Jesús María Dapena Botero (Desde España. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
NACIONALIDAD: Colombo-franco-suiza
GÉNERO: Documental sociopolítico
DIRECCIÓN: Juan José Lozano, Hollman Morris
PRODUCCIÓN: Isabelle Gattiker, Marc Irmer
Intermezzo Films
Dolce Vita Films
Radio Télévision Suisse
Arte Morris Producciones
PARTICIPACION: Centre nnational du cinéma et de l’image Animée
Région Ile-de-France, Ville de Genève
Fonds REGIO Films
Direction du développement et de la coopération (DDC)
International Center for Transitional Justice (ICTJ)
Fonds de production télévisuelle and Films pour un Seul Mond
NARRACIÓN: Emiliano Suárez
GUIÓN: P.J. Wolfson, Frank Butler
FOTOGRAFÍA: Ray Rennahan
MONTAJE: Ana Acosta
SONIDO: Carlos Ibañez
MÚSICA: Gabriel Scottie, Vincent Hänni
DURACIÓN: 85 minutos
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Escuece
el alma, cuando tras sobrevolar la selva colombiana, observamos lo que
pudiéramos llamar la tragicomedia del Estado de Impunidad imperante en
Colombia, otrora escenario de películas de aventuras hollywoodenses como
Fuego verde (1954), con Stewart Granger y Grace Kelly, historia épica
sobre un buscador de esmeraldas en Colombia, quien encuentra una veta
prometedora de esas piedras preciosas, una cinta como para irla a ver en
el matinal del teatro Metroavenida, allá en la Primera de Mayo del
Medellín de mi infancia.
Ahora
el escenario de la tragedia es el propio país, con damnificados de
carne y hueso, protagonistas, desgarrados por el dolor, la impotencia y
la ira ante la farsa de un Estado que se las ingenia para que las
denuncias se acallen, al incumplir las garantías de una supuesta Ley de
Justicia y Paz, para silenciar las acusaciones de un siniestro
contubernio entre un gobierno supuestamente legítimo y legal con
paramilitares, supuestamente fuera de la Ley, para salvar el honor de
tantos interesados en mantener la anomia, bajo una autoritaria Ley del
Monte, como la que han proclamado las Autodefensas Unidas de Colombia ,
caundo llegan a pueblos, donde cortan cabezas y despedazan cuerpos sin
la menor clemencia, ya que son ellos quienes dictaminan quién hace el
bien o el mal en un supuesto Paraíso, entre los Andes y los mares, donde
los pobladores, quedan atrapados entre los fuegos de las facciones en
conflicto, donde aparecen falsos Mesías como el victorioso Salvatore
Mancuso, quien en pleno Congreso de la República, se propone como
redentor de nuestro país, condenado aún a vivir más de cien años de
soledad.
La violencia
flamea por toda la cinta pero sin pornografía ni obscenidad alguna, en
un filme en el que no corre sangre a borbotones, pero siempre ahí,
omnipresente desde las tomas iniciales en que nos condolemos con esa
nueva Antígona, que clama como una voz en el desierto, para echarse al
hombro el cadáver de un púber decapitado por las fuerzas de un fascismo
más que ordinario.
Durante
casi una hora y media asistimos a un testimonio, que nos deja con el
corazón en la mano, en medio de la frustración, la angustia, la ira y el
desconcierto gracias a las crónicas, recogidas tras más de seiscientas
horas de estudio de archivos, labor que, sin lugar a dudas, hemos de
agradecer a Juan José Lozano y Hollman Morris, quienes nos exponen con
una lógica meridiana, los tejemanejes que se han dado en los últimos
años de una historia patria, que ha pretendido dictarse desde la cátedra
de la versión oficial del uribismo, así poco o nada tenga que ver con
la historia material, que se cuenta todos los días, pero que se ha
tratado de esfumar pese a ser un secreto a voces; pero, aunque no
estemos suficientemente preparados bien vale la pena poder reflexionar
sobre las distintas maneras como enfrentamos los unos y los otros, un
mismo fenómeno, el de la violencia social, el de ese fascismo ordinario
que bien señalara el discípulo de Serguei Eisenstein, Mikhail Romm, en
1965, como paradigmático documentalista, que bien pudiera estar en el
zócalo de la nueva cinta de Lozano y Morris.
