Por Alejandra Carmona / La Nación
La
hija de Víctor Jara habla de sus fantasmas y sus deseos de justicia.
Cuando dice su nombre en el consultorio le cantan “Te recuerdo, Amanda”.
Antes se hacía la lesa. Ahora dice: “Yo soy la hija de Víctor Jara”.
Amanda no canta, no toca guitarra y tampoco milita en el PC. No pretende
ser el vivo retrato de su padre. Su recuerdo es íntimo, un proceso
personal en el que ha debido aprender a desenrabiarse con Víctor ausente
y a pedir explicaciones por su muerte.
La noche que Amanda voló hacia su exilio se
fue sólo con lo puesto. Ni siquiera alcanzó a recoger sus juguetes de
niña de nueve años. En las tres maletas que llevaban ella, su madre,
Joan, y su hermana, Manuela, sólo cupo su padre: sus fotos, un montón de
recortes de diarios, cartas y cintas de grabación. En medio de fusiles y
militares arrogantes que abundaban en el aeropuerto de Santiago,
enfilaron hasta la puerta del avión con destino a Londres, las tres de
la mano, escoltadas por un funcionario de la Embajada de Inglaterra en
Chile. Era el 16 de octubre de 1973, y ésa, la única escena de esa noche
que Amanda Jara tiene en la cabeza. Además de la sensación de vacío, de
volar mucho antes que el avión despegara. El desamparo.
En
Chile quedaba su casa de Colón, el cuarto básico en el Manuel de Salas,
las tardes de asombro y aprendizaje. La humedad de los paisajes de Isla
Negra que tanto le gustaba mirar. Los amigos, los sueños y su padre
muerto con 44 balazos.
Por
estos días, los recuerdos son como un dedo impertinente apretando el
corazón. La semana pasada, el ministro Juan Eduardo Fuentes Belmar cerró
la causa de la muerte de Víctor como ella llama a su padre y ha tenido
que recordar a la fuerza muchas de las cosas que su mente había
intentado borrar.
Amanda Jara no canta, no
toca la guitarra, no milita en el PC y tampoco quiere formar una
familia de artistas que se llame "los Jara", aunque algunos de sus
primos se lo han sugerido. Alguna vez, cuando era chica, bailó en un
grupo folclórico, pero nunca le gustó exponerse. No escucha todo el día
canciones de trova y se niega a dar la razón a quienes dicen que tiene
la misma sonrisa de su padre. Va a pocos encuentros proderechos humanos,
no lleva la bandera de lucha de ninguna causa. A Amanda Jara no le
interesa ser símbolo de nada.
Con suerte acepta dar esta entrevista.
Pero
lo suyo no es una pose de rebeldía. Recién se está reconciliando con
buena parte de su vida. Ahora que tiene 43 años, desde su tranquila vida
en Quintay donde llegó hace 18 años macera los recuerdos ingratos y ha
vuelto a escuchar las canciones de Víctor Jara sin sentir rabia por
haberla dejado.
SIMPLEMENTE MARÍA
Joan,
Víctor, Amanda (sentada en las piernas de su papá) y Manuela. Todos en
compañía de una guitarra. Foto: Gentileza Fundación Víctor Jara
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Todo
fue muy confuso ese 11 de septiembre de 1973. Víctor tenía agendado un
acto en la Universidad Técnica del Estado. La idea: luchar contra la
guerra civil en Chile. De pronto, ese martes cambió de rumbo. Por la
radio se escuchó sobre el ataque a La Moneda y el levantamiento de los
militares. Allende estaba pronunciando su discurso histórico cuando
Víctor decidió salir a la calle. "Era un día extraño, con los relatos de
la radio, y todo hacía que fuera un día especial, pero nadie pensó que
la situación llegaría a tal extremo. Nadie pensó que chilenos
terminarían matando chilenos". Víctor salió de la casa rumbo a la
Universidad Técnica.
Entonces, Amanda
nombre que heredó de su abuela paterna estaba por cumplir ocho años. Sus
días transcurrían tranquilos en la casa de Colón donde todavía vive su
mamá, la bailarina inglesa Joan Turner. "Yo me crié escuchando música
cuenta Amanda . Había un cuarto trasero donde ensayaban los Quila y los
Inti. Hacían unas murgas muy chistosas en el patio. Dejaban la escoba
con los vecinos". En otra parte de la casa, su mamá ensayaba escuchando a
Vivaldi y su hermana Manuela, la "Manu" hija del fallecido coreógrafo
Patricio Bunster , se divertía aprendiendo a tocar guitarra con Víctor.
En las tardes, Manuela y el cantautor eran absorbidos por la televisión
mexicana, y la teleserie "Simplemente María" los consumía. Aunque sus
padres trabajaban mucho, Amanda no tiene ninguna sensación de ausencia.
"Víctor
nos cantaba, aunque sólo la ‘Manu’ se acuerda cuando ensayaba pequeñas
estrofas de sus creaciones con la guitarra. Nosotros también le
cantábamos, hacíamos shows; la ‘Manu’ era rebuena para eso. Bailaba, se
disfrazaba, y él se mataba de la risa; le gustaba mucho estar con
nosotras", cuenta Amanda. Juntos salían de paseo a la Quinta Normal y
probaban las sopas, platos estrella de la afición culinaria de Víctor
Jara.
Los recuerdos de Amanda son tal y
como alguna vez los describió el cantante al momento de hablar de su
familia. "Tenemos dos hijas, Manuela y Amanda, por las que confieso
total y absoluta debilidad En mi día ideal estaría todo el día en la
casa, no habría fuerza que me hiciera salir. Me dedicaría a trabajar en
el jardín, a hacer aseo, a contemplar muchas cosas que por falta de
tiempo no puedo contemplar ahora. A jugar con mis hijas".
