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EL POEMA DEL
CID
El Cid Campeador, Don Rodrigo Diaz de Vivar, es el primer personaje de la Edad Media española que alcanza categoria europea y, por lo tanto, universal.
Y el poema de Mio Cid es el más antiguo monumento que se conoce de la literatura castellana.
Se siente, al pensar en el personaje o al deleitarse con el Poema, la misma emoción del viajero que, subiendo,subiendo, llega a la fuente de un rio cuyo curso entero conoce y cullas orillas ama.
La dificultad es poner orden en el asunto y sintetizar el sinnúmero de derivaciones curiosas, los afluentes, los arroyuelos que van a dar en el gran rio, toda su cuenca enorme que es toda la literatura y toda la historia de españa.
Porque el Cid es, antes que nada, un gran personaje histórico.
Aunque en realidad su resonancia española, europea y universal, se la da la poesia (porque sin el poema del Cid, el Cid seria "uno de tantos") la verdad es que el Cid existió y realizó muchas más hazañas que las que el Poema y todo el Romancero (de él derivado) refieren.
Hubo un momento en que se llegó a negar la realidad histórica de su figura legendaria. En el siglo dieciocho, el jesuita Masdeu batió ese récord de desconfianza e hipercriticismo. Decia que las Crónicas en que se relataban sus hechos son dos siglos posteriores al poema. Que los episodios de la toma de Valencia estaban calcados de la verdadera conquista, hecha por Don Jaime, un siglo más tarde. En resumen, venia a decir que la poesia habia inventado el Cid y que la historia, respetuosa con la poesia, lo habia confirmado, quizá para no hacer quedar mal a los poetas.
Pero se encontraron documentos fehacientes que probaro que Don Rodrigo habia sido algo más que un invento. Otro jesuita, el Padre Risco, halló el "Codex Roderici Campidocti", anterior a todo lo demás.
Aparecia el Cid en otros muchos documentos, como la "Crónica francesa", los "Anales de Toledo y Compostela", la "Crónica general", etc.
Pero, sobre todo, aparecia en un documento árabe de 1109, un documento escrito por Ib Hassan, sólo diez años después de la muerte de Don Rodrigo Diaz. Un documento que tiene, además de su importancia histórica, un gran valor anecdótico, de pieza divertida, porque es en él donde, por primera vez, los españoles son llamados "gallegos", según la costumbre cubana.
¿No es divertido esto de que en 1109, cerca de cuatrocientos años antes del descubrimiento de América, un escritor moro llame ya "gallego" a este castellano, cien por cien, que es nada menos que el gran héroe nacional y el simbolo de castilla?
"Cuando Amedh Ibn Yusúf Ibn Hud echó de ver que los soldados de los musulmanes salian por todos los desfiladeros y que desde los altos de las torres espiaban sus fronteras --dice el manuscrito árabe-- echó contra ellos aun perro de Galicia, llamado Rodrigo, de sobrenombre Campeador, traficante en prisioneros y azote del pais, que habia dado muchas batallas a los reyezuelos de la peninsula, causando toda clase de males; tanto que no habia en España pais que no hubiese saqueado. Y, asi, los Beni Hud, cuando vieron que sus asuntos se embrollaban, pusieron a este hombre entre ellos y las vanguardias del ejército del Emir, y este hombre entró en Valencia fácilmente porque en Valencia habia muchas facciones y mucha discordia."
¿Fué el Cid ese bandido que pinta el testigo moro? ¿Fué un héroe?
Veamos lo que nos dice la historia. Luego veremos la leyenda y el poema.
La historia cuenta (que ya la historia es cuento,siglos después) que cuando Fernando Primero murió, repartió sus reinos dando Castilla a Don Sancho, León a Don Alfonso, Galicia a Don Garcia, Toro A doña Elvira, y Zamora a Doña Urraca.
