Dagoberto Gutiérrez*
La sociedad salvadoreña ha sufrido un intenso proceso de transformación clasista que ha cambiado, tanto su estructura como su faz. La crisis del bloque histórico de los años 70 del siglo pasado y la crisis actual del nuevo bloque histórico, establecido después de la guerra civil, suponen un turbulento movimiento de los intereses confrontados.
Siempre se mantiene la confrontación fundamental entre la minoría propietaria de los medios de producción y la mayoría desprovista de esa propiedad. Dicho de otra manera, si se quiere más laxa, podemos decir que se mantiene el enfrentamiento entre ricos y pobres, pero esto resulta insuficiente, porque tanto los que estamos llamando ricos como los que llamamos pobres, han sufrido transformaciones reveladoras de los movimientos que se han operado al interior de nuestra sociedad.
La noción segura y confiable de patronos y trabajadores no alcanza para hablar de la vida de millones de personas ni de sus conflictos, como también no alcanza para determinar los intereses que están en conflicto, y así, en la actual guerra social, la más sangrienta de nuestra historia, necesitamos aproximarnos a la naturaleza clasista de las partes enfrentadas porque solamente así podremos revelar los intereses que gestaron esta confrontación y, entendiendo la confrontación, podremos aproximarnos a una solución. No hemos de olvidar que las guerras exigen ser resueltas, aunque sea para preparar las consabidas condiciones intermedias, que se llaman paz, que son seguidas por una nueva guerra, por lo menos, esta parece ser la historia de nuestra sociedad.
Nos atenemos a un concepto de clase social que establece que clases sociales son grupos humanos antagónicos en donde unos se apropian del trabajo de los otros, debido al lugar que ocupan en la estructura económica de un modo de producción determinado. Lugar que está establecido, fundamentalmente, por la forma en que se relacionan con los medios de producción. Este concepto, como podemos apreciar, es dueño de una base fundamentalmente económica, pero que contiene los hilos visibles e invisibles que tejen la vida minuciosa de nuestra sociedad.
Cuando se dice en el concepto que las clases son grupos humanos antagónicos, se está refiriendo a personas agrupadas, identificadas por intereses comunes, y al mismo tiempo, enfrentadas a otros grupos humanos con intereses diferentes, que resultan irreconciliables. A eso se refiere el antagonismo que aparece en el concepto.
Esta confrontación permanente es lo que constituye, en definitiva, una lucha de clases que siendo tan permanente, aunque no siempre evidente, ha llegado a ser entendida como el verdadero motor de la historia, es decir, el factor determinante que mueve a las sociedades en una o en otra dirección, de acuerdo a la correlación alcanzada. Por supuesto que no se trata en la actualidad de situar a la clase social y a sus confrontaciones como el único factor motorizador de la vida social porque estas clases han sufrido cambios tan geológicos que es necesario tomar en cuenta una multiplicidad de factores y colores, y también de una complicada madeja de intereses contrapuestos.
En la sociedad salvadoreña se ha producido el práctico desaparecimiento de las clases obrera y campesina, dos clases que eran fundamentales en nuestra sociedad. Ambas fueron aniquiladas cuando la planta industrial fue desmontada en función de lo que se llamó, en su momento, una economía de servicios, y la clase campesina también sufrió un ostensible agotamiento cuando la agricultura fue sustituida por la compra de alimento en el extranjero y su reventa en nuestro país. Ambos acontecimientos aparecen mutuamente entrelazados y constituyen un enorme hueco en la producción de pensamiento político y una visión sobre el mundo, la realidad y sobre las transformaciones necesarias. Al mismo tiempo, las clases medias, organizadoras de la rebelión, han sido sometidas a un proceso sostenido de desgaste y de vida precaria.
Como podemos ver, la transformación de la estructura clasista guarda relación con los cambios de la estructura económica y ésta constituye un punto de partida que necesita ser precisada de la mejor manera.
Antes, durante y después de la guerra civil de 20 años, EL Salvador fue capturado por empresas económicas transnacionales, y cuando la oligarquía cafetalera deja de ser el sector dominante y es sustituida por los banqueros, en plazos muy breves, la propiedad de los bancos pasa a manos de empresas extranjeras. Este es un proceso que dura hasta nuestros días. Agregado a esto, los sectores dominantes tradicionales, que son prácticamente los dueños del país, también establecen acuerdos y/o alianzas económicas con estas empresas extranjeras, y ni unas ni otras aparecen interesadas en actividades económicas preponderantemente productivas, o en desarrollar la planta industrial del país, y más bien se va construyendo un tejido económico-financiero en donde la economía ficticia está por encima de la economía real.
Todo este proceso aprovecha el fin de la guerra civil y el ambiente creado en torno a la paz para acelerar su proceso de instauración y de predominio de su filosofía. Y así, se establece una enorme e inagotable reserva de mano de obra desempleada. Se reduce notablemente el número de organizaciones obreras y de trabajadores. Los salarios de los trabajadores son cada vez menores y estos pierden diariamente capacidad adquisitiva. Estas transnacionales, en alianza con empresas locales, capturan totalmente el aparato del Estado y pasan a desempeñar funciones estatales. Y así, desde el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, se establecen y se dirigen programas gubernamentales estratégicos.
Todo este diseño aparece libre de perturbaciones basadas en reclamos salariales o actividades sindicales. Para eso, han debilitado el mundo sindical y han creado un mercado gigantesco de desempleo.
* Firmante de los Acuerdos de Paz, luchador social y Vicerrector de la Universidad Luterana Salvadoreña
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