Alrededor de las reliquias, como partes del cuerpo de santos u
objetos que han estado en contacto con ellos, siempre se ha planteado si
tras ellas hay una realidad histórica y una base científica que pueda
demostrar, como mínimo, su antigüedad o, simplemente, es fruto de la
devoción desmedida y de vendedores de humo que quisieron sacar algún
provecho. Esta es una relación de las más importantes relativas a
Jesucristo:
Sábana Santa o Sudario.
Se encuentra en la catedral de Turín. La más conocida de todas y sobre la que más estudios se han hecho, sobre todo, para conocer su antigüedad. Es una tela de lino con la que se supone que se cubrió el cuerpo de Jesucristo al ser enterrado y en la que quedó plasmado su rostro. Después de la prueba del Carbono 14, del estudio de granos de polen, de digitalizar la imagen y muchas más pruebas, no se ha llegado a un acuerdo de su veracidad. En España, en la catedral de Oviedo, tenemos el pañolón de Oviedo que se veneraba como el pequeño sudario que cubrió su cabeza.
El Velo de la Verónica.
Se encuentra en la Basílica de San Pedro en Roma. Mientras Jesucristo llevaba la cruz, camino del monte Calvario donde sería crucificado, se paró en la sexta estación del Víacrucis para descansar y Santa Verónica se acercó para secarle el sudor de su rostro quedando impreso en el pequeño paño. La historia de esta reliquia no se conoce hasta bien entrada la Edad Media y no se ha podio realizar ningún estudio sobre ella. Durante el siglo XX, sólo el jesuita e historiador de arte José Wilpert ha podido contemplarla sin la protección que la cubre y sus palabras tampoco dejan nada claro “una pieza cuadrada de un material de color claro, desteñido por la edad, que lleva dos tenues manchas de óxido de color marrón conectadas la una a la otra“. Hoy en día se veneran 3 más, dos de ellas en Alicante y Jaén.
El Santo Cáliz.
Se encuentra en la catedral de Valencia. El Santo Cáliz, Grial o Santo Grial, sería la copa que se usó en la última cena. Es una copa de calcedonia, piedra semipreciosa, de 7 cm de altura y 9,5 de diámetro, y un pie con asas añadido posteriormente (entre los siglos X y XIV). La leyenda la lleva desde las manos de San Pedro, en Roma, hasta el monasterio de San Juan de la Peña (Huesca), aunque la primera noticia documentada del cáliz no aparece hasta el XIII pasando por Zaragoza, Barcelona y recalando en Valencia en el XV. Aunque también hay controversia sobre ella, de todas las candidatas, porque hay varias, parece que el cáliz de Valencia es el que más posibilidades tiene de serlo por ser parecido a otros cálices palestinos encontrados de misma época.
La Santa Cruz, INRI y los clavos.
Se encuentran en la Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén en Roma. Se refiere a un fragmento de la cruz donde fue crucificado, parte de la tablilla donde figuraba la inscripción INRI (Iesvs Nazarenvs Rex Ivdaeorvm o Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos) y los clavos. Según cuenta Jacobo de Voragine en su libro La Leyenda Dorada (1260), la cruz se había enterrado en el monte Calvario y sobre ella se había levantado un templo en honor a Venus en tiempos del emperador Adriano. En 326, cuando llegó la emperatriz Elena de Constantinopla a Jerusalén, derribó el templo y ordenó cavar hasta encontrar la cruz. Cuando se descubrió, allí mismo se erigió la Basílica del Santo Sepulcro en la que se guardó. Cuando regresó a Roma le llevó a su hijo, el emperador Constantino, parte de la cruz, la tablilla y dos clavos -el tercero cuenta la leyenda que lo tiró al mar para aplacar la ira divina… una tormenta- . En 326 el emperador financió la construcción de la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén en Roma donde hoy se conservan (la parte de la cruz, la tablilla y un clavo). En nuestro país se veneran fragmentos de la cruz en el monasterio de Santo Toribio de Liébana (Cantabria) y en la Colegiata Mayor de Caspe (Zaragoza).
Corona de espinas.
Se encuentra en la Catedral de Notre Dame en París. Es la corona espinas con la que los romanos, a modo de burla, coronaron a Jesucristo como Rey de los Judíos. Parece ser que entre las reliquias que trajo Elena de Constantinopla también estaba la corona de espinas. Su primera referencia es en el siglo V y nada se vuelve a saber hasta el XI cuando aparece en Constantinopla. En 1238, y ya sin espinas que parece ser fueron repartidas por toda la cristiandad europea, el emperador Balduino II ofreció la corona a Luis IX, rey de Francia, buscado su apoyo. Para albergarla construyó la Santa Capilla donde permaneció hasta la Revolución Francesa. Desde donde se trasladó a Notre Dame. En la catedral de Barcelona se venera una espina.
La lanza sagrada o de Longinos (la que le clavo el romano Longinos en
el costado cuando estaba crucificado), la propia sangre de Cristo, la
esponja con la que le aplicaban vinagre en las heridas… y otras muchas
componen el conjunto de reliquias de Jesucristo. De todas formas
conviene apuntar que la Iglesia es ahora extremadamente prudente y
exhaustiva en su investigación antes de pronunciarse. Además, aunque las
valora y protege como expresión de la devoción popular, deja al libre
albedrío el hecho de creer o no su autenticidad.
Paralelamente a estas reliquias, que pueden tener cierta base
histórica, aparecen otras que, por su cantidad o rareza, son más propias
de quien actúa de mala fe aprovechándose de la buena fe de otros:
- Las treinta monedas de Judas se han convertido en unas doscientas.
- San Juan Bautista debía tener unos sesenta dedos.
- Tres prepucios de Jesucristo.
- Una paja del pesebre del niño Jesús
- Trozo de mantel de la última cena
- Carbón con el que fue martirizado en la parrilla San Lorenzo
- Un piedra con la que fue lapidado San Esteban
- Diente de Santa Apolonia (fue martirizada arrancándole los dientes)
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