Ester Kandel (ACTA)
En
1910 durante la Segunda Conferencia de Mujeres socialistas, llevada a
cabo en Copenhague, Dinamarca, se aceptó la propuesta realizada por la
dirigente alemana Clara Zetkin, para conmemorar ese día como Día
Internacional de la Mujer Trabajadora.
Estas
luchas se daban en el marco de protestas, reclamos y resoluciones, en
otros países, que tuvieron un hito en el Congrés International du
Ouvrier Socialiste realizado del 12 al 14 de junio de 1889 en París.
Participó Alejo Peyret por los “groupes” socialistas de Buenos Aires. Se
discutió un programa de reclamos de legislación social en el cual
señalaba una de las resoluciones: “Después de afirmar que la
emancipación del Trabajo y de la Humanidad no puede salir más que de la
acción internacional del proletariado organizado en partido de clase,
apoderándose del poder político por la expropiación de la clase
capitalista y la apropiación social de los medios de producción
capitalistas, que implica la explotación creciente de la clase obrera
por la burguesía; que esta explotación, cada día más intensa, tiene por
consecuencia la opresión política de la clase obrera, su servidumbre
económica y su degeneración física y moral; luchar por todos los medios a
su alcance contra una organización social que los aplasta y al mismo
tiempo, que amenaza el libre desenvolvimiento de la Humanidad; que por
otra parte, se trata ante todo de oponerse a la acción destructora del
presente orden económico; decide una legislación protectora y efectiva
del trabajo, reclama como base:
• la limitación de la jornada de trabajo a ocho horas;
• la prohibición del trabajo infantil;
• el reposo ininterrumpido de 36 horas;
• igual salario por igual trabajo (trabajo femenino)
Se
resuelve consagrar a partir del año siguiente, el 1º de Mayo, jornada
de protesta de los trabajadores, en recuerdo de la huelga revolucionaria
de Chicago de 1886, que había concluido trágicamente con la condena a
muerte de los obreros anarquistas Albert Parsons, August Spies, Adolph
Fischer y George Ángel.
En
nuestro país se conmemoró el 1º de mayo y se elevó un petitorio de
reivindicaciones, aunque recién en 1904 se inició la discusión en el
parlamento, de un Proyecto de Ley Nacional de Trabajo al cual, como
contenía una cláusula represiva, las organizaciones obreras se
opusieron. Dada esta situación el Partido Socialista fue proponiendo
proyectos de ley, como por ejemplo, el descanso dominical, y la Ley de
Trabajo de mujeres y menores, sancionadas la primera en 1905 y la
segunda en 1907.
Me detendré en algunas consideraciones sobre la segunda.
El
desarrollo del sistema capitalista en Argentina seguía las pautas de
los países más avanzados, al incorporarse al mundo, lo hacía con las
concepciones que regían en ellos.
La economía política concebía las relaciones laborales de las mujeres teniendo en cuenta distintos aspectos:
• la segregación sexual
• el salario
• la clasificación sexual de los empleos: las prácticas de los empleadores
• categorías y jerarquías
• legislación protectoria
• la prohibición del trabajo nocturno
En la publicación de la Federación Obrera Argentina (FOA) El obrero N° 14, del 28/3/1891 se señalaba:
“Con
la grande industria se ha generalizado el trabajo de las mujeres en las
fábricas y en los talleres, junto con el trabajo de los niños, porque
en cantidad y calidad iguales, el trabajo de la mujer está menos
retribuido que el hombre. El desarrollo de la industria mecánica ha
ensanchado la esfera estrecha en que la mujer estaba confinada, la ha
liberado de las antiguas funciones domésticas, y al suprimir el esfuerzo
muscular, la ha hecho apta para las faenas industriales, la arrancó del
hogar doméstico y la arrojó en la fábrica, poniéndola al nivel del
hombre ante la producción, pero sin permitir que escape de la
dependencia masculina, ni admitiendo su emancipación como obrera para
igualar-se socialmente con el hombre y para ser dueña de sí misma.”
Esta
situación, del trabajo en la industria, planteó temas y problemas
nuevos. Podemos afirmar que la lucha por la igualdad de oportunidades
entre varones y mujeres, en el ámbito laboral, la encontramos desde los
inicios de la organización del movimiento obrero, propugnando entre
otras reivindicaciones, la igualdad salarial y el acorta-miento de la
jornada de trabajo. Las condiciones de trabajo, las largas jornadas
agotado-ras, afectaban la salud y en algunos casos destruía los cuerpos
de varones y mujeres, de ahí que las sucesivas propuestas legislativas
apuntaban a revertir las condiciones en que se vendía la fuerza de
trabajo.
En nuestro libro sobre la Ley de trabajo de mujeres y menores que en 2007 cumplió un siglo, declaramos:
Desde
una mirada que abarque las relaciones de clase y de género, podemos
decir que la problematización del trabajo asalariado femenino, comenzó
en los inicios del siglo XX, vinculado a la construcción de un ideal
maternal, así como los debates sobre el tipo de educación que debían
recibir las mujeres, se iniciaron en el siglo XIX.
¿Cuáles eran los hechos objetivos?
Como
lo señala José Panettieri (1984) “la explotación del trabajo de mujeres
y menores se puso de manifiesto con el surgimiento de las primeras
fábricas en el país en los últimos años del siglo pasado.” Lo observable
era la doble jornada laboral de la mujer, 14 a 16 horas en talleres y
fábricas y el resto en su hogar.
Es
interesante conocer la evolución que marca el historiador inglés E.
Hobsbwam al diferenciar la protoindustrialización de la
industrialización posterior, pues la transformación económica –no
necesariamente para mejor- fue el crecimiento de la in-dustria doméstica
para la venta de productos en mercados más amplios. En la medida en que
esa actividad siguió desarrollándose en un escenario que combinaba el
hogar y la producción externa, no modificó la posición de la mujer,
aunque algunas formas de ma-nufactura doméstica eran específicamente
femeninas (por ejemplo, la fabricación de cordones o el trenzado de la
paja) y por lo tanto otorgaba a la mujer rural la ventaja, relativamente
rara, de poseer un medio para ganar algo de dinero con independencia
del hombre. No obstante, lo que provocó, por encima de todo, el
desarrollo de la industria doméstica fue cierta erosión de las
diferencias convencionales entre el trabajo del hom-bre y la mujer y,
sobre todo, la transformación de la estructura y la estrategia familiar.
(…) Los mecanismos complejos y tradicionales para mantener un
equilibrio durante la siguiente generación entre la población y los
medios de producción de los que dependí-an, controlando la edad y la
elección de los cónyuges, el tamaño de la familia y la herencia.”
Esta
industria en las postrimerías del siglo XIX estaba en retroceso frente a
la manufactura en gran escala y el mismo autor trata de caracterizar lo
nuevo de esta forma:
“La
segunda y gran consecuencia de la industrialización sobre la situación
de la mujer fue mucho más drástica: separó el hogar del puesto de
trabajo. Con ello excluyó en gran medida a la mujer de la economía
reconocida públicamente –aquella en la que los individuos recibían un
salario – y complicó su tradicional inferioridad al hombre mediante una
nueva dependencia económica. (…)El objetivo básico del sustentador
principal de la familia debía ser conseguir los ingresos suficientes
como para mantener a cuantos de él dependían (…) Los ingresos de los
otros miembros de la familia eran considerados suplementarios y ello
reforzaba la convicción tradicional de que el trabajo de la mujer (y por
su-puesto de los hijos) era inferior y mal pagado” (…)
Sobre
la situación de la mujer el historiador afirma que “es poco lo que
puede decirse sobre ellas que no pudiera haberse afirmado en la época de
Confucio, Mahoma o el Antiguo Testamento. La mujer no estaba fuera de
la historia, pero ciertamente estaba fuera de la historia de la sociedad
del siglo XIX.”
Volviendo a nuestro país
Las
mujeres que se empleaban como obreras también eran requeridas por las
se-ñoras burguesas como empleadas domésticas, además de ser
descalificadas, llamándolas prostitutas o fabriqueras. Con el desarrollo
de la gran industria, el trabajo doméstico quedó invisibilizado entre
la naturaleza y el amor de las mujeres. El trabajo urbano a domicilio se
mantuvo y en algunos casos creció, porque abarataba costos de
producción y porque permitía a las mujeres compatibilizar, en el espacio
y el tiempo, trabajo doméstico y trabajo asalaria-do. “Emplearse en
fábricas y talleres era incompatible con la maternidad, con la nueva
imagen de madre nodriza, cariñosa, altruista y siempre unida a su hijo
por un cordón.”
Problematizar el tema implicaba el reclamo de:
•
el reconocimiento de su rol materno, plasmado en un proyecto de ley,
que admitía la necesidad de no concurrir por treinta días al lugar de
trabajo después del parto
• la posibilidad de amamantar
La
justificación del aporte de la mujer era contradictoria; desde el punto
de vista de los empleadores, los favorecía, pues retribuían menores
salarios que a los varones y desde la visión que se tenía del rol de la
mujer, se aceptaba su inserción laboral como un mal necesario. La
maternidad era concebida como un hecho natural. El Estado reforzaba el
estatus secundario de su actividad productiva.
A un siglo
Los
cambios son evidentes, y los comprobamos cotidianamente, pero no
pode-mos dejar de señalar los problemas que persisten, agravados por la
exclusión social y fragmentación de la población, de ahí que destaquemos
algunos rasgos actuales como:
• la precarización laboral
•
la discriminación directa e indirecta en el campo laboral, a través de
secciones de mujeres, menos calificadas y por lo tanto con
remuneraciones menores;
• las dificultades para acceder a puestos de mayor jerarquía,
•
la dificultad para compatibilizar la vida laboral con la familiar, dada
la despro-tección estatal en lo que se refiere a instituciones de
crianza para la primera in-fancia,
• el no reconocimiento de la licencia por paternidad (existen propuestas de 15 días).
Un ejemplo que ilustra algunas de las situaciones que padecemos las mujeres:
Por ejemplo este aviso:
SOLICITAN EMPLEAR MUJERES CON “MATERNIDAD RESUELTA”
El
aviso clasificado fue publicado el viernes 14 de septiembre de 2007 en
el diario El Sur de Villa Constitución. La oferta de empleo: “Empresa de
electrónica seleccionará personal femenino para su departamento de
control de Calidad”. Entre los requisitos figuraba “maternidad resuelta,
buena predisposición para trabajar en equipo y bajo presión
(excluyente), dedicación Full- time (horario de 8.00 a 18.00)
conocimiento de PC.
Desde
el diario Rosario 12 se comunicaron con la empresa y conversaron con el
ge-rente Jorge Gentili, quien explicó que el único objetivo del aviso
era “evitar que se pre-sentaran chicas embarazadas”. Indicó que su
empresa tiene como política otorgar un mes más de licencia por
maternidad a los tres dispuestos por ley (…) Han venido chicas
embarazadas, y eso es un problema.
Por
lo tanto sobre la “maternidad resuelta”, alegó al tener que exportar,
se le complica tomar gente nueva para explicar el trabajo y en cuanto a
la expresión bajo presión, significaba la capacidad de responder a
“mucha acción de trabajo”.
En
cuanto a la redacción del aviso, afirmó Gentile: “Quizá me haya
equivocado en la forma de expresarlo”. En este marco, consideró que “el
tema de la discriminación en Argentina es hipócrita, porque muchas cosas
no se expresan pero se hacen igual. Este empresario PyME, al finalizar
la entrevista, manifestó: “te puedo asegurar que no soy nada
discriminatorio, no ejerzo ninguna presión”.
Algo de estadística
Aunque la palabra actualmente produce desconfianza, estos datos marcan la tendencia.
Un
estudio reciente, basado en los datos de la Encuesta Permanente de
Hogares (EHP), realizado por el centro de estudios IDESA señala: Se
discrimina más por la maternidad que por el sexo, la pregunta ¿tenés
hijos? marca un rumbo en la entrevista laboral. Acerca del salario se
indicaba que la remuneración promedio de bolsillo de los ocupados
varones era de 1910 pesos; entre las mujeres ocupadas sin hijos era de
1660 pesos y para las ocupadas con hijos, el sueldo promedio bajaba
considerablemente a 1352 pesos.
La
desocupación tiene cara de mujer : el último dato oficial de desempleo
sitúa la tasa general en 9,1%. Mientras el 8,3% de los varones figura
como desocupado, la falta de trabajo afecta al 10,1% de las mujeres.
Según IDESA, el segmento en el que están comprendidas las mujeres con
hijos tiende a presentar menores tasas de desem-pleo. Esto se debe a
que, por atender a la familia, las madres tienen menos posibilidades de
salir a trabajar, por lo que se vuelven inactivas desde el punto de
vista de la encuesta permanente de hogares (EPH.).
Por
último, aquello que afecta por igual a las trabajadoras remuneradas y
no re-muneradas, entre las diversas formas de maltrato, es la opresión.
El
8 de marzo de 2009, Eva Giberti hacía referencia en un artículo al
término opresión - palabra del siglo XV que viene del latín exprimir,
estrujar y apretar – mos-trando su aparición tardía con la significación
actual, políticamente relevante, para indi-car el sojuzgamiento al cual
se somete a personas y poblaciones que carecen de defensa. Hoy, un
paradigma de la opresión del género mujer consiste en matarlas,
golpearlas, esclavizarlas mediante la trata sexual, abusarlas y
violarlas desde que son niñas.
Estas
prácticas no constituyen novedad. Lo paradojal reside en que, a la par
de los derechos que se conquistan, se evidencia como dato internacional
la persistencia de violencias delictivas contra las mujeres. Y podemos
agregar en nuestro país, el flagelo de muertes de mujeres por abortos
clandestinos, sin política para enfrentarlo. Teniendo en cuenta los
aspectos señalados, los organismos internacionales OIT, PNUD y NACIONES
UNIDAS, hacen recomendaciones a los gobiernos para revertir estas
situaciones.
El
cumplimiento de las mismas tiene muchas limitaciones, si consideramos
que vivimos en una sociedad donde predominan las relaciones desiguales e
injustas y la falta de políticas efectivas y no retóricas, a las que
nos tienen acostumbrados.
Como hace 100 años tenemos que exigir:
• la limitación de la jornada de trabajo a ocho horas;
• la prohibición del trabajo infantil;
• el reposo ininterrumpido de 36 horas;
• igual salario por igual trabajo (trabajo femenino)
Y además, políticas efectivas a favor de:
• trabajo digno
• atención a la primera infancia (jardines matenales y/o infantiles)
• educación sexual para decidir
• anticoncepción para no abortar
• aborto legal, seguro y gratuito para no morir
Y en contra de:
• el acoso sexual en el trabajo
• la violencia familiar
• la violencia sexual
• la trata de mujeres y niñas
Reconocemos
que existen denuncias, protestas y propuestas, que en general se hacen
desde distintos movimientos de mujeres. Hasta este momento se realizan
estos reclamos en forma fragmentada, y queda pendiente aglutinarse con
los otros movimientos sociales que luchan por pan, trabajo, salud,
educación, vivienda, recuperación del patrimonio nacional y por libertad
y demo-cracia sindical o como señala Julio Gambina en un artículo del
14 de febrero: “el problema es el ‘modelo productivo’ capitalista, lo
que supone decisiones mercantiles avaladas por un régimen legal y una
política (económica) que no discute los modos para asegurar Soberanía
Alimentaria (también energética y financiera), lo que pondría en
discusión el régimen de propiedad de la tierra y la dominación
monopolista en el enca-denamiento productivo que dirigen las
transnacionales de la alimentación y la tecnología para su producción”.
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