El
filme nos muestra como tras el contubernio de la clase política con los
grupos paramilitares se ha expoliado a un campesinado, al que se lo ha
despojado de sus tierras, para beneficio de intereses creados más
rentables, con la creación de proyectos agroindustriales, que han
servido de Baales a los que sacrifica un pueblo, mientras se coparticipa
en el negocio del narcotráfico, lo que ha traído consigo además la
muerte de sindicalistas, , de líderes políticos y de periodistas, con la
comisión de cerca de 42000 delitos, 7800 que han ocasionado el
desplazamiento, 3600 desapariciones y 1900 reclutamientos forzados,
entre aquellos de los que se tenga noticia. Así, Colombia se ha
convertido en uno de los países del mundo, fuera de Sudán, donde hay
cerca cuatro millones de refugiados internos, los famosos desplazados,
quienes pasaron de ser campesinos, relativamente productivos, a
convertirse seres que entran a formar parte de la masa de excluidos
sociales, condenados a la otredad y a la miseria más absoluta al emigrar
a ciudades, las cuales no estaban listas aún para ser suficientemente
solidarias y comprensivas, como para poder pensar que esos recién
llegado hacen parte de una tragedia que hace que tengamos que entonar un
réquiem por todos nosotros.
Cadáveres
amputados, seres humanos, convertidos en objetivo militar por la
máquina de guerra que han sido las Autodefensas Unidas de Colombia,
pueblan la cinta, como otrora pudiera pasar en la Alemania Nazi,
comandados por un movimiento nacional antisubversivo, como el que
comandaran Carlos Castaño y Salvatore Mancuso, para prometernos una
Colombia digna, libre, segura, en paz, con amor por la Libertad cuando
en la práctica lo que ofrecen es todo lo contrario. Pero quien proteste
puede ser, cuando menos, tildado de loco por no seguir la lógica de una
Sin Razón, impuesta por un pensamiento único al que debe aspirarse,
mediante el sometimiento a una voz autoritaria, en una insensata
inversión de las perspectivas, sin que el propio Mancuso pudiera ver las
cárceles de los Estados Unidos de América como su destino final, cuando
la correlación de fuerzas cambiasen y no conviniera que los
delincuentes abriesen su bocota, para decir que no estaban solos en el
momento de delinquir, discurso que había que silenciar tras las rejas
norteamericanas, donde los paramilitares serían investigados no más que
por los delitos de narcotráfico y lavado de dólares, sin tocar, para
nada, los delitos de lesa humanidad porque el país de Bush y Obama no es
signatario del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional,
jurisdicción entre el Río Bravo y los grandes lagos.
No
deja de sorprender la indolencia frente al dolor, la inhibición y la
angustia de las víctimas, cuando los “paracos” hablan simplemente de
errores y accidentes, cuando, en realidad se han cometido miles de
asesinatos, en una guerra que ha durado más de treinta años, mientras,
sin pudor, declaran:
Campesinos es lo que enterramos…
Esa
indiferencia es en gran parte garante de una impunidad cercana al 98%
de los casos, pues lo que se ha llevado a cabo hasta el rodaje de la
película de Lozano y Morris han sido trámites pseudojudiciales, sin
juicio penal real, meras gestiones realizadas por funcionarios de los
juzgados, mientras Francisco Santos, con su ingenuota tontería de Simón,
el bobito, que no es sino la otra cara de la perversión, viene a
hablarnos de las bondades del proceso de Justicia Transicional en
Colombia, con datos estadísticos transversales, descontextualizados, que
no tienen la complejidad del análisis histórico, diacrónico y
longitudinal de los directores, así se los acuse de lo contrario, lo que
viene a sonar a pura propaganda de un Estado, que nos ha dejado en
manos de las bandas criminales, que aún operan en el país, sin ningún
reato de llamarse a sí mismos, rastrojos, como para hacer gala de su
condición rastrera, que sigue campeando como estructura acomodaticia,
muy bien armada, para continuar produciendo terror en el país.
Es
como si se hiciera caso omiso de la propuesta de que al paramilitarismo
hay que reconocerlo para poder controlarlo, puesto que, como lo señala
Iván Cepeda, hay que dejar el miedo para que el país cambie, lo que
implica desautorizar que los jefes paramilitares continúen delinquiendo
desde las cárceles, si realmente se aspira a un proceso en busca de la
Verdad, la Justicia y la Reparación, más allá de jugadas gatopardistas,
diseñadas para que la Verdad no salga a la luz y no se logren la
Justicia ni la Reparación, ideales por los que, en realidad, deberíamos
clamar, para hacernos del lado de las víctimas y no del paramilitarismo
ni de la parapolítica colombianos, de tal forma que no caigamos en los
sofismas legales que tan claramente denuncian el propio Iván Cepeda,
Claudia López y la película misma pero se pregunta uno si Colombia está
preparada para oír la verdad y lanzarse a una verdadera política de paz y
si será que el ataúd que dé sepultura a la guerra cabe en la tumba que
se le tenga asignada.
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