¡QUE SE VAYAN TODOS!
¡GUATEMALA, NUNCA MÁS!
URGE UNA MARCHA MULTITUDINARIA POR LA PAZ Y LA JUSTICIA
El
sistema económico y político que padecemos los guatemaltecos, ostentado y
defendido por una oligarquía rancia y desfasada, está podrido.
La
muerte de miles de hermanos y hermanas guatemaltecos no puede seguir alimentada
por la apatía popular que
a su vez nutre la indiferencia criminal de las autoridades que, soslayando
quien caiga, no investiga con suficiente rapidez y profundidad dichas tropelías
de tal manera que los expedientes de asesinatos se acumulan a un ritmo
vertiginoso. Eso sin contar los de otros delitos diversos. La justicia,
entonces es inexistente más que para los poderosos.
El
Ministerio Público está abatido. Sus pruebas por esa inoperancia son insuficientes,
superficiales y escasas, salvo raras excepciones. Consecuencia de ello, los
jueces no puedan tener a mano indagaciones precisas y contundentes con las
cuales condenar a los reos. Estos son, entonces, exculpados por “falta de
pruebas”. A ello, se une, por supuesto, la corrupción que compra
voluntades a cambio de exculpación; y, la amenaza, la coacción y la muerte por
parte de los encartados contra miembros del aparato de justicia.
La
muerte de 27 campesinos en
la finca Los
Cocos ,
La Libertad, Petén , cuyos cuerpos fueron separados
de sus cabezas, ahora se desvanece en la mente de los guatemaltecos ante una
nueva muerte horrenda: la del auxiliar de fiscal Allan Stwolinsky Vidaurre que
se une a otras cuyas características son el desmembramiento y la decapitación
como la de dos mujeres cuyas testas estaban dentro de un maletín dejado por
individuos que se conducían en un taxi según la versión noticiosa en
la colonia Lo de Bran en
Mixco. Y, a estas muchos otros crímenes en similares circunstancias.
Lo
más impactante de la muerte del ex auxiliar de fiscal, Stwolinsky, es que éste
cuando fue interceptado y secuestrado por sus matarifes, era acompañado por su
hijito de 9 años, Aldo, quien no solo sufrió la angustia de ver a su padre
arrancado de su lado con la impotencia de no poder hacer nada para impedirlo,
sino más tarde, con estupor, comprobar sus inocentes zozobras al sufrir el golpe
demoledor a su tierna alma de saber, a través de las noticias y los chismes de
barrio, que el cuerpo de padre, a quien amaba entrañablemente, apareció en
pedazos, utilizado como mensaje de los psicópatas hacia todos los órganos de
justicia. Y, ese terrible hecho tenerlo que compartir con su hermanita, su
mamá, abuelita y tíos.
¡Que
terrible, dantesca y espeluznante experiencia le tocó vivir de nuevo a otros
niños guatemaltecos! ¡Que maldita congoja llevar para siempre! ¿Acaso no
revivimos con ello lo mismo que muchos niños tuvieron que soportar hace apenas
50, 40, 30 o 20 años a manos de maniáticos que hoy andan libres, tranquilos y
felices? Porque la inoperancia de la justicia no es nueva. Al contrario, esas
atrocidades son el alimento de estos nuevos crímenes.
Mientras
los hijos, los padres, las parejas, en fin los familiares de los miles de
asesinados en Guatemala ,
padecen las consecuencias de la pérdida, se encuentran de un momento a otro
despojados de sus seres más queridos y necesitados por ellos, el gobierno
desfachatadamente culpa a los gobiernos anteriores. Y, quizá tenga razón, pero
en este contexto decirlo es como desligarse de toda responsabilidad en la
prevención de los crímenes y la seguridad ciudadana. En uno de sus mandatos
elementales, básicos que es el fortalecimiento y modernización de la justicia.