UNA PROTESTA EN MATTA
Hace
18 años que Amanda Jara eligió Quintay como su refugio. Ella prefiere
la calidez de la cabaña que comparte con Nego, un buzo que trae el
pescado para el almuerzo. Ella colabora con verduras de su chacra. Se
alejó de Santiago porque no le gusta la tontera de la capital. "En
Santiago creen que la vida se trata de farándula, de los futbolistas, de
la chimuchina. Son cosas muy superficiales, y lo peor es que se creen
la muerte, pero las cosas no son iguales en el resto de Chile. Ya estaba
aburrida de la capital", asegura.
Después
de estudiar Comunicaciones Visuales y cuatro años de Bellas Artes en la
Arcis, dejó todo y se fue a vivir al terreno que habían comprado años
antes con su mamá. "Con la Turistel en la mano buscamos sitios, hasta
nos ofrecieron Tunquén, pero nos pareció muy solo, así que no vivo en el
sector cuico", dice muerta de la risa, hasta que las carcajadas se
apagan, desaparece la coraza y esa chapa de "inepta social" que Amanda
se impone porque no quiere contestar nada que la delate.
"Siento
pena por la muerte de mi papá, pero por mucho tiempo, muchos años,
sentí mucha rabia". Interrumpe su relato para explicar que ella no es
siempre así, pero que estos últimos días tiene un revoltijo en la guata y
la pena no tarda en aflorar. Sigue entre sollozos por varios minutos:
"Tenía rabia, me preguntaba por qué Víctor había salido de la casa ese
día, por qué no se había quedado con nosotras, por qué se fue a la
Técnica". Es su desahogo, pero se incorpora nuevamente para explicar que
todo esto hizo que ella no escuchara a Víctor Jara por mucho tiempo.
"En mi casa no se escuchaba; en Londres, porque mi mamá se volvía un mar
de llanto, y luego acá, simplemente porque tardé en reconciliarme con
esa historia", dice. "Quizá por eso tampoco aprendí a tocar guitarra, ni
a cantar; seguramente era lo que esperaban de la hija de Víctor Jara".
Cuando
Amanda volvió a Chile sólo pensaba permanecer un año y regresar a
Londres, pero se quedó más tiempo. "Me enamoré de un hombre y también de
este Chile combativo, entregado, que salía a la calle a luchar". Era
1983 cuando asistió a su primera protesta en Santiago. Caminó cuadras y
cuadras por avenida Matta, mientras Chile asistía a períodos crudos de
represión producto de las primeras marchas antidictadura. De entre la
muchedumbre se oyó el grito: "Compañero Víctor Jara, presente". Con el
pecho hinchado y las lágrimas sin contención, Amanda tomó aire
contaminado y lacrimógeno y respondió: "Presente". Como si fuera un
muerto ajeno, pero también como si fuera suyo y de todos. Entonces
comenzó a reconciliarse con su padre. Si Víctor Jara no hubiese ido a la
Universidad Técnica ese martes, no habría sido Víctor Jara.
TE RECUERDO, AMANDA
Por
estos días, Amanda va y viene de Quintay. Deja a Nego con sus labores
de pescador y ella viaja a Santiago a enterarse de la fundación que
lleva el nombre de su padre y también del curso que ha tomado la
investigación por su muerte. "Yo me hago una sola pregunta: si mi padre,
que es el caso emblemático del Estadio Chile no tiene solución,
¿entonces qué pasa con el resto de muertos, dónde están los culpables?",
dice. Amanda no puede creer que en todos estos años no haya ni un solo
testigo que pueda reconocer al asesino. Pero maneja una teoría: "Hay un
par de oficiales que estaban presos por el tanquetazo de julio. Ellos
fueron liberados el día del golpe. Se dice que a estos oficiales se les
dio el Estadio Chile como un premio".
Amanda
cree que la información no ha llegado a las manos de la justicia porque
hay quienes no han querido que se sepa la verdad. "La gran piedra de
tope para los casos del Estadio Chile ha sido el Ejército, las Fuerzas
Armadas. No han querido entregar un organigrama de mando. El Ejército
tiene la información y no la ha entregado, por eso se ha visto frustrado
no sólo el caso de mi padre, sino que tantos otros". A pesar de la
resolución judicial, Amanda no culpa al ministro Fuentes Belmar. Tampoco
le interesa que quienes asesinaron a su padre, "viejos de más de 70
años", se pudran en la cárcel. "Lo que yo quiero es justicia, y la
justicia para mí es que se sepa quiénes son los asesinos. Que podamos
ver una lista y decir este señor de acá, con nombre y apellido, es un
asesino".
Amanda nunca ha pedido
públicamente justicia para su padre. Sin embargo, ahora no se pierde
detalle y viajó especialmente desde Quintay para reunirse con el
ministro de Justicia, Carlos Maldonado. Ya no tiene cuentas pendientes.
De esas que son personales y no se escriben en la prensa. Incluso ahora
bromea cuando va al consultorio o a pagar alguna cuenta y al decir su
nombre le cantan: "Te recuerdo, Amanda". Antes se quedaba callada, ahora
dice: "Yo soy la hija de Víctor Jara". Y si una periodista le dice que
esa canción la escribió su padre para su madre, ella también tiene
respuesta: "Cuando la hizo, yo tenía dos años y medio y me habían
diagnosticado diabetes, así que esa canción también la escribió un poco
por mí". LND
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