesinaron a ésta. El hijo, Bilwal es el heredero probable. En la India, de Indira Gandhi, hija de Jaharlal Nehru, el sucesor fue el hijo Rajiv, también asesinado y, Sonia, la viuda, una italiana, no fue primera ministra porque lo rechazó. En Corea del Norte, Kim Jong Il heredó la presidencia del padre Kim Il Sung, y el nieto de éste, Kim Jong Un gobierna ahora el país. En Colombia, dos familias, los Gómez y los Lopez, tienen vocación dinástica y el actual presidente, Juan Manuel Santos, se siente orgulloso del fundador de la estirpe presidencial, Eduardo Santos. En Togo, Fauce Gnassingbé Éyadmé recibió el poder del padre, Gnassinbé Eyedma. En Gabón, Ali Ben Bongo gobierna después del padre, Gongo Omar. En la República Popular del Congo, cuando Laurent Desiré Kabila falleció, el poder fue atribuido al hijo, Joseph Kabila. En Egipto la insurrección popular impidió que Hosni Mubarak colocases en el poder a su hijo Gamal.
Todos definían en sus países la forma de gobierno como democrática.
El sufragio universal
El sufragio universal fue instituido por Napoleón III después de haber liquidado la República. No para entregar el poder al pueblo, sino como señaló Lenin en El Estado y la Revolución, para “utilizarlo como instrumento de dominación de la burguesía”.
Bismark lo imitó después de ampliar los privilegios de los latifundistas prusianos. Millones de electores creyeron ingenuamente que les era atribuido un poder real, cuando en realidad el sufragio universal servía para reforzar el despotismo.
Salem recuerda que en su crítica al parlamentarismo Lenin nuca defendió el boicot de las elecciones. Los comunistas, en su opinión, deberían estar presentes en la Duma (el parlamento del Zar), para, vacunados contra el parlamentarismo, defender allí los intereses de los trabajadores.
Para él, la democracia capitalista se limitaba a autorizar a los oprimidos de tres en tres o de seis en seis años a decidir qué elementos de la clase dominante los representarían y pisotearían sus intereses en el Legislativo. Nada más. Fue igualmente en El Estado y la Revolución –escrito durante la Revolución de Febrero del 17 –donde Lenin llamó la atención sobre la realidad: la verdadera tarea del Estado falsamente democrático es ejecutada entre bastidores y no a través del Parlamento. Este sirve fundamentalmente para engañar al pueblo y conferir legitimidad a la dictadura de clase.
Transcurrido un sigo, el mundo cambió mucho, pero no la función de los parlamentos. Y su papel es “avalar lo que fue decidido sin ellos”.
Jean Salem recuerda lo que pasó con el proyecto de la Constitución Europea para desenmascarar el concepto de democracia del Estado burgués.
Cuando el pueblo francés en 2005 votó contra el texto que imponía la Unión Europea, una Constitución que institucionalizaba el capitalismo, sonó la alarma en el mundo del capital. Y el miedo se amplió seis meses después, cuando los electores de Holanda en un referéndum similar rechazaron también el proyecto.
¿Por ventura la burguesía aceptó el veredicto popular? No.
Los gobiernos cambiaron el titulo del Tratado Constitucional, introdujeron alteraciones cosméticas, pero, en vez de someterlo nuevamente a la votación del pueblo, transfirieron a los parlamentos la decisión. El desenlace fue el esperado: en Francia y en Holanda el proyecto recompuesto fue fácilmente aprobado en 2008.
Inesperadamente, sin embargo, los irlandeses habían, en referendo, rechazado el monstruo constitucional. La presión y el chantaje ejercidas sobre aquel pueblo fueron tales que, meses después, en otro referendo, ¡el No pasó a ser Si!
A partir de entonces no hubo más referendos en países de la Unión Europea y los parlamentos aprobaron dócilmente el célebre Tratado. En Portugal, el gobierno «socialista» de Sócrates archivó el compromiso de su partido de confiar al pueblo la decisión.
La dualidad de criterios sobre el carácter democrático de “elecciones libres” es enfatizada por Jean Salem a propósito de lo que ocurrió en Palestina en 2006. Al territorio afluyeron observadores internacionales de decenas de países. Los EEUU y los gobiernos de la UE tenían como cierta a victoria de las fuerzas de Mamoud Abbas y de su corrupta Autoridad Palestina, sumisa a las imposiciones de Washington e Israel. Pero, contrariando los sondeos, Hamas obtuvo una victoria clara. La reacción del imperialismo fue inmediata. Aplicaron sanciones económicas a Gaza, bastión de Hamas. No perdonaron a los palestinos haber desafiado a Occidente. Y en 2009 Israel invadió la Faja de Gaza, cometiendo crímenes que indignaron a la humanidad.