¿A quien eligió la mayoría de guatemaltecos empadronados en la contienda pasada,
pues? Esas infelices justificaciones hablan mucho de la insensibilidad, la
deshumanización, la incapacidad y la desvergüenza del mandatario actual y sus
funcionarios.
Pero
eso no es todo, a ese sentimiento de abandono, angustia, tristeza,
desesperación, ira, impotencia, terror y soledad; a las exculpaciones absurdas
del señor Presidente, se suman las promesas vacías e incluso ofensivas de los
diferentes candidatos quienes pasando por encima del duelo de muchas familias
guatemaltecas se apropian de sus pesares para convertirlos en banderas
electoreras. ¿Qué saben estos, en ese contexto, de los sentimientos de las niñas
y los niños despojados de sus padres, de las angustias de los padres por la
pérdida irreparable de sus hijos y de las agonías de las parejas quienes no
solo se ven sin sus seres queridos de la noche a la mañana sino sin la ayuda
que representaban aquellos en lo económico y en lo emocional.
¡¿A
quién le importan, entonces, las elecciones en un clima de hemorragia nacional?!
¡¿A quien le importa quien quede si se sabe que lo que desea la mayoría de
candidatos es llegar al poder del Estado para desde allí realizar sus negocios particulares
con la oligarquía de este país?! ¡¿Qué nos importa un gobierno de oligarcas y
lacayos si con ello no tendremos ningún beneficio ni avance social sino al
contrario un hundimiento más en la negra caverna de la guerra sucia que han
desatado los narcos y propiciado los ricachones de este país?!
¿Por
qué tenemos que aportar nosotros los muertos, los huérfanos, las viudas y los
viudos, los padres sin sus hijos mientras en Estados Unidos se siguen
consumiendo drogas a diestra y siniestra sin que ese gobierno desmantele los
carteles que operan en su territorio y no estructure una política de combate
racional a su consumo? A los gringos no les interesa. ¡Ese es su rentable
negocio! Un jugoso negocio entre ese narco-Estado y las oligarquías locales de
los países proveedores y corredores, no solo de drogas, sino de armamento y
recursos en el “combate” a ese mal que a ellos les resulta
sumamente lucrativo. Por eso, es que no avanza el “combate contra las
drogas”. Se capturan algunos elementos delincuenciales para que suframos
los desvaríos de un espejismo de seguridad, mientras quienes se esmeran en
cumplir su trabajo y se comprometen firmemente en ese combate son asesinados
inmisericorde y brutalmente como aconteció con Stwolinsky. ¡Honra a su memoria
y a sus deudos fortaleza en estas horas aciagas!
Por
ello, no tiene ningún sentido ese combate a las drogas, porque es una gran
patraña mortal donde los jodidos son los pobres.
¡Que
se paren las elecciones! ¡No hay condiciones para que éstas se lleven a cabo
mientras a todo lo largo del territorio nacional no se establezca la paz y la
seguridad! Pero no a través solo de Estados de Excepción sino de todo un
fortalecimiento de la ley y el derecho. La justicia y la persecución penal
hacia los delincuentes. Tampoco que alguien se confunda, con traer a tropas
extrajeras al país pues esas fuerzas son las que cuidan los carteles del
narcotráfico en su país de origen. Sería como meterse un alacrán en la camisa.
No
queremos políticas de mano dura que solo harán la pantomima de luchar contra
los delincuentes, capturando y eliminando a los menos importantes en la cadena
del delito (pandilleros, pequeños distribuidores, etc.) dejando intocable a los
grandes jefes de esa estructura criminal donde están comprometidos funcionarios
de gobierno y altos personajes de la iniciativa privada. Porque, además en esa dinámica
de muerte se llevan por delante a los más pobres. Jamás he visto a ningún
“señorito” encartado en esos delitos y hay muchos. Además, el
candidato que abandera esa política no tiene la solvencia moral de blandir esos
tambores de guerra cuando él ha sido protagonista directo de violaciones a los
derechos humanos en el otrora arrasado Quiché cuando fue Comandante General de
la base militar que se ubicó allí en tiempos del conflicto armado.
