Oscar A. Fernández 0. (*)
La ciencia no nos ha enseñado aún si la locura
es o no lo más sublime de la inteligencia.
Edgar Allan Poe
SAN SALVADOR - Es difícil evaluar el alcance de la actual conmoción que sufren tantas gentes de izquierda sin hacer referencia a esa psicología que viene del movimiento socialista y comunista de principios de siglo. En su mayoría ocupó un lugar principal el rechazo de lo complejo, la búsqueda de verdades sencillas y de líneas de pensamiento armoniosas. La convicción de que la historia avanza inevitablemente en la buena dirección y la creencia de que el progreso técnico lleva consigo el progreso social eran dos principios básicos de su doctrina.
La mentalidad de la izquierda ha estado muy impregnada por la seguridad de que los hechos acabarán por darnos la razón.
La fe en el triunfo final le otorgaba un mundo seguro, aunque la lucha
fuera terrible y en ella perdieran la vida muchas personas. Así, la actividad de la izquierda, por modesta y limitada que fuese, surgía como parte de un curso transcendente. (Perales Arretxe: Hacia una nueva idea de socialismo)
El desmoronamiento de los países del este de Europa a finales de los ochenta suscitó angustia en buena parte de la izquierda. La seguridad se tornó inseguridad. Para millones de personas en el mundo, el desplome de la Unión Soviética supuso un desgarramiento interior, una cruel derrota que golpeó sus vidas. De pronto, una sensación de orfandad se apoderó de la izquierda. Pero hoy, frente al complejo reto histórico que nos depara la barbarie de la globalización capitalista, creo que es el momento que la Izquierda revolucionaria en general, deje de darle vueltas a los elementos de confusión ideológica que aun la atenazan.
Lo que debe quedar claro, es que tiene que buscar una superioridad ética e intelectual, que le permita centrarse en la comprensión del sujeto político y reactivar las categorías marxistas a la luz de una serie de nuevos problemas y desarrollos que marquen el camino del cambio histórico.
De lo contrario, seguiremos solamente resistiendo a los ataques de una
derecha que no deja de conspirar para fortalecer y consolidar su
dominio, a pesar de la crisis de su modelo; o en el mejor de los casos,
pretendiendo impulsar los cambios desde la retórica anclada en otras realidades ya transformadas.
No obstante, ser vanguardia no se podría afrontar sólo como un acto de "autoafirmación revolucionaria". Para que una fuerza política se constituya como vanguardia sería necesario que se inserte en la acción política de las masas populares. Para ello, no bastaba llamarse vanguardia sino que sería preciso "proceder de forma que todos los demás
grupos se diesen cuenta y se viesen obligados a reconocer" que los
revolucionarios socialistas marchamos al frente. "Los representantes de
los demás grupos (no) serían imbéciles hasta el punto de reconocer que somos vanguardia sólo porque lo decimos". (Gramsci: Cuadernos de la cárcel 1975)
Por primera vez en muchos años, la derecha neoliberal está disputando a la Izquierda su hegemonía intelectual. Está en cuestión la propia idea de Estado y de progreso, después del derrumbamiento de una especie de fe teológica que produjo frases ineluctables, estáticas y repetitivas que han caído como frutas maduras, lo cual se volvió un obstáculo para la construcción práctica del modelo marxista que revolucionó y sigue revolucionando el pensamiento del mundo.
Debemos entender, desde una visión dialéctica de la historia, que mientras la tensión
o equilibrio inestable entre la voluntad popular y quienes la
interpretan para tomar decisiones, permanezca "inalterable", entonces
siempre existirá la
posibilidad de cambiar y de fundar nuevamente nuestra forma de vida, o
lo que es lo mismo, tendremos la capacidad y la obligación de hacer política frente a lo que demanda cada realidad histórica.
Estamos frente a una resurrección del irracionalismo, peligroso si tenemos en cuenta que la crítica de la razón ayudó históricamente a combatir las tendencias anti democráticas y las ideologías contrarrevolucionarias. Se ha perdido en muchos casos la visión histórica basada en el permanente conflicto entre proletariado y capitalistas; tiende a perderse el carácter indefectible, histórico del socialismo; se ha perdido lo primordial que es la lucha anti-mercantilista que impregnó al socialismo original, mientras se sigue supeditando la cultura de los pueblos a nuestra visión particular de la historia y se obvia la importancia de la cotidianeidad en la edificación del futuro.
La izquierda revolucionaria no debe olvidar que la clase trabajadora tiene un conocimiento político básico a priori, por la naturaleza de su vida de explotación, es decir por su condición histórica.
Sin embargo, la Izquierda está en un escenario propicio para atraer y darle forma y contenido no sólo social sino político, a las nuevas manifestaciones de energía
progresista que nacen en el movimiento feminista, el movimiento
pacifista, el movimiento ecologista y fundamentalmente en la lucha del
pueblo por sus derechos y necesidades básicas,
olvidados por los capitalistas y sus gobiernos testaferros. Todos estos
movimientos y luchas demuestran en su esencia el carácter libertario de una histórica lucha de clases, forjada desde las culturas propias de cada nación. Están ahí, en algunos casos latentes, en otros en efervescencia, hijos de una realidad específica.
Nuestra sociedad es el mejor espejo de que la política como espíritu del pueblo no ha muerto, como pretenden hacernos creer los neoliberales, en su discurso civilizatorio y su aparatoso sistema de propaganda. La paradigmática tensión entre la partidocracia tradicional, que ha servido al oprobioso sistema oligárquico capitalista y los nuevos movimientos sociales, versión contemporánea del conflicto histórico; por un lado y el catastrofismo de aquellos que consideran inevitable la privatización de los procesos públicos, favorecedores de la mercantilización de la política, por el otro, expresan un crecimiento significativo de formas de participación política no convencionales, que impactan en nuestro programa estratégico y nos señalan el renovado camino de las alianzas.