Don Fernando consideraba el asunto de España como un problema puramente familiar. Pero el interés de no desmembrar realidades estatales nacientes y robustas coincidió con el interés del primogenito en no respetar un reparto que favorecia tan poco a la patria y a su peculio y, alzándose contra el paterno testamento, acometió, uno tras otro , a sus hermanos, valiéndose del Cid como generalisimo, abanderado, alférez mayor o gonfaloniero. La batalla entre don Sancho y su hermano Don Alfonso de León duró tres años y acabó con una treta del Cid, muy discutible desde el punto de vista caballeresco (se van confirmando las apreciaciones del moro).
En Valpilleras, don Alfonso de León alcanzó una gran victoria sobre su hermano don Sancho de Castilla. Y cometió la imprudencia de sentirse caballeresco. Los vencedores se abstubieron de perseguir y rematar a los vencidos desbandados, y se acostaron en paz, bajo sus tiendas.
Pero el Cid, durante la noche, reorganizó las huestes dispersas y los aplastó sin respetar la tregua tácita. Don Alfonso quedó preso y León por don Sancho. Era ya bastante para que el preso tuviera al Cid una antipatia fundada y duradera.
A don Garcia de Galicia, le redujeron en seguida. Después echaron a Doña Elvira de Toro pero cuando se disponian a echar de Zamora a Doña Urraca, un partidario de ésta, Bellido Dolfos, salió de la ciudad y acabó con don Sancho, individual y alevosamente.
Y las Cortes proclamaron rey a Don Alfonso, el vencido en Valpilleras por el Cid, encargando a éste de la penosa misió de tomarle juramento de que no habia participado ni de cerca ni de lejos en la muerte de su hermano ni subvencionado en forma alguna a su ejecutor.
Y, como canta el romance:
En Santa Gadea de Burgos,
do juran los fijos-dalgos,
alli le toma la jura
El Cid al Rey Castellano,
sobre un cerrojo de hierro
y una ballesta de palo...
La antipatia latente no habia de arreglarse con esta enojosa ceremonia.
Y aqui empezó una paradójica historia de riñas y reconciliaciones, una enemistosa amistad, entre el Rey y el vasallo, (que recuerda un poco, con sus tiernas escenas de afecto alternando con furiosas rupturas y violencias, el gran drama de la amistad humana que culminó en la degollación del Canciller de Inglaterra Tomas Moore, por su señor, amigo y verdugo Don Enrique VIII, el Barba Azul de Britania).
Y aqui empezó también, el relato recogido por el autor del Poema de Mio Cid, que aún no se sabe si fué Per Abat o unos pajes moros que el Cid tuvo. En el momento en que, desterrado ya, se marcha de Vivar, su señorio, hacia Burgos...
De los sus ojos tan fuertemente llorando,
tornaba la cabeza y estábalos mirando...
Vió puertas abiertas y usos sin cañados,
alcándaras vacias, sin pieles y sin mantos...
y sin halcones y sin azores mudados.
Suspiró Mio Cid, porque habia grandes cuidados.
Habló Mio Cid, bien y tan mesurado:
¡Grado a ti, Señor, Padre, que estás en alto...!
¡Esto me han hecho mis enemigos malos...!
Pero no seguiremos -ni aún adaptándolo al lenguaje moderno- el texto de Per Abbat, sino la preciosa versión de Pedro Salinas, (uno de los mejores poetas españoles de nuestros dias) versión que convina las mejores expresiones poéticas con perfecta fidelidad al texto original y anónimo.
El Cid convocó a sus vasallos y se desterraron con él. Malos agüeros camino de Burgos:
"Cuando salen de Vivar ven la corneja a la diestra,
pero al ir a entrar a Burgos, la llevaban a la izquierda..."
Movió Mio Cid los hombros y sacudió la cabeza:
¡Animo, Alvar Fáñez, ánimo! De nuestra tierra nos echan
pero cargados de honra hemos de volver a ella!"
¡Para cuánta gente podria servir ahora lo que el Cid dijo en el siglo Once!
Nadie queria hospedarles, porque "el rey le tenia mucha saña".
