Dagoberto Gutiérrez*
Era un cuarto de mesón en el Barrio Apaneca de Chalchuapa, a cuadra y media del cementerio. El piso era de ladrillo de barro, el techo de teja y sin cielo. Las paredes habían sido pintadas de cal, por lo que lucían con un color blanco hueso. Todas las noches, la única puerta que daba a la calle tiraba al andén la luz resplandeciente de un foco encendido.
Era el local del partido Unión Democrática Nacionalista, y eran los años en que se construía la alianza maestra entre los partidos Demócrata Cristiano, Movimiento Nacional Revolucionario y el UDN, como se llamaba a la Unión Democrática Nacionalista. Todas las noches había una intensa actividad política en ese pequeño local. Se llenaba de jóvenes, obreros y campesinos que acudían a enterarse de las últimas noticias, a entender los acontecimientos y a incorporarse en la confrontación que minuto a minuto se construía. Ahí se organizaban actividades de propaganda, de pinta y pega, se escuchaban informes sobre la situación en las fincas de café, y se trazaban lineamientos sobre las relaciones locales con la Democracia Cristiana local.
Uno de los jóvenes, de esos que no faltaban noche a noche, era Salvador López, pequeño de estatura, ancho de hombros, de manos y brazos fuertes, de rostro grande y de frente despejada, de cabello lacio, de boca y nariz bien proporcionada. Su voz no llegaba a ser fuerte y era, más bien, reposada, pero firme y enfática, y cada palabra era pronunciada de manera acentuada, parecía poner la vida en cada cosa que decía, y mucho compromiso en cada frase.
Salvador era de los jóvenes que son llamados serios, aunque era muy sonriente y muy bromista, y con una gran capacidad de comunicación con todas las personas, pero lo serio dependía de su capacidad de compromiso y de su entrega a aquello en lo que creía.
Los militantes del Partido eran gente trabajadora de la ciudad y del campo, de origen popular, y de las condiciones más diferentes, por ejemplo, el jefe de las patrullas del barrio, Toño Zurita, portaba su corvo envainado, como todo patrullero, y no faltaba a las sesiones del partido y gozaba de toda la confianza. También participaban profesores, pequeños empresarios, estudiantes, artesanos, y todos con mucho fervor y vocación de compromiso.
La confrontación creció hasta convertirse en guerra, el conflicto se desconoció por el bloque dominante, que ni abordó y mucho menos solucionó el conflicto, y la guerra se hizo inevitable.
La matanza de revolucionarios y de patriotas llenó de sangre las calles y los caminos, y en una de esas noches de cuchillos largos, Toño Zurita y su esposa fueron asesinados. Otros militantes aparecieron muertos en el camino, otros desaparecieron, y todo quedó listo para que la resistencia armada le diera continuidad al proceso político.
Salvador López no vaciló ni un segundo en incorporarse a la guerra y empezó así su estampa guerrillera en el Cerro de Guazapa. Aquí, en las estribaciones de este cerro heroico se ganó el sobrenombre de El Sólido por su dureza ante los rigores de la guerra de guerrillas, por su capacidad de resistencia y por su fuerza. Y finalmente, por su extraordinaria resistencia ante las heridas de guerra más graves. En una de esas heridas abdominales, que resultan ser muy complicadas, y luego de una operación guerrillera muy azarosa, con poca luz, en los barrancos del cerro y contando prácticamente solo con la pericia del médico, El Sólido amaneció al día siguiente cantando una canción, pero ese mismo día se desata un operativo del enemigo y centenares de soldados aparecían ascendiendo el cerro hacia nuestras posiciones, y así, en medio del asedio enemigo, decidimos sacar a EL Sólido en una hamaca, y él aceptó hacer ese viaje en el que podía perder la vida. Sin embargo, fue puesto en San Salvador, en una clínica, hasta que meses después estaba de nuevo en el frente, fresco como una lechuga. Así era este combatiente.
Las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL), ejército del Partido Comunista, ponderaba la firmeza y entrega de este combatiente y sus compañeros reconocían a EL Sólido como un ejemplo a seguir.
Luego de sobrevivir, de regresar una y otra vez al frente de guerra, se logra que Salvador salga a curarse al exterior y así se establece durante algún tiempo en Italia y Bélgica, junto a Teresita, enfermera belga de la guerrilla de las FAL en el cerro de Guazapa. Años más tarde enferma de leucemia y otras dolencias generadas por sus heridas. Lo aqueja una diabetes y malestares estomacales, y a todo esto hace frente con estoicismo y optimismo. Logra curarse, según afirmaba, de la leucemia, en base a tratamientos médicos no ortodoxos.
Finalmente regresa al país y se domicilia en Quezaltepeque. Rápidamente se ubica y opta sin vacilación por las luchas populares que no reconocen al gobierno de turno, ni como de izquierda ni mucho menos como revolucionario. Se incorpora a las luchas de su comunidad, por el agua, por sus derechos, por el medio ambiente sano y por la organización más fuerte, segura y estable.
Trabaja en eso de una manera febril, en compañía de su hermana menor, Dina, y sus hijos, sus sobrinos. Este es su grupo familiar, mientras se interna cada día más en el bosque frondoso de la resistencia popular.
El sábado 16 de enero del corriente año estalla la crisis de su salud, cae al piso semiparalizado, se levanta afirmando que estaba bien. Asiste a una reunión de la directiva de su comunidad, y a su regreso, ante la expectativa y el temor de su familia se acuesta, como todos los días. Sin embargo, este no sería un dia normal porque en la madrugada del domingo 17 sufre una y otra vez de convulsiones desastrosas. Su familia lo traslada presurosa al hospital. A los médicos les sorprende las abundantes heridas en su cuerpo y preguntan mucho sobre él. Su familia responde a medias porque apenas tiene un año y medio de haber regresado al país y porque además no saben todo lo que El Sólido transporta en su cuerpo, en sus heridas y en su memoria.
Muere en el hospital en esa madrugada, terminando así el largo viaje de una vida convertida en compromiso y de una lucha sin dobleces. El lunes 18 de enero es enterrado en el cementerio de Chalchuapa, en el pueblo que lo vio nacer y donde se formó como revolucionario y comunista, bajo el llanto rumoroso de los árboles de mango y con el viento musical que sacude y hace temblar los cementerios. Ahí reposa, finalmente, Salvador López, El Sólido. El viaje sigue porque la memoria que no cesa se fortalece día a día por los hombres y mujeres que se entregan a las luchas que son hoy más necesarias que nunca.
*Vicerrector de la Universidad Luterana Salvadoreña
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