Fuente : Rebelión
Por Tom Engelhardt
Ahora que Washington se encuentra ante seis guerras, por lo menos (Iraq, Afganistán, Pakistán, Libia, Yemen, y de modo más general, la guerra global contra el terror), los estadounidenses viven en un nuevo mundo bélico. Aunque no se hayan alistado en las fuerzas armadas compuestas solo de voluntarios, en ninguno de nuestros 17 órganos de inteligencia, el Pentágono, los fabricantes de armas y corporaciones de pistoleros a sueldo asociadas con él, o con alguna otra parte del Complejo Nacional de Seguridad, las guerras distantes de EE.UU. siguen en gran parte sin su participación (por lo menos hasta que venzan las cuentas).
La guerra de alguna forma pone casi todo al revés, incluido el lenguaje. Pero con la pérdida de puestos de trabajo, casas embargadas, una infraestructura que se desmorona y un clima extraño ¿quién llega a darse cuenta? Esto significa indudablemente que estáis usando un conjunto de palabras de guerra antediluvianas o definiciones de los días de vuestros padres. Es hora de ponerse al día.
Presentamos, por lo tanto, lo último en palabras de guerra: que está adentro, que está afuera, que está al revés. A continuación hay nueve términos comunes asociados con nuestras actuales guerras que probablemente no significan lo que pensáis. Ya que vivimos en un Estado de guerra del Siglo XXI, más vale que os acostumbréis a utilizarlos.
Victoria: Lo mismo que derrota, es una palabra “tendenciosa” y en lugar de definirla, los estadounidenses deberían simplemente evitarla.
En su última rueda de prensa antes de su retirada, preguntaron al secretario de Defensa, Robert Gates, si EE.UU. estaba “ganando en Afganistán”. Respondió: “He aprendido un par de cosas en cuatro años y medio, y una de ellas es tratar de mantenerme lejos de palabras tendenciosas como ‘ganar’ y ‘perder’. Lo que diré es que creo que estamos teniendo éxito en la implementación de la estrategia del presidente, y creo que nuestras operaciones militares están teniendo éxito en quitar a los talibanes el control de las áreas pobladas, en degradar sus capacidades y en mejorar las de las fuerzas nacionales de seguridad afganas.”
En 2005, George W. Bush, a quien también sirvió Gates, utilizó la palabra “victoria” 15 veces en un solo discurso (“Estrategia nacional para la victoria en Iraq”). Hay que recordar, sin embargo, que nuestro anterior presidente aprendió sobre la guerra en los cines de su infancia, cuando los marines siempre avanzaban y los estadounidenses realmente ganaban. Hay que pensar en su obsesión por la victoria como el equivalente de una resaca de mediados del Siglo XX.
En 2011, a pesar de las quejas de unos pocos residuos neoconservadores que sueñan con glorias pasadas, se puede buscar la “victoria” por todas partes en Washington. No la encontraréis. Es el equivalente verbal de un Yeti. Tener “éxito en la implementación de la estrategia del presidente” ¿qué más se puede pedir? Mantener al enemigo “a la defensiva”: ¡eh!, ¿a 10.000 millones mensuales, si eso no es “éxito”, que me digan qué lo es?
Hay que admitir que el asesinato de Osama bin Laden se trató como si fuera el Día de la Victoria [VJ] que terminó con la Segunda Guerra Mundial, ¿pero ganar realmente una guerra? ¡No hagáis reír al secretario de Defensa Gates!
Tal vez, si todo sale a la perfección, dentro de algún año en el futuro cercano podremos celebrar el Día DE (Degradar al Enemigo).
Enemigo: Cualquier pobre diablo supermaligno a cuyas costas podamos reunir por lo menos 1,2 billones (millones de millones) de dólares al año para el Complejo Nacional de Seguridad.
“Realmente considero a al-Qaida en la Península Arábiga con Al-Awlaki, líder de la organización como el riesgo más importante para nuestra patria”. Lo dijo Michael Leiter, consejero presidencial y director del Centro Nacional de Contraterrorismo, en febrero pasado, meses antes de que eliminasen a Osama bin Laden (y de la renuncia del propio Leiter). Desde la muerte de bin Laden, la evaluación de Leiter en la práctica se ha secundado en Washington. Por ejemplo, el periodista del New York Times, Mark Mazzetti, escribió recientemente: “La CIA considera que la filial de al-Qaida en Yemen plantea la mayor amenaza inmediata para EE.UU., más incluso que la dirigencia superior de al-Qaida que supuestamente se oculta en Pakistán”.