Solo una niña le habla dulcemente.
"La niña, de nueve años, muy cerca del Cid se para:
Campeador, que en bendita hora ceñistes la espada...
Pero digámoslo como per Abbat, que esto se entiende bien:
"El rey lo ha vedado -- Anoche de él entró su carta,
con gran recado -- y fuertemente sellada.
No os osariamos -- abrir ni coger por nada;
sin non, perderiamos -- los haberes y las casas
y aún demás -- los ojos de las caras...
Cid, en el nuestro mal -- vos no ganádes nada!"
Este es el momento que luego sirvió a Manuel Machado para uno de sus poemas: Castilla.
Veamos la resonancia, las consecuencias, del Poema del siglo once en la poesia moderna.
"Buen Cid, pasad... El Rey nos dará muerte,
arruinará la casa,
y sembrará de sal el pobre campo,
que mi padre trabaja...
Idos... el cielo os colme de venturas
¡En nuestro mal --¡oh Cid!-- no ganais nada...!
Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros
y una voz inflexible grita: ¡En marcha!
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos,
--polvo,sudor y hierro-- el Cid cabalga..."
Después el poema sigue. El Cid va fraguando, con hazañas portentosas, la gran honra con que volverá a Castilla, pero las inicia con una estafa clásica, algo asi como "el timo de las limosnas" de la Edad Media.
Hace creer a unos judios burgaleses (Ráquel y Vidas) que dos arcas llenas de arena contienen un tesoro fabuloso y obtiene de ellos seiscientos marcos.
En realidad no hay estafa alguna porque les hace prometer que no abrirán los cofres antes de un año y les advierte que si lo hacen no verán un maravedi. Juega con la impaciencia codisiosa y con su propia seguridad de tener en un año más de lo prestado. Pero no se presenta la escena de la devolución del dinero ni se habla más de las arcas hasta que aparecen colgadas de un muro en una de las naves de la catedral de Burgos autentificando la veracidad del episodio.
El Cid se despide de su mujer y de sus hijas. Doña Jimena dice una oración bellisima, y se separan:
"Mucho que lloraban todos, nunca visteis más llorar...
Como la uña de la carne, asi apartándose van..."
"Como la uña de la carne", dijo Per Abbat, en el siglo once, y nunca nadie hizo para una separación una imagen más desgarradora...
La última noche que duerme en Castilla, un ángel consuela al desterrado. Es lo sobrenatural (indispensable en toda buena poesia épica).
La máquina o maravilloso, los dioses de la Iliada y la Odisea, protegiendo a los mortales contra su desaliento, interviniendo en sus asuntos y decidiendo en bien o en mal.
"En cuanto que fué de noche, el Cid a dormir se echó.
Le cogió un sueño tan dulce, que muy pronto se durmió.
El arcángel San Gabriel a él vino en una visión:
"Cabalgad, Cid, le decia... ¡Cabalgad, Campeador!
¡Que nunca tan en buen hora ha cabalgado varón.
Bien irán las cosas vuestras, mientras os dé vida Dios!
Luego la guerra. La toma de Castejón, la algara de Alcalá, el ardid de Alcocer...
La mesnada se va haciendo grande. Se unen más "lanzas" y las victorias cada vez son mayores.
Los emires le hacen frente y están a punto de vencerle pero el Cid es invencible. Y sus caballeros también.
"El buen Martin Antolinez, un buen tajo a Galve dá,
los rubies de su yelmo los parte por la mitad,
la lanza atravieza el yelmo, a la carne fué a llegar;
el rey moro el otro golpe ya no lo quiso esperar...
Los reyes Fáriz y Galbe derrotados están ya..."
El Cid les hirió y les puso en fuga. Pero trató como siempre, muy bien, a los moros vencidos:
"Muertos los moros están... Con vida muy pocos veo.
Con cortarles la cabeza, poca cosa ganaremos,
nosotros somos los amos... ¡sigan ellos en el pueblo!"