Dicha
política no tuvo éxito ni en
El Salvador ni en
Honduras donde se abuso de ellas propiciando más muertes que
seguridad. Al contrario ante el fracaso de
la Mano Dura tuvieron que
reemplazarla con
la de Super Mano
Dura. Y, ante el fracaso de esta segunda, desmantelarlas ambas.
Por
otro lado, algunos candidatos hablan de potencial fraude. ¡Qué más fraude que
éste de las elecciones burguesas donde la oligarquía va a elegir dentro de sus
candidatos al que más esté dispuesto a sangrar y vender al país al capital
extranjero de las transnacionales!
¡Que
las bases eligieron a los diferentes candidatos de los partiduchos estos! ¡Por
favor! Esos puestos fueron escogidos por un grupúsculo de dueños y financistas
de los partidos donde lo único que hacen “las bases” -eufemismo
para referirse a esas masas de pobres que engrosan sus filas los cuales nunca
serán electos para los comités ejecutivos y cuya labor como siempre será la de
pegar calcomanías, pintar postes y muros con los colores de esos partidos,
hacer pintas en carreteras y piedras, ondear banderitas y ponerse la camiseta y
la gorra de esa agrupación a la que dicen pertenecer pero en la cual no deciden
ni jota-, en “Asamblea General”, será aplaudir y avalar con ese
aplauso, a quienes los amos y financistas ya designaron. A ese gran fraude me
refiero. Ese que le imponen al pueblo cada cuatro años.
Y,
de la izquierda, a la cual por herencia histórica le compete sintetizar el
sentir de los más pobres, me entero que copiando las mañas de sus referentes
ideológicos de la derecha, se ha enfrascado en peleas y divisiones que lo único
que le traerán es la repulsa popular
que se traducirá en sus escuálidos votos. ¡Que tanta razón
tenía Carlitos Marx al sentenciar que: “las ideas dominantes en una
sociedad, en un determinado momento histórico, son las de la clase
dominante”!
¿Qué
alternativas tenemos la mayoría entonces?
¡Que
se vayan todos los candidatos! ¡Queremos un gran Movimiento Nacional que
promulgue una Asamblea Nacional Constituyente con la participación de los
sectores más golpeados de la sociedad!
Pero
eso solo será posible si la gente pobre, abandonada, desalojada, desnutrida,
explotada, abusada, exprimida, marginada, drogada, alcoholizada, discriminada,
extorsionada, aterrorizada, amenazada, asesinada, descuartizada, entendemos la
magnitud de esta farsa y, por ningún motivo, seguimos avalando con nuestro voto
este fraude anunciado. De lo contrario, corroboraremos una vez más que no somos
capaces de aprender de la historia sino del sufrimiento. Y, así hasta que
muramos más de nosotros los pobres y en una explosión de pundonor saquemos a
los mercaderes del templo pero sin darles tregua para que se reorganicen pues
sino nos crucificarán, sin duda alguna y sin miramientos.
Las
calles son nuestras, no permitamos más crímenes cuya sangre fortalezca las
instituciones oligárquicas. Es nuestro deber marchar por los campesinos
asesinados en Petén, por Stwolinsky, por las mujeres, por las niñas y niños
huérfanos, por las viudas y los viudos, por los padres que quedan sin sus
hijos, por los hermanos, por nuestros hijos, por todos en unidad. Sin
diferencias de credos, ideologías, ni origen étnico. Que nuestra marcha sea una
gran procesión por la paz que la encabece, por ejemplo, el señor Arzobispo.
Nos
merecemos un futuro mejor y un mejor país. Como dijo el querido hermano
Gerardi: Guatemala, nunca más. O, ¿no?
Carlos Maldonado
Colectivo “La Gotera”
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