Ahora bien, esto es lo extraño. Hubo una época en la que este tipo de declaraciones podía haber sido equivalente a anuncios de victoria: ¿Es todo lo que les quedó?
Por cierto, hubo una época en la que cuando le preguntabas a un estadounidense quién era el hombre más peligroso del planeta te podría haber dicho Adolfo Hitler, José Stalin o Mao Zedong. En la actualidad no hay que pensar en términos de enemigo para nada: pensad en el archimalo Lex Luthor o en Doctor Doom, cualquiera, de hecho, capaz de sustituir al Mal todopoderoso.
Ahora mismo, después de bin-Laden, el supermalo preferido es Anwar al-Awlaki, un enemigo con poderes aparentemente casi sobrehumanos para molestar a Washington, pero ningún ejército, ningún Estado y ningunas finanzas de importancia. El “clérigo radical” nacido en EE.UU. vive como semi fugitivo en Yemen, un país menesteroso del cual hasta ahora pocos estadounidenses habían oído hablar. Al-Awlaki está considerado, por lo menos parcialmente, responsable de dos conspiraciones de alto perfil contra EE.UU.: el atacante con la bomba en su ropa interior y los paquetes con bombas enviados por avión a algunas sinagogas en Chicago.
Ambas fracasaron miserablemente, a pesar de que ni Superman ni los Cuatro Fantásticos corrieron al rescate.
Como Mal Uno, al-Awlaki es un enemigo vudú, un guerrero de YouTube (“el bin Laden de Internet”) con poco más que su ingenio y cualquier superpotencia que pueda encontrar para que le ayuden. Se dice que fue responsable de ayudar a envenenar la mente del psiquiatra del ejército, el mayor Nidal Hassan, antes de que hiciera volar a 13 personas en Fort Hood, Texas. Una cosa es indudable: se ha metido profundamente en la cabeza de la guerra contra el terror de Washington. Como resultado, el gobierno de Obama intensifica significativamente la guerra contra él y el grupo variopinto de miembros de las tribus con los que anda y que usan el nombre de Al-Qaida en la Península Arábiga.
Guerra clandestina: Significaba guerra secreta, una guerra “en las sombras” y por lo tanto alejada de la vista del público. Ahora, significa una guerra con publicidad total de la que todos saben, pero nadie puede hacer nada al respecto. Pensad: está en las noticias, pero no es oficial.
Imaginad: en la actualidad nuestras guerras “clandestinas” producen noticias en primera plana. En la semana en que tuvo lugar la operación de máximo secreto para asesinar a Osama bin Laden obtuvo un 69% sin precedentes en el espacio dedicado a las noticias en los medios de EE.UU. y un 90% de cobertura en la televisión por cable. Y los más secretos guerreros clandestinos de EE.UU., el Team 6 de elite de los SEAL, provocaron una “SEAL-manía” en todo el país.
Además, no dejan de publicar ni el más mínimo ataque de un drone en la guerra aérea clandestina dirigida por la CIA en las áreas tribales fronterizas de Pakistán. De hecho, como en el caso de Yemen en la actualidad, ahora discuten, debaten y elogian futuros planes para lanzar o intensificar guerras clandestinas al estilo paquistaní e informan ampliamente al respecto. En cierto momento el director de la CIA, Leon Panetta, llegó a alardear de que, cuando tenía que ver con al-Qaida, la guerra aérea clandestina de la Agencia en Pakistán era “el único juego aceptado por todos”.
Hay que pensar en la guerra clandestina actual como el equivalente de un misil guiado por calor apuntado directamente a ese espacio noticioso en los medios dominantes. Las “sombras” que otrora cubrían operaciones enteras ahora solo cubren a los responsables de ellas.
Bases permanentes: En el modo estadounidense de guerra, las bases militares construidas en suelo extranjero son algo parecido a la heroína. El Pentágono no puede dejar de construirlas y no puede vivir sin ellas, pero las “bases permanentes” no existen, no para los estadounidenses. Nunca.
Es bastante simple, pero permitidme que a pesar de todo sea absolutamente claro. Los estadounidenses podrán tener por lo menos 865 bases en todo el mundo (sin incluir las que están en zonas de guerra), pero no tenemos ningún deseo de ocupar otros países. Y dondequiera tenemos guarniciones (¿Dónde no las tenemos?), no queremos quedarnos, no permanentemente, en todo caso.
A fin de cuentas, para un planeta que tiene más de cuatro mil millones de años, nuestras 90 bases en Japón, que solo tienen unos 60 años de existencia, o nuestras 227 bases en Alemania, algunas de unos 60 años, o las que están en Corea, de unos 50, cuentan poco. Además, sabemos de buena fuente que las bases permanentes no corresponden al buen espíritu estadounidense. El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld lo dijo en 2003, cuando las primeras mega-bases iraquíes planificadas por el Pentágono ya estaban en los tableros de dibujo. Hillary Clinton volvió a decirlo el otro día, sobre Afganistán, y un funcionario estadounidense anónimo agregó para que quedara claro: “Hay tropas de EE.UU. en diversos países durante un tiempo considerable, que no están allí permanentemente”. ¿Estará hablando de Corea? Por lo tanto, entendedlo bien, los estadounidenses no quieren bases permanentes. Punto final.
Y es sorprendente cuando se piensa en ello, ya que los estadounidenses están constantemente construyendo y actualizando bases militares en todo el globo. El Pentágono es un adicto. En Afganistán, se ha vuelto totalmente loco, ¡más de 400 bases y sigue construyendo! No solo eso, Washington ahora está profundamente involucrado en negociaciones con el gobierno afgano para transformar algunas de ellas en “bases conjuntas” para quedarse en ellas a menos que el infierno se congele, por lo menos hasta que los soldados afganos consigan ser a la fuerza un ejército al estilo estadounidense. ¿El mejor cálculo estimado reciente para eso? 2017 sin pretender aproximarse.
Por suerte tenemos intenciones de entregar a los afganos esas numerosas bases que construimos utilizando miles de millones de dólares, incluyendo los gigantescos establecimientos en Bagram y Kandahar, y quedarnos solo un poco, tal vez “décadas” en calidad de –y la palabra no podría ser más delicada y juiciosa– “inquilinos”.
Y, a propósito, hay noticias que acompañan los recientes informes de que la CIA se prepara para dar a los militares de EE.UU. una importante mano encubierta en su campaña en Yemen, que señalan que la Agencia está construyendo apresuradamente una base propia en un país no identificado del Golfo Pérsico. Solo una base. Pero no hay que esperar que baste con eso. Después de todo, es como comenzar a comer papas fritas.
Repliegue: Nos vamos, nos vamos… ¡Pero no ahora mismo y basta de presiones!
Si nuestras bases son inyecciones de heroína, entonces el hecho de que los militares de EE.UU. se vayan de alguna parte representa una forma de “abstinencia”, lo que implica convulsiones. Como en el caso de las drogas, es condenadamente fácil meterse en lo que Washington no puede dejar de hacer. Salirse es lo terrible. ¿Quién puede culparlos si no quieren irse?
En Iraq, por ejemplo, Washington ha estado con un terrible síndrome de abstinencia desde 2008, cuando el gobierno de Bush decidió que todas las tropas de EE.UU. debían irse antes de finales de este año. Uno puede oír todavía todas esas botas de combate que se arrastran en la arena. Por ahora, los altos responsables del gobierno y de las fuerzas armadas casi imploran a los iraquíes que permitan que nos quedemos en unas pocas de nuestras monstruosas bases, como el mal llamado Campo Victoria o la Base Aérea Balad, que en su apogeo tenía un tráfico aéreo que según dicen rivalizaba con el del Aeropuerto Internacional O’Hare de Chicago. Pero de eso se trata: incluso si los militares estadounidenses se fueran oficialmente, Washington todavía no se propone partir en realidad.
En los últimos años, EE.UU. ha construido “embajadas” por importe de casi mil millones de dólares que son en realidad puestos de comando regionales parecidos a ciudadelas en el Gran Medio Oriente. La semana pasada cuatro ex embajadores de EE.UU. en Iraq suplicaron al Congreso que suelte los 5.200 millones de dólares solicitados por el gobierno de Obama para que el Departamento de Estado pueda convertir su embajada de Bagdad en una misión militar masiva con 5.100 mercenarios y una pequeña fuerza aérea mercenaria.
En resumen: “Adiós. Fue un placer conocerlo” no es una canción que le guste cantar a Washington.
Guerra de drones (Vea también Guerra Clandestina): Una campaña aérea permanente que utiliza aviones sin tripulación armados con misiles que envían tanto el repliegue como la victoria a la escombrera de la historia.
¿Se trata siquiera de una “guerra” cuando sólo un bando aparece realmente y sólo un bando sufre daños? Los drones de EE.UU. son frecuentemente dirigidos desde miles de kilómetros de distancia por “pilotos” que, al abandonar sus bases estadounidenses después de un turno de trabajo “en” una zona de guerra, pasan letreros que les advierten de que conduzcan con cuidado porque puede ser “la parte más peligrosa de tu día”. Es algo nuevo en la historia de la guerra.
Los drones son el armamento clandestino preferido en nuestras guerras encubiertas, lo que significa, claro está, que los militares ya no resisten las ganas de escoltar a los periodistas afines a sus laboratorios secretos y sus terrenos de pruebas experimentales para revelar visiones deslumbrantes de futura destrucción.
Para que los drones parezcan lógicos, probablemente debemos dejar de pensar en la “guerra” y comenzar a imaginar otros modelos, por ejemplo, el del verdugo que lleva a cabo una condena a muerte contra otro ser humano sin ningún peligro para sí mismo. Si el drone sin piloto es realmente el arma de un verdugo, una versión moderna aerotransportada de la guillotina, el dogal del verdugo, o la silla eléctrica, la condena a muerte que conlleva no es dictaminada por un juez y ciertamente no por un jurado de sus pares.
Es combinada por agentes de inteligencia basados en evidencia fragmentaria (y a menudo justificada por intereses propios), organizada por especialistas en objetivos y aprobada por una señal de los militares o abogados de la CIA. Todos están a algunos, cientos o miles de kilómetros de distancia de sus víctimas, gente que no conocen, y que no comprenden ni siquiera vagamente, y cuya cultura no comparten. Además, los delitos capitales a menudo no se comprueban, no se han cometido, nunca se ejecutarán o no existen. El hecho de que los drones, a pesar de su armamento de “precisión”, eliminan regularmente a civiles inocentes así como a posibles o reales terroristas nos recuerda que, si éste es nuestro modelo, Washington es un verdugo borracho.
En cierto sentido, la guerra contra el terror de Bush sacó a los drones de la profundidad de su subconsciente para satisfacer sus deseos más básicos: ser interminable y llegar a cualquier sitio en la Tierra con un sentido de venganza al estilo del Viejo Testamento. El drone hace picadillo de la victoria (que involucra un punto final), del repliegue (hay que haber estado presente para comenzar) y de la soberanía nacional (vea a continuación).
Corrupción: Algo inherente en la naturaleza de iraquíes y afganos desgarrados por la guerra, de la cual solo los estadounidenses, con y sin uniforme, pueden salvarlos.
No nos deben distraer los 6.600 millones de dólares, que en forma de billetes de 100 dólares empaquetados al vacío, cargados por el gobierno de Bush en aviones de transporte C-130, enviados a Iraq liberado en 2003 para propósitos de “reconstrucción”, y de alguna manera traspapelados. El inspector general especial de EE.UU. para la reconstrucción de Iraq sugirió recientemente que podría ser “el mayor robo de fondos en la historia nacional”; por otra parte, tal vez simplemente se traspapelaron… para siempre.
El presidente del parlamento de Iraq afirma ahora que hasta 18.700 millones de dólares se perdieron-en- acción, pero los iraquíes, como sabéis, son corruptos y volubles. De modo que no prestéis atención. En todo caso, no os preocupéis, no era nuestro dinero. Todos esos billetitos frescos procedieron de ingresos del petróleo iraquí, que por casualidad estaban retenidos en bancos de EE.UU. Y en zonas de guerra, ¿qué se le va a hacer? ¡A los pobres billetes de 100 dólares les pasan a veces cosas terribles!