Despué le tocó al Conde de Barcelona el turno de caer prisionero, porque, moro o cristiano, el Cid derrotaba a cuantos se le opusieran y a veces --(con menga de su cacareado catolisismo)-- se vendia o alquilaba a señores sarracenos, como los reyes de Zaragoza, de los que fué mucho tiempo el sostén más poderoso.
Asi, en una de estas complicaciones, cayó el Conde de Barcelona y declaró la huelga del hambre:
"A Mio Cid don Rodrigo gran comida le preparan,
pero el Conde don Ramón no hacia caso de nada;
los manjares le traian, delante se los plantaban.
El no los quiere comer y todos los desdeñaba.
--No he de comer un bocado por todo el oro de España.
Antes perderé mi cuerpo y condenaré mi alma,
ya que tales malcalzados me vencieron en batalla."
Al tercer dia el apetito o la sensatez aumentaron y comió;
"hasta pasados tres dias no se volvió el conde atrás.
no lograron que comiera ni una migaja de pan..."
Ya estaban ante la gran empresa: Valencia. Y surge --entre tantos elementos cristianos y moros-- un tema judio. Como los buenos hebreos ortodoxos que se dejan barba en señal de luto, el Cid decide dejar la suya intonsa hasta que venza. Más tarde Izabel la Católica prometeria no cambiarse de camisa hasta que no tomase Granada. El Cid estaba ya terrible de aspecto:
"Ya le crecia la barba. Mucho se le va alargando.
Con Mio Cid al alcázar su esposa y sus hijas van.
Cuando llegaron las sube hasta el más alto lugar.
Vierais alli ojos tan bellos a todas partes mirar...
A sus pies ven a Valencia, como yace la ciudad,
y alli por el otro lado tienen a la vista el mar.
Miran la huerta, tan grande y tan frondosa que está
y todas las otras cosas placenteras de mirar..."
Cuando el Cid toma Valencia, el Rey le perdona y los Infantes de Carrión le piden las manos de sus hijas, doña Elvira y Doña Sol. Es el propio Rey el que va a las vistas, como padrino de los cuatro novios.
Pero el Cid recela. El conoce bien a los nobles. Es noble también, pero es un simbolo del pueblo, no se sabe por qué... Es un guerrillero, el primer gran guerrillero y tiene un saber intuitivo insuperable.
Algo le dice que aquella boda saldrá mal. Y habla a su mujer preocupadamente:
"Mi mujer, Doña Jimena... se lo que quiera Dios.
A vos os digo, mis hijas: Doña Elvira y doña Sol
que con este casamiento ganaremos en honor,
pero de verdad os digo: El rey os casa, no yo!"
Efectivamente, los yernos eran poco recomendables. Se escapa un león un dia y salen huyendo indecentemente mientras el Cid lo coge por el cuello y lo mete en la jaula, como quien lleva un caballo.
"Mio Cid por sus dos yernos pregunta y no los halló.
Aunque los está llamando no responde ni una voz.
Cuando al fin, los encontraron, el rostro traen sin color.
Tanta broma y tanta risa, nunca en la corte se vió..."
Quedaron avergonzados y con gran pesadumbre y para vengarse de la afrenta decidieron --cobardes al fin-- insultar a sus mujeres y lo hicieron en el robledo de Corpes.
"Alli los mantos y pieles les quitaron a las dos,
solo camisa y brial sobre el cuerpo les quedó.
Cogen en las manos cinchas, que fuertes y duras son
y con ellas los infantes les pegan sin conpasión
y les rasgan las camisas y las carnes a las dos.
Desfallecidas se quedan, tan fuertes los golpes son.
¡Oh que ventura tan grande si quisiera el Creador,
que asomase por alli Mio Cid Campeador!"
En las Cortes de Castilla se plantea la acusación por este atropello inicuo y cobarde. El Rey sale a recibir al Cid y éste plantea sus agravios. Exige a sus yernos, le devuelvan primero las espadas que les diera: la Colada y la Tizona. Después el ajuar de sus hijas, y , acabadas sus demandas, los reta y los inculpa de menos-valer.