El binomio EEUU-Unión Europea se enorgullece de ser guardián de la democracia, declarándose disponible para condenar siempre a aquellos que la violan.
Pero admite excepciones. Cuando Yeltsin ordenó el asalto sangriento al Parlamento ruso en 1993 (150 muertos y 1000 heridos) el Washington Post escribió: “Aprobación general a la acción de fuerza de Yeltsin, encarada como victoria de la democracia”. El secretario de Estado Warren Cristopher corrió a Moscú para apoyar el golpe porque se trataba de “circunstancias excepcionales”.
El poder real
Comparando la política, tal como es hoy en los países industrializados, a un teatro de sombras, Jean Salem, siempre didáctico, coloca el dedo en la herida.
Las pompas oratorias confunden, pero no alteran el movimiento de la historia. El poder real no está en la sala oval de la Casa Blanca ni en Bruselas. Quien toma las decisiones importantes es el sector financiero, el Capital, más exactamente aquellos que representan al dios del dinero: el Banco Mundial, el FMI, la OMC, los instrumentos de un poder “monográfico y tecnocrático” como dice el italiano Sabino Acquaviva, agentes de una soberanía trasnacional, incontrolable, deshumanizada.
Los capítulos dedicados por Salem al funcionamiento de la farsa democrática permiten al lector asistir al espectáculo del teatro del absurdo.
No revela cosas que no sean del dominio público. Más, al recordar el rodaje de la maquina podrida del sistema, aviva el rechazo que el engranaje del capitalismo inspira hoy a una gran parte de la humanidad. En Europa es particularmente grotesco el debate entre la derecha asumida y la socialdemocracia. Ambas, cuando gobiernan, practican políticas neoliberales. Solamente se diferencian porque los socialdemócratas acreditan administrar mejor el capitalismo.
El circo electoral
Nada ridiculiza más el discurso sobre la grandeza de la democracia norteamericana que un hecho insólito confirmado por la estadística: todos los presidentes de los EEUU son llevados a la Casa Blanca por una pequeña minoría de electores; en promedio 25% de los inscritos. Así aconteció con Reagan, Carter, Bush padre, Clinton, Bush hijo. Barack Obama, visto por Mario Soares, como esperanza de la humanidad, recibió el 30%, un record.
El sistema es perverso. Con los «grandes electores» destinados a reprentar los ciudadanos, el resultado de las primárias es decisivamente influenciado por el dinero acumulado por los candidatos en campañas millonárias y las convenciones partidarias, que deciden quien es el escogido, transcurren en atmósfera de circo.
En el año 2000, Bush hijo obtuvo menos votos que Al Gore, los fraudes en Florida y en otros estados fueron evidentes, hubo recuento, pero, después de largos días Bush fue proclamado presidente con la intervención del Supremo Tribunal. Así funciona la “gran democracia americana”...
El modelo es repulsivo, pero se extiende a Europa.
En Portugal, el Partido Socialista y el Partido Social Democrata se esfuerzan por aplicarlo como buenos discípulos. En los programas prometen obras faraónicas, beneficios sociales, aumentos salariales, centenas de millares de empleos. El discurso, la postura, los gestos, la voz, el peinado, la ropa de los líderes son estudiados e impuestos por especialistas contratados, algunos extranjeros.
Una vez nominado, el primer ministro del Partido vencedor guarda en una gaveta todas las promesas y desarrolla una política reaccionaria con ellas incompatible.
Los gobernantes, aplaudidos por el coro de epígonos, repiten diariamente monocordemente, que el régimen es democrático, el parlamento la expresión de la voluntad popular y los media estampan la mentira.
Mienten conscientemente. Saben que la llamada democracia representativa obedece en su funcionamiento a reglas concebidas para promover la desigualdad, beneficiar al gran capital y mantener en la pobreza a la mayoría de la población.
El sistema no tiene remiendo posible. No puede ser reformado, tiene que ser destruido. La burguesía no entrega el poder a través de las elecciones.
¿Que hacer, entonces?
“Lo que es necesario cambiar, en realidad, es el conjunto”- afirma Jean Salem en el final de su bello y lúcido libro- un sistema en el cual el omnipresente modelo del mercado es suficientemente repugnante para que analistas más o menos desinteresados hayan transforman al ciudadano-elector en un vulgar consumidor de la “elección tradicional (...) un sistema en cuyo tronco están inscritas la desigualdad, la falta de carácter, la violencia, la guerra”.
Jean Salem ha escrito un libro muy importante en el que arranca la máscara a la falsa democracia impuesta a los pueblos por el capital.
V.N. de Gaia, 21 de Febrero de 2012
Traducción Jazmín Padila
1 Jean Salem, Élections, Piège À Cons?-Que Reste-T-Il De La Démocratie, Flammarion, Paris, 2012
2 Jean Salem, Lenine e a Revolução, editora Avante, Lisboa, 2005
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