Dagoberto Gutiérrez
En noviembre de 1989, hace 28 años, la guerrilla del FMLN desató su mayor ofensiva militar. Este es el acontecimiento político militar de mayor trascendencia en la historia de nuestro país. Su significado histórico se expresa en diferentes direcciones: en primer lugar, esta ofensiva fue el mayor acuerdo logrado entre las 5 organizaciones guerrilleras, porque el esfuerzo fue el primero en coordinar operaciones de diferente tipo en todo el territorio nacional. Al mismo tiempo, este fue el último acuerdo trascendental que tomamos como FMLN.
En realidad, mantuvimos la característica esencial de la guerrilla, que era el de respetar los territorios, los estilos operativos y la filosofía política de cada organización. Y todo esto quiso decir que, en general, las unidades guerrilleras operaron en territorios conocidos, con población también conocida, y todo esto para facilitar los desplazamientos y los movimientos de las unidades.
Sin embargo, en esta ocasión, hicimos algo novedoso, porque irrumpimos y prácticamente cercamos la capital del país. Es la primera vez que esto ocurría y se trató de la mayor demostración de fuerza y poderío militar de nuestra parte y de la mayor debilidad del ejército militar.
La población capitalina no expresó, de ninguna forma, respaldo político a las unidades militares del gobierno, ni en las áreas directamente afectadas por nuestra presencia. Por el contrario, se consideraba amenazada por los soldados gubernamentales. Hay que decir que establecimos una conducta guerrillera muy adecuada, con un trato cuidadoso, sin amenaza y sin pillaje, cuidando a las personas y sus bienes.
El ejército gubernamental no practicó en estas áreas una política de destrucción de viviendas y usó su fuerza aérea como mucha discreción, a diferencia de lo que ocurrió en otras áreas periféricas de la capital, como Ciudad Delgado.
En esta ofensiva, cada ejército guerrillero mantuvo su independencia táctica, como siempre ocurrió en toda la guerra, y los mandos operativos, como siempre ocurre, tomaban sus decisiones de acuerdo a las condiciones específicas que se presentaban.
Este acontecimiento tuvo un impacto psicológico en la tropa gubernamental y en la población. Para los soldados del gobierno, se hizo evidente que estaban a la defensiva y que la guerrilla era la fuerte. Para la población, algunos de los cuales nunca habían tenido contacto con los guerrilleros, pudieron establecer la diferencia entre la guerrilla y los soldados y comprobaron que los muchachos, como se les llamaba, eran gente del pueblo e, incluso, algunas madres que trabajaban como domésticas en la Colonia Escalón, se encontraron frente a frente con sus hijos, a los que consideraban muertos y que hoy era el combatiente al que ella le abría el zaguán. Y en un estallido de emoción, madre e hijo se fundían en un abrazo de encuentro feliz.
Esta ofensiva también fue el escenario para que prisioneros importantes, entre ellos funcionarios, pudieran conversar con nosotros con confianza y sin temor. Hasta ese momento, ignoraban nuestro pensamiento y desconocían nuestras opiniones, y así, en medio de los combates, estas personas se dieron cuenta de nuestra cabeza política, descubrieron quienes éramos, y en cierto modo, también descubrieron que la guerrilla no era lo que aparecía en los diarios o en la televisión.
He afirmado que este fue el último acuerdo trascendental del FMLN porque este acontecimiento se da justamente en el punto más alto de la perdida de cohesión y de coherencia en el acuerdo político llamado FMLN. La ofensiva abrió los caminos para el pedregoso proceso de negociación, en el cual, los desacuerdos más encendidos y enconados estuvieron en el terreno de la guerrilla, porque, en todo caso, las posiciones gubernamentales siempre fueron rígidamente conocidas. Sin embargo, las diferencias entre nosotros podían, en cierto momento, aletargar el proceso. Recordemos que fue durante esta negociación que terminó la guerra civil y también poco tiempo después, terminó el FMLN, todo durante el proceso de negociación.
Se trató de una especie de implosión generada por el fin de la guerra y la ausencia de nuevos acuerdos que abordaran y resolvieran los nuevos desacuerdos surgidos en esta etapa del proceso.
En estos momentos, para cada organización, se trataba de recuperar su real identidad política, porque la guerra fue una especie de tamiz que aseguraba la concertación, en términos de operatividad, la coordinación, en términos de los planes militares, y el entendimiento dentro de la independencia de cada ejército. Hay que saber, en este punto, que, en realidad, la guerra civil fue el escenario donde operaron 5 ejércitos, desarrollando 5 guerras diferentes, contra un enemigo que también desataba otras tantas guerras, en el mismo territorio.
Al final, cada organización tenía sus propios planes políticos correspondientes al nuevo escenario que se abrió una vez terminado el conflicto. Y es aquí, precisamente aquí, cuando la ausencia de nuevas ideas para lograr un nuevo acuerdo entre las organizaciones, facilitó que los nuevos desacuerdos impusieran su tónica a los acontecimientos, y es así como se rompe la continuidad histórica, en donde el pueblo y su lucha, era la viga maestra del proceso. La misma negociación de los acuerdos ya no fueron considerados por el pueblo como carne de su carne y sangre de su sangre; más bien eran acuerdos de cúpulas, y es, en estos momentos, donde se establecen las bases para los acontecimientos que rápidamente llevaron a una nueva guerra, a nuevos gobiernos, a nuevos partidos políticos, y en definitiva, llevaron al momento actual.
Es necesario, entender la historia como un juego peligroso donde los pueblos y los líderes juegan o pueden jugar papeles diferentes en cada momento y no siempre se trata de encuentros, también pueden haber desencuentros.
San Salvador, 15 de noviembre del 2017.
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