La Izquierda revolucionaria ha de profundizar con base en sólidas y demostrables teorías científicas, la lucha efectiva sectorial y territorial para integrar estas nuevas formas de solidaridad, a las que habría que incorporar sin duda,
la solidaridad que impregna a la juventud en sus acciones (u omisiones)
Hay que desarrollar la capacidad de dar una estructura a lo que aún es una serie de actuaciones separadas, no sincronizadas y muy autónomas pero que sin duda les falta el alma política y la idea de poder. Es
empezar a darle forma a lo que H. Zemelman (2005) insiste: el sujeto
social del cambio. Esto no es volver al viejo y desgastado papel
paternal y de politización “desde arriba” con que la Izquierda dirigió los movimientos sociales durante las décadas 70's y 80's. Fue una realidad que probablemente así lo requiso y tuvo grandes réditos, pero también grandes costos sociales y políticos, que hasta hoy se resienten.
Se trata de situar estos movimientos en una sintonía de interdependencia, anti sectarismo y libertad mutua, con proyectos de transformación y cambio radical de la realidad actual. La falta de conexión que proviene muy probablemente de la carencia ideológica y teórica desde fines del siglo recién pasado, es la que explica que fuertes movimientos sociales que nacieron en los 50's-60's, más de cuarenta años después no hayan podido movilizar las sociedades de hoy. Curiosamente la politización de un movimiento social e ideológico potente, sólo se ha dado en el ámbito cultural islámico, a través de un fundamentalismo que ha llegado con suma facilidad a la esfera política.
La renovación ideológica, que es una renovación cultural, tendrá que empezar por romper con el tratamiento de la cultura como algo independiente y divorciado del proceso de la vida. (Diego López. ¿Qué es la Izquierda?) La cultura es al final una expresión racional o no, de la política popular.
Muy probablemente, una segunda fase de este gigantesco trabajo que hoy se demanda de la Izquierda, tendrá que ir en la línea de renunciar a ideologías acabadas para permitir la lucha de las ideas y el desarrollo natural del conflicto. No debe pretenderse la planificación absoluta del futuro. Hay que abrirse sin elitismos, a lo que viene de las mayorías y las minorías. En fin, la idea es colocar la justicia antes que la modernidad, antes que el capital y el mercado, y que ésta se convierta en el lenguaje universal del pueblo.
Tenemos en el horizonte el difícil
reto de construir una sociedad que posibilite una vida conscientemente
orientada, que presupone que el pueblo tenga la oportunidad de decidir
realmente sobre el derecho de recibir de la riqueza construida por los
esfuerzos de la colectividad, lo que básicamente se necesita para reproducir sus condiciones dignas de existencia, sea a través de un salario correspondiente al costo de vida, o de provisiones de seguridad, como salud, educación, canasta básica de alimentos, habitación, entre otros.
Todo esto, también presupone una regulación que reafirme una hegemonía
de valores que sirvan como base a relaciones de solidaridad y a la
tendencia de que las personas puedan decidir en un plano de relativa
igualdad, el rumbo de su existencia.
En un mundo cada vez más pequeño gracias a los modernos medios de información y comunicación cibernética, que promueven una alteración radical en la sociedad similar al inicio del capitalismo, hay posibilidad para un proyecto político, económico y social autónomo pero no aislado del resto del planeta. El éxito de este proyecto creo que sólo será factible si es cooperativo e interdependiente, condición que no es para nada ajena a la concepción marxista de universalidad, que rechaza la uniformidad.
Cada realidad social responde a su propio desarrollo histórico y por lo tanto no puede homologarse con el resto. Por ello, podemos afirmar que el futuro de cada uno está ligado al de todos, aunque éste no sea el mismo necesariamente.
La creación de un nuevo modo de vida conscientemente orientado, sólo ocurrirá mediante el cambio de la de la democracia burguesa por la democracia del pueblo, con normativas mínimas que liguen los proyectos de rediseño del Estado y de la sociedad a un horizonte utópico realizable (socialista), dónde la cuestión de la igualdad social, pre-vista como susceptible, deba ser ordenada racionalmente por el pueblo y en específico por los trabajadores, guiados por sus liderazgos políticos legítimamente reconocidos y encaminados por el ejercicio de un equilibro entre la ética de los principios y la ética de la responsabilidad.
En este contexto, los debates sobre el significado del socialismo en el presente siglo, tienen un carácter muy concreto, relevante y urgente. La campaña vociferante contra el marxismo y el socialismo, que llegó a un crescendo ensordecedor después de la caída de la ex-URSS, ha sido repetida por los revisionistas que están
haciendo todo lo posible para introducir las ideas burguesas en el
movimiento obrero y revolucionario. La lucha contra la ideología burguesa es por lo tanto una tarea urgente, y más urgente es en El Salvador.
La democracia como el cuerpo humano necesita el oxígeno. Nuestro país necesita de un Estado fuerte, ético, volcado en su primera fase histórica a indemnizar la desigualdad secular, que privilegie verdaderamente la razón humana por encima de la razón de Estado, de naturaleza popular. Necesita urgentemente, de la democracia y de un sistema económico que se fundamente en ella, e insisto, no se trata aquí de "perfeccionar" la democracia burguesa engañosa, que es sólo una hoja de parra que oculta la dictadura del gran capital financiero y de algunos restos, peligrosos aún, de una oligarquía doméstica con pensamiento fascista. Se trata de pensar y construir una democracia genuina, como fue defendida por Lenin en su libro El Estado y la Revolución (1917) - una democracia que se construye y ejerce de "abajo hacia arriba".
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