Pero hay quien defiende a los Infantes. Garcia Ordóñez, por ejemplo, que dice que las hijas del Mio Cid están bien abandonadas, pues no merecen de infantes se siquiera barraganas. Y se permite alusiones burlonas a la barba del Campeador y esto si que el Campeador no lo tolera. Aun después de muerto cuando un judio malo, quiso mesárselas en San Pedro de Cardeña, diz que el cadaver sacó de la vaina un cuarto de espada y el judio, loco de miedo, tuvo que hacerse cristiano...
Ahora le replica a Garcia Ordóñez, con una retahila deliciosa:
"Alabado sea Dios,que en el cielo y en tierra manda.
Conde ¿qué es lo que tenéis que echar en cara a mi barba?
Desde el dia que nació nadie se atrevió a tocarla,
ni me la han mesado hijos de moras ni de cristianas,
como yo mesé la vuestra en el Castillo de Cabra.
Cabra cogi, y a vos Conde, bien os cogi de la barba,
y no hubo rapaz alli que de ella no os tirara;
de la que yo os arranqué aún se os nota la falta,
aqui la traigo conmigo, en esta bolsa guardada."
Se desafian todos. Pedro Bermúdez reta a Fernando. Martin Antolinez a Diego. Muño Gustioz a Asur González. Y ganan --naturalmente-- los paladines del Cid en los combates singulares.
Cuanto se alegra de aquello Mio Cid Campeador...
Envilecidos se quedan los infantes de Carrión...
Y de pronto el poeta se queda exhausto y acaba vertiginosamente el poema. Como un escopetazo, si hubiera habido escopetas en aquél tiempo. Dice que las hijas se casan de nuevo, mejor que la primera vez y el Cid se muere de repente. No se sabe de quéni cómo, pero muere en los últimos cuatro versos, sin agonia, ni enfermedad ni literatura.
Como muere un desconocido en una nota de sociedad de un periódico de provincias:
"pasó deste mundo el Cid, el que a Valencia ganó.
El dia de Pascua ha muerto. Cristo le dé su perdón.
Tambié perdone a nosotros, al justo y al pecador.
Estas fueron las hazañas de Mio Cid Campeador:
en llegando a este lugar se ha acabado la canción..."
Pero la canción no se habia acabado. De ella habian de brotar más de 150 romances diferentes y un sinnúmero de cuentos, historias y piezas teatrales de todas clases, méritos y condiciones. Desde la Crónica cumplida del Infante Don Juan Manuel hasta la novela de Fernández y González; desde la pieza de Juan de la Cueva, pasando por el Cid de Corneille (el primer modelo de tragedia clásica francesa) hasta "La Jura en Santa Gadea" de Hartzembutch.
Altos poetas cantaron todos y cada uno de los temas legendarios.
Rubén Dario dejó su poema "Cosas del Cid" en el que narra el episodio del leproso.
"Frente a frente el soberbio principe del estrago
y la victoria, joven, bello como Santiago
y el horror animado, la viviente corroña
que infecta los suburbios de hedor y de ponzoña,
al Cid tiende la mano el siniestro mendigo
y su escarcela busca y no encuentra Rodrigo.
--¡Oh, Cid! ¡una limosna! dice el precito.
--¡Hermano!
¡Te ofrezco la denuda limosna de mi mano!,
Dice el Cid; y quitando su férreo guante, extiende
la diestra al miserable, que llora y que comprende..."
Altos poetas cantaron éstas y otras cosas del Cid...
Pero, como siempre ocurre, lo que más quedó, lo que más sonó fué una mala cuarteta ripiosa, que salvó con la gracia sonora de sus dos últimos versos la cojera lamentable de los dos primeros.
Aquella que hizo el gran folletinista Fernández y González:
"Por necesidad batallo
y, una vez puesto en la silla,
¡se va ensanchando Castilla
delante de mi caballo!"
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