Carlos Velis
Después de largos años de lucha, sangre derramada, sufrimientos y sacrificios, se firmó la paz entre dos fuerzas beligerantes. Las ilusiones crecieron hasta el cielo. Los siguientes días fueron muy emotivos, los exiliados que regresaban, con sus nuevos conocimientos, sus proyectos, su amor atesorado por la patria.
Pero pareciera que los combatientes de ambos lados, solo ellos habían firmado la paz. En la sociedad, prevalecía la desconfianza, los dolores de las heridas todavía abiertas, los rencores seguían vivos. A pesar de tanto sacrificio para lograr la justicia social, la derecha mantenía el poder en todos sus estamentos, en especial lo económico, desde donde ahogaron toda iniciativa cooperativista de las zonas exguerrilleras. No aflojaron nada de los monopolios ni los oligopolios y nuestro país se convirtió en el paraíso de las franquicias extranjeras. Ni en los Estados Unidos son tan excluyentes y las franquicias tan invasivas.
Por su parte, el sector oligárquico de la comunicación, no esperó nada para lanzar su guerra mediática contra el proceso de paz. Desde el primer día, el periódico de la derecha más recalcitrante declaró una ofensiva descarada, más bien, indecente, asquerosa, contra dichos acuerdos, contra la reconciliación. Coordinado con los otros medios, TV, prensa, radio, se lanzó con todo, a la campaña sin tregua ni piedad. Algunos que se apartaron del esquema, fueron condenados a muerte lenta por inopia, al bloquearles toda pauta publicitaria. Agreguemos a esto, la censura a cualquier palabra que no encajara completamente en este esquema de beligerancia contra la paz.
Los ataques contra los movimientos sociales se desarrollaron impunemente, ya que, en esos momentos, no existía el control social que ejercen las redes sociales ni los medios alternativos. Coloreaban, torcían, desfiguraban los hechos a su manera. Son muchos casos los que podría citar, pero la lejanía con las hemerotecas de mi país, me lo impiden, por lo que acudiré a mi memoria.
Veamos el primer caso. Cerca de 1997, los desmovilizados de la guerrilla hacen una marcha hacia San Salvador para exigir sus demandas. Como es costumbre de los campesinos, y seguramente dándole una oportunidad al marco democrático pregonado por el gobierno, llegaron con su familia, incluidos los niños. La policía los reprimió brutalmente, sin respetar mujeres o niños, por igual. La versión de un mediocre periodista de televisión fue que los desmovilizados llevaban de escudo a sus niños, condenando fuertemente la manifestación y poniendo a la policía como víctima. Su recompensa fue ganar la alcaldía de una ciudad importante en el centro del país, de donde salió con graves acusaciones de corrupción.
Fueron varios los periodistas que salieron del monopolio de la comunicación a ejercer cargos públicos. Alcaldes, diputados, y hasta un presidente.
Segundo caso, el sospechoso hecho del asesinato de un estudiante a manos de un marero, por robarle su uniforme de escuela, el día anterior a la entrada en vigor de la Ley del menor infractor, la misma que fuera tildada de ley para suizos por el diario más recalcitrante. Casualmente, iba pasando por allí un fotógrafo del otro diario. Las fotos fueron impactantes.
La gente que simpatiza con la derecha, sigue llorando sobre los escombros de los puentes, mantiene el movimiento oligofrénico del pulgar nerónico mientras prometen tumba a todos los que no piensan como ellos. Repiten como loros, los apodos que su caudillo puso a los militantes de izquierda. No han desarrollado nada en todos estos años y lo más lamentable, se enorgullecen de eso.
Sin embargo, no fue la oligarquía comunicacional la única que traicionó el proceso de paz. En eso tenemos responsabilidad todos. Nosotros tampoco nosotros dimos la oportunidad a la reconciliación, no abrimos el corazón para el perdón, ni hicimos el esfuerzo de aceptar a nuestros hermanos marginados.
La izquierda se dedicó al juego burgués de las elecciones, se olvidó de cómo crecimos como organizaciones guerrilleras, en los momentos más difíciles de la guerra, cuando éramos unos pocos soñadores metidos a guerrilleros, con una pistola mal disimulada en la cintura. Fueron los círculos de estudio permanente, la labor de hormiga y el ejemplo de entrega y mística lo que abrió la conciencia a la lucha para el cambio. Tuvimos que romper el tabú de matar y de morir, en un pueblo, de suyo, conservador y cristiano.
En los momentos iniciales de la nueva etapa, nadie hizo el esfuerzo por cambiar los esquemas mentales, por reconstruir el respeto por la vida, la reconciliación. Seguimos revolviéndonos en odios y rencores del pasado, que nos impide ver hacia adelante.
La discriminación y exclusión social, no parte del gobierno, sino de nosotros mismos. Recordemos. Cuando los muchachos de las barriadas bailaban “breack dance” en las calles, fueron objeto de burla y escarnio por la sociedad que los vio de menos. No se intentó educar a nuestra gente a aceptarnos unos con otros; todo lo contrario, se mantuvo la discusión interna entre las organizaciones de izquierda. Se hizo una garduña por el poder.
La paz estaba planteada apenas. Había que construirla. Era muy difícil ir contra las políticas neoliberales impulsadas por el mismo gobierno, donde, como en las películas “Juegos del hambre”, nos lanzaron a matarnos entre nosotros mismos, pero algo se pudo hacer por nuestro proceso, que tanto nos había costado. Por lo menos, plantear una alternativa.
Ahora mucha gente dice que la guerra no sirvió para nada, añoran la dictadura de Martínez, el abuso de poder de la Guardia Nacional, se sienten traicionados por los políticos que, según ellos, no hacen nada, pero no hacen un acto de reflexión: “Qué tengo yo que hacer”; si al fin de cuentas, los políticos son mis vecinos, nacidos y crecidos bajo los mismos esquemas que nosotros. Son nuestros representantes, no más. Aquello de “padres de la patria”, no es cierto. Es solo una metáfora de que ellos son los que hacen las leyes. No tienen que mantener a nadie.
Y basta de reflexiones.
Pero antes de terminar, una advertencia. Los aires que soplan en el mundo, son muy peligrosos. Auguran una escalada del racismo, la intolerancia y la guerra. Hitler y Nerón están reviviendo y el caballo de Atila vuelve a cabalgar. Las huestes del viejo de la montaña han tomado los barrios e imponen su ley. Los Estados Unidos ya no son la solución, y tampoco se descarta una escalada fascista. Pero nuestra gente sigue viniendo. Sólo en Los Ángeles ya somos un millón y contando.
¿Todavía es tiempo de hacer algo? Por supuesto que sí. Siempre es tiempo, pero cada día que pasa, es más difícil.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario