
Dagoberto Gutiérrez
El Estado, al igual que el mercado, es una de las ficciones más importantes de los seres humanos, y la persona resulta ser una especie de interlocutora consciente de las cosas. Es cierto que son las cosas las que constituyen la realidad, pero es su autonomía con respecto a la voluntad de las personas lo que determina su condición de realidad. Claro que todo ser humano es constituido por una gran cantidad de cosas, por ejemplo, por órganos, vísceras y sistemas que constituyen su anatomía y su fisiología, y le aseguran un funcionamiento vital; es decir que ese conjunto de cosas que se llama cuerpo humano, constituye a cada individuo, que sin embargo, pese a estar constituido por cosas, se separa de ellas y toma distancia de ellas, porque ninguna persona aceptará ser vista o entendida como una cosa.
La ficción dista de ser una mentira porque es una manera del ser humano de superar el límite de lo posible, y para eso construye la ficción dentro de la cual se puede ser un héroe sin correr ningún riesgo o construir una idea que concentre los intereses de todos los miembros de una sociedad y dotarla de un sentido público, una fuerza que puede amenazar y hasta matar en nombre de todos, y que concentre en su accionar la legalidad y la legitimidad. Por eso es que el Estado es una fuerza que nadie mira y que nadie sabe dónde está, pero que representa una especie de terreno en donde todos y todas están representados y por eso se pagan los impuestos y se da la vida y se va a la guerra.
Esta ficción ha sido construida durante miles de años y su funcionamiento ha supuesto siempre un conjunto de reglas prescriptivas que exigen una determinada conducta de las personas, que imponen sanciones y garantizan un juego que apareciendo como el juego estatal resulta ser, sin embargo, el de los sectores o los intereses dueños y controladores de esa ficción.
En el artículo primero de la Constitución, en su inciso segundo, se establece que el Estado reconoce como persona humana a todo ser humano desde el instante de la concepción, y este texto, dueño de una apariencia civilizatoria, establece en realidad una relación grotesca entre el Estado y los seres humanos, y esconde en sus pliegos perfumados el sentido más primitivo qué un régimen político puede expresar. Veamos por qué?
El texto referido resulta comprometido científicamente porque la concepción es la relación de dos cosas a saber: un espermatozoide y un óvulo, ambas cosas dueñas de vida pero en ningún caso personas y la disposición constitucional afirma que el Estado entiende que la concepción produce a un ser humano y que a partir de esa humanidad, el Estado lo reconoce de inmediato como persona, cuando en realidad de ese encuentro no puede salir sino otra cosa; es más, resulta que antes que las células especializadas aparezcan produciendo las partes que caracterizaran a una futura persona, no resulta fácil encontrarla en la etapa en donde constituyen lo que se llaman células madres, que es el momento previo al aparecimiento de las células que darán origen a los ojos, a la piel, al cabello, al cerebro, etc. Aquí encontramos ya una especialización que determinan las características de una persona, pero esto no ocurre en el instante de la concepción que es un y sigue siendo un encuentro de dos cosas.
Este texto constitucional contiene la posición del Estado de El salvador frente al derecho de la mujer de disponer libremente de su cuerpo y la convierte en una especie de fábrica perpetuadora de la especie y la obliga a tener los hijos, aun cuando sean fruto de una violación, cuando amenace la vida de la vida la madre o cuando se conozcan problemas teratógenos. En ninguna de estas circunstancias, la mujer tiene facultades para decidir tener o no al hijo y por eso la disposición cierra el paso a toda forma de aborto. Estamos frente a un texto que resulta necesario combatir porque expresa la visión más conservadora de la relación entre un Estado oligárquico y la persona, y en esa medida el tema se situar ampliamente en el terreno de la democracia. Resulta que estamos ante una cuestión completamente diferente de la cuestión moral porque se trata de un problema de naturaleza jurídica y política que expresa la posición ante la vida, ante la autodeterminación de la maternidad y ante el sometimiento que el Estado exige de una mujer.
Una visión diferente aparece en el Código Civil que establece que se es persona a partir del momento del nacimiento, es decir, desde el instante en que se corta el cordón umbilical que une al recién nacido con su madre.
La diferencia de enfoque resulta muy evidente, y es porque el derecho civil y su código correspondiente se encargan de regular la circulación de los bienes, es decir, toda cosa susceptible de ser apropiado y convertido en mercancía, le interesa que todos los bienes circulen y se muevan en el mercado. Las personas le interesan en tanto propietarias de las cosas o herederas de las mismas y, es más, defiende el derecho civil los intereses de alguien que no ha nacido toda vez que estén en juego los bienes que pueden pertenecer al que todavía no nace, y resulta lógico entonces que el derecho civil establezca la dimensión de persona a partir del nacimiento y no de la concepción.
La disposición constitucional, en cambio, está situada en el terreno anti abortista y maneja a la vida como una especie de bien referido a un ser humano, y la disposición ignora que la vida de las personas en ninguna circunstancia estará asegurada si no es sobre la base de la defensa de la vida de todos los seres vivos, y esta posición bio-céntrica choca frontal y totalmente con el antropocentrismo que la Constitución consagra.
No conviene olvidar que la vida resulta ser el continente donde navega la vida humana y donde ésta es posible, pero sabiendo que puede haber vida sin vida humana, pero no resulta posible que haya vida humana carente de las condiciones para la vida. El antropocentrismo que pone en el centro la vida humana resulta ser en el mundo de hoy una amenaza, por mucho que se inscriba dentro del pensamiento occidental que le da estatura a la depredación y configura una relación conflictiva entre la naturaleza y los seres humanos. No conviene olvidar que nosotros, como civilización de la periferia, requerimos de un bio centrismo que ponga en el centro a la vida misma y esto determina una nueva relación entre las personas, entre éstas y la naturaleza y éstas con el Estado y el mercado.
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