Remembranzas de la azarosa vida de una radio guerrillera
Por Armando Salazar
ContraPunto
SAN SALVADOR
- De pronto asomó una avioneta Push & Pull (la gradilla o la
carreta, como se le decían), de exploración y lanza- roquets, que por su
baja velocidad, alcanzan gran precisión en el ataque. Cuando la vimos
hacer una ronda sobre nosotros nos pusimos en situación de total
emergencia. El avión con su sordo y parsimonioso rumor, de pronto, hizo
el ruido como de desconexión de motores y se creó el silencio en el
aire.
Entre
gritos, todos salimos corriendo a los tatús anti-aéreos… breves
segundos después inició el estruendoso ruido como cuando se destapa una
botella de vino: PUP, PUP y se dejó oír la chiflante trayectoria de los
primeros roquets y el trepidante impacto casi sobre nuestras espaldas.
Ya
en el 84, ya se comenzaba a hablar de que el ejército cambiaría la
táctica utilizando la fuerza aérea en bombardeos de saturación y tras
ellos, los grandes desembarcos helitransportados directamente a la zona
de ataque. Eso generaba temor.
Fue
en ese campamento que transmitimos a finales de año 1983 el primer
asalto al Cuartel de la Cuarta Brigada de El Paraíso, operación de una
guerrilla revolucionaria sin precedentes en toda la historia de América
Latina, burlando los experimentados diseños contrainsurgentes
norteamericanos.
Un roquet tras otro, uno tras otro, y otro y otro. Las esquirlas de metal
explosionado
cortaban todo a su paso: piedras, polvo, troncos y ramas de pino, humo y
el incendio comenzó a propagarse por todo el cerro donde estaba la
Radio.
La
cabina de transmisión y locución estaba incrustada en una gran
excavación cuadrada y protegida por troncos de pino apretados encima de
la misma. Al interior, sobre la tierra se tallaron mesas y estantes a
puro huisute, pala y azadón. Su ingreso era una zanja en zig-zag donde
uno caminaba ya protegido, avanzando en el desnivel del terreno.
Días
antes del ataque había sobrevolado a muy baja altura y a gran velocidad
un avión tipo caza A-7 (Corsario), que ingresó desde territorio
hondureño: o era hondureño o era gringo procedente de las bases
militares en Honduras, porque ningún piloto salvadoreño lo hubiera
hecho. Habrá visto hasta la ropa tendida. Nos atuvimos, no pusimos mayor
atención.
Chabelita,
la compañera cocinera y sus hijos Esmeralda y Elías, aún venían con
retraso hacia la zanja. Era la última con su vestido rosado pálido y le
dije que se metiera al refugio, donde ya no cabíamos. Yo quedé en la
propia boca del tatú, con la cabeza casi fuera del mismo. Segundos
después las esquirlas trozaban literalmente la tierra, las piedras y las
ramas. Mati, al otro lado del cerrito, andaba en el cagadero y quedó
arañando la poca vegetación entre pinos, esquirlas y humo.
El
temor nuestro era que viniera inmediatamente el desembarco de
helicópteros en un plancito pocos metros al norte, mientras el
campamento era lenguas de fuego por todos lados. Solo nos quedó agarrar
nuestros fusiles, quienes teníamos, y lanzarnos por los barrancos hacia
la quebrada…donde apuntara la nariz.
Casi
“tumbeábamos” saltando zanja abajo hasta llegar a la quebrada,
esperando la nube de helicópteros. Allí íbamos Mati, Piquín, Toño
Cañénguez, el Negro Rafa, Juan Carlos, Chabelita, Esmeralda, Elías,
Rigoberto, Norberto, Merlin, Luisón, entre otros compañeros.
En
la quebrada estuvimos varios minutos, esperando el desembarco y otro
ataque que por suerte no sucedió. De la gran tensión el Negro Rafa se
durmió. Lo llamábamos, pero no despertaba. La tensión casi nos
paralizaba a todos.
Con
sectores del campamento aún en llamas, decidimos subir nuevamente. Por
suerte ningún roquet había caído sobre la cabina o los depósitos de
combustible. Juan Carlos reportaba que el grueso cable coaxial, que
conectaba los transmisores a la antena, estaba cortado en varias partes y
se dispuso a repararlo. Faltaba ya muy poco para la transmisión del
mediodía y dudamos en hacerla por el riesgo de un nuevo ataque.
Sin
embargo, también valoramos que si no transmitíamos, el enemigo sabría
que había golpeado exactamente a Radio Farabundo Martí. Entonces, con
grabaciones del programa de la mañana, dispusimos hacer la transmisión
con partes grabadas y alguna locución simulando normalidad.
En
los minutos que duraba la transmisión todo el personal nos dispusimos a
guardar en tatús algunas cosas, desmontar el humeante campamento y
retirarnos al nomás terminar la transmisión.
Se
cargaron los caballos con los transmisores, bidones de combustible y
partes de los motores y salimos en columna a otra riesgosa marcha por
zacatales a plena luz del día hacia El Sicahuite, al norte de El Jícaro.
Al llegar, nos dimos cuenta que estábamos llenos de ceniza, tilosos de
rostros, brazos, mochilas y ropas. Nos mirábamos y nos enteramos que
estábamos enteros para una nueva transmisión. En la noche nos reíamos
nosotros mismos, fumando, aún con los cuerpos algo engarrotados por el
susto. Habíamos salido vivos de El Roqueteado.
Creo
que nunca habíamos vuelto al lugar, incluso durante la misma guerra.
Hace unos días visitamos el legendario cantón Los Naranjos, un poco al
norte de Las Vueltas, en las enaguas de nuestra madre: La Montañona.
Junto
con Elvis, técnico y productor de Radio Farabundo Martí, entre
extraviadas veredas, jóvenes pinos, crecidos arbustos y roído por el
tiempo, logramos encontrar El Roqueteado, cicatriz de nuestra memoria.
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