José María Tojeira, director de Pastoral Universitaria
22/03/2012
22/03/2012
Un miembro del Partido de Conciliación Nacional explicaba con esta
frase sus malos resultados electorales: “Nosotros no tuvimos apoyo
económico”. Refiriéndose a los otros partidos políticos, especialmente a
GANA, daba a entender que el éxito electoral está en muchos aspectos
determinado por los aportes económicos que reciba un partido. Por el
lado contrario, se podría presentar como prueba de lo mismo la derrota
electoral de un candidato a alcalde que decía, previo a perder, que para
ganar las elecciones no necesitaba hacer propaganda. La pregunta que
permanece en el ambiente, dicho esto, es la siguiente: ¿hasta qué punto
es indispensable el dinero, la propaganda, para ganar unas elecciones? O
dicho de otra manera, ¿es más importante el dinero derrochado en
cartelones y spots publicitarios que los hechos y los méritos de las personas?
La pregunta es importante, porque una democracia sería tremendamente
floja y débil si el dinero tiene preponderancia sobre la conciencia
ciudadana. Los mismos diputados deberían sentirse mal de pensar que
simplemente son comprados como una mercancía más, por la apariencia y
los adornos que el dinero crea falsamente. Las frases altisonantes
alabando la conducta de los electores quedarían, entonces, como mero
discurso encubridor de una farsa en la que el “poderoso caballero don
dinero”, como le llamaba Francisco de Quevedo, hace los milagros que ya
vaticinaba en castellano antiguo el arcipreste de Hita: “Él hace
caballeros de necios aldeanos, / condes y ricos hombres de algunos
villanos; / con el dinero andan todos hombres lozanos, / cuantos son en
el mundo, le besan hoy las manos”.
Por supuesto, cuando el diputado que se quejaba de falta de dinero
salió elegido diputado, nunca se le ocurrió decir que había ganado
gracias a que tenía más dinero que su oponente. Hasta ahí no suele
llegar la sinceridad de los honorables padres de la patria. Sin embargo,
hay que agradecerle lo que dice hoy. Porque ese tipo de afirmación nos
plantea una vez más la necesidad de que los partidos rindan cuentas de
las aportaciones que reciben, y de parte de quién las recibe. En este
terreno, la oscuridad ha sido la característica de El Salvador. Y en las
zonas oscuras siempre se produce corrupción. Ha sido tradicionalmente
evidente la poca opinión y debate entre los miembros de un mismo partido
cuando hay que votar a favor de intereses de posibles amigos y
financiadores. La maquinita de levantar la mano o de oprimir el botón
favorable al amigo funciona mejor cuando va engrasada con dinero.
En las recientes elecciones, el dinero brilló en la propaganda y en
las vallas publicitarias. Había comenzado a brillar previo al tiempo de
campaña en ese tipo de anuncios, porque, se decía, la publicidad de
personas no es publicidad electoral si no se pide directamente el voto.
El dinero corre con frecuencia al lado de la idiotez y de las
explicaciones desprovistas de materia gris a la hora de aclarar qué es
propaganda y qué no lo es. Y esa misma simplicidad del concepto se
encuentra también con frecuencia en las explicaciones que dan de vez en
cuando al respecto algunos miembros del Tribunal Supremo Electoral. Por
ello, sin duda, se va volviendo cada vez más urgente separar las
funciones administrativas del Tribunal de las funciones
jurisdiccionales. Los representantes de los partidos en el Tribunal, tan
unidos a los intereses económicos de los suyos, hacen casi siempre la
vista gorda ante las infracciones en las que el dinero fluye a favor de
la propaganda.
Cuando en 2009 se supieron los resultados electorales, los
magistrados Araujo y Chicas coincidieron en que había que separar las
funciones administrativas de las jurisdiccionales en el Tribunal.
Después, el tema desapareció de la esfera pública. Don Dinero está mucho
más cómodo haciendo lo que le da la gana y sin que nadie le fiscalice.
En medio de la oscuridad de los fondos partidarios hay alianzas que van
más allá de la ideología y de las banderas.
El Salvador necesita mucha
más trasparencia en todos los niveles de la administración. Los pasos
dados por el Gobierno de Funes son positivos si se comparan con la
negativa a informar durante los veinte años de las administraciones de
Arena. Pero se necesita avanzar mucho más. No es más que una ilusión
pensar que podemos tener Gobiernos transparentes con partidos políticos
opacos en temas de dinero. En cuestión de dineros la transparencia o es
universal o simplemente no es. Los partidos podrán decir, para
defenderse, que menos transparentes son algunas de las grandes fortunas
de El Salvador. Pero esa defensa no sirve. Porque si los partidos no son
transparentes, nunca sabremos si nos gobiernan realmente ellos o esas
mismas fortunas poco trasparentes a las que los partidos, si fueran
serios, deberían ponerles freno. La ley de partidos políticos, con
rendimiento de cuentas de los mismos, urge en un El Salvador que debe
caminar más apresuradamente hacia una democracia social.
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