En todo caso, la corrupción es endémica en las sociedades del Gran Medio Oriente, que carecen de los fundamentos institucionales de las sociedades democráticas. No es sorprendente, por lo tanto, que en el empobrecido y narcotizado Afganistán esté fuera de control. Por suerte Washington ha luchado noblemente contra sus estragos durante años. Una y otra vez, los responsables estadounidenses han persuadido, amenazado, e incluso intimidado al presidente afgano Hamid Karzai y a sus compatriotas para lograr que tomen medidas enérgicas contra las prácticas corruptas y realicen elecciones honradas para crear apoyo al gobierno respaldado por EE.UU. en Kabul.
Sin embargo hay algo extraño: un informe sobre la reconstrucción afgana recientemente publicado por el personal de la mayoría demócrata del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de EE.UU. sugiere que los fondos “de desarrollo” militar y extranjero que se han prodigado al país, y que representan un 97% de su producto interno bruto, han tenido un papel importante en el fomento de la corrupción. Para encontrar un equivalente en tiempos de paz, imaginemos que los bomberos se apresuran a llegar a un incendio solo para lanzar gasolina encima y luego atacar a los habitantes del edificio por incendiarios.
Soberanía nacional: 1. Algo que los estadounidenses llevan en el corazón y que no permitirían que fuera violado por ningún otro país; 2. Algo a lo que se aferran irracionalmente los extranjeros, una señal de falta de fiabilidad o de inestabilidad mental.
Lo que sigue es el credo del Estado de guerra estadounidense en el Siglo XXI. Por favor memorizadlo: El mundo está a nuestros pies. No lloraremos. Podemos enviar misiles [bombardear, atacar de noche, invadir] a quién nos dé la gana, cuándo nos dé la gana, dónde nos dé la gana. Es lo que se debe llamar “seguridad estadounidense”.
Los que estén en otro sitio, con una reverencia desubicada por su propia seguridad, o un sentido exagerado de orgullo y de dignidad, los que se ponen en peligro, ¡tengan cuidado! Después de todo, en una frase: Soberanos somos nosotros.
Nota: Como todavía vivimos en un planeta imperial en sentido único, no tratéis de invertir nada de lo mencionado, ni siquiera como experimento mental. No podéis imaginar drones iraníes persiguiendo terroristas en el sur de California o a fuerzas de operaciones especiales paquistaníes que lancen incursiones nocturnas contra pequeñas ciudades del medio oeste de EE.UU. No si sabéis lo que os conviene.
Guerra: Un concepto totalmente dúctil que depende enteramente del punto de vista del observador.
Es indudablemente el motivo por el cual el gobierno de Obama decidió recientemente no volver al Congreso para que apruebe su intervención en Libia, como lo requiere la Resolución de Poderes de la Guerra de 1973. En vez de eso, el gobierno publicó un informe en el que declara esencialmente que la de Libia no es en absoluto una “guerra” y por lo tanto no cae bajo las provisiones de esa resolución. Como explica ese informe: “Las operaciones de EE.UU. [en Libia] no involucran [1] combates permanentes o [2] intercambios activos de fuego con fuerzas hostiles, ni involucran [3] la presencia de tropas terrestres de EE.UU., víctimas estadounidenses, o una amenaza seria de que ocurran o [4] alguna probabilidad significativa de escalada hacia un conflicto caracterizado por esos factores”.
Esto, por cierto, abre la posibilidad de un futuro bastante nuevo y asoleado de EE.UU. en el planeta Tierra, en el cual ya no será descabelladamente utópico imaginar que no haya más guerras. Después de todo, el gobierno de Obama se orienta a intensificar y expandir su [ponga lo que quiera] en Yemen, que cumplirá con todos los criterios mencionados, como ya lo hace su [ponga lo que quiera] en las tierras tribales fronterizas de Pakistán. Algún día, Washington podría garantizar la seguridad de EE.UU. en todo el globo en lo que sería, milagrosamente, un mundo absolutamente libre de guerras.
Tom Engelhardt, es cofundador del American Empire Project, dirige el Nation Institute’s TomDispatch.com. Es autor de “The End of Victory Culture”, una historia sobre la Guerra Fría y otros aspectos, así como una novela: “The Last Days of Publishing”. Su último libro es: “The American Way of War: How Bush’s Wars Became Obama’s” (Haymarket